Días atrás anotaba acerca del Mercado y el final de El Capital. cuando el Sistema de Mercado alcance su condición de "abierto", será el momento del "último Hombre" y, con ello, el nacimiento del Superhombre y la muerte del último Hombre/Trabajo; una nueva onda evolutiva aparece en el parque del Universo evolutivo. De nosotros dirá el Superhombre que fuimos el eslabón entre el homo esclavo, comedor de residuos, a los que dio el nombre de "dinero" y el Superhombre, u "homo colaborador" en contraposición del otro, u "homo competidor". Este, deseoso de ser reconocido por los suyos, o megalothymico.
Es aconsejable leer a Fukuyama en su "El último hombre" y "El fin de la historia"
FRANCIS
FUKUYAMA
EL
FIN DE LA HISTORIA Y EL ÚLTIMO HOMBRE
UNA
VISIÓN OPTIMISTA DE LA EVOLUCIÓN DE LA HISTORIA
POR
VICENTE HUESO GARCÍA
FUKU
YAMA, Francis. The end of History and the !ast man, editada en 1992
en Nueva York por The Free Press (edición española traducida en
1992 y publicada por Edi torial Planeta, Barcelona) 3, 1 capítulos y
463 pags.
El
autor nació en Chicago en 1952, se formó en las úniversidades de
Harvard y Vale. Doctor en Filosofía y Letras, y ha sido director
adjunto de planificación política en el Departamento de Estado y
asesor residente de la Corporación Rand en Washington D.C.
La
obra resulta particularmente interesante para estudiosos de la
ciencia política y de la sociología así como aquellos que se
interesen por la evolución del orden mundial.
Con
el hundimiento del comunismo se ha vuelto a reavivar el debate sobre
hacia dónde avanza la humanidad A. lo largo de los tiempos ciertas
doctrinas y pensadores si bien desde diferente ópticas, compartían
la idea de que la historia tiene su fin como consecuencia de la
existencia de una historia universal de la humanidad moviéndose
hacia una meta. Esta idea estaba implícita en la concepción
cristiana de una historia finita que se acaba con la nueva venida del
Mesías, pero es igualmente inherente a la secularizada idea de
progreso, que va centrando el sentido de la historia en el desarrollo
de la libertad.
Tanto
para Hegel como para Marx, la evolución de la sociedad universal no
es infinita, sino que acabaría cuando la humanidad hubiese alcanzado
una forma de sociedad que satisficiera sus anhelos más profundos y
fundamentales. Para Hegel, el fin de la historia llegaría cuando en
la sociedad no existieran contradicciones, es decir, cuando se
alcanzara la democracia liberal; mientras que para Marx ese fin era
una sociedad comunista. Sin embargo, para Nietzsche la historia
termina más bien en un profundo gemido, puesto que el fin de la
historia sumirá al mundo en un violento caos de guerras mundiales
del que acabará surgiendo un nuevo sentido. Por tanto, el «fin de
la historia» debe entenderse como el último estadio de la evolución
de la sociedad.
Francis
Fukuyama volvió a plantear esta vieja cuestión en 1989, una vez que
el comunismo había caído, en un artículo publicado en la revista
The National lnterest, origen de este libro. En él, se argüía que
la democracia liberal podía constituir «el punto final de la
evolución ideológica de la humanidad», la «forma final de
gobierno», y que como tal marcaría «el fin de la historia».
Los
argumentos vertidos en aquel artículo provocaron las más diversas
reacciones, aunque las críticas superaron a las alabanzas. El libro
posteriormente publicado intenta matizar profundizar obre su tesis
original: «Si al final del siglo XX tiene sentido que hablemos de
nuevo de una historia direccional, orientada y coherente, que
posiblemente conducirá a la mayor parte de la humanidad hacia la
democracia liberal».
«The
end of History» es acompañado, en el libro, por ,
donde analiza la evolución y el papel del ser humano en el último
estadio de la historia. La contribución de Fukuyama procede de la
interpretación de la dialéctica de Hegel sobre la historia, y de la
interpretación que sobre este filósofo lleva a cabo el ruso
Alexandre Kojéve. La historia humana se debe entender como un
diálogo o una competición entre diferentes regí menes o formas de
organización social. Las sociedades se refutan unas a otras, a veces
mediante la conquista militar, otras veces por la superioridad
política o militar. Cada estadio elimina algunas contradicciones de
la etapa anterior, hasta que con el paso de los siglos se llega a una
sola forma de organización social, la democracia liberal. Ante la
falta de contradicciones internas de este sistema dejan de existir
alternativas en ese momento se ha llegado al «fin de la historia»,
es decir, a la etapa final de la evolución de la humanidad que el
autor denomina «post-histórico».
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Para
dar respuesta adecuada al planteamiento de partida, el libro lo
divide en cinco partes. La primera analiza las razones que han
llevado a la humanidad, en este presente siglo, a ser más pesimista
en términos históricos y por qué ahora se puede volver a plantear
de nuevo la posibilidad de estar desembocando en una historia
universal.
En
la segunda parte analiza la ciencia natural moderna como motor de la
historia, ya que da dirección y coherencia. La dirección que marca
la ciencia es una evolución hacia el capitalismo. La coherencia
significa que la misma produce un efecto de uniformidad en todas las
sociedades. Sin embargo, la ciencia natural moderna aunque es
suficiente para explicar la uniformidad de las sociedades modernas y
su evolución, no explica por qué la democracia liberal se va
extendiendo por doquier y por qué las otras ideologías han
fracasado en los umbrales del siglo XXI. Por eso, en la tercera parte
presenta una segunda interpretación del proceso histórico, paralela
a la segunda, pero dando un mayor protagonismo al hombre entero y no
sólo a su lado económico El centro de su argumentación va a ser el
«reconocimiento». El deseo de reconocimiento por parte del hombre
en genera y de las distinta sociedades en particular, ha sido el
origen de la tiranía, del imperialismo y del dominio. Fukuyama
demuestra que la democracia ha sabido transforma el reconocimiento
personal fuente de conflicto, en un reconocimiento universal,
mejorando la convivencia de la sociedad en general. Es por ello que
la democracia liberal es el fin de la historia, pues ha conseguido
erradicar las contradicciones.
En
la cuarta parte del libro, una vez analizado el reconocimiento como
motor de la historia, éste permite re-interpretar muchos fenómenos
como la cultura, la religión, el trabajo, el nacionalismo y la misma
guerra. También analiza cómo serán las relaciones internacionales
los nacionalismos y la guerra entre naciones que dispongan de un
sistema democrático liberal y entre éstas y aquéllas que no hayan
hecho la transición hacia el final de la historia.
En
la quinta y última parte del presente libro se ocupa de la cuestión
del «fin de la historia> y, del ser humano que surge de él, .
El
siglo XIX fue un periodo de optimismo pues en su conjunto reinó la
paz y aumentó el bienestar material. Los elementos que fundamentaron
ese optimismo fueron por un lado, los avances de la ciencia moderna,
que mejoraron el bienestar material de los hombres y por otro, la
creencia de que la democracia liberal terminaría por reinar en el
mundo, al ir corroyendo a los sistemas totalitarios de la época.
Pero esas esperanzas se hicieron trizas con el advenimiento en el
siglo XX de las dos conflagraciones mundiales. Las guerras crearon
una desconfianza y un hondo pesimismo, especialmente en Europa. Estas
crisis plantearon los primeros interrogantes, ¿hay realmente un
progreso histórico -lo que significa que la humanidad progresa en
una determinada dirección- o más bien la historia es cíclica? La
ciencia, unos de los pilares del progreso, demostró que también
tenía su cara maligna, al poder producir graves daños a la
humanidad, si no estaba sustentada por un progreso moral paralelo al
hombre. La democracia liberal, el otro pilar, estaba siendo desafiada
por los totalitarismos y como afirma Fukuyama: «En nuestro tiempo,
una de las manifestaciones más claras de pesimismo fue la casi
universal convicción de la permanencia de una vigorosa alternativa
comunista-totalitaria la democracia liberal occidental».
Sin
embargo, los acontecimientos de la segunda mitad del siglo,
especialmente la caída del comunismo la desaparición de un mundo de
bloques, el hundimiento de muchas dictaduras, tanto de izquierdas
como de derechas, y el florecimiento en su lugar de democracias
prósperas y estables ahogó ese pesimismo incipiente, rebrotando la
vieja cuestión de la existencia de algo así como una historia
universa dl e la humanidad y la utilidad de la acumulación de las
experiencias anteriores para dar rumbo a la sociedad hacia una
determinada meta en su conjunto.
Fukuyama
cree que la historia sigue una carretera donde no es posible el
cambio de sentido, si bien la trayectoria seguida no es recta, ya que
el camino tiene curvas, vaivenes y algún bache que otro. Las
irregularidades de la carretera son los acontecimientos horrendos
ocurridos en la evolución de la humanidad (el holocausto o las
guerras fratricidas), pero en ningún momento esos accidentes, por
sangrientos que sean, anulan
la evolución de la sociedad universal. La historia tiene dirección
porque la evolución de la sociedad está en gran parte condicionada
por la ciencia moderna y el conocimiento científico.
Los
progresos de la ciencia condicionan la organización de las
sociedades.
Los
ejércitos, por ejemplo, han ido variando sus estructuras de acuerdo
con la sofistificación de las armas, y a su vez, la amenaza de la
guerra obliga a los Estados a reestructurar sus sistemas sociales de
tal modo que faciliten la producción y el despliegue de la
tecnología. Otra manera en que la ciencia natural moderna produce
cambios históricos direccionales es a través del desarrollo
industrial. La industrialización es una consecuencia de la
aplicación de las distintas tecnologías pero esa industrialización
ha producido ciertas transformaciones sociales en todas las
sociedades, como la división del trabajo o la propia urbanización.
Es por eso que el autor afirma que:
«Si
el dominio de la ciencia natura! moderna es progresiva e
irreversible, entonces la historia es direccional y las demás y
diversas consecuencias económicas, sociales y políticas que fluyen
de la misma son también irreversibles, en cualquier sentido
fundamental que se las tome».
Fukuyama
considera que la ciencia conduce, de modo necesario, al capitalismo.
Los avances tecnológicos requieren del sistema flexibilidad, o lo
que es lo mismo, capacidad de adaptación ante la aparición de
nuevos acontecimientos. La descentralización en la toma de
decisiones y la iniciativa personal son básicas para mantener la
competencia, para recibir y enviar la adecuada información o, para
cambiar los procesos de producción. Las economías de planificación
centralizada han carecido de una atmósfera de libertad para pensar y
comunicar y por tanto, para innovar.
También
este tipo de economía ha destruido el incentivo del capital humano
para progresar. Prueba de lo anterior ha sido el fracaso de la URSS,
al no poder mantener el mismo ritmo de crecimiento económico de los
Estados capitalistas dando lugar a la transición de una economía
centralizada a otra capitalista. También es el caso de China y de
los países de la Europa del Este. Hoy se observa, que tanto el
Primero, Segundo y Tercer Mundo, y con independencia de sus
respectivas culturas, se está creando una cultura universal
económica: “el capitalismo”, por ser la que mejor se adapta al
progreso científico.
Aunque
el capitalismo contribuye a que, en lo político, se implante la
democracia liberal no es por sí sola razón suficiente. Las
interpretaciones eco nómicas de la historia son incompleta se
insatisfactorias pues el hombre no es simplemente un animal
económico. El hombre no sólo se mueve por instintos naturales, sino
que como ser social, también busca el «reconocimiento» (lo que
comúnmente se llama autoestima) de los demás miembros de la
sociedad. En ocasiones, la búsqueda de reconocimiento le hace
contravenir sus instintos naturales. El arriesgar la vida para
alcanzar una hazaña es un claro ejemplo de subordinar el instinto de
conservación de la vida por el deseo de prestigio .El reconocimiento
pues es el segundo motor de la historia que explica la evolución de
la sociedad hasta alcanzar la democracia liberal.
«El
problema de la historia humana puede verse, en cierto sentido, como
la búsqueda de la manera de satisfacer el deseo de reconocimiento
mútuo e igual de señores y de esclavos; la historia termina con la
victoria de un orden social que alcanza esta meta».
Partiendo
del «primer hombre» de Hegel, el autor muestra como el
reconocimiento ha impulsado la evolución de la historia. El deseo de
reconocimiento tiene dos manifestaciones la, «megalothymia», o
deseo de ser reconocido el mejor o el superior respecto a los demás,
y la «isothymia» o deseo de ser reconocido como igual con relación
a los otros ciudadanos.
La
megalothymia es una pasión que puede crear grandes problemas en la
vida política y de hecho así ha sido.
A
lo largo de la historia, la megalothymia ha tenido diferentes
manifiestaciones. En la sociedad estamental unos pocos, la nobleza,
materializaban el deseo de superioridad dominando a los plebeyos y a
los esclavos. El imperialismo estaba impulsado por la búsqueda de
una posición de superioridad de una nación frente a otras, las
conquistadas. Este deseo también ha servido para comprender el
comportamiento de determinados personajes históricos como Stalin o
Hitler.
Las
diferentes sociedades estamentales, imperialistas o despóticas no
podían ser el fin de la historia porque tenían contradicciones en
su seno.
Tanto
los que ocupaban una posición de dominio como los esclavos estaban
insatisfechos porque:
«El
señor desea el reconocimiento de otro ser humano, es decir, el
reconocimiento de su valor y dignidad humana por otro ser que posea
valor y dignidad: pero al vencer en el combate por el prestigio, se
encuentra reconocido por alguien que se ha convertido en esclavo...
El esclavo está también insatisfecho porque no goza de
reconocimiento. Pero esta total ausencia de reconocimiento es lo que
conduce al esclavo a desear cambios».
Siguiendo
el pensamiento hegeliano, la democracia liberal es la única forma
política que ha conseguido evitar esas contradicciones. Tres son las
razones que destaca Fukuyama para significar que la democracia
liberal es el último estadio de la historia. Primero su racionalidad
porque reconcilia la exigencia de reconocimiento del individuo como
ser humano.
Segundo
su universalidad porque reconoce a todos los miembros iguales, con
independencia de la ideología, raza o creencia. Tercero su
homogeneidad porque crea una sociedad sin clases. Las dos fuerzas
motrices que hacen avanzar hacia el final de la historia son la
ciencia natural moderna y la lucha por el reconocimiento.
El
deseo de reconocimiento pues, es el eslabón perdido que permite
relacionar la economía liberal y la política fundamentada en la
democracia liberal; ya que el desarrollo económico favorece las
condiciones más adecuadas para que las personas no sólo encuentren
cubiertas sus necesidades básicas, sino también el reconocimiento
que desean como seres humanos.
El
autor a continuación analiza por qué la democracia liberal, a pesar
de ser la máxima expresión del desarrollo humano, no ha alcanzado
la universalidad y no ha permanecido estable una vez instalada en el
poder endeterminados Estados. El éxito y la estabilidad de la
democracia liberal requieren un cierto grado de conformidad de los
pueblos en donde se quiere implantar. La cultura puede llegar a ser
un obstáculo cuando ciertos valores son contrarios a la democracia;
el nacionalismo es otro impedimento, pues proclama la superioridad de
unos sobre otros; también ciertas religiones pueden ser
incompatibles con la democracia liberal, como la islámica, que si
bien, a diferencia del nacionalismo reconoce la igualdad universal,
es remisa a la libertad en todas sus facetas.
Aunque,
según el autor, todos los Estados terminarán alcanzando la
democracia liberal, pero debido al grado dispar de desarrollo
económico en el mundo, el fin de la historia será conseguido en
distintos momentos, hasta entonces, el mundo estará dividido entre
una parte post-histórica y una parte todavía aferrada a la
historia. En el mundo post-histórico, el eje principal de
interacción entre los Estados será económico. Por otro lado, el
mundo histórico estará todavía fisurado por una diversidad de
conflictos religiosos, nacionales e ideológicos dependiendo del
grado de desarrollo de cada país, un mundo en el cual seguirán
aplicándole las viejas reglas de la política de poder».
El
mundo post-histórico es el mundo donde reina la democracia liberal.
Las relaciones internacionales predominante serán de cooperación
especialmente en términos económicos. En estas sociedades es poco
probable que surja la guerra como medio para resolver los posibles
puntos de conflicto. Ello es debido a que las sociedades liberales
desarrolladas han sabido canalizar las energías que anteriormente
invertían en satisfacer la megalothymia en el desarrollo económico
quedando poca fuerza y disposición al conflicto bélico.
En
el mundo histórico, que comprende a los países que no han
conseguido estabilizar la democracia libera len sus sociedades el
conflicto y la guerra serán habituales para dar solución a las
crisis que puedan surgir entre los estados.
Estos
dos mundos, el histórico y el post-histórico «mantendrán
existencias paralelas pero separadas, con relativamente poca
interacción entre ellos». Sin embargo, ciertos aspectos pueden dar
origen a colisiones entre esos mundos. El primero es el petróleo,
pues es un arma política que dispone el mundo histórico frente al
post-histórico. El segundo la inmigración el flujo de personas del
Tercer Mundo hacia las sociedades desarrolladas garantiza que los
países democráticos sigan interesándose por el mundo histórico,
bien para contener esa corriente migratoria hacia los respectivos
países post-históricos bien para buscar la integración de los
inmigrantes en sus respectivos Estados. Y el tercero la adquisición
de tecnologías por los países del Tercer Mundo para aplicarlas al
campo militar, especialmente las armas nucleares, bacteriológicas y
químicas, es considerada por los países democráticos una amenaza
para la paz mundial, por eso existe un interés común en impedir o
al menos controlar la proliferación de este tipo de armas. En este
mismo sentido, existe un deseo de facilitar el paso de esos Estados a
formas políticas democráticas como mejor medio de asegurar la
estabilidad de los mismos y por consiguiente del orden mundial. En
definitiva, el autor considera que: «La relación entre democracias
y no democracias seguirá caracterizándose por la desconfianza y el
miedo mutuos, y a pesar de un creciente grado de interdependencia la
fuerza continuará siendo la ultima ratio en sus relaciones mutuas».
En
el «fin de la historia», los seres humanos alcanzan el
reconocimiento universal y también una vida de seguridad. Ese
estadio significa el fin de las guerras y de las revoluciones l,a
supremacía de la isothymia sobre la megalothymia. En esa situación,
el hombre sólo tendrá que buscar satisfacer sus necesidades
básicas, como hace cualquier animal, ya que el reconocimiento lo
tendrá ganado. Pero la paz y la prosperidad permanente también
pueden tener consecuencias desestabilizadoras.
«La
vida humana, pues, entraña una curiosa paradoja: parece que requiere
la injusticia, pues la lucha contra la injusticia es lo que hace
salir a la superficie lo que hay en él de más elevado».
El
autor considera que los orígenes de la Primera Guerra Mundial,
además de los factores clásicos analizados, había otro más
intangible, pero no menos importante, que empujaba a la guerra:
«muchos europeos deseaban la guerra simplemente porque estaban
hartos de la apatía y la falta de comunidad de la vida civil», lo
que llevó a la población a la guerra.
En
la última tase de la evolución de la historia universal, la
democracia liberal encuentra su principal amenaza para su permanencia
en el propio individuo que habita en él, si no se tiene en cuenta
que el reconocimiento universal no debe defender el igualitarismo a
ultranza, pues los hombres no son iguales en potencialidades y
características. De ahí que la sociedad democrática y liberal deba
mantener una cierta dosis de megalothymia como forma de superación
de los ciudadanos, si bien dentro de los valores y aspiraciones
legitimados por el propio sistema. El capitalismo, por ejemplo,
habría desaparecido si no existiera una forma de megalothymia
regulada y sublimada en el esfuerzo para ser mejor que los rivales en
el mundo de los negocios.
Después
de la guerra fría se ha recuperado al hombre en su integridad. Esto
sólo ha sido posible por el hundimiento del comunismo y el triunfo
de la democracia liberal. Aunque la democracia liberal es la forma
política más avanzada de la sociedad humana, ésta no está exenta
de obstáculos par su implantación y permanencia. Sin embargo, al no
poseer en su seno contradicciones fundamentales ,está llamada a
extenderse por todo el mundo. El comunismo, por el contrario,
fracasó, además de ser incapaz de adaptarse a los cambios
tecnológicos, por no otorgar el reconocimiento que necesitaba el
individuo para sentirse satisfecho.
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