La guerra civil es el acontecimiento central de la historia de España del siglo XX:
no puede entenderse nada de lo ocurrido desde 1936 en España prescindiendo de la
guerra civil. Guerras y revoluciones hubo también en el siglo XIX: contra el invasor
francés, luego llamada de Independencia; entre las facciones absolutistas y liberales que
han pasado a la historia con el sobrenombre de carlistas; algaradas, levantamientos e
insurrecciones que esmaltaron la historia política desde la revolución de los años treinta
hasta la de 1868; guerras coloniales, interminables, y hasta una guerra relámpago contra
Estados Unidos en 1898. El recurso a la violencia fue habitual en las luchas políticas del
siglo XIX, tan acostumbrado a contemplar caídas de gobiernos y hasta de regímenes
empujados por la fuerza de las armas. Pero, a pesar de las muchas guerras y del
intermitente retumbar de los cañones, ninguna guerra civil agota la explicación del siglo
XIX, ninguna se ha convertido en razón de ese siglo. No ocurre lo mismo en el XX,
radicalmente impensable sin la guerra civil.
Esto es así porque, a diferencia de las guerras del siglo XIX que unas veces
acabaron sin un claro vencedor y otras dieron lugar a paces y componendas de diverso
signo, la guerra civil del siglo XX logró plenamente su propósito: un vencedor que
exterminó al perdedor y que no dejó espacio alguno para un tercero que hubiera
negociado una paz o hubiera servido de árbitro entre las dos partes. La guerra civil
redujo la complejidad y múltiple fragmentación de la sociedad española del primer
* Publicado en Niall Ferguson, ed., Historia virtual ¿Qué hubiera pasado si…?, Madrid, Taurus, 1999,
págs. 181-210.
España sin guerra civil - 2
tercio del siglo XX a dos bandos enfrentados a muerte, con el resultado de que el
vencedor nunca accedió a ningún tipo de reconciliación que mitigara los efectos de la
derrota de los perdedores y volviera a integrarlos en la vida nacional. Desde 1939,
España quedó brutalmente amputada de una parte muy notable de sus gentes y de su
historia; hasta 1975, España vivió de la guerra o de las consecuencias de la guerra, que
aun habrían de extender su sombra durante todo el periodo de transición a la
democracia.
De ahí que no se pueda pensar España desde el 18 de julio de 1936 sin la guerra.
Pero de ahí también que esta guerra, por la radicalidad de un enfrentamiento que
escindió en dos a la sociedad y volvió ilusorios todos los intentos de encontrar un
tercero neutral o árbitro, haya proyectado su ominosa luz sobre el periodo anterior
convirtiendo en clave metahistórica la imagen inventada por las generaciones
intelectuales de principios de siglo para interpretar su propio tiempo como una pugna
entre dos Españas1. La metáfora de las dos Españas, vieja y joven, oficial y real, muerta
y vital, se convirtió durante la guerra en la base de una nueva versión del gran relato de
la historia de España como una tragedia, no al modo liberal, como nación decaída que
habría de levantarse cuando el pueblo recuperara su libertad, sino al modo metafísico y
religioso, como destino inexorable de un enfrentamiento a muerte entre dos principios
eternos y excluyentes. Lo que en su origen fue una figura retórica para invitar a las
nuevas generaciones llegadas a su primera madurez en los años diez a romper con la
vieja política, se convirtió con la guerra civil en una muestra ejemplar del principio
hermético post hoc ergo ante hoc por el que la consecuencia pasa a ser causa de la
propia causa2: como la guerra civil escindió inevitablemente a España en dos, la
escisión de España en dos fue la causa inevitable de la guerra civil.
Liberarse del peso de ese relato de las dos Españas es requisito imprescindible
para imaginar una España sin guerra. Es hora de enterrar esas contabilidades que en
ninguna historiografía se aceptarían ni siquiera como figuras literarias capaces de dar
cuenta del complejo proceso de modernización social y política y de los obstáculos de
toda índole y las quiebras sociales a que ha dado lugar. Ciertamente, la metáfora de las
1 "Ahí las tienen ustedes: son dos Españas, contrarias, antagónicas, colocadas frente a frente", escribía
Ramiro de Maeztu en una de las primeras evocaciones de esta imagen: "Las dos Españas", Vida Nueva,
19 de noviembre de 1899. "Dos Españas, señores, están trabadas en una lucha incesante: una España
muerta, hueca y carcomida y una España nueva, afanosa, aspirante, que tiende hacia la vida", decía José
Ortega y Gasset en su conferencia "En defensa de Unamuno" 11 de octubre de 1914. Obras Completas,
Madrid, Alianza, 1983, vol. 10, pp. 266-267.
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dos naciones, o de las dos ciudades, no es una exclusiva española: antes que a España,
se ha aplicado a Inglaterra, a Alemania, a Francia, a Italia; pero la única nación en la que
ha alcanzado categoría metafísica capaz de explicarlo todo desde los orígenes ha sido
España3. A la vista de su persistencia, se hace preciso darle por completo la vuelta: fue
la guerra civil la que llenó de un falso contenido el relato de la dos Españas; no la
existencia de esas dos Españas la que permite explicar la guerra civil. Sólo cuando se
haya realizado esta inversión será posible pensar lo que hubiera podido ser la reciente
historia de España sin guerra civil
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