jueves, 28 de febrero de 2019

Séis años. Hay que explicar el arte, herramienta básica de la ontogenia y la filogenia.

Cumplidos seis años acudí a recibir la primera comunión.

Mis padres y el abuelo nos llevaron quince días a Madrid a mi hermana y a mi. Estuvimos en la casa de Almagro 36.

El propósito era visitar el Prado y leernos dos cuadros, Las Meninas y La rendición de Breda.

En aquel tiempo sentí sobre mí el peso del calor de Madrid.

Al llegar, el abuelo cerró la puerta de la casa y le dijo a mi madre “Marina, lee aquí” mientras bajaba un listón de madera que impedía la apertura de la puerta. Le señalaba con la mano abierta, mientras mi padre me cogía en sus manos.

Mi madre leyó “Amalia y Augusto siguen unidos” las letras eran azules cobalto sobre fondo blanco.

Mi padre me bajó, a la vez que mi hermana ponía sus manos sobre mis hombros.

El abuelo le dijo a mi padre: “Esto está escrito desde que Amalia fue obligada a casarse. Como ves, para abrir la puerta tiene que hacerse desde dentro. Amalia conocía a su asesino. Este es de su familia” y ya lo sé, los dos sabemos quien es. Lo pagará con su vida.

Lo haces, pero no seas impulsivo.

Venga, venir conmigo, nos dijo mamá tomándonos por las manos. 

En la mañana siguiente mamá se vistió con pantalones y una camisa larga de fondo blanco y rayas verticales decrecientes en anchura de izquierda a derecha y color azul de distintas tonalidades.

Me voy a la peluquería. A la una os recojo a todos para desayunar.

A la hora cercana se presenta con pelo corto y peinado con brillantina hacia atrás.

Mi padre se levantó, la invitó a sentarse sin mediar palabra, a la vez que el abuelo no decía nada, mi hermana me cogió la mano que me hizo volver la cabeza mirándonos a nuestros ojos pasmados. Nos dejó perplejos el corte de pelo, nunca visto.

Salimos, un taxi esperaba. Nos subimos y llegamos a un hotel donde un matrimonio nos recibió. Se besaron. Estos son los niños, dijeron a mi madre. Se conocían.

Allí hicimos desayuno con largo hablar de ellos cinco.

Regresamos a casa. Nos aseamos y nos fuimos a un comedor de color marrón oscuro. La mesa estaba puesta. Tras sentarnos, a la puerta se presentó una mujer de negro que se dio la vuelta tras asentir mi madre con su cabeza.

El abuelo y mi padre se cruzaron las palabras “no la quiero ver aquí”, dijo mi padre.

Tras servirnos la comida y estando nosotros tomando una manzanilla, no volví a ver más a la mujer. Con el paso de los años supe qué había pasado con ella en 1917.

Al día siguiente acudimos al Museo y hablaron ante la “La rendición de Breda”

Ese día mi madre portó con ella papel de gran formato entre cartones.

Dos días más tarde, mi madre y el abuelo nos dieron una lección de composición sobre papel de un metro cuadrado, con cuadrícula. Comprendí qué era una composición  espacial y de policromía.

Esta última me señaló mi madre el significado de la trenza de tres colores que mi padre llevaba a modo de corbata en el cuello de una camisa sin botón superior.

Allí le pregunté porqué ocre, verde y azul.

Asturias tiene una bandera y esta tiene tres colores tejidos con sangre. Bueno, Marina, dijo mi padre, no asustes a los críos. Con sangre, fuego e historia, tan grande que no hay tela tejida para identificarla. Sí, replicó mi padre. Pues sí, replicó el abuelo. Al unísono, nosotros concluimos “Asturias” No burlarse de nuestro Pueblo, concluyó mi madre.


Recomiendo leer blog para una lectura interpretativa.

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