Francis
Fukuyama
El fin de la
Historia
Pavlos
Papadopoulos
La globalización es aún muy
superficial
Cuando en 1992
apareció el libro El fin de la historia y el último hombre, del cientista
político estadounidense Francis Fukuyama, inmediatamente se produjo un revuelo
en los círculos intelectuales de todo el mundo. Realmente provocador resultó
para muchos pensadores su tesis de que la historia habría acabado. Esto porque,
según Fukuyama, la caída del comunismo y el triunfo a escala mundial del
liberalismo político y de la economía de mercado han traído como consecuencia
el que ya no exista espacio para nuevas grandes batallas ideológicas.
Como especialista
en la relación entre democratización y política económica internacional, desde
su cátedra en la George Manson University, Fukuyama ha centrado sus estudios en
el rol de la cultura y el capital social en la vida económica moderna. En la
siguiente entrevista, el profesor de ascendencia japonesa analiza el impacto
que ha tenido sobre la economía, la cultura y la política, el fenómeno que más
ha marcado este fin de milenio: la globalización.
P.- ¿Hasta qué punto ha sido realizada la
globalización?
R.- En muchos aspectos, la globalización es
aún muy superficial. Aunque se ha hablado mucho sobre el punto, la verdad es
que la economía global todavía es muy limitada. Creo que el verdadero estrato de
la globalización está restringido a los mercados de capital. En la mayoría de
las otras áreas, las instituciones siguen siendo intensamente locales.
El comercio, por
ejemplo, es predominantemente regional: los asiáticos comercian
mayoritariamente con asiáticos, los latinoamericanos lo hacen mayoritariamente
con latinoamericanos. Incluso en regiones más desarrolladas. Así, el comercio
intraeuropeo representa prácticamente el 60 % de todo el comercio europeo. Esta
limitación regional es cierta en todas partes, muchas compañías son
predominantemente nacionales y los gobiernos continúan siendo muy nacionales.
Los mercados de consumo no son sólo nacionales, pero éstos se están
segmentando, yendo más allá de las regiones, en tanto la educación de los
consumidores mejora.
P.- ¿Existen aspectos de la globalización
que pueden llevar a una homogeneización aún mayor?
R.- Creo que simultáneamente va a ocurrir
una homogeneización y una afirmación de las identidades culturales. En términos
de las instituciones económicas y políticas, las culturas son cada vez más
homogéneas, puesto que no existen muchas alternativas. Ya no es posible tener
un cierto nacionalismo económico “peronista” o un cierto tipo de socialismo.
Dada la naturaleza de la economía global, sólo existe una cierta cantidad de
maneras en que un sistema político o económico puede ser organizado, ser viable
y competitivo. Para llegar a ser una sociedad avanzada, un país tiene que ser
democrático y tiene que estar conectado al mercado global. En relación con esto,
existe una mayor homogeneización de las instituciones y de las ideologías. En
el nivel cultural, no está claro que la homogeneización proceda tan rápido. En
cierto sentido, existe una resistencia a la homogeneización cultural.
P.- ¿Cree usted que la homogeneización podrá
ocurrir en un nivel más profundo?
R.- Podría suceder que la cultura
finalmente se homogeneice, al igual que las instituciones políticas, pero
pienso que será un proceso más lento. Mucha gente cree que, porque tenemos una
avanzada tecnología de las comunicaciones y porque se proyecta mundialmente la
cultura global de la televisión, esto podría llevar la homogeneización a un
nivel cultural más profundo. Creo que ha ocurrido exactamente lo contrario. Por
ejemplo, actualmente es probable que exista una mayor desconfianza y un énfasis
mayor en las diferencias entre las culturas de los Estados Unidos y Asia que
hace 40 años. En los Œ50 y en los Œ60, Asia miraba a los Estados Unidos como un
modelo de modernización. Ahora, los asiáticos observan la decadencia urbana
estadounidense y el debilitamiento de la familia y sienten que Estados Unidos
ya no es un modelo atractivo. La tecnología de las comunicaciones ha permitido,
tanto a asiáticos como estadounidenses, mirarse más claramente, y al final
resulta que tienen sistemas de valores muy distintos.
P.- ¿Pueden las corporaciones globales tener
un efecto de homogeneización sobre la cultura?
R.- Creo que existe una cultura global del
consumidor que ha sido esparcida por compañías como McDonald's y la Coca Cola.
Sin embargo, si se mira debajo de la superficie y se le pregunta a la gente de
diferentes países en dónde tienen puestas sus lealtades, cómo valoran sus
familias o cómo evalúan a la autoridad, uno se encuentra con enormes
diferencias. Cuando se examina una cultura determinada, se le presta mucha
atención a aspectos como el tipo de bienes de consumo que la gente compra, pero
eso es muy superficial. En realidad, una cultura consiste en profundas normas
morales que afectan la manera en cómo la gente se vincula entre sí.
P.- ¿Podría aclarar un poco más el punto?
R.- En mi segundo libro, Confianza: las
virtudes sociales y la creación de la prosperidad, una de las tesis centrales
dice que estas calidades profundas, las llamadas normas morales, definen la
actividad económica. Por ejemplo, en la cultura china la familia es central y
limita las transacciones de negocios a la familia extendida. Este hecho tiene
muchas consecuencias. Significa que los negocios en China tienden a no ser muy
grandes, probablemente porque ellos se resisten a tener “managers” que no son
familiares. También significa que es muy difícil construir instituciones que
permanezcan más allá de dos o tres generaciones. En el ejemplo de China, la
cultura es la que empuja a la economía.
P.- ¿Qué es lo que constituye a estas
identidades culturales más profundas?
R.- Obviamente, el lenguaje, la religión y
la raza son importantes componentes de la identidad local. Mi interés
particular tiene que ver con lo que llamo redes de confianza. Creo que para
comprender realmente cómo operar en cualquier región del mundo, se necesita
conocer las redes de confianza que se dan en esa área. Una vez que se ha
establecido una relación de confianza, puede iniciarse una relación de
negocios. Por ejemplo, en muchos países de Latinoamérica, muchas de las
empresas más grandes son casi siempre controladas por un grupo de familias.
Obviamente, las oportunidades de negocios dependerán de la comprensión que se
tenga de cómo están entretejidas esas redes sociales. Las únicas personas que
entienden bien cómo funcionan son los autóctonos. Es por eso que los
“outsiders” encuentran difícil tener negocios en países en donde no tienen
relaciones sociales preexistentes y en donde no se tiene el grado esperado de
transparencia.
P.- ¿Existen atributos humanos universales
que crucen las culturas y las naciones?
R.- Sí. El deseo por el progreso material
es obviamente una tendencia universal. Creo que existe una cantidad de
evidencias que indica que el deseo de intercambiar en el mercado es también un
atributo universal. En aquellos lugares en que no es practicado el intercambio
mercantil, casi siempre es el Estado o alguna otra forma de autoridad de
gobierno la que lo impide.
P.- ¿Podría dar ejemplos?
R.- El libro de Hernando de Soto sobre Perú
otorga un buen ejemplo. El texto muestra el tremendo deseo de los campesinos
peruanos pobres, que se han mudado a Lima, para intercambiar. Los campesinos no
pueden establecer un negocio formal porque les lleva hasta 25 días obtener un permiso
y una gran cantidad de dinero les es necesaria para coimear a los funcionarios.
Para poder realizar intercambios mercantiles, ellos han creado una enorme
economía informal, la cual incluso tiene su propio sistema judicial.
P.- ¿Qué ocurre con el espíritu emprendedor?
R.- También se puede argumentar muy bien a
favor de la universalidad del espíritu emprendedor. Incluso, durante los
últimos años, el Banco Mundial ha abogado por el concepto de micropréstamos.
Antes, su política había sido prestarles a los bancos centrales y a grandes
instituciones. Sin embargo, un examen más cerrado de las redes sociales reveló
que la verdadera energía emprendedora se encuentra a un nivel más bajo. Un
ejemplo de esto son los servicios de taxi y transporte informales que se han
creado en muchos países. En Sudáfrica, el gobierno garantizaba el monopolio del
transporte a unas pocas compañías, pero éstas fracasaron al satisfacer la
demanda. Así, los servicios de taxi informales se convirtieron en la fuente de
ingresos más grande para los negros durante el apartheid.
P.- ¿Llevará la globalización al desarrollo
de otros universales culturales?
R.- Creo que existe un conjunto de
atributos culturales que deben acompañar a la modernización económica. Estos
incluyen un mayor grado de individualismo, entendido en el sentido de que la
gente debe ser evaluada más por sus logros que por su status heredado. Lo que
me preocupa de las recientes discusiones sobre la globalización es que se
piensa que ésta va a ser más homogeneizadora de lo que es en realidad. De
hecho, creo que tendrá el efecto contrario. Québec es un ejemplo, ahí existe
mucha división por el tema de la separación. Creo que nadie habría pensado en
separarse sin la existencia del Nafta y sin la modernización económica de los
60. Actualmente, Québec está más integrada a la economía estadounidense que con
el resto de Canadá. Si llegan a separarse, no les costará nada en términos
económicos. La prosperidad aparejada con la globalización les permite a las
culturas enfatizar sus rasgos propios.
P.- ¿Pueden las culturas mejorar al
interactuar y al adaptarse a otras?
R.- Ciertos aspectos de la cultura de
Estados Unidos fueron adoptados de otras partes del mundo.
La cultura estadounidense ha mejorado gracias
a la suma cultural y a la adaptación más que en otros lugares. De alguna
manera, esto distorsiona las percepciones de los estadounidenses. Ellos suelen
mirar su experiencia y creer que el proceso será igual de fácil en otras
partes. Creo que ello no será tan simple. Incluso, en un país similar a los
Estados Unidos como Francia, esta suerte de suma cultural será más complicada.
Conozco bastante bien ese país y lo que me llama la atención es lo diferente
que es a los Estados Unidos. Durante años intentaron la privatización. Ello
generó un fuerte rechazo entre los trabajadores y el gobierno cambió su
posición. En cambio, la mayoría de los estadounidenses cree que la
privatización es la futura tendencia en las políticas públicas.
P.- ¿Qué rol juega la tecnología de la
información en la globalización?
R.- Soy bastante escéptico respecto de la
aseveración de que la tecnología por sí sola posibilitará la globalización. El
problema es la confianza. Mi percepción es que la confianza es esencial en las
relaciones de negocios. La gente genera confianza al interactuar y, a través de
esto, se familiarizan con las identidades del otro, con su comportamiento,
honestidad y capacidad de realizar ciertas especificaciones. Es muy difícil
proveer esa información a través de una red digital.
P.- ¿Por qué?
R.- Existe un estudio, hecho a mediados de
los 60, que examinó el impacto de las telecomunicaciones en el volumen de las
transacciones comerciales y se concluyó que existía una relación muy débil.
Así, los negocios transatlánticos estaban fuertemente correlacionados con los
viajes aéreos, puesto que muchos tratos no podían ser consumados sin establecer
una relación social. Mediante el comercio digital, la gente es técnicamente
capaz de llevar a cabo transacciones, pero sin el valor adicional de una
relación de confianza. Lo que la globalización requiere no es sólo tecnología
en red, sino la creación de una serie de servicios que posibiliten la
comunicación de información necesaria para la confianza.
P.- ¿Llevará la globalización a grandes
cambios políticos?
R.- Existe una correlación entre el nivel
de desarrollo económico de un país y el éxito de la democracia. Recientemente,
se hizo un estudio que examinó las transiciones a la democracia en varias
naciones. Una vez que se llega a un PIB per cápita de US$ 6. 000 -en valores de
1992-, no hay ningún país que llegue a la democracia que haya vuelto al
autoritarismo. La globalización y el desarrollo del capital no producen
automáticamente democracias. Sin embargo, el nivel de desarrollo económico
resultante de la globalización conduce a la creación de sociedades complejas
con una poderosa clase media. Son ellas las que facilitan la democracia.
Pero existen
casos, como China, en que, a pesar de la fuerte modernización económica, no
ocurre lo mismo en términos de apertura política.
Autores como
Samuel Huntington han dicho que China va a desarrollarse radicalmente durante
las dos próximas generaciones sin que sus instituciones políticas lleguen a ser
similares a las de los Estados Unidos. Huntington no cree que el desarrollo
llevará a la gente a demandar participación política, liberalización de la
prensa y otras libertades. No me compro ese argumento. Creo que habrá
importantes cambios políticos como resultado del desarrollo económico.
P.- ¿Cómo cambiará la globalización la
relación entre los Estados y los ciudadanos?
R.- En realidad, el área en dónde la
tecnología de la información va a tener probablemente un vasto efecto es en las
relaciones de los ciudadanos con el Estado. Existen muchos actores no estatales
y transnacionales que no existían en el pasado -grupos ambientalistas, por
ejemplo. Uno de mis colegas hizo un estudio de este fenómeno en México, durante
la rebelión de Chiapas. El gobierno mexicano iba a responder a la manera usual,
reprimiéndola militarmente. Sin embargo, las organizaciones internacionales de
derechos humanos fueron capaces de movilizarse rápidamente, usando faxes,
correo electrónico y otras tecnologías. Estas organizaciones fueron capaces de
“meter” a los indios de Chiapas en la televisión para que contaran su versión.
El gobierno mexicano decidió entablar negociaciones con los indígenas debido a
la enorme publicidad. A futuro, probablemente, veremos más de estos casos.
P.- ¿Es la globalización un eufemismo de
“americanización”?
R.- Creo que lo es, y es por eso que a
muchas personas no le gusta. Creo que debe ser “americanización” porque, en
algunos aspectos, Estados Unidos es la sociedad capitalista más avanzada del
mundo, y sus instituciones representan el lógico desarrollo de las fuerzas del
mercado. Si son las fuerzas de mercado las que empujan la globalización, es
inevitable que la “americanización” acompañe a la globalización. Sin embargo,
creo que el modelo estadounidense que otras culturas están adoptando es de los
Estados Unidos de hace dos o tres generaciones. Cuando se piensa en
globalización y modernización, muchos piensan en los Estados Unidos de los 50 y
60. No están pensando en los Estados Unidos de los disturbios de Los Ángeles y
de O. J. Simpson. La cultura que exportamos en los 50 y en los 60 era
idealizada. Realmente presentaba un paquete muy atractivo. La cultura que
exportamos ahora es cínica y un modelo bastante menos atractivo para que sea
seguido por otras naciones. ■
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