Cuando lo leí eran 24 y 25 de Diciembre.Tenía 17 años. Estaba solo. Estaba lejos de mi tierra. Estaba en una tierra en la que profundicé mis raíces, tanto que encontré un río subterráneo que me llevó a conocer la poesía de Nazalhualcojotl y la ira de Tlaloc. Al fin encontré la familia del tío/abuelo Antonio. Cumplía la promesa hecha al abuelo asesinado aquel Noviembre frío de 1962. ¡Nunca había pensado que el encuentro fuera como ha sido.
Decamerón
G. Boccacio
PROEMIO
COMIENZA EL LIBRO LLAMADO DECAMERÓN, APELLIDADO PRÍNCIPE GALEOTO, EN
EL QUE SE CONTIENEN CIEN NOVELAS CONTADAS EN DIEZ DÍAS POR SIETE MUJERES Y
POR TRES HOMBRES JÓVENES.
HUMANA cosa es tener compasión de los
afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más
propio es que la sientan aquellos que ya han tenido
menester de consuelo y lo han encontrado en otros:
entre los cuales, si hubo alguien de él necesitado o
le fue querido o ya de él recibió el contento, me
cuento yo. Porque desde mi primera juventud hasta
este tiempo habiendo estado sobremanera inflamado por altísimo y noble amor (tal vez, por yo narrarlo, bastante más de lo que parecería conveniente a
mi baja condición aunque por los discretos a cuya
noticia llegó fuese alabado y reputado en mucho),
no menos me fue grandísima fatiga sufrirlo: ciertamente no por crueldad de la mujer amada sino por
el excesivo fuego concebido en la mente por el poco
dominado apetito, el cual porque con ningún razonable límite me dejaba estar contento, me hacía
muchas veces sentir más dolor del que había necesidad. Y en aquella angustia tanto alivio me procuraron las afables razones de algún amigo y sus loables consuelos, que tengo la opinión firmísima de
que por haberme sucedido así no estoy muerto.
Pero cuando plugo a Aquél que, siendo infinito, dio
por ley inconmovible a todas las cosas mundanas el
tener fin, mi amor, más que cualquiera otro ardiente
y al cual no había podido ni romper ni doblar ninguna fuerza de voluntad ni de consejo ni de vergüenza
evidente ni ningún peligro que pudiera seguirse de
ello, disminuyó con el tiempo, de tal guisa que sólo
me ha dejado de sí mismo en la memoria aquel
placer que acostumbra ofrecer a quien no se pone a
navegar en sus más hondos piélagos, por lo que,
habiendo desaparecido todos sus afanes, siento
que ha permanecido deleitoso donde en mí solía
doloroso estar. Pero, aunque haya cesado la pena,
no por eso ha huido el recuerdo de los beneficios
recibidos entonces de aquéllos a quienes, por benevolencia hacia mí, les eran graves mis fatigas; ni
nunca se irá, tal como creo, sino con la muerte. Y
porque la gratitud, según lo creo, es entre las de-
más virtudes sumamente de alabar y su contraria de
maldecir, por no parecer ingrato me he propuesto
prestar algún alivio, en lo que puedo y a cambio de
los que he recibido (ahora que puedo llamarme
libre), si no a quienes me ayudaron, que por ventura
no tienen necesidad de él por su cordura y por su
buena suerte, al menos a quienes lo hayan menester. Y aunque mi apoyo, o consuelo si queremos
llamarlo así, pueda ser y sea bastante poco para los
necesitados, no deja de parecerme que deba ofrecerse primero allí donde la necesidad parezca mayor, tanto porque será más útil como porque será
recibido con mayor deseo. ¿Y quién podrá negar
que, por pequeño que sea, no convenga darlo mucho más a las amables mujeres que a los hombres?
Ellas, dentro de los delicados pechos, temiendo y
avergonzándose, tienen ocultas las amorosas llamas (que cuán mayor fuerza tienen que las manifiestas saben quienes lo han probado y lo prueban);
y además, obligadas por los deseos, los gustos, los
mandatos de los padres, de las madres, los hermanos y los maridos, pasan la mayor parte del tiempo
confinadas en el pequeño circuito de sus alcobas,
sentadas y ociosas, y queriendo y no queriendo en
un punto, revuelven en sus cabezas diversos pensamientos que no es posible que todos sean ale-
gres. Y si a causa de ellos, traída por algún fogoso
deseo, les invade alguna tristeza, les es fuerza detenerse en ella con grave dolor si nuevas razones
no la remueven, sin contar con ellas son mucho
menos fuertes que los hombres; lo que no sucede a
los hombres enamorados, tal como podemos ver
abiertamente nosotros. Ellos, si les aflige alguna
tristeza o pensamiento grave, tienen muchos medios de aliviarse o de olvidarlo porque, si lo quieren,
nada les impide pasear, oír y ver muchas cosas,
darse a la cetrería, cazar o pescar, jugar y mercadear, por los cuales modos todos encuentran la
fuerza de recobrar el ánimo, o en parte o en todo, y
removerlo del doloroso pensamiento al menos por
algún espacio de tiempo; después del cual, de un
modo o de otro, o sobreviene el consuelo o el dolor
disminuye. Por consiguiente, para que al menos por
mi parte se enmiende el pecado de la fortuna que,
donde menos obligado era, tal como vemos en las
delicadas mujeres, fue más avara de ayuda, en
socorro y refugio de las que aman (porque a las
otras les es bastante la aguja, el huso y la devanadera) entiendo contar cien novelas, o fábulas o
parábolas o historias, como las queramos llamar,
narradas en diez días, como manifiestamente aparecerá, por una honrada compañía de siete mujeres
y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad, y algunas canciones cantadas a
su gusto por las dichas señoras. En las cuales novelas se verán casos de amor placenteros y ásperos, así como otros azarosos acontecimientos sucedidos tanto en los modernos tiempos como en los
antiguos; de los cuales, las ya dichas mujeres que
los lean, a la par podrán tomar solaz en las cosas
deleitosas mostradas y útil consejo, por lo que
podrán conocer qué ha de ser huido e igualmente
qué ha de ser seguido: cosas que sin que se les
pase el dolor no creo que puedan suceder. Y si ello
sucede, que quiera Dios que así sea, den gracias a
Amor que, librándome de sus ligaduras, me ha concedido poder atender a sus placeres.
PRIMERA JORNADA
COMIENZA LA PRIMERA JORNADA DEL
DECAMERÓN, EN QUE, LUEGO DE LA EXPLICACIÓN DADA POR EL AUTOR SOBRE LA
RAZÓN POR QUE ACAECIÓ QUE SE REUNIESEN LAS PERSONAS QUE SE MUESTRAN RAZONANDO ENTRE SÍ, SE RAZONA BAJO EL GOBIERNO DE PAMPÍNEA SOBRE LO QUE MÁS
AGRADA A CADA UNO.
Cuando más graciosísimas damas, pienso
cuán piadosas sois por naturaleza, tanto más conozco que la presente obra tendrá a vuestro juicio
un principio penoso y triste, tal como es el doloroso
recuerdo de aquella pestífera mortandad pasada,
universalmente funesta y digna de llanto para todos
aquellos que la vivieron o de otro modo supieron de
ella, con el que comienza. Pero no quiero que por
ello os asuste seguir leyendo como si entre suspiros
y lágrimas debieseis pasar la lectura. Este horroroso
comienzo os sea no otra cosa que a los caminantes
una montaña áspera y empinada después de la cual
se halla escondida una llanura hermosísima y deleitosa que les es más placentera cuanto mayor ha
sido la dureza de la subida y la bajada. Y así como
el final de la alegría suele ser el dolor, las miserias
se terminan con el gozo que las sigue. A este breve
disgusto (y digo breve porque se contiene en pocas
palabras) seguirá prontamente la dulzura y el placer
que os he prometido y que tal vez no sería esperado de tal comienzo si no lo hubiera hecho. Y en
verdad si yo hubiera podido decorosamente llevaros
por otra parte a donde deseo en lugar de por un
sendero tan áspero como es éste, lo habría hecho
de buena gana; pero ya que la razón por la que
sucedieron las cosas que después se leerán no se
podía manifestar sin este recuerdo, como empujado
por la necesidad me dispongo a escribirlo.
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