jueves, 28 de abril de 2016

"¡Querida, has derribado un bombardero Heinkeli”







Lyuba Vinogradova explica en ‘Las brujas de la noche’ la valiente lucha de las aviadoras soviéticas contra los nazis y contra el machismo






La capitana de aviación Masha Dolina, del regimiento de bombardeo pesado 587, en 1941.


Mujeres que vuelan, que combaten, que vencen y que caen, acribilladas, abrasadas, destrozadas, víctimas incluso de “la peor de las muertes”: precipitarte desde el cielo, tras saltar de tu aparato ardiente, sin paracaídas. El mundo heroico, vertiginoso y terrible de la aviación de guerra, en femenino. En Las brujas de la noche (Pasado y Presente), la investigadora Lyuba Vinogradova (Moscú, 1973), colaboradora habitual y prestigiosa de los historiadores Antony Beevor (que firma la introducción) y Max Hastings, traza desde las mismas fuentes documentales originales y los testimonios directos la gran aventura de las aviadoras soviéticas de la II Guerra Mundial. Lo hace con una voz de mujer, atenta a detalles conmovedores que se suelen pasar por alto, como la separación de las familias, la dificultad de contar con ropa adecuada –al principio les suministraron vestimenta de hombre, incluidos calzoncillos- , las lágrimas cuando les cortaban las trenzas, el acoso y las chanzas de los compañeros pilotos masculinos, habitualmente pasados de vodka; el problema con los anticonceptivos (Vinogradova describe una escena en la que las aviadoras observan con envidia un condón capturado al enemigo, una rareza entonces) o la confección de lencería con la seda de los paracaídas de los aviadores alemanes derribados. Uno imagina lo que debía humillar eso a los pilotos nazis. Que te derribe una mujer ya es duro, se dirían los machos de la Luftwaffe, pero que se hagan las bragas con tu equipo…
“Los alemanes no tenían mujeres como combatientes en su ejército, no digamos pilotos”, explica a este diario Vinogradova. “Naturalmente, las aviadoras les provocaban mucha curiosidad. No obstante, a las que cogían prisioneras las trataban con enorme dureza”. De entrada, las desnudaban para comprobar el género. Cuando Lina Smirnova fue derribada, cuenta la autora, se pegó un tiro antes de que la cogieran.
La emoción de las victorias era la misma que la de los hombres, expresada a veces de modo particular. “¡Has derribado un Heinkel, querida!”, le espetó su mecánica a Lera Khomyakova al aterrizar tras un combate contra una formación de bombarderos alemanes. Inmediatamente el resto de chicas del personal de tierra la rodeó y la besaron. La aviadora cayó poco después. Encontraron su cuerpo en un campo de girasoles.
¿Fue la lucha contra el machismo en sus propias filas tan dura para las aviadoras como la guerra contra los alemanes? “Comparadas con la mayoría de las mujeres en el ejército soviético, que constantemente sufrían acoso sexual y a veces violencia sexual, las aviadoras eran un grupo privilegiado. El acoso abierto no se toleraba. Sin embargo había mucha discriminación. Los hombres se apropiaban de los cazas de ellas, ninguneaban a las aviadoras, las llamaban ‘muñecas’. Un ejemplo clásico son las exclamaciones de los pilotos hombres en el campo cerca de Stalingrado cuando les informaron de que un regimiento de bombardeo femenino llegaba: ‘¡A cubierto, hay chicas tratando de aterrizar!’. La gran aviadora Raisa Belyaeva, que había participado en shows aéreos antes de la guerra, tenía que escuchar al comandante del regimiento de cazas en que combatía decirle: ‘No quiero enviarte de misión, eres demasiado bonita’, lo que, por supuesto, ella se tomaba como un insulto. Las mujeres, que muchas veces poseían más experiencia de vuelo que sus camaradas masculinos tenían que probar constantemente su habilidades y su coraje”. Paulatinamente, dejándose la piel, se ganaron el respeto.


La aviadora rusa Marina Raskova.

La URSS movilizó a sus mujeres en la lucha a vida o muerte contra los nazis como nunca se había hecho ni se ha vuelto a hacer: cerca de un millón engrosaron las filas del Ejército Rojo en todos los puestos: zapadoras, tanquistas, francotiradoras (a ellas dedicará su próximo libro Vinogradova), servidoras de ametralladora, ganando 92 el rango de Heroínas de la Unión Soviética, 50 a título póstumo. Fueron las soviéticas las únicas mujeres del mundo que en ese sangriento conflicto pilotaron aviones en misiones de combate, enfrentándose de tú a tú en numerosas ocasiones a los mismísimos ases de la Luftwaffe de Hitler, para sorpresa, a veces letal, de estos.
“Cuando veo un aeroplano con las cruces negras y la esvástica en la cola, tengo un solo sentimiento: odio; esa emoción hace que apriete aún más firmemente el disparador de mis ametralladoras”, decía la frágil y minúscula, pero tan corajuda y vital, Lilya Litvyak, la Chica Vengadora, el Lirio Blanco de Stalingrado y Kursk, a la que se atribuía haber derribado a un as de ases alemán, que quedó patidifuso cuando le presentaron al rival que le había vencido. Se dice que trató de besarle la mano, pero Vinagrodova apunta que es un cuento de la propaganda. Litvyak, la aviadora de caza más famosa, con 12 derribos confirmados, desapareció a los 21 años los mandos de su Yak-1 con el número 18, como un Saint-Exupéry en femenino o una Amelia Earhart de kaki, durante una misión en agosto de 1943. Hasta 1979 no se encontraron sus restos identificados en parte, precisamente, por fragmentos de ropa interior, especialmente un brassiere, confeccionado con seda de paracaídas. Resultaba claro que se trataba de un piloto particular.
¿Estaba realmente Litvyak a la altura de su leyenda? “ Era pequeñita y muy guapa, con ojos verdes, un cabello precioso y muy buen tipo, era una gran bailarina. Le encantaban las ropas bonitas y flirteaba con los pilotos jóvenes. Era estilosa. Como muchas otras, quería ser buen piloto sin dejar de ser una mujer atractiva. Y a la vez tenía muchísimo carácter. Su coraje era el de un demonio temerario”.


Avión de las Brujas de la Noche capturado por los alemanes.

La historia favorita de Vinagrodova tiene que ver con Litvyak: “En una ocasión, tras un combate, realizó un aterrizaje forzoso en un terreno con la hierba muy alta. Dos soldados soviéticos corrieron a rescatar al piloto. No lo encontraban. Entonces escucharon la voz aguda de una chica: ‘Yo soy el piloto’. Lilya era tan bajita que no podían verla en la hierba alta”.
Litvyak, explica Vinagrodova, era de armas tomar. Fue sancionada numerosas veces por desobediencia y comportamiento indecoroso. Se hizo amante del as de caza Salomatin, con el que volaba en pareja y que se estrelló poco antes que ella en un caso de “holiganismo acrobático”.
¿Cómo era el amor y el sexo para esas chicas aviadoras? “Eran muy jóvenes y al principio el estado de ánimo dominante era ‘la guerra no es lugar para romances’. Después mientras la contienda se alargaba se dieron cuenta de que no podían esperar hasta el final para que la vida recomenzara, porque la guerra era su vida en ese momento y resultaba muy posible que no hubiera otra después, dado que tantas estaban muriendo. Muchas volvieron de la guerra ya casadas, y otras muchas perdieron a sus compañeros en combate”. La escritora menciona numerosos idilios y al menos un caso de amorío homosexual.


Lilya Litvyak.

Las mujeres en la aviación de la URSS en la segunda contienda, destaca Vinagrodova, no solo pelearon a los mandos de cazas y bombarderos y fueron tripulantes, observadoras, radiotelegrafistas o artilleras, sino que formaron el escalón de tierra de las escuadrillas como mecánicas, suministradoras de munición o combustible. De hecho el Ejército Rojo tuvo en su fuerza aérea tres regimientos completos compuestos únicamente de mujeres: uno de caza (586) otro de bombardeo pesado (587) y un tercero de bombardeo nocturno (588). Este último era el de las Brujas de la Noche, nombre que da título (de manera algo reductiva) a la edición española del libro de Vinogradova (originalmente Defending the Motherland). “La leyenda sostiene que ese nombre se lo pusieron los alemanes, a los que acosaban continuamente con sus frágiles avioncitos, los insustanciales biplanos de entrenamiento U- 2 (Po-2), de contrachapado, a los que denominaban por su sonido máquinas de coser. Pero yo creo que se bautizaron así ellas mismas. Son admirables, se requería muchísimo valor para combatir en esos aparatos que se incendiaban a la mínima. Muchas tuvieron una muerte horrible. En general, entre las mujeres pilotos y navegadoras que combatieron en unidades de primera línea las bajas fueron tremendas. Quizá un tercio. Es difícil de cuantificar. En el regimiento de bombardeo nocturno, donde las bajas se cubrían con el propio personal, las muertas y heridas ascendieron al 50 % de los efectivos iniciales del regimiento”.
Las aviadoras tenían distintas procedencias, estudiantes, campesinas, obreras. Muchas de ellas se habían adiestrado en las escuelas de vuelo del Komsomol, las juventudes comunistas. Para otras, como para sus equivalentes masculinos, la guerra proporcionaba la ocasión para cumplir el sueño de volar. Lo hicieron en condiciones durísimas, matándose en accidentes y combates. En la guerra no tiene rostro de mujer (Debate), la Nobel Svetlana Alexiévich, recoge el testimonio de una de las Brujas, Aleksandra Popova –fallecida a los 91 años en 2013-, de que a algunas se les retiró la menstruación por el estrés. Pero, como testimoniaba otra aviadora, la capitana Klaudia Térejova:”¡Las chicas volábamos y derribábamos a los ases de la aviación! Los hombres nos observaban perplejos. Nos admiraban”.
Entre la galería de las aviadoras destacan la gran Marina Raskova, que ya era una pionera de la aviación, artífice de los regimientos femeninos y que además era agente secreta del NKVD de Beria; su lema fue: “Podemos hacerlo todo”.
¿Qué ocurrió con las aviadoras supervivientes tras la guerra? “Muy pocas permanecieron en el ejército. De hecho solo se las había reclutado a causa de la guerra. Muchas de las que habían sido pilotos civiles antes volvieron a su profesión. Pero la vida de piloto es difícil de combinar con crear una familia. Las pocas que permanecieron en la fuerza aérea fueron desalentadas por sus comandantes: la patria las había necesitado durante la guerra, les dijeron, pero luego tenían que marcharse y dejar el trabajo de los hombres a los hombres”.
¿Se recuerdan hoy en Rusia las aventuras de las aviadoras? “Los rusos en general están muy orgullosos de los héroes y heroínas de la Gran guerra patriótica. Sin embargo, muchos o la mayoría aún prefieren la versión de la propaganda soviética a las versiones más auténticas. Las mujeres pilotos de las que he escrito no son muy conocidas, excepto las más famosas de ellas como las Brujas de la Noche”. Hoy, dice Vinagrodova, ya no queda ninguna de aquellas valientes aviadoras. “Cuando empecé las entrevistas en 2009 aún pude hablar con algunas. Estaban muy orgullosas de lo que habían hecho, ¡y yo muy orgullosa de ellas!”. ¿Cuál fue su contribución real al esfuerzo de guerra y a la victoria? “Un regimiento de aviación, aunque contara solo con una docena de pilotos era algo muy precioso en el frente del Este: el ejército rojo sufría una gran escasez de aviones y de pilotos experimentados. Los tres regimientos de mujeres sin duda fueron muy útiles. Jugaron además un importantísimo papel en levantar los ánimos de lucha tanto de las mujeres soldado como de las civiles que cargaban un gran peso sobre sus espaldas”.


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