martes, 29 de enero de 2019

“El fascismo está arraigado en cada uno de nosotros”

“El fascismo está arraigado en cada uno de nosotros”

El filósofo francés Bernard-Henri Lévy protagoniza la obra 'Looking for Europe', en la que interpreta su propio papel: un intelectual consternado por la amenaza populista

Bernard-Henri Lévy, la pasada semana en su domicilio en París.
Bernard-Henri Lévy, la pasada semana en su domicilio en París.  EL PAÍS
Bernard-Henri Lévy (Beni Saf, Argelia, 1948) se sube al escenario para predicar el europeísmo en tiempos de incertidumbre para el continente. Lo hará protagonizando la obra Looking for Europe, en la que el filósofo francés interpreta su propio papel: el de un intelectual consternado por la amenaza populista que se dibuja en el horizonte. A partir de marzo, la función pasará por 24 ciudades europeas. Entre ellas, Valencia, Barcelona y Madrid. Lévy se explicó sobre este inusual proyecto teatral en una entrevista en su domicilio en París.
Pregunta. ¿Por qué decidió subirse al escenario?
Respuesta. Fue en junio de 2018, cuando interpreté una variación de esta obra, titulada Last Exit Before Brexit (“Última salida antes del Brexit”), en Londres. Llegó un momento en que entendí que debía implicarme personalmente en lo que estaba pasando, incluso en el sentido físico.
P. En otras épocas recorrió zonas de conflicto. ¿Hoy ese conflicto está en Europa?
R. Me he pasado la vida movilizándome por pueblos en peligro: árabes, kurdos, ucranianos, israelís, afganos… Pero no me había dado cuenta de que mi propia casa estaba en llamas. Y debía regresar a ese hogar para intentar apagar el incendio. Esa casa se llama Europa.
P. ¿Cuál es la causa del incendio?
R. Quienes gobernaban esa casa han sido perezosos. No han hecho el trabajo que se esperaba de ellos. El gran error de mi generación, incluyéndome a mí mismo, fue creer que Europa se construiría de forma mecánica, que se haría sola. Nos equivocamos. Cuando los hombres no se adueñan de la historia, esta se gira contra ellos como un chacal. Y ese chacal hoy tiene el rostro de los populistas.
“El error de mi generación fue creer que Europa se haría sola”
P. ¿Se siente cómodo bajo los focos?
R. No soy tan buen actor como un profesional, pero lo hago con mi corazón y mi sinceridad. Sobre el escenario se produce un efecto de verdad. Mi malestar, mi rabia y mi esperanza son auténticos. Y, al serlo, se produce un mimetismo en el espectador, una comunión que es mayor que si el protagonista fuera un profesional.
P. Quiere introducir variaciones en el texto para responder a la actualidad política de cada país donde representará su obra. ¿De qué piensa hablar en España?
R. De la llegada de Vox y de la alianza entre la derecha y la extrema derecha, con la que la primera se arriesga a perder el alma y las elecciones. También de Cataluña y de la locura del independentismo. Y evocaré en el escenario a personajes como mi amigo Jorge Semprún…
P. Para un votante de Vox, ¿qué importancia tiene Semprún?
R. Pienso recordarles a esos votantes por qué simboliza la grandeza española. ¿Prefieren una España provincializada y rancia o un país que regrese al esplendor que representa Semprún?
P. Su obra se representará a pocas semanas de las elecciones europeas. ¿Cuál es su pronóstico?
R. Nos arriesgamos a ver desembarcar a un grupo eurófobo detrás de Salvini, Le Pen y Orbán. Por primera vez puede producirse una llegada masiva de neofascistas al Parlamento europeo. Pero mi apuesta es que eso no sucederá y que la línea demócrata ganará, aunque sea por muy poco. Con mis medios de pobre escritor, quiero decirles a Le Pen, Mélenchon y Salvini que no se saldrán con la suya.
P. ¿Qué le hace estar tan confiado?
“Si ganan los eurófobos, veremos fermentos de guerra civil”
R. Los pueblos viven momentos de grandeza y de mediocridad. Hoy Europa vive un momento de gran mediocridad. Pero yo, por temperamento, siempre apuesto por la grandeza. Creo que algo sucederá durante la campaña. Hay mucha gente que no se resigna a la muerte de los valores democráticos y liberales, aunque estén desmotivados. Hay que darles ánimo y decirles que no están solos.
P. ¿Y si se equivoca?
R. Entonces Europa se hundirá en la crisis y el paro. Veremos fermentos de guerra civil en muchos lugares. La democradura [híbrido de democracia y dictadura] podría convertirse en el modelo dominante. Si me equivoco, significará que Putin, Trump y Erdogan, los artificieros que aspiran a acabar con Europa, habrán ganado. Si les sumamos el imperialismo comercial chino y el terrorismo islámico, la lista de enemigos de Europa empieza a ser larga. Pero yo creo que podemos resistir…
P. ¿Cómo explica el auge del extremismo solo 70 años después del Holocausto?
R. No es un problema de memoria, porque esa memoria es más fuerte ahora que hace siete décadas, cuando los supervivientes no hablaban. Yo creo que el fascismo es una pasión política que se apodera de los humanos. Es un fenómeno irracional, cuyos resortes están arraigados en cada uno de nosotros. Hace 70 años esos resortes quedaron fracturados, pero ahora resurgen en el interior de ciertas personas. Hay que decirles: “No pasarán”.
P. Desde el comienzo de su movilización, ha sido muy crítico con los chalecos amarillos.
R. Sentí que, por muy justas que fueran sus reivindicaciones, sus palabras estaban impregnadas de lo peor de la ideología francesa: el racismo, la homofobia, el odio a los intelectuales y, a veces, el antisemitismo. Hay que tener la memoria corta para creer que todo movimiento social equivale al bien. Los movimientos sociales también pueden ser fascistas. Y yo detecto en los chalecos amarillos tonos fascistoides…
P. Ha denunciado “la indulgencia” del sistema político y mediático con ese movimiento. ¿En qué sentido?
R. El sistema mediático ha tratado este movimiento como si fuera una serie de Netflix. Nos hemos despertado cada sábado preguntándonos: “¿Qué sucederá hoy?”. Lo bueno es que las series televisivas no suelen durar más de 12 o 13 semanas. Podemos imaginar que el movimiento toca a su fin…
P. ¿Qué balance hace del primer año y medio de Macron en el poder?
R. Ha sido un buen presidente. Ha respetado sus promesas y se ha comportado como debe hacerlo un jefe de Estado, poniendo en marcha los proyectos por los que fue elegido. La política es el dominio del mal menor; todo es perfectible, claro. Pero, de manera general, no lamento haber votado por Macron.
P. ¿Qué le diría a alguien que cree que Europa no sirve de nada?
R. A un español, por ejemplo, le diría que, si el paro no está al 40%, es gracias a Europa. Si el franquismo ha muerto y no volverá, a pesar de Vox, es gracias a Europa. Y, si no vivimos en guerra los unos con los otros, es gracias a Europa.
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No olvidar jamás. Un viaje a Rusia para encontrar el pasado de Chile

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Víctor Yáñez llegó a la Unión Soviética en 1973, cuando era un joven estudiante chileno de 16 años; desde entonces ha trabajado en diversos campos agrícolas y fábricas rusas. Este enero volvió a visitar Chile después de 45 años. 
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Marcos Zegers
Víctor Yáñez recuerda que estaba feliz porque vivía la primera gran aventura de su vida. Era 1973, tenía 16 años y acababa de llegar a la Unión Soviética donde todo le parecía nuevo, moderno y muy distinto a su Chile rural.
Estaba en Ajtyrski, un pequeño pueblo petrolero de las estepas rusas adonde había llegado junto a 93 jóvenes chilenos con la misión de estudiar técnicas agrícolas, cuando su destino cambió de súbito. “Salí de Chile y me sentía libre, y como era un cabro chico no me preocupaba nada, venía a estudiar y tenía hambre de conocimiento. Yo solo quería vivir cosas nuevas”, recuerda 45 años después con voz temblorosa.
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Los planes eran que estudiarían durante tres años para después regresar y apoyar al proyecto socialista de Salvador Allende. Incrementar la producción agropecuaria y combatir el desabastecimiento eran las consignas de ese momento. Aún sentía el vértigo de su primer vuelo en avión y escuchaba el eco de los versos de Nino Bravo que cantaron antes del viaje: “Un ‘te quiero’, una caricia y un adiós/ Es ligero equipaje/ Para tan largo viaje/ Las penas están en el corazón”. Solo tenía tres días en Ajtyrski cuando empezó a notar que los ancianos del pueblo se le acercaban y le decían: “Allende, Allende, pum, pum” y se tiraban al suelo como desmayados.
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Omar Cortez volvió a Chile por un tiempo y trabajó como cortador de uvas, pero no se adaptó bien. Dice que se dio cuenta de que su vida estaba en Rusia y por eso regresó. 
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Diego Gálvez culminó sus estudios en agronomía y logró ingresar en la Universidad Patricio Lumumba donde se graduó de médico cirujano. “Hice mi vida en Rusia porque los gobierno chilenos se olvidaron de nosotros”, dijo en una entrevista. 
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Un grupo de jóvenes chilenos en Ajtyrski, afuera de la residencia que fue su hogar durante sus primeros tres años en la Unión Soviética 
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Él y sus compañeros se reían porque nadie hablaba nada de ruso. Pero poco después estallaron en llantos y gritos cuando alguien les dijo, en español, que los militares habían dado un golpe de Estado en su país y Salvador Allende había muerto. Era el 12 de septiembre de 1973 y ya nada volvería a ser igual para esos jóvenes que se quedaron varados en la Unión Soviética, sin un gobierno que velara por ellos y, en algunos casos, con las comunicaciones interrumpidas con su patria y sus familiares durante muchos años. Fue como si se los hubiese tragado un vórtex hacia otra dimensión, como si hubiesen desaparecido. De alguna manera, el golpe de Augusto Pinochet los borró de la historia de Chile.
“Tuvieron que adaptarse a la cultura soviética y sobrevivir un buen tiempo en tierra de nadie hasta que sus caminos empezaron a trazarse: el trabajo, el estudio, la familia o el combate militar”, explica el historiador chileno Cristián Pérez en Viaje a las estepas. Cien jóvenes chilenos varados en la Unión Soviética tras el Golpe, un trabajo de investigación que reconstruye el caso. “Apenas hay registro de esta historia: el viaje a la Unión Soviética fue secreto, los documentos desaparecieron en los primeros días del golpe, los viejos dirigentes ya no están”.
Esa ausencia de recuerdos de una historia de la Guerra Fría impresionó mucho al fotógrafo chileno Marcos Zegers, quien estaba en Londres y buscaba un proyecto nuevo mientras la humanidad se paralizaba por el Mundial de Rusia 2018. Un día leyó en las noticias sobre sus viejos compatriotas, otrora jóvenes pioneros del sueño político de los setenta, y de inmediato supo que eran un reflejo de otro Chile, de un mundo en el que la gente podía perderse en otros países mientras forjaban sus identidades, aprendían nuevos idiomas y cambiaban.
“Entonces dije: ‘Me voy a Rusia, pase lo que pase porque esta historia no tiene imágenes y alguien se las tiene que poner'”, cuenta el fotógrafo mientras recuerda que solo se llevó sus equipos, una bolsa de dormir y se largó hasta cerca de la frontera con Ucrania y el mar Negro, en la región del Kubán donde está Ajtyrski.
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Iván Contreras ha vivido en diferentes regiones rusas y también se ha movido de un país a otro en su automóvil, mientras trabaja por temporadas. Hoy en día vive en Rostov.Marcos Zegers
Víctor Fuentes, otro de los chilenos que cursó estudios de agronomía en la Unión Soviética, todavía vive en Ajtyrski.Marcos Zegers

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Krasnodar, la ciudad más cercana a Ajtyrski, aún conserva edificaciones y monumentos soviéticos. 
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Vitali y Denis, hijos de Víctor Yáñez, dicen que se sienten completamente chilenos aunque no hablan bien el español.
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Allí conoció a Yáñez y a otras personas que recordaban un país que él nunca conoció, eran chilenos que parecían rusos pero cuando hablaban español recreaban una nación socialista que solo existe en los libros de historia. Y Zegers se dedicó a retratarlos durante la primera quincena de julio de 2018, intentó plasmar sus vidas cotidianas como sobrevivientes del golpe en Chile y, después, del desplome de la Unión Soviética en los noventa. Eran náufragos de dos viejos proyectos políticos que se casaron, tenían hijos y, en la práctica, son rusos en toda regla. Pero Chile siempre está presente.
“Hice mi vida en Rusia porque los gobierno chilenos se olvidaron de nosotros”, dice Diego Gálvez, un exitoso médico cirujano formado en la Universidad Patricio Lumumba. Gálvez entendió rápido que el trabajo como tractorista, mecánico o agrónomo no era para él y logró cursar los estudios de medicina. A sus 62 años tiene hijas y nietos rusos, pero insiste en hablar en español con ellos para practicar su idioma. “Llegamos a un país desconocido sin saber una palabra y en Chile nadie se acordó de que estábamos acá. Mi familia no estaba en política, pero duré años sin saber de ellos por la dictadura, como si yo hubiese hecho algo malo. Esto solo fue una posibilidad de estudio y la aproveché”.
Yáñez siempre fue un buen estudiante. Le gustaba el campo y apenas se graduó tuvo que trabajar tres años en un predio designado por el gobierno. Nadie hablaba español y empezó a notar, con terror, que así como mejoraba su ruso se le estaba olvidando su lengua materna. “Acá se conseguían muy buenos libros de escritores cubanos, peruanos y colombianos, de malísima calidad de impresión pero con la mejor literatura. Me encerré a leerlos y así recuperé mi idioma”, dice en perfecto español. Quizá la patria es la lengua, como decía Pessoa.
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Vladimir Youshkov, quien trabajó como traductor de los chilenos al inicio de su educación, cantaba “Venceremos” que es el himno de la Unidad Popular, el bloque político de izquierda que llevó a Salvador Allende al poder.
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Vladimir Youshkov atesora en su biblioteca algunos volúmenes de Salvador Allende, Pablo Neruda y diccionarios sobre Chile. 
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Un grupo de exalumnos chilenos ayudó a lavar el coche de un compañero, luego de un largo viaje. Dicen que la vida en la Unión Soviética les enseñó a colaborar y trabajar en equipo. 
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A Zegers la tarea de rastrear a los 93 chilenos se le antoja titánica, por lo que prefirió centrarse en aquellos que vivían cerca del pueblo al que llegaron, esos que no olvidaban el epicentro sentimental de su periplo por Rusia. Sus retratos son el espejo de una posibilidad, miradas sobre los rostros que ya cumplen más de cuatro décadas de añoranza. “Repudio fuertemente la dictadura y todo lo que pasó en Chile con los militares, pero en este trabajo me centré más en la vida cotidiana de estas personas que merecen que su historia no se olvide”, explica el fotógrafo. “Quise situarme en el lado humano, más que en la política, y esto me ha dado una visión mucho más amplia de la historia chilena. Fue una gran revelación”.
Todo viaje es una apuesta y Zegers, quien tiene 30 años pero fotografía desde los 17, siente que la suerte fue generosa con su instinto al permitirle captar una dimensión desconocida de la chilenidad. Uno de los personajes a los que conoció en el viaje fue el traductor Vladimir Youshkov, un siberiano de 68 años que dice ser un chileno de corazón y lo demuestra cantando himnos socialistas, recitando versos de Pablo Neruda y declamando, de memoria, “Se abrirán las grandes alamedas”, el último discurso de Allende.
“Para ellos fue muy duro porque en solo diez días perdieron su patria, imagínate esa situación”, explica Youshkov mientras recuerda los sucesos de septiembre de 1973. “Pero esa tragedia me unió mucho a su cultura, me enamoré de las canciones, la cueca, los dichos y hasta la pronunciación. Entre 150 millones de rusos me tocó la suerte de ser parte de esto y ahora queremos darles un digno lugar en la historia de Chile porque se lo merecen”. Youshkov cedió varias imágenes de su archivo personal para la investigación de Zegers, y así poder mostrar cómo eran los estudiantes cuando llegaron al país.
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Víctor Fuentes, un exalumno chileno, se preparaba para iniciar su jornada de trabajo. 
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Víctor Fuentes y Víctor Yáñez, visitaban la tumba de Luis Abarca, uno de sus compañeros. 
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Conjunto musical “Chile Lucha” conformado por estudiantes chilenos en Rusia que se vestían como los grupos folclóricos Quilapayún o Inti-Illimani. 
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Ahora Yáñez tiene 61 años y aunque es maestro en ciencias de agronomía no pudo ejercer por mucho tiempo porque el colapso de la Unión Soviética quebró el koljós o granja donde trabajaba. Pero, acostumbrado a sobrevivir, lo tomó como una nueva oportunidad por lo que se volvió a casar, se mudó a Krasnodar y desde hace treinta años trabaja como obrero calificado en una fábrica de artefactos para la industria petrolera. Dice que no puede retirarse y, aunque insiste en que está fuerte, se le nota el cansancio en la voz.
Sin embargo, uno de los objetivos que lo hace levantarse todas las mañanas es ahorrar para su viaje a Chile que será este 31 de enero. Será la primera vez en 45 años que vuelve a la patria y confiesa que no sabe qué se va a conseguir, tiene nervios y, nuevamente, el idioma es una de sus inquietudes: “La gente me asusta porque cuenta cosas terroríficas e insisten en que Chile ha cambiado mucho. Que está caro y que ahora la gente usa otras palabras. Ten en cuenta que hablamos un español viejo, no es que esté mal, pero no son las mismas palabras”.
Uno de sus proyectos es trabajar duro para que sus hijos también conozcan su país, una travesía que espera lograr en el 2021. Aunque su familia no habla bien español, Yáñez se emociona mucho cuando cuenta que se sienten chilenos y asegura que ya están practicando para el viaje. Cuando se le pregunta qué es Chile para él, después de tanto tiempo y tanta vida recorrida, guarda silencio y contesta: “Creo que es una llamada del pasado, un deseo y será interesante cumplirlo. Quizá al llegar algo se me despierte por dentro, pero todavía es un sueño”.
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En una zona rural de Ajtyrski se encuentra este monumento a los soldados caídos en las guerras que reza “Nunca serán olvidados”. 
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