sábado, 14 de mayo de 2016

Que deseaba ser de mayor cuando era joven




Lo que me hubiese gustado saber a los 20 años




Nuevo libro de Leopoldo Abadía que se titula Yo de mayor quiero ser joven, siempre corre el peligro de que alguien le pregunte: "De joven, ¿qué quería usted ser de mayor?"

Han pasado muchos años y, de verdad, no me acuerdo de lo que quería ser de mayor. Supongo que, como siempre me ha pasado, pensaba algo así como "me dejaré llevar y ya veremos lo que sale".

Nunca pensé que lo que saldría sería esta vorágine de libros, teles, radios, conferencias. Nunca.

Ahora me paro. Me cuesta un poco pararme, pero me paro. Echo la vista atrás, 62 años y medio atrás, y pienso qué me hubiera gustado saber a los 20 años. Lo que me apetece es contestar: "¡y yo qué sé!", y tema resuelto. Pero quiero escribir un artículo y con esa exclamación, ni artículo ni nada. Exclamación y se acabó.

Parto de la base de que a los 20 años me hubiera gustado saber unas cuantas cosas. Lo pienso y escribo, tal como me salen y no por orden de importancia. Seguro que me dejo alguna.

Allá voy.

Me hubiera gustado:

1. Conocer lo que me ha dado por llamar "el mundo de la farándula". Cosa que, en aquellos momentos, era difícil, porque, aunque no os lo creáis, prácticamente no existía. Hace 62 años y medio no había televisión. Sí había radio. Pero no existía Belén Esteban, ni Arturo Valls, ni Risto Mejide, Bertín Osborne, Mario Vaquerizo o Alaska. ¡Nadie!

Había locutores de radio y periodistas. Y yo, en mi fuero interno, a todas esas personas las consideraba como "de segunda fila", gente que escribía o hablaba por la radio porque de algo tenían que vivir.

2. Saber leer los periódicos. A su vez, esto tiene dos partes: a) elegir los periódicos -pocos- que vas a leer, y b) saber cómo los vas a leer.

Me encuentro con muchos -he dicho muchos- chavales que no leen ni un solo periódico. Con la excusa -he dicho excusa- de los periódicos digitales, no los leen porque no tienen tiempo -ni ganas- de leerlos y desprecian los de papel porque se ensucian las manos.

Eso hace que no sepan quién es Mario Conde, que piensen que la Unión Europea se creó a la vez que el mundo, y que los que sabemos quién fue el primer embajador de España ante lo que entonces se llamaba "Comunidad Europea" seamos unos dinosaurios ilustrados (lo que tiene una parte de verdad en lo de "dinosaurios").

También pueden saber que hubo un presidente norteamericano que se llamó Eisen de nombre y Hower de apellido, catástrofe cultural de la que he sido testigo en primera fila.

3. Siempre supe que había que ser optimista. Pero lo supe con la antigua definición de optimismo: "propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable". Y como todavía yo no había inventado la nueva definición ("luchar con uñas y dientes para salir adelante en una situación concreta"), a veces me fallaba la vieja. Pasaron muchos años hasta que aprendí a manejarme con la nueva.

4. También supe siempre que tenía que ser decente. Pero, otra vez más, he actualizado una definición: la de decencia.

Me hablan de la globalización de la indecencia. Cuando tenía 20 años había indecentes, claro que sí. Lo que pasa es que ahora la revolución en las comunicaciones nos ha cogido a contrapié. Las redes sociales nos han arrollado y, además, sin remedio. Y lo que es un instrumento formidable de comunicación entre personas y de transmisión de noticias, de conocimientos y de cosas buenas, también puede utilizarse para hacer daño.

5. Esto trae consigo que lo anormal pueda ser considerado como "normal"porque se hace muchas veces y me preocupa porque estoy convencido de que lo anormal, cuando se hace muchas veces, no se convierte en normal. Se convierte en anormal frecuente, que es muy distinto. No lo sabía y no me hubiera ido mal saberlo.

6. A los 20 años no sabía que hay que perdonar las faenas -grandes o pequeñas- que alguien te haga. No lo sabía porque a esa edad te han hecho pocas faenas -el suspenso que te puso un profesor porque te tenía manía o el chaval de tu pandilla que se fue a un guateque con la chica que entonces te gustaba-. Faenillas que no hace falta que perdones, porque en el minuto siguiente se te han olvidado. Has aprobado (copiando) otra asignatura y te has ido de fiesta con una chica mucho más guapa que la anterior.

7. Eso lo he aprendido después, cuando las faenas han sido más gordas, y cuando he visto personas que han decidido no perdonar nunca y, peor, montar campañas y constituir organizaciones dedicadas a mantener el odio en una nación, cueste lo que cueste (que suele ser mucho).

8. Me hubiera gustado, a los 20 años, tener criterio en política. En aquel momento no lo tuve -ahora, por lo menos, intento tenerlo- porque mi padre me dio un consejo que lo he recogido en algún libro: "Hijo, no te metas nunca en política".

Y como siempre obedecí a mi padre y siempre me fue bien, aquí también le obedecí. Eso trajo como consecuencia que, al leer el periódico, me saltase la sección de "Política" y saltase automáticamente a la de "Deportes". Por eso, hoy me acuerdo de que Inchausti, Uriarte, Deva, eran el portero y los dos defensas del Zaragoza cuando tenía 20 años, y no me acuerdo quiénes eran los ministros del gobierno de España.

9. A los 20 años ya sabía que había que trabajar mucho. Mis padres nunca me dijeron que el trabajo era un castigo, porque no lo es, y me dijeron que el castigo era el cansancio. Pero como a los 20 años no me cansaba, trabajé y me divertí. Luego llegaron los 30, 40, 50, 60, 70 y 80 años, que, escritos así, me parecen una barbaridad, y seguí trabajando y divirtiéndome, cansándome cada día más. Por eso, cuando uno se hace mayor, hay que compensar el mayor cansancio con la mayor diversión en el trabajo, lo que, en confianza, cuesta bastante.

10. A los 20 años no sabía la importancia que tiene la familia en tu vida. Era hijo único, y tengo que agradecer a mis padres que, a los 17, me mandaran a Barcelona a un Colegio Mayor, que estaba muy bien, pero donde me mimaban bastante menos que en casa.

Luego, cuando me casé y vinieron los hijos, y vinieron y vinieron, hasta llegar a 12, me di cuenta, otra vez, de que, como en casa, en ningún sitio.

11. En teoría, también sabía a los 20 años que los amigos tenían mucha importancia. Ahora lo sé mejor porque, gracias a Dios, tengo más. Y apoyarse en la familia y, cuando sales a la calle, en los amigos, te da una sensación de seguridad enorme.

Y cuando, como es mi caso, has quedado con dos amigos de toda la vida en reunirnos por primera vez en muchos, pero que muchos años, haciendo uno de ellos 300 kilómetros por venir a comer juntos, piensas que ha valido la pena esperar tanto tiempo. Y sabes que, al minuto de sentarnos en la mesa del restaurante, uno -o los tres- empezará -empezaremos- a hablar y, unas horas después, el que viene desde fuera tendrá que esprintar para no perder el AVE.

Releo el artículo. Esperaba más de mí. Creía que, a lo largo de la vida, habría aprendido muchas cosas muy importantes y he sido capaz de aprender solo 11, importantes, sí, pero que ya las sabía. O las intuía. O las sabía y ahora las he completado.

Como he dicho al principio, es muy posible que me haya olvidado alguna. Pero pienso que si una cosa no se me ocurre a la primera, es que no es fundamental.

Ahí os dejo con las 11. Si dividís 82 por 11, sale que cada 7,45 años he aprendido una cosa seria. No es mucho. Pero "eso es lo que hay".

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