martes, 22 de enero de 2019

No hay nada malo con las fronteras abiertas

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Migrantes centroamericanos indocumentados en McAllen, Texas, después de ser liberados de la custodia de la Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos en junio pasado 
Credit
Todd Heisler/The New York Times
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El internet expande los confines del discurso aceptable, así que las ideas que hasta hace poco tiempo se consideraban inadmisibles ahora irrumpen en la aceptabilidad generalizada. Por ejemplo: la legalización del cannabis, los servicios de salud a cargo del gobierno, el nacionalismo blanco y, desde luego, las personas que afirman que la Tierra es plana.
Sin embargo, hay un aspecto político que, obstinadamente sigue fuera del alcance. Es una idea que casi nadie en la política convencional aborda, más que para lanzarla como un mazo sangriento.
Estoy hablando de abrir las fronteras de Estados Unidos a todos los que quieran mudarse aquí.
Imaginemos no solo oponernos al muro del presidente estadounidense Donald Trump, sino también al cruel y costoso sistema de inmigración y seguridad fronteriza del país. Imaginemos cambiar radicalmente nuestra postura respecto de los extranjeros: transitar de la sospecha a una cálida bienvenida. Imaginemos que, si pasas una revisión mínima de antecedentes, tengas la libertad de vivir, trabajar, pagar impuestos y morir en Estados Unidos. Imaginemos que hubiera gente que se muda desde Nigeria a Nebraska tan libremente como un ciudadano lo haría desde Massachusetts hasta Maine.
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Hay un argumento moral, económico, estratégico y cultural demasiado evidente a favor de las fronteras abiertas, y tenemos la oportunidad política de impulsarlo. Mientras los demócratas se disputan la presidencia, hay espacio para que un político valiente se oponga a la retórica migratoria racista del presidente Trump. Hay espacio para que ese político no solo luche contra el muro y haga un llamado a favor de la desintegración de la Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE), sino también para que proponga un argumento eficaz y proactivo a favor de la gran expansión migratoria.
Sería un cambio respecto a la política anticuada en la era moderna, en la que ambos partidos aceptaron la supuesta sabiduría de la “seguridad fronteriza” y asumieron que debemos temer a los inmigrantes.
Como inmigrante, esta idea me confunde. Mi familia llegó a Estados Unidos desde Sudáfrica, nuestro país de origen, a finales de la década de los ochenta. Después de pasar por muchos trámites legales costosos y confusos, nos convertimos en ciudadanos en el año 2000. Obviamente, fue una bendición: al rescatarme de una sociedad en las que las personas de mi color —indias sudafricanas— eran oprimidas sistemáticamente, Estados Unidos me dio la oportunidad de ser libre.
No obstante, ¿por qué merecí esa oportunidad mientras que a muchos otros que se quedaron en casa —debido a que sus padres no tenían ciertas habilidades, dinero ni suerte— les fue negada?
Cuando vemos de cerca el sistema de inmigración, nos enfrentamos a su injusticia sin fin. El sistema asume que las personas nacidas fuera de nuestras fronteras son menos merecedoras de los derechos básicos que aquellos que nacieron en el país. No me parecía que mis amigos originarios de Estados Unidos merecieran más dignidad que los sudafricanos; de acuerdo con los documentos fundacionales de este país, todos nacimos siendo iguales. No obstante, por un accidente geográfico, algunos tienen libertad y a otros se la negaron.
“Si te pones a pensarlo bien, un sistema de fronteras cerradas comienza a parecerse mucho a un sistema de privilegio feudal”, dijo Reece Jones, profesor de Geografía en la Universidad de Hawái que argumenta que los demócratas deben izar la bandera de las fronteras abiertas. “Es la misma idea de que hay algún tipo de derecho heredado al privilegio con base en el país donde naciste”.
Admito que aquí la política es peligrosa. Aunque las fronteras de Estados Unidos estuvieron abiertas durante gran parte de su historia —si tus ancestros vinieron aquí por voluntad propia, es muy probable de que haya sido gracias a las fronteras abiertas— las restricciones a la inmigración ahora están tan arraigadas en nuestra cultura política que cualquier propuesta para relajarlas provoca enojo.
A la gente le preocupa que los inmigrantes contribuyan al crimen, aunque las estadísticas demuestran que los inmigrantes no son más peligrosos que los ciudadanos nativos. A los ciudadanos les preocupa que los inmigrantes les quiten empleos a los trabajadores nativos, aunque la mayoría de los estudios sugiere que la inmigración es un gran beneficio para la economía, y hay poca evidencia de que afecta a los trabajadores nativos. Además, si nos preocupa que se aprovechen de los beneficios de la asistencia social, podemos imponerles requisitos de residencia.
No obstante, todos son argumentos defensivos y cuando estás a la defensiva pierdes. Para los opositores a las políticas xenófobas del presidente Trump, es un mejor plan defender la idea de que haya muchos más inmigrantes.
Las fronteras abiertas no solo son un buen plan económica y estratégicamente, sino que son la única oportunidad que tenemos. Estados Unidos es una nación avejentada con una población estancada. Tenemos mucha tierra para que la habiten más personas, pero cada vez tenemos menos trabajadores. Además, en el escenario global, enfrentamos a dos colosos: India y China, que, con sus miles de millones de dólares, se proyecta que superen la hegemonía económica estadounidense en cuestión de dos décadas.
¿Cómo competiremos con esos gigantes? Como siempre lo hemos hecho: invitando a las personas más entusiastas y creativas del mundo, entre ellas las que están dispuestas a venir, a arriesgarse a contraer enfermedades, deteriorarse y morir para llegar aquí, para vivir una mejor vida en libertad.
Una nueva caravana migrante formada en Honduras avanza hacia Estados Unidos, y el presidente desea con ansias que haya un combate político.
Ojalá que los demócratas respondan con creatividad y brío. No solo diciendo “no al muro”. No solo pidiendo que “se desintegre ICE”.
Ojalá que en cambio, digan: “Déjenlos entrar”.
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