domingo, 20 de marzo de 2016

El cinismo del intermediario: mejor enfermo que sano. Mejor Ingresos que gastos.

El derecho a la intimidad no se ejerció ni tampoco ha sido este el motivo.

El motivo ha sido el de no tener una historia clínica por ciudadano sino por centro sanitario. Importan los recursos económicos  utilizados en la asistencia sanitaria. No importa la salud del ciudadano ni la repercusión de esta sobre el resto de los ciudadanos.

No importa la seguridad aérea de los ciudadanos sino la del avión; interesan los costes del mantenimiento del avión. Interesan los costes de mantenimiento del ciudadano. Interesa que el ciudadano tenga mala salud, ya que así reporta ingresos. Interesa que el avión tenga buena salud, ya que así no genera gastos.





El derecho a la intimidad de Andreas Lubitz

La catástrofe de Germanwings aconseja limitar el secreto profesional cuando esté amenazada la seguridad de terceros

¿Podría haberse evitado la tragedia de Germanwings que costó la vida a 150 personas? Cuanto más se conoce acerca de las circunstancias que llevaron a Andreas Lubitz a estrellar voluntariamente el avión que copilotaba, más claro está que la respuesta es afirmativa. Lo corrobora ahora el informe emitido por el Bureau d’Enquêtes et d’Analyses (BEA), la agencia francesa encargada de investigar y proponer medidas de seguridad aérea. Los detalles del historial médico indican que hubo muchas oportunidades de evitar el desastre.

La compañía sabía que el piloto tenía antecedentes por depresión desde antes incluso de que obtuviera la licencia y esa circunstancia había motivado una nota de reserva en su historial médico. Y sin embargo, el piloto había superado las revisiones médicas oficiales, pese a que en los últimos cinco años había visitado a 41 médicos en busca de ayuda para su estado de salud. Y ahora hemos sabido que solo 15 días antes de encerrarse en la cabina del Airbus que cubría el vuelo Barcelona-Dusseldorf y poner el piloto automático en rumbo de colisión con los Alpes un médico le había diagnosticado un episodio depresivo psicótico y había recomendado su ingreso hospitalario. Si Lubitz pudo convertirse en un suicida homicida, es por una serie de fallos en cadena. En primer lugar, en la propia compañía. La depresión mayor es una enfermedad que no debería pasar desapercibida en un examen médico riguroso. El que no fuera detectada la gravedad de su estado indica las carencias de los controles médicos.

Y en segundo lugar, el hecho de que ninguno de los médicos que le atendió advirtiera del peligro que suponía, pese a conocer su condición de piloto. No tenían obligación de hacerlo y, además, la normativa alemana protege escrupulosamente el secreto profesional. Pero es evidente que en este caso se plantea un problema de colisión entre el derecho fundamental a la intimidad, protegido por el secreto profesional, y el derecho de terceros a la seguridad e integridad física. Son muy pocos los países que, como Canadá o Israel, han abordado legislativamente esta cuestión. Parece razonable que en determinadas profesiones que implican riesgos colectivos, el derecho a la intimidad debería estar limitado. Así lo recomendó la Agencia Europea de Seguridad Aérea cuatro meses después del accidente y ahora también lo recomienda la BEA.

Esta limitación, sin embargo, debe estar cuidadosamente regulada para evitar discriminaciones y comprometer el derecho a la reinserción laboral de las personas aquejadas de dolencias mentales. A nadie se le escapa que las etiquetas, en este caso, pueden ser muy estigmatizadoras. Pero debe ser posible una fórmula que garantice al mismo tiempo las posibilidades de reinserción y la protección de terceros. Las limitaciones al secreto profesional podrían establecerse como requisito para el ejercicio de determinadas profesiones y habilitar un sistema que permita a los médicos que atienden privadamente a estas personas a emitir una alerta a las autoridades.

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