sábado, 12 de enero de 2019

Si los Reyes son los padres, los ‘menas’ son los niños

Cuando escuché a la antropóloga González Martínez sentenciarme "si vuelves hablando en politejo, prefiero que lo hagas y no volverte a ver más" Esta sentencia torció mi vida aparente de 17 años y me pilotó con la de "por tal cosa entiendo "" que me condujo a crear, junto a mi sobrino Augusto y mi amiga Ana, el "peculio", o diccionario de la mítica Lughonia y su hermana transmontana Ornia, siendo tierra de titanes que nunca genuflexionaron ante ninguno de los pueblos que ambicionaron tomarla sino que respondió con ataque y acoso como manifestación de su talante.
Hoy, en el curso de mis 70 años de vida aparente, llevo a bien el registro escrito en soporte electrónico, la crónica de este pueblo al que factualmente estoy unido desde que mis padres, los reyes elegidos de Lughonia Lughjoma y Lughmar me concibieron al finalizar aquel Septiembre, tras dos intentos fallidos de mis hermanos José Manuel y Mamerto y el exitoso de mi hermana Lughmade.

Si los Reyes son los padres, los ‘menas’ son los niños

La guerra de las palabras ha empezado y ésa sí que intenta colar una ideología

Pablo Casado visita la frontera del Tarajal en Ceuta, el pasado 3 de enero.
Pablo Casado visita la frontera del Tarajal en Ceuta, el pasado 3 de enero.  EUROPA PRESS
Por fortuna, ambos se equivocaron. Pero si al final los Reyes Magos fueran los padres, como propuso el Baltasar de Andoain en el lapsus más inquietante de las Navidades pasadas; o los niños no deben seguir creyendo en Santa Claus, como sugirió Trump a un pequeño que le telefoneó para felicitarle las fiestas y que acabó con un consejo de hombre a hombre por parte del presidente (“diviértete, chaval”); es posible que debamos plantearnos jugar a otra cosa: probemos a quitar el velo a las palabras disfrazadas para tapar verdades. No en el mágico mundo navideño, sino en el de la realidad.
La guerra de las palabras ha empezado, y sus armas toman forma de eufemismos, provocaciones y vocablos de una corrección política que, de tan insoportable, empieza a ser ineficaz. Los menas que Pablo Casado quiere devolver a sus países de forma acelerada no son acrónimos vivientes formados por la unión de elementos de dos o más palabras (en este caso menores extranjeros no acompañados), no. Son niños. Son menores no acompañados a los que el PP no sabe dar una respuesta humanitaria y a los que además utiliza para azuzar su nuevo toque xenófobo. El término “violencia de género” no convence a la Iglesia, que denuncia desde hace muchos años lo que considera una ideología, y no una realidad, ni a una derecha que ha encontrado en la “violencia doméstica” una forma de aniquilar de un plumazo la consideración especial que ha requerido la vulnerabilidad de la mujer en la realidad histórica de la convivencia en pareja.
A la izquierda, por otro lado, el lenguaje de la corrección política empieza a ser tan cargante que se aleja de la gente de carne y hueso. Devoren Lectura fácil (Anagrama, el último y genial premio Herralde, de Cristina Morales) y descubrirán cómo las cuatro protagonistas se ríen y nos hacen reír de las “soluciones habitacionales” del universo Colau, de la “vivienda digna-que-no-burguesa”, y de la gradación de la discapacidad como pasaporte a la “institucionalización”. Mientras la política se aleja de las personas, las personas se alejan de la política, y tal vez todos nos hemos vuelto inasequibles. Pero la guerra tiene un objetivo: si hay menas en lugar de niños; si hay violencia doméstica en lugar de machista; si hay gestación subrogada en lugar de madres de alquiler, se cuela una ideología —esa sí, ideología— deseosa de torcer la realidad.
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