En los momentos de incertidumbre de España, de desconcierto en los partidarios de unos y de otros. En la confusión conceptual que manifiestan aquellos que arengan a las masas pasmadas ante la responsabilidad de elegir un príncipe entre aquellos que se ofrecen y la imposibilidad de no elegir ya que si no eliges, también votas.
Digo que me apuro a la reflexión y a la lectura para decidir mi voto obligado, ya que e Estado me trata como esclavo cuando me sentía libre.
¡Conciudadanos del Estado del Reino de España, rebelémonos contra la opresión bárbara de quienes se autoproclaman hombres libres y proclaman nuestra bastardía como hombres esclavos!.
De la rebelión violenta de los esclavos ya he anotado en este diario a través de Espartaco.
Hoy propongo la rebelión con la palabra y las manos caídas, lo cual no quiere decir que depongamos las manos, o armas. Prefiero morir sin manos que morir de rodillas ante los advenedizos intitulados "hombres libres", u "hombres políticos", cuando su condición es la de hombres idiotas.
Nuestra historia de la antigua Roma empieza a mediados del siglo
I a. C., más de 600 años después de la fundación de la ciudad.
Empieza con promesas de revolución, con una conspiración terrorista
para destruir la ciudad, con operaciones encubiertas y
arengas públicas, con una batalla de romanos contra romanos,
y con ciudadanos (inocentes o no) acorralados y ejecutados sumariamente
en aras de la seguridad nacional. Es el año 63 a. C. Por
una parte, está Lucio Sergio Catilina, un aristócrata descontento
æ arruinado es el artífice de una conjura] eso es lo que se creía] para
asesinar a los cargos electos de Roma y quemar esta hasta los cimientos,
borrando de paso todas las deudas, tanto de los ricos
como de los pobres. Del otro lado, está Marco Tulio Cicerón (en
adelante solo Cicer¡n
)] el waoso orador] fl¡sowo] sacerdote]
poeta, político, ingenioso y buen narrador, uno de los señalados
para ser asesinado; un hombre que nunca dejó de utilizar sus talentos
retóricos para alardear de cómo había descubierto la terrible
conspiración de Catilina y salvado al Estado. Aquel fue su
mejor momento.
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