martes, 25 de junio de 2019

Viviendo y muriendo, "rematadamente salao"

No es mi deseo que tu vida se vea entorpecida por mi presencia. He de saber esperar, como lo vengo haciendo, en silencio y sin presencia. Llegará en muerte de ambos cuando nos re-encontraremos para hablar del presente continuo, el espacio sin origen en el tiempo.

Yo no utilizo recurso alguno alguno para comunicarme. No busques en el camino ni en "red social" alguna. No confundas identidades, no estoy en Facebook. Me han dicho que estoy. No estoy, falsean mi identidad para hacer daño. Nunca me publicité.

Me comunico con tres personas y lo hacemos con un recurso propio, no comercial, con fines familiares, hijos y sobrina.

La "vida" la entiendo como un hiperciclo resultante de la intersección de dos subciclos: aparente, o vivir y latente, o morir.

En la cultura lughona, el hiperciclo, o vida, está constituido por ciclos anuales anudados por el nacimiento/muerte. A su vez constituido por concepción (plan de familia), gestación (9 meses), nacimiento (2 horas), dependencia (3 meses), bautismo (6 años), confirmación (14 años), participación (85 años), cesión 14.000 años), rendición, o amor (0 tiempo).

Desde los catorce años salgo todos los días en mi querida barca para pescar el pez espada anhelado, no deseado. No podría vivir pensando que lo arponeé para tenerlo. Prefiero salir todos los días para ver su lomo cuando salta, pensando que  es lo hace para saludarme.

Si no lo habéis leído, hacerlo en familia, de pié y en voz alta. Yo, ya rematadamente salao, lo sigo leyendo. Con menos de catorce años lo leí tumbado bajo un manzano, siendo día grande de Santa María de Lughonia, en segunda quincena de Agosto (A).


Ernest Heningway
El viejo y el mar

Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota. 
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello

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