Me
cuesta pensar que este teatro de denuncia de una realidad de pobreza
física y psicológica en un erial social, iba a a ser motivo de
nuevo de denuncia social, de despertamiento de una sociedad muerta.
Un buen recuerdo mejor que olvidar.
¡España,
despierta y lucha contra los sinvergüenzas que te roban y roban a
vuestros hijos!
LA
ESCALERA
Buero
Vallejo
Porque
el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la
nuera contra su suegra y los enemigos del hombre son los de su casa.
(MIQUEAS,
cap. VII, vers. 6).
personajes
Cobrador
DE LA LUZ
Fernando
Fernando,
hijo
DOÑA
ASUNCIÓN
Carmina
Carmina,
hija
Don
Manuel
Urbano
Generosa
Paca
Elvira
HISTORIA
DE UNA ESCALERA *Adaptación
para E.S.O., Bachillerato y Ciclos Formativos de Grado Medio del
original Historia
de una escalera de
Antonio Buero Vallejo.
Este
guión es propiedad de Recursos Educativos, S.L. y está inscrito en
el Registro de Propiedad Intelectual.
HISTORIA
DE UNA ESCALERA
ACTO
I
(Un
tramo de escalera con dos rellanos, en una casa modesta de vecindad.
Los escalones de bajada hacia los pisos inferiores se encuentran en
el primer término izquierdo. La barandilla que los bordea es muy
pobre, con el pasamanos de hierro, y tuerce para correr a lo largo de
la escena limitando el primer rellano. Cerca del lateral derecho
arranca un tramo completo de unos diez escalones. La barandilla lo
separa a su izquierda del hueco de la escalera y a su derecha hay una
pared que rompe en ángulo junto al primer peldaño, formando en el
primer término derecho un entrante con una sucia ventana lateral. Al
final del tramo la barandilla vuelve de nuevo y termina en el lateral
izquierdo, limitando el segundo rellano. En el borde de éste, una
polvorienta bombilla enrejada pende hacia el hueco de la escalera. En
el segundo rellano hay dos puertas: dos laterales y dos centrales.
Las distinguiremos, de derecha a izquierda, con los números I, II,
III y IV).
(El
espectador asiste, en este acto y en el siguiente, a la galvanización
momentánea de tiempos que han pasado. Los vestidos tienen un vago
aire retrospectivo).
(Nada
más levantarse el telón vemos cruzar y subir fatigosamente al
Cobrador de la luz,
portando su
grasienta cartera. Se detiene unos segundos para respirar y llama
después con los nudillos en las
cuatro
puertas).
Cobrador:
(A Elvira,
que abrió
la puerta II) Buenos
días. La luz. Seis sesenta y cinco.
(Elvira,
una linda muchacha vestida de calle, recoge el recibo y se mete. El
Cobrador aporrea otra vez el IV, que es abierto inmediatamente por
Doña Asunción, señora de luto, delgada y consumida).
Cobrador:
La luz. Tres veinte.
Doña
Asunción: (Cogiendo
el recibo) Sí,
claro... Buenos días. Espere un momento, por favor. Voy adentro...
(Se
mete.
Elvira sale).
Elvira:
Aquí tiene usted.
(Contándole la
moneda fraccionaria) Cuarenta...,
cincuenta...,
sesenta...
y cinco.
Cobrador:
Está bien. (Se
lleva un dedo a la gorra y se dirige al IV).
Elvira:
(Hacia
dentro) ¿No sales,
papá?
(Espera
en el quicio. Doña
Asunción vuelve
a salir, ensayando sonrisas).
Doña
Asunción: ¡Cuánto lo
siento! Me va a tener que perdonar. Como me ha cogido después de la
compra y mi hijo no está...
(Don
Manuel, padre
de Elvira, sale
vestido de calle. Los trajes de ambos denotan una posición económica
más holgada que la de los demás vecinos).
Don
Manuel: (A
Doña Asunción) Buenos
días. (A su
hija) Vamos.
Doña
Asunción: ¡Buenos días!
¡Buenos días, Elvirita! ¡No te había visto!
Elvira:
Buenos días, doña
Asunción.
Cobrador:
Perdone, señora, pero
tengo prisa.
Doña
Asunción: Sí, sí... Le
decía que ahora da la casualidad que no puedo... ¿No podría volver
luego?
Cobrador:
Mire, señora: no es la
primera vez que pasa y...
Doña
Asunción: ¿Qué dice?
Cobrador:
Sí. Todos los meses es
la misma historia. ¡Todos! Y yo no puedo venir a otra hora ni
pagarlo
de mi bolsillo. Conque si no me abona tendré que cortarle el fluido.
Doña
Asunción: ¡Pero si es
una casualidad, se lo aseguro! Es que mi hijo no está, y...
Cobrador:
¡Basta de monsergas!
Esto le pasa por querer gastar como una señora en vez de abonarse a
tanto alzado. Tendré que cortarle.
(Elvira
habla en
voz baja con su padre).
Doña
Asunción: (Casi
perdida la compostura) ¡No
lo haga, por Dios! Yo le prometo...
Cobrador:
Pida a algún vecino...
Don
Manuel: (Después
de atender a lo que le susurra su hija). Perdone
que intervenga, señora.
(Cogiéndole
el recibo).
Doña
Asunción: No, don
Manuel. ¡No faltaba más!
Don
Manuel: ¡Si no tiene
importancia! Ya me lo devolverá cuando pueda.
Doña
Asunción: Esta misma
tarde; de verdad.
Don
Manuel: Sin prisa, sin
prisa. (Al
Cobrador) Aquí
tiene.
Cobrador:
Está bien. (Se
lleva la mano a la gorra). Buenos
días.
es
(Se
va).
Don
Manuel: (Al
Cobrador) Buenos
días.
Doña
Asunción: (Al
Cobrador) Buenos
días. Muchísimas gracias, don Manuel. Esta misma tarde...
Don
Manuel: (Entregándole
el recibo) ¿Para qué
se va a molestar? No merece la pena. Y Fernando, ¿qué se hace?
(Elvira
se acerca y le coge del brazo).
Doña
Asunción: En su
papelería. Pero no está contento. ¡El sueldo es tan pequeño! Y no
es porque sea mi hijo, pero él vale mucho y merece otra cosa. ¡Tiene
muchos proyectos! Quiere ser delineante, ingeniero, ¡qué sé yo! Y
no hace más que leer y pensar. Siempre tumbado en la cama, pensando
en sus proyectos. Y escribe cosas también, y poesías. ¡Más
bonitas! Ya le diré que dedique alguna a Elvirita.
Elvira:
(Turbada)
Déjelo, señora.
Doña
Asunción: Te lo mereces,
hija. (A Don
Manuel) No es porque
esté delante, pero ¡qué preciosísima se ha puesto Elvirita! Es
una clavellina. El hombre que se la lleve...
Don
Manuel: Bueno, bueno. No
siga, que me la va a malear. Lo dicho, doña Asunción. (Se
quita el
sombrero y le da la mano). Recuerdos
a Fernandito. Buenos días.
Elvira:
Buenos días.
(Inician
la marcha).
Doña
Asunción: Buenos días.
Y un millón de gracias... Adiós.
(Cierra.
Don Manuel y su hija empiezan a bajar. Elvira se para de pronto para
besar y abrazar impulsivamente a su padre).
Don
Manuel: ¡Déjame,
locuela! ¡Me vas a tirar!
Elvira:
¡Te quiero tanto,
papaíto! ¡Eres tan bueno!
Don
Manuel: Deja los mimos,
pícara. Tonto es lo que soy. Siempre te saldrás con la tuya.
Elvira:
No llames tontería a una
buena acción... Ya ves, los pobres nunca tienen un cuarto. ¡Me da
una lástima doña Asunción!
Don
Manuel: (Levantándole
la barbilla) El
tarambana de Fernandito es el que a ti te preocupa.
Elvira:
Papá, no es un
tarambana... Si vieras qué bien habla...
Don
Manuel: Un tarambana. Eso
sabrá hacer él..., hablar. Pero no tiene donde caerse muerto. Hazme
caso, hija; tú te mereces otra cosa.
Elvira:
(En el
rellano ya, da pueriles pataditas) No
quiero que hables así de él. Ya verás como llega muy lejos. ¡Qué
importa que no tenga dinero! ¿Para qué quiere mi papaíto un yerno
rico?
Don
Manuel: ¡Hija!
Elvira:
Escucha: te voy a pedir
un favor muy grande.
Don
Manuel: Hija mía,
algunas veces no me respetas nada.
Elvira:
Pero te quiero, que es
mucho mejor. ¿Me harás ese favor?
Don
Manuel: Depende...
Elvira:
¡Nada! Me lo harás.
Don
Manuel: ¿De qué se
trata?
Elvira:
Es muy fácil, papá. Tú
lo que necesitas no es un yerno rico, sino un muchacho emprendedor
que lleve adelante el negocio. Pues sacas a Fernando de la papelería
y le colocas, ¡con un buen sueldo!, en tu agencia. (Pausa).
¿Concedido?
Don
Manuel: Pero, Elvira, ¿y
si Fernando no quiere? Además...
Elvira:
¡Nada! (Tapándose
los oídos) ¡Sorda!
Don
Manuel: ¡Niña, que soy
tu padre!
Elvira:
¡Sorda!
Don
Manuel: (Quitándole
las manos de los oídos) Ese
Fernando os tiene sorbido el seso a todas porque es el chico más
guapo de la casa. Pero no me fío de él. Suponte que no te hiciera
caso...
Elvira:
Haz tu parte, que de eso
me encargo yo...
Don
Manuel: ¡Niña!
(Bajan
charlando unas vecinas. Carmina sale del I. Es una preciosa muchacha
de aire sencillo pobremente vestida. Lleva un delantal y una lechera
en la mano).
(Se
abre el IV suavemente y aparece Fernando,
que se
apoya en la barandilla. Fernando
es, en
efecto, un muchacho muy guapo. Viste pantalón de luto y está en
mangas de camisa. El IV vuelve a abrirse.
Doña
Asunción espía
a su hijo).
Doña
Asunción: ¿Qué haces?
Fernando:
(Desabrido)
Ya lo ves.
Doña
Asunción: (Sumisa)
¿Estás enfadado?
Fernando:
No.
Doña
Asunción: ¿Te ha pasado
algo en la papelería?
Fernando:
No.
Doña
Asunción: ¿Por qué no
has ido hoy?
Fernando:
Porque no.
Doña
Asunción: ¿Te he dicho
que padre de Elvira nos ha pagado el recibo de la luz?
Fernando:
(Volviéndose
hacia su madre) ¡Sí!
¡Ya me lo has dicho! (Yendo
hacia ella) ¡Déjame
en paz!
Doña
Asunción: ¡Hijo!
Fernando:
¡Pareces disfrutar
recordándome nuestra pobreza!
Doña
Asunción: ¡Pero, hijo!
Fernando:
(Empujándola y
cerrando de golpe) ¡Anda,
anda para adentro!
(Con
un suspiro
de disgusto, vuelve a recostarse en el pasamanos. Pausa. Urbano
llega al
primer rellano. Viste traje azul mahón. Es un muchacho fuerte y
moreno, de fisonomía ruda, pero expresiva:
un
proletario. Fernando lo
mira avanzar en silencio. Urbano
comienza a
subir la escalera y se detiene
al
verle).
Urbano:
¡Hola! ¿Qué haces ahí?
Fernando:
Hola, Urbano. Nada.
Urbano:
Tienes cara de enfado.
Fernando:
No es nada.
Urbano:
Baja al «casinillo».
(Señalando el
hueco de la ventana) Te
invito a un cigarro. (Pausa)
¡Baja,
hombre! (Fernando
empieza a bajar sin prisa) Algo
te pasa. (Sacando
la petaca) ¿No se
puede saber?
Fernando:
(Que ha
llegado) Nada, lo de
siempre... (Se
recuestan en la pared del «casinillo».
Mientras
hacen los pitillos) ¡Que
estoy harto de todo esto!
Urbano:
(Riendo)
Eso es ya muy viejo.
Creí que te ocurría algo.
Fernando:
Puedes reírte. Pero te
aseguro que no sé cómo aguanto. (Breve
pausa) En fin, ¡para
qué hablar! ¿Qué hay por tu fábrica?
Urbano:
¡Muchas cosas! Desde la
última huelga de metalúrgicos la gente se sindica a toda prisa. A
ver cuándo nos imitáis los dependientes.
Fernando:
No me interesan esas
cosas.
Urbano:
Porque eres tonto. No sé
de qué te sirve tanta lectura.
Fernando:
¿Me quieres decir lo que
sacáis en limpio de esos líos?
Urbano:
Fernando, eres un
desgraciado. Y lo peor es que no lo sabes. Los pobres diablos como
nosotros nunca lograremos mejorar de vida sin la ayuda mutua. Y eso
es el sindicato. ¡Solidaridad! Esa es nuestra palabra. Y sería la
tuya si te dieses cuenta de que no eres más que un triste hortera.
¡Pero como te crees un marqués!
Fernando:
No me creo nada. Sólo
quiero subir. ¿Comprendes? ¡Subir! Y dejar toda esta sordidez en
que vivimos.
Urbano:
Y a los demás que los
parta un rayo.
Fernando:
¿Qué tengo yo que ver
con los demás? Nadie hace nada por nadie. Y vosotros os metéis en
el sindicato porque no tenéis arranque para subir solos. Pero ese no
es camino para mí. Yo sé que puedo subir y subiré solo.
Urbano:
¿Se puede uno reír?
Fernando:
Haz lo que te de la gana.
Urbano:
(Sonriendo)
Escucha, papanatas.
Para subir solo, como dices, tendrías que trabajar todos los días
diez horas en la papelería; no podrías faltar nunca, como has hecho
hoy...
Fernando:
¿Cómo lo sabes?
Urbano:
¡Porque lo dice tu cara,
simple! Y déjame continuar. No podrías tumbarte a hacer versitos ni
a pensar en las musarañas; buscarías trabajos particulares para
redondear el presupuesto y te acostarías a las tres de la mañana
contento de ahorrar sueño y dinero. Porque tendrías que ahorrar,
ahorrar como una urraca; quitándolo de la comida, del vestido, del
tabaco... Y cuando llevases un montón de años haciendo eso, y
ensayando negocios y buscando caminos, acabarías por verte
solicitando cualquier miserable empleo para no morirte de hambre...
No tienes tú madera para esa vida.
Fernando:
Ya lo veremos. Desde
mañana mismo…
Urbano:
(Riendo)
Siempre es desde
mañana. ¿Por qué no lo has hecho desde ayer, o desde hace un mes?
(Breve pausa)
Porque no puedes.
Porque eres un soñador. ¡Y un gandul! (Fernando
le mira lívido, conteniéndose, y hace un movimiento para marcharse)
¡Espera, hombre! No
te enfades. Todo esto te lo digo como un amigo.
(Pausa).
Fernando:
(Más
calmado y levemente despreciativo) ¿Sabes
lo que te digo? Que el tiempo lo dirá todo. Y que te emplazo.
(Urbano le
mira) Sí, te emplazo
para dentro de... diez años, por ejemplo. Veremos, para entonces,
quién ha llegado más lejos; si tú con tu sindicato o yo con mis
proyectos.
Urbano:
Ya sé que yo no llegaré
muy lejos; y tampoco tú llegarás. Si yo llego, llegaremos todos.
Pero lo más fácil es que dentro de diez años sigamos subiendo esta
escalera y fumando en este «casinillo».
Fernando:
Yo, no. (Pausa)
Aunque quizá no sean
muchos diez años...
Urbano:
(Riendo)
¡Vamos! Parece que
no estás muy seguro.
Fernando:
No es eso, Urbano. ¡Es
que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo
pasan los días, y los años..., sin que nada cambie. Ayer mismo
éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a
escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos
crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera, rodeados
siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran
de nosotros y de quienes murmuramos... Buscando mil recursos y
soportando humillaciones para poder pagar la casa, la luz... y las
patatas. (Pausa)
Y mañana, o dentro
de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos
últimos..., ¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la
escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo
trampas en el contador, aborreciendo el trabajo.., perdiendo día
tras día... (Pausa)
Por eso es preciso
cortar por lo sano.
Urbano:
¿Y qué vas a hacer?
Fernando:
No lo sé. Pero ya haré
algo.
Urbano:
¿Y quieres hacerlo solo?
Fernando:
Solo.
Urbano:
¿Completamente?
Fernando:
Claro.
Urbano:
Pues te voy a dar un
consejo. Aunque no lo creas, siempre necesitamos de los demás. No
podrás luchar solo sin cansarte.
Fernando:
¿Me vas a volver a
hablar del sindicato?
Urbano:
No. Quiero decirte que,
si verdaderamente vas a luchar, para evitar el desaliento
necesitarás... (Se
detiene).
Fernando:
¿Qué?
Urbano:
Una mujer.
Fernando:
Ese no es problema. Ya
sabes que...
Urbano:
Ya sé que eres un buen
mozo con muchos éxitos. Y eso te perjudica; eres demasiado buen
mozo. Lo que te hace falta es dejar todos esos noviazgos y enamorarte
de verdad. (Pausa)
Hace tiempo que no
hablamos de estas cosas... Antes, si a ti o a mí nos gustaba
Fulanita, nos lo decíamos en seguida. (Pausa)
¿No hay nada serio
ahora?
Fernando:
(Reservado)
Pudiera ser.
Urbano:
No se tratará de mi
hermana, ¿verdad?
Fernando:
¿De tu hermana? ¿De
cuál
Urbano:
De Trini.
UNA ESCALE
Fernando:
No, no.
Urbano:
Pues de Rosita, ni
hablar.
Fernando:
Ni hablar.
Urbano:
Porque la hija de la
señora Generosa no creo que te haya llamado la atención...
(Pausa.
Le mira de reojo, con ansiedad) ¿O
es ella? ¿Es Carmina?
Fernando:
No.
Urbano:
(Ríe y le
palmotea la espalda) ¡Está
bien, hombre! ¡No busco más! Ya me lo dirás cuando quieras. ¿Otro
cigarrillo?
Fernando:
No. (Pausa
breve) Alguien sube.
(Miran
hacia el hueco).
(Pepe
sube sonriendo con suficiencia. Va a pasar de largo, pero Urbano le
detiene por la manga).
Urbano:
No tengas tanta prisa.
Decirte nada más que si la tonta de mi hermana no te conoce, yo sí.
Que si ella no quiere creer que has estado viviendo de la Luisa y de
la Pili después de lanzarlas a la vida, yo sé que es cierto. ¡Y
que como vuelva a verte con Rosa, te juro, por tu madre, que te tiro
por el hueco de la escalera! (Lo
suelta con violencia) Puedes
largarte.
Fernando:
No sé por qué te gusta
tanto chillar y amenazar.
Urbano:
(Seco) Eso
va en gustos. Tampoco me agrada a mí que te muestres tan amable con
un sinvergüenza como ese.
Fernando:
Prefiero eso a lanzar
amenazas que luego no se cumplen.
Urbano:
¿Que no se cumplen?
Fernando:
¡Qué van a cumplirse!
Cualquier día tiras tú a nadie por el hueco de la escalera.
¿Todavía no te has dado cuenta de que eres un ser inofensivo?
Urbano:
¡No sé cómo nos las
arreglamos tú y yo para discutir siempre! Me voy a comer. Abur.
Fernando:
(Contento
por su pequeña revancha) ¡Hasta
luego, sindicalista!
(Urbano
sube y llama al III. Paca abre).
Paca:
Hola, hijo. ¿Traes
hambre?
Urbano:
¡Más que un lobo!
(Entra
y cierra. Fernando se
recuesta en
la barandilla y mira por el hueco. Generosa
sube.
Fernando
la
saluda muy sonriente).
Fernando:
Buenos días.
Generosa:
Hola, hijo. ¿Quieres
comer?
Fernando:
Gracias, que aproveche.
¿Y el señor Gregorio?
Generosa:
Muy disgustado, hijo.
Como lo retiran por la edad... Y es lo que él dice: «¿De qué
sirve que un hombre se deje los huesos conduciendo un tranvía
durante cincuenta años, si luego le ponen en la calle?» Y si le
dieran un buen retiro... Pero es una miseria, hijo; una miseria. ¡Y
a mi Pepe no hay quien lo encarrile! (Pausa)
¡Qué vida!
No
sé cómo vamos a salir adelante.
Fernando:
Lleva usted razón. Menos
mal que Carmina...
Generosa:
Carmina es nuestra única
alegría. Es buena, trabajadora, limpia... Si mi Pepe fuese como
ella...
Fernando:
No me haga mucho caso,
pero creo que Carmina la buscaba antes.
Generosa:
Sí. Es que se me había
olvidado la cacharra de la leche. Ya la he visto. Ahora sube lla.
Hasta luego, hijo.
Fernando:
Hasta luego.
(Generosa
sube, abre su puerta y entra. Pausa. Elvira sale sin hacer ruido al
descansillo, dejando su
puerta
entornada. Se apoya en la barandilla. Él finge no verla. Ella le
llama por encima del hueco).
Elvira:
Fernando.
Fernando:
¡Hola!
Elvira:
¿Podrías acompañarme
hoy a comprar un libro? Tengo que hacer un regalo y he pensado que tú
me ayudarías muy bien a escoger.
Fernando:
No sé si podré.
Elvira:
Procúralo, por favor.
Sin ti no sabré hacerlo. Y tengo que darlo mañana.
Fernando:
A pesar de eso no puedo
prometerte nada. (Ella
hace un gesto de contrariedad). Mejor
dicho: casi seguro que no podrás contar conmigo.
(Sigue
mirando por el hueco).
Elvira:
(Molesta y
sonriente) ¡Qué
caro te cotizas! (Pausa)
Mírame un poco, por
lo menos. No creo que cueste mucho trabajo mirarme... (Pausa)
¿Eh?
Fernando:
(Levantando
la vista) ¿Qué?
Elvira:
Pero ¿no me escuchabas?
¿O es que no quieres enterarte de lo que te digo?
Fernando:
(Volviéndole
la espalda) Déjame
en paz.
Elvira:
(Resentida)
¡Ah! ¡Qué poco te
cuesta humillar a los demás! ¡Es muy fácil... y muy cruel humillar
a los demás! Te aprovechas de que te estiman demasiado para
devolverte la humillación..., pero podría hacerse...
Fernando:
(Volviéndose
furioso) ¡Explica
eso!
Elvira:
Es muy fácil presumir y
despreciar a quien nos quiere, a quien está dispuesto a ayudarnos...
A quien nos ayuda ya... Es muy fácil olvidar esas ayudas...
Fernando:
(Iracundo)
¿Cómo te atreves a
echarme en cara tu propia ordinariez? ¡No puedo sufrirte! ¡Vete!
Elvira:
(Arrepentida)
¡Fernando,
perdóname, por Dios! Es que...
Fernando:
¡Vete! ¡No puedo
soportarte! No puedo resistir vuestros favores ni vuestra estupidez.
¡Vete! (Ella
ha ido retrocediendo muy afectada. Se entra, llorosa y sin poder
reprimir apenas sus nervios. Fernando,
muy alterado
también, saca un cigarrillo.
Al
tiempo de tirar la cerilla) ¡Qué
vergüenza!
(Repentinamente
se endereza y espera, de cara al público. Carmina
sube con la
cacharra. Sus miradas
se cruzan. Ella intenta pasar, con los ojos bajos. Fernando
la detiene
por un brazo).
Fernando:
Carmina.
Carmina:
Déjeme...
Fernando:
No, Carmina. Me huyes
constantemente y esta vez tienes que escucharme.es
Carmina:
Por favor. Fernando...
¡Suélteme!
Fernando:
Cuando éramos chicos nos
tuteábamos... ¿Por qué no me tuteas ahora? (Pausa).
¿Ya no te acuerdas
de aquel tiempo? Yo era tu novio y tú eras mi novia... Mi novia... Y
nos sentábamos aquí (Señalando
a los peldaños),
en ese escalón, cansados
de jugar..., a seguir jugando a los novios.
Carmina:
Cállese.
Fernando:
Entonces me tuteabas y...
me querías.
Carmina:
Era una niña... Ya no me
acuerdo.
Fernando:
Eras una mujercita
preciosa. Y sigues siéndolo. Y no puedes haber olvidado. ¡Yo no he
olvidado! Carmina, aquel tiempo es el único recuerdo maravilloso que
conservo en medio de la sordidez en que vivimos. Y quería decirte...
que siempre... has sido para mí lo que eras antes.
Carmina:
¡No te burles de mí!
Fernando:
¡Te lo juro!
Carmina:
¿Y todas... esas con
quien has paseado y... que has besado?
Fernando:
Tienes razón. Comprendo
que no me creas. Pero un hombre... Es muy difícil de explicar. A ti,
precisamente, no podía hablarte..., ni besarte... ¡Porque te
quería, te quería y te quiero!
Carmina:
No puedo creerte.
(Intenta
marcharse).
Fernando:
No, no. Te lo suplico. No
te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas. Ven.
(La
lleva al primer peldaño) Como
entonces.
(Con
un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la pared y se sienta a
su lado. Le quita la lechera y
la
deja junto a él. Le coge una mano).
Carmina:
¡Si nos ven!
Fernando:
¡Qué nos importa!
Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy
desesperado.
Me
ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me
consueles.s
Carmina:
¿Por qué no se lo pides
a Elvira?
(Pausa.
Él la mira, excitado y alegre).
Fernando:
¡Me quieres! ¡Lo sabía!
¡Tenías que quererme! (Le
levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente) ¡Carmina,
mi Carmina! (Va
a besarla, pero ella le detiene).
Carmina:
¿Y Elvira?
Fernando:
¡La detesto! Quiere
cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver!
Carmina:
(Con una
risita) ¡Yo tampoco!
(Ríen,
felices).
Fernando:
Ahora tendría que
preguntarte yo: ¿Y
Urbano?
Carmina:
¡Es un buen chico! ¡Yo
estoy loca por él! (Fernando
se enfurruña) ¡Tonto!
Fernando:
(Abrazándola por el talle) Carmina,
desde mañana voy a trabajar de firme por ti. Quiero salir de esta
pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para
siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la
angustia del dinero escaso, de los favores que abochornan como una
bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño
servil, irracional...
Carmina:
(Reprensiva)
¡Fernando!
Fernando:
Sí. Acabar con todo
esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes? Mucho.
Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para
entonces ya ganaré bastante, estudiaré para aparejador. Tres años.
Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado por todos los
arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi
mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y
tranquilo.
Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede que para entonces me
haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra,
publicaré un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...
Carmina:
(Que le ha
escuchado extasiada) ¡Qué
felices seremos!
Fernando:
¡Carmina!
(Se
inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se
derrama estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran,
asombrados, la gran mancha blanca en el suelo).
ACTO
II
(Han
transcurrido diez años que no se notan en nada: la escalera sigue
sucia y pobre, las puertas sin timbre, los cristales de la ventana
sin lavar).
(Al
comenzar el acto se encuentran en escena Generosa y Carmina. El
tiempo transcurrido se advierte en ellas: Generosa ha encanecido
mucho. Carmina conserva todavía su belleza: una belleza que empieza
a marchitarse. Todos siguen pobremente vestidos, aunque con trajes
más modernos. Generosa y
Carmina
están llorando; la hija rodea con un brazo la espalda de su madre. A
poco, Generosa baja el
tramo
y sigue mirando desde el primer rellano. Carmina la sigue después).
Carmina:
Ande, madre... (Generosa
la aparta, sin dejar de mirar a través de sus lágrimas)
Ande...
(Ella
mira también. Sollozan de nuevo y se abrazan a medias, sin dejar de
mirar).
Generosa:
Ya llegan al portal...
(Pausa) Casi
no se le ve... (Abrazada
a su hija) Solas,
hija mía. ¡Solas!
(Pausa.
De pronto se desase y sube lo más aprisa que puede la escalera.
Carmina la sigue. Al tiempo
que
suben).
Carmina:
¡Ea! No hay que llorar
más. Ahora a vivir, a salir adelante.
Generosa:
No tengo fuerzas...
Carmina:
¡Pues se inventan! No
faltaba más.
Generosa:
¡Era tan bueno mi
Gregorio!
Carmina:
Todos nos tenemos que
morir. Es ley de vida.
Generosa:
Mi Gregorio...
Carmina:
Hala. Ahora barremos
entre las dos la casa. Y yo iré luego por la compra y haré la
comida.
Generosa:
Yo me moriré pronto
también.
Carmina:
¡Madre! ¿Quién piensa
en morir?
Generosa:
Sólo quisiera dejarte,
hija... con un hombre de bien... antes de morirme.
Carmina:
¡Mejor sin morirse!
Generosa:
¡Para qué!...
Carmina:
¡Para tener nietos,
madre! ¿No le gustaría tener nietos?
Generosa:
¡Mi Gregorio!...
Carmina:
Bueno. Se acabó. Vamos
adentro.
Generosa:
(Antes de
entrar) ¿Qué va a
ser de nosotros, Dios mío? ¿Y de esta niña? ¿Qué va a ser de mi
Carmina?
Carmina:
No se apure, madre. Ya
saldremos todos adelante.
(Se
meten. La escalera queda sola).
(Urbano
se encamina hacia el 1. Antes de llegar se encuentra con Carmina, que
lleva un capacho en la mano. Cierra y se enfrentan, en silencio).
Carmina:
¿Terminó el...?
Urbano:
Sí.
Carmina:
(Enjugándose
una lágrima) Muchas
gracias, Urbano. Has sido muy bueno con nosotras.
Urbano:
(Balbuciente)
No tiene importancia.
Ya sabes que yo..., que nosotros... estamos dispuestos...
Carmina:
Gracias. Lo sé.
(Pausa.
Baja la escalera con él a su lado).
Urbano:
¿Vas..., vas a la
compra?
Carmina:
Sí.
Urbano:
Déjalo. Luego irá
Trini. No os molestéis vosotras por nada.
Carmina:
Iba a ir ella, pero se le
habrá olvidado.
Urbano:
(Parándose)
Carmina...
Carmina:
¿Qué?
Urbano:
¿Puedo preguntarte...
qué vais a hacer ahora?
Carmina:
No lo sé... Coseremos.
Urbano:
¿Podréis salir
adelante?
Carmina:
No lo sé.
Urbano:
La pensión de tu padre
no era mucho, pero sin ella...
Carmina:
Calla, por favor.
Urbano:
Dispensa... He hecho mal
en recordártelo.
Carmina:
No es eso.
(Intenta
seguir).
Urbano:
(Interponiéndose) Carmina,
yo...
Carmina:
(Atajándole
rápida) Tú eres muy
bueno. Muy bueno. Has hecho todo lo posible por nosotras. Te lo
agradezco mucho.
Urbano:
Eso no es nada. Aún
quisiera hacer mucho más.
Carmina:
Ya habéis hecho
bastante. Gracias de todos modos.
(Se
dispone a seguir).
Urbano:
¡Espera, por favor!
(Llevándola al
«casinillo») Carmina,
yo..., yo te quiero. (Ella
sonríe tristemente) Te
quiero hace muchos años, tú lo sabes. Perdona que te lo diga hoy:
soy un bruto. Es que no quisiera verte pasar privaciones ni un solo
día. Ni a ti ni a tu madre. Me harías muy feliz si..., si me
dijeras... que puedo esperar. (Pausa.
Ella
baja la vista) Ya sé
que no me quieres. No me extraña, porque yo no valgo nada. Soy muy
poco para ti. Pero yo procuraría hacerte dichosa. (Pausa)
No me contestas...
Carmina:
Yo... había pensado
permanecer soltera.
Urbano:
(Inclinando
la cabeza) Quizá
continúas queriendo a algún otro...
Carmina:
(Con
disgusto) ¡No, no!
Urbano:
Entonces, es que... te
desagrada mi persona.
Carmina:
¡Oh, no!
Urbano:
Ya sé que no soy más
que un obrero. No tengo cultura ni puedo aspirar a ser nada
importante... Así es mejor. Así no tendré que sufrir ninguna
decepción, como otros sufren.
Carmina:
Urbano, te pido que...
Urbano:
Más vale ser un triste
obrero que un señorito inútil... Pero si tú me aceptas yo subiré.
¡Subiré, sí! ¡Porque cuando te tenga a mi lado me sentiré lleno
de energías para trabajar! ¡Para trabajar por ti! Y me
perfeccionaré en la mecánica y ganaré más. (Ella
asiente tristemente, en silencio, traspasada por el recuerdo de un
momento semejante) Viviríamos
juntos: tu madre, tú y yo. Le daríamos a la vieja un poco de
alegría en los años que le quedasen de vida. Y tú me harías
feliz. (Pausa)
Acéptame, te lo
suplico.
Carmina:
¡Eres muy bueno!
Urbano:
Carmina, te lo ruego.
Consiente en ser mi novia. Déjame ayudarte con ese título.
Carmina:
(Llora
refugiándose en sus brazos) ¡Gracias,
gracias!
Urbano:
(Enajenado) Entonces...
¿Sí? (Ella
asiente) ¡Gracias yo
a ti! ¡No te merezco!
(Quedan
un momento abrazados. Se separan con las manos cogidas. Ella le
sonríe entre lágrimas. Paca
sale de su casa. Echa una automática ojeada
inquisitiva sobre el rellano y le parece ver algo en
el
«casinillo». Se acerca al IV para ver mejor, asomándose a la
barandilla, y los reconoce).
Paca:
¿Qué hacéis ahí?
Urbano:
(Asomándose
con Carmina) Le
estaba explicando a Carmina... el entierro.
Paca:
Bonita conversación. (A
Carmina). ¿Dónde
vas tú con el capacho?
Carmina:
A la compra.
Paca:
Quédate en casa, yo iré
en tu lugar. (A
Urbano, mientras
empieza a bajar).
Acompáñalas, anda. (Se
detiene, fuerte). ¿No
subís? (Ellos
se apresuraran a hacerlo. Paca baja y se cruza con la pareja en la
escalera. A Carmina, cogiéndole el capacho) Dame
el capacho. (Sigue
bajando. Se vuelve a mirarlos y ellos la miran también desde la
puerta, confusos. Carmina abre con su llave, entran y
cierran.
Paca, con gesto expresivo. Se va).
(Elvira
y Fernando suben. Fernando lleva ahora al niño. Discuten).
Fernando:
Ahora entramos un minuto
y les damos el pésame.
Elvira:
Ya te he dicho que no.
Fernando:
Pues antes querías.
Elvira:
Y tú no querías.
Fernando:
Sin embargo, es lo mejor.
Compréndelo, mujer.
Elvira:
Prefiero no entrar.
Fernando:
Entraré yo solo
entonces.
Elvira:
¡Tampoco! Eso es lo que
tú quieres: ver a Carmina y decirle cositas y tonterías.
Fernando:
Elvira, no te alteres.
Entre Carmina y yo terminó todo hace mucho tiempo.
Elvira:
No te molestes en fingir.
¿Crees que no me doy cuenta de las miraditas que le echas encima, y
de cómo procuras hacerte el encontradizo con ella?
Fernando:
Fantasías.
Elvira:
¿Fantasías? La querías
y la sigues queriendo.
Fernando:
Elvira, sabes que yo te
he...
Elvira:
¡A mí nunca me has
querido! Te casaste por el dinero de papá.
Fernando:
¡Elvira!
Elvira:
Y, sin embargo, valgo
mucho más que ella.
Fernando:
¡Por favor! ¡Pueden
escucharnos los vecinos!
Elvira:
No me importa.
Fernando:
Te juro que Carmina y yo
no...
Elvira:
(Dando
pataditas en el suelo) ¡No
me lo creo! ¡Y eso se tiene que acabar! (Se
dirige a su casa, mas él se queda junto al I) ¡Abre!
Fernando:
Vamos a dar el pésame;
no seas terca.
Elvira:
Que no, te digo.
Fernando:
Toma a Fernandito.
(Se
lo da y se dispone a abrir).
Elvira:
(En voz
baja y violenta) ¡Tú
tampoco vas! ¿Me has oído? (Él
abre la puerta sin contestar) ¿Me
has oído?
Fernando:
¡Entra!
Elvira:
¡Tú antes! (Se
abre el I y aparecen Carmina y Urbano. Están con las manos
enlazadas, en una actitud clara. Ante la sorpresa de Fernando, Elvira
vuelve a cerrar la puerta y se dirige a ellos, sonriente) ¡Qué
casualidad, Carmina! Salíamos precisamente para ir a casa de
ustedes.
Carmina:
Muchas gracias.
(Ha
intentado desprenderse, pero Urbano la retiene).
Elvira:
(Con cara
de circunstancias) Sí,
hija... Ha sido muy lamentable... Muy sensible.
Fernando:
(Reportado)
Mi mujer y yo les
acompañamos, sinceramente, en el sentimiento.
Carmina:
(Sin
mirarle) Gracias.
(La
tensión aumenta, inconteniblemente, entre los cuatro).
Elvira:
¿Su madre está dentro?
Carmina:
Sí; háganme el favor de
pasar. Yo entro en seguida. (Con
vivacidad). En cuanto me
despida de Urbano.
Elvira:
¿Vamos, Fernando? (Ante
el silencio de él).
No te preocupes, hombre.
(A Carmina).
Está preocupado porque
al nene le toca ahora la teta.
(Con una
tierna mirada para Fernando) Se
desvive por su familia. (A
Carmina). Le
daré el pecho en su casa. No le importa, ¿verdad?
Carmina:
Claro que no.
Elvira:
Mire qué rico está mi
Fernandito. (Carmina
se acerca después de lograr desprenderse de Urbano) Dormidito.
No tardará en chillar y pedir lo suyo.
Carmina:
Es una monada.
Elvira:
Tiene toda la cara de su
padre. (A
Fernando) Sí, sí;
aunque te empeñes en que no.
(A
Carmina) Él asegura
que es igual a mí. Le agrada mucho que se parezca a mí. Es a él a
quien se parece, ¿no cree?
Carmina:
Pues... no sé. ¿Tú qué
crees, Urbano?
Urbano:
No entiendo mucho de eso.
Yo creo que todos los niños pequeños se parecen.
Fernando:
(A Urbano)
Claro que sí. Elvira
exagera. Lo mismo puede parecerse a ella, que... a
Carmina,
por ejemplo.
Elvira:
(Violenta)
¡Ahora dices eso!
¡Pues siempre estás afirmando que es mi vivo retrato!
Carmina:
Por lo menos, tendrá el
aire de familia. ¡Decir que se parece a mí! ¡Qué disparate!
Urbano:
¡Completo!
Carmina:
(Al borde
del llanto) Me va
usted a hacer reír, Fernando, en un día como éste.
Urbano:
Carmina, por favor, no te
afectes. (A
Fernando) ¡Es muy
sensible!
(Fernando
asiente).
Carmina:
(Con falsa
ternura) Gracias,
Urbano.
Urbano:
(Con
intención) Repórtate.
Piensa en cosas más alegres... Puedes hacerlo...
Fernando:
(Con la
insolencia de un antiguo novio) Carmina
fue siempre muy sensible.
Elvira:
Pero hoy tiene motivo
para entristecerse. ¿Entramos, Fernando?
Fernando:
(Tierno)
Cuando quieras, nena.
Urbano:
Déjalos pasar, nena.
(Y
aparta a Carmina, con triunfal solicitud que brinda a Fernando, para
dejar pasar al matrimonio).
ACTO
III
(Pasaron
velozmente veinte años más. Es ya nuestra época).
(Una
viejecita consumida y arrugada, de obesidad malsana y cabellos
completamente blancos, desemboca, fatigada, en el primer rellano. Es
Paca. Camina lentamente, apoyándose en la barandilla,
y
lleva en la otra mano un capacho lleno de bultos).
Paca:
(Entrecortadamente) ¡Qué
vieja estoy! (Acaricia
la barandilla) ¡Tan
vieja como tú! ¡Uf! (Pausa)
¡Y qué sola! Ya no
soy nada para mis hijos ni para mi nieta. ¡Un estorbo! (Pausa)
¡Pues no me da la
gana de serlo, demontre! (Pausa.
Resollando) ¡Hoj!
¡Qué escalerita! Ya podía poner ascensor el ladrón del casero.
Hueco no falta. Lo que falta son ganas de rascarse el bolsillo.
(Pausa) En
cambio, mi Juan la subía de dos en dos... hasta el día mismo de
morirse. Y yo, que no puedo con ella..., no me muero ni con
polvorones. (Pausa)
Bueno, y ahora que no
me oye nadie. ¿Yo quiero o no quiero morirme? (Pausa)
Yo no quiero morirme.
(Pausa) Lo
que quiero (Ha
llegado al segundo rellano y dedica una ojeada al I),
es poder charlar con
Generosa, y con Juan... (Pausa.
Se encamina a su puerta) ¡Pobre
Generosa! ¡Ni los huesos quedarán! (Pausa.
Abre con su llave. Al entrar) ¡Y
que me haga un poco más de caso mi nieta, demontre!
(Se
abre el III y sale Carmina, hija de Carmina y de Urbano. Es una
atolondrada chiquilla de unos dieciocho años. Paca la despide desde
la puerta).
Carmina,
hija: Hasta luego,
abuela. (Avanza
dando fuertes golpes en la barandilla, mientras tararea). La,
ra, ra..., la, ra, ra...
Paca:
¡Niña!
Carmina,
hija: (Volviéndose)
¿Qué?
Paca:
No des así en la
barandilla. ¡La vas a romper! ¿No ves que está muy vieja?
Carmina,
hija: Que pongan otra.
Paca:
Que pongan otra... Los
jóvenes, en cuanto una cosa está vieja, sólo sabéis tirarla.
¡Pues las cosas viejas hay que conservarlas! ¿Te enteras?
Carmina,
hija: A ti, como eres
vieja, te gustan las vejeces.
Paca:
Lo que quiero es que
tengas más respeto para... la vejez.
Carmina,
hija: (Que
se vuelve rápidamente y la abruma a besos) ¡Boba!
¡Vieja guapa!
Paca:
(Ganada,
pretende desasirse) ¡Quita,
quita, hipócrita! ¡Ahora vienes con cariñitos!
Carmina,
hija: Anda para adentro.
Paca:
¡Qué falta de
vergüenza! ¿Crees que vas a mandar en mí? (Forcejean).
¡Déjame!
Carmina,
hija: Entra...
(La
resistencia de Paca acaba en una débil risilla de anciana).
Paca:
(Vencida)
¡No te olvides de
comprar ajos!
(Carmina
cierra la puerta en sus narices. Vuelve a bajar, rápida, sin dejar
sus golpes al pasamanos ni
su
tarareo. La puerta del II se abre por Fernando, hijo de Fernando y
Elvira. Sale en mangas de camisa. Es arrogante y pueril. Tiene
veintiún años).
Fernando,
hijo: Carmina.
(Ella,
en los primeros escalones aún, se inmoviliza y calla, temblorosa,
sin volver la cabeza. Él baja enseguida a su altura).
Carmina,
hija: ¡Déjame,
Fernando! Aquí, no. Nos pueden ver.
Fernando,
hijo: ¡Qué nos importa!
Carmina,
hija: Déjame.
(Intenta
seguir. Él la detiene con brusquedad).
Fernando,
hijo: ¡Escúchame, te
digo! ¡Te estoy hablando!
Carmina,
hija: (Asustada)
Por favor, Fernando.
Fernando,
hijo: No. Tiene que ser
ahora. Tienes que decirme en seguida por qué me has esquivado estos
días. (Ella
mira, angustiada, por el hueco de la escalera) ¡Vamos,
contesta!
¿Por
qué? (Ella
mira a la puerta de su casa) ¡No
mires más! No hay nadie.
Carmina,
hija: Fernando, déjame
ahora. Esta tarde podremos vernos donde el último día.
Fernando,
hijo: De acuerdo. Pero
ahora me vas a decir por qué no has venido estos días.
(Ella
consigue bajar unos peldaños más. Él la retiene y la sujeta contra
la barandilla).s
Carmina,
hija: ¡Fernando!
Fernando,
hijo: iDímelo! ¿Es que
ya no me quieres? (Pausa)
No me has querido
nunca, ¿verdad? Ésa es la razón. ¡Has querido coquetear conmigo,
divertirte conmigo!
Carmina,
hija: No, no...
Fernando,
hijo: Sí. Eso es.
(Pausa) ¡Pues
no te saldrás con la tuya!
Carmina,
hija: Fernando, yo te
quiero. ¡Pero déjame! ¡Lo nuestro no puede ser!
Fernando,
hijo: ¿Por qué no puede
ser?
Carmina,
hija: Mis padres no
quieren.
Fernando,
hijo: ¿Y qué? Eso es un
pretexto. ¡Un mal pretexto!
Carmina,
hija: No, no..., de
verdad. Te lo juro.
Fernando,
hijo: Si me quisieras de
verdad no te importaría.
Carmina,
hija:
(Sollozando) Es
que... me han amenazado y... me han pegado...
Fernando,
hijo: ¡Cómo!
Carmina,
hija: Sí. Y hablan mal
de ti... y de tus padres... ¡Déjame, Fernando! (Se
desprende. Él está paralizado) Olvida
lo nuestro. No puede ser... Tengo miedo...
(Se
va rápidamente, llorosa. Fernando llega hasta el rellano y la mira
bajar, abstraído).
Elvira:
Pasa para dentro.
¿Estabas con ella?
Fernando,
hijo: Sí.
Elvira:
¿Recuerdas que te hemos
dicho muchas veces que no tontearas con ella?
Fernando,
hijo: ¡No
quiero! ¡Se acabó! ¡No quiero entrar! ¡Ya estoy harto de vuestras
estúpidas prohibiciones! ¡No me importan los vecinos! ¡También
estoy harto de esos miedos!
(Elvira
sale a la puerta). ¿Por
qué no puedo hablar con Carmina, vamos a ver? ¡Ya soy un hombre!
Elvira:
(Que
interviene con acritud). ¡No
para Carmina!
Fernando,
hijo: ¿Qué tengo yo que
ver con vuestros rencores y vuestros viejos prejuicios? ¿Por quéno
vamos a poder querernos Carmina y yo?
Elvira:
¡Nunca!
Fernando,
hijo: Pero ¿por qué?
Elvira:
Tú no lo entiendes. Pero
entre esa familia y nosotros no puede haber noviazgos. ¡Ni hablar de
la cosa! Los padres de ella tampoco lo consentirían. Puedes estar
seguro. Entra, hijo.
Fernando,
hijo: Pero, mamá...
¡Cada vez lo entiendo menos! Os empeñáis en no comprender que
yo...,
¡no puedo vivir sin Carmina! No os comprendo... No os comprendo...
(Suben
Urbano, Carmina y su hija. El padre viene riñendo a la muchacha, que
atiende tristemente sumisa. La madre se muestra jadeante y muy
cansada).
Urbano:
¡Y no quiero que vuelvas
a pensar en Fernando! Es como su padre: un inútil.
Carmina:
¡Eso!
Urbano:
Más de un pitillo nos
hemos fumado el padre y yo ahí mismo, (Señala
al «casinillo»)
cuando
éramos jóvenes. Me acuerdo muy bien. Tenía muchos pajaritos en la
cabeza. Y su hijo es como él: un gandul. Así es que no quiero ni
oírte su nombre. ¿Entendido?
(La
madre se apoya, agotada, en el pasamanos).
Urbano:
¿Te cansas?
Carmina:
Un poco.
Urbano:
Un esfuerzo. Ya no queda
nada. ¿Te duele el corazón?
Carmina:
Un poquillo...
Urbano:
¡Dichoso corazón!
Carmina:
No es nada. Ahora se
pasará.
Urbano:
¿Por qué no quieres que
vayamos a otro médico?
Carmina:
(Seca)
Porque no.
Urbano:
¡Una testarudez tuya!
Puede que otro médico consiguiese...
Carmina:
Nada. Esto no tiene
arreglo; es de la edad... y de las desilusiones.
Urbano:
¡Tonterías! Podíamos
probar...
Carmina:
¡Que no! ¡Y déjame en
paz!
Urbano:
¿Cuándo estaremos de
acuerdo tú y yo en algo?
Carmina:
(Con
amargura) Nunca.
Urbano:
Cuando pienso lo que
pudiste haber sido para mí... ¿Por qué te casaste conmigo si no me
querías?
Carmina:
(Seca) No
te engañé. Tú te empeñaste.
Urbano:
Sí. Supuse que podría
hacerte olvidar otras cosas... Y esperaba más correspondencia,
más...
Carmina:
Más agradecimiento.
Urbano:
No es eso. (Suspira)
En fin, paciencia.
Carmina:
Paciencia.
(Paca
se asoma y los mira. Con voz débil, que contrasta con la fuerza de
una pregunta igual hechaveinte años antes).
Paca:
¿No subís?
Urbano:
Sí.
Carmina:
Sí. Ahora mismo.
(Paca
se mete).
Urbano:
¿Puedes ya?
Carmina:
Sí.
(Urbano
le da el brazo. Suben lentamente, silenciosos. De peldaño en peldaño
se oye la dificultosa respiración de ella. Llegan finalmente y
entran. A punto de cerrar, Urbano ve a Fernando, el padre, que sale
del II y emboca la escalera. Vacila un poco y al fin se decide a
llamarle cuando ya ha bajado unos peldaños).
Urbano:
Fernando.
Fernando:
(Volviéndose)
Hola. ¿Qué quieres?
Urbano:
Un momento. Haz el favor.
Fernando:
Tengo prisa.
Urbano:
Es sólo un minuto.
Fernando:
¿Qué quieres?
Urbano:
Quiero hablarte de tu
hijo.
Fernando:
¿De cuál de los dos?
Urbano:
De Fernando.
Fernando:
¿Y qué tienes que decir
de Fernando?
Urbano:
Que harías bien
impidiéndole que sonsacase a mi Carmina.
Fernando:
¿Acaso crees que me
gusta la cosa? Ya le hemos dicho todo lo necesario. No podemos hacer
más.
Urbano:
¿Luego lo sabías?
Fernando:
Claro que lo sé. Haría
falta estar ciego...
Urbano:
Lo sabías y te
alegrabas, ¿no?
Fernando:
¿Que me alegraba?
Urbano:
¡Sí! Te alegrabas. Te
alegrabas de ver a tu hijo tan parecido a ti mismo... De encontrarle
tan irresistible como lo eras tú hace treinta años.
Fernando:
No quiero escucharte.
Adiós. (Va a
marcharse).
Urbano:
¡Espera! Antes hay que
dejar terminada esta cuestión. Tu hijo...
Fernando:
(Sube y se
enfrenta con él) Mi
hijo es una víctima, como lo fui yo. A mi hijo le gusta Carmina
porque ella se le ha puesto delante. Ella es quien le saca de sus
casillas. Con mucha mayor razón podría yo decirte que la
vigilases.fes
Urbano:
¡Ah, en cuanto a ella
puedes estar seguro! Antes la deslomo que permitir que se entienda
con tu Fernandito. Es a él a quien tienes que sujetar y encarrilar.
Porque es como tú eras: un tenorio y un vago.
Fernando:
¿Yo un vago?
Urbano:
Sí. ¿Dónde han ido a
parar tus proyectos de trabajo? No has sabido hacer más que mirar
por encima del hombro a los demás. ¡Pero no te has emancipado, no
te has libertado! (Pegando
en el pasamanos) ¡Sigues
amarrado a esta escalera, como yo, como todos!
Fernando:
Sí; como tú. También
tú ibas a llegar muy lejos con el sindicato y la solidaridad.
(Irónico)
Ibais a arreglar las
cosas para todos... Hasta para mí.
Urbano:
¡Sí! ¡Hasta para los
zánganos y cobardes como tú!
(Carmina,
la madre, sale al descansillo después de escuchar un segundo e
interviene. El altercado crece en violencia hasta su final).
Carmina:
¡Eso! ¡Un cobarde! ¡Eso
es lo que has sido siempre! ¡Un gandul y un cobarde!
Urbano:
¡Tú, cállate!
Carmina:
¡No quiero! Tenía que
decírselo. (A
Fernando) ¡Has sido
un cobarde toda tu vida! Lo has sido para las cosas más
insignificantes... y para las más importantes.
(Lacrimosa)
¡Te asustaste como
una gallina cuando hacía falta ser un gallo con cresta y espolones!
Urbano:
(Furioso) ¡Métete
para adentro!
Carmina:
¡No quiero! (A
Fernando) Y tu hijo
es como tú: un cobarde, un vago y un embustero. Nunca se casará con
mi hija, ¿entiendes?
(Se
detiene, jadeante).
Fernando:
Ya procuraré yo que no
haga esa tontería.
Urbano:
Para vosotros no sería
una tontería, porque ella vale mil veces más que él.
Fernando:
Es tu opinión de padre.
Muy respetable. (Se
abre el II y aparece Elvira,
que escucha
y los contempla) Pero
Carmina es de la pasta de su familia. Es como Rosita...
Urbano:
(Que se
acerca a él rojo de rabia) Te
voy a...
(Su
mujer le sujeta).
Fernando:
¡Sí! ¡A tirar por el
hueco de la escalera! Es tu amenaza favorita. Otra de las cosas que
no has sido capaz de hacer con nadie.
Elvira:
(Avanzando)
¿Por qué te avienes
a discutir con semejante gentuza? Vete a lo tuyo.
Carmina:
¡Una gentuza a la que no
tiene usted derecho a hablar!
Elvira:
Y no la hablo.
Carmina:
¡Debería darle
vergüenza! ¡Porque usted tiene la culpa de todo esto!
Elvira:
¿Yo?
Carmina:
Sí, usted, que ha sido
siempre una zalamera y una entrometida...
Elvira:
¿Y usted qué ha sido?
¡Una mosquita muerta! Pero le salió mal la combinación.
Fernando:
(A su
mujer) Estáis
diciendo muchas tonterías...
Elvira:
¡Tú te callas! (A
Carmina, por Fernando) ¿Cree
usted que se lo quité? ¡Se lo regalaría de buena gana!
Fernando:
¡Elvira, cállate! ¡Es
vergonzoso!
Urbano:
(A su
mujer) ¡Carmina, no
discutas eso!
Elvira:
(Sin
atender a su marido) Fue
usted, que nunca supo retener a nadie, que no ha sido capaz de
conmover a nadie..., ni de conmoverse.
Carmina:
¡Usted, en cambio, se
conmovió a tiempo! ¡Por eso se lo llevó!
Elvira:
¡Cállese! ¡No tiene
derecho a hablar! Ni usted ni nadie de su familia puede rozarse con
personas decentes. Paca ha sido toda su vida una murmuradora... y una
consentidora. (A
Urbano) ¡Como usted!
Consentidores de los caprichos de Rosita...¡Una cualquiera!
(Se
abalanza y la agarra del pelo. Todos vocean. Carmina pretende pegar a
Elvira. Urbano trata de separarlas. Fernando sujeta a su mujer. Entre
los dos consiguen separarlas a medias).
Fernando:
¡Basta! ¡Basta ya!
Urbano:
(A Elvira)
¡Si mi hermana Rosa
se juntó con Pepe y le salió mal, usted cazó a Fernando!s
Elvira:
¡Yo no he cazado a
nadie!
Urbano:
¡A Fernando!
Carmina:
¡Sí! ¡A Fernando!
Urbano:
Y le ha durado. Pero es
tan chulo como Pepe.
Fernando:
¿Cómo?
Urbano:
(Enfrentándose
con él) ¡Claro que
sí! Has sido un cazador de dotes. En el fondo, igual que Pepe.
¡Peor! ¡Porque tú has sabido nadar y guardar la ropa!
Fernando:
¡No te parto la cabeza
porque...!
(Las
mujeres los sujetan ahora).
Urbano:
¡Porque no puedes!
¡Porque no te atreves! ¡Pero a tu niño se la partiré yo como le
vea rondar a Carmina! (Con
grandes voces) ¡Y se
acabó! ¡Vamos adentro!
(Los
empuja rudamente).
Elvira:
(Antes de
entrar, a Carmina) ¡Pécora!
Carmina:
(Lo mismo)
¡Enredadora!
Elvira:
¡Escandalosa!
¡Ordinaria!
(Urbano
logra hacer entrar a los suyos y cierra con un tremendo portazo).
Fernando:
(A Elvira)
¡Nosotros, para
dentro también!
Elvira:
(Después
de considerarle un momento con desprecio) ¡Y
tú a lo tuyo, que ni para
eso
vales!
(Su
marido la mira violento. Ella se mete y cierra también con un
portazo. Fernando baja tembloroso la escalera, con la lentitud de un
vencido. Su hijo, Fernando, le ve cruzar y desaparecer con una mirada
de espanto. La escalera queda en silencio. Fernando, hijo, oculta la
cabeza entre las manos. Pausa larga. Carmina, hija, sale con mucho
sigilo de su casa y cierra la puerta sin ruido. Su cara no está
menos descompuesta que la de Fernando).
Fernando,
hijo: ¡Carmina! (Aunque
esperaba su presencia, ella no puede reprimir un suspiro de susto. Se
miran un momento y en seguida ella baja corriendo y se arroja en sus
brazos) ¡Carmina!...
Carmina,
hija: ¡Fernando! Ya
ves... Ya ves que no puede ser.
Fernando,
hijo: ¡Sí puede ser! No
te dejes vencer por su sordidez. ¿Qué puede haber de común entre
ellos y nosotros? ¡Nada! Ellos son viejos y torpes. No comprenden...
Yo lucharé para vencer. Lucharé por ti y por mí. Pero tienes que
ayudarme, Carmina. Tienes que confiar en mí y en nuestro cariño.
Carmina,
hija: ¡No podré!
Fernando,
hijo: Podrás. Podrás...
porque yo te lo pido. Tenemos que ser más fuertes que nuestros
padres. Ellos se han dejado vencer por la vida. Han pasado treinta
años subiendo y bajando esta escalera... Haciéndose cada día más
mezquinos y más vulgares. Pero nosotros no nos dejaremos vencer por
este ambiente. ¡No! Porque nos marcharemos de aquí. Nos apoyaremos
el uno en el otro. Me ayudarás a subir, a dejar para siempre esta
casa miserable, estas broncas constantes, estas estrecheces. Me
ayudarás, ¿verdad? Dime que sí, por favor. ¡Dímelo!
Carmina,
hija: ¡Te necesito,
Fernando! ¡No me dejes!
Fernando,
hijo: ¡Pequeña! (Quedan
un momento abrazados. Después, él la lleva al primer escalón y la
sienta junto a la pared, sentándose a su lado. Se cogen las manos y
se miran arrobados) Carmina,
voy a empezar en seguida a trabajar por ti. ¡Tengo muchos proyectos!
Saldré de aquí. Dejaré a mis padres. No los quiero. Y te salvaré
a ti. Vendrás conmigo. Abandonaremos este nido de rencores y de
brutalidad.
Carmina,
hija: ¡Fernando!
Fernando,
hijo: Sí, Carmina. Aquí
sólo hay brutalidad e incomprensión para nosotros. Escúchame. Si
tu cariño no me falta, emprenderé muchas cosas. Primero me haré
aparejador. ¡No es difícil! En unos años me haré un buen
aparejador. Ganaré mucho dinero y me solicitarán todas las empresas
constructoras. Para entonces ya estaremos casados...
Tendremos
nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos de aquí. Pero no dejaré de
estudiar por eso. ¡No, no, Carmina! Entonces me haré ingeniero.
Seré el mejor ingeniero del país y tú serás mi adorada
mujercita...
Carmina,
hija: ¡Fernando! ¡Qué
felicidad!... ¡Qué felicidad!
Fernando,
hijo: ¡Carmina!
(Se
contemplan extasiados, próximos a besarse).
FIN
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