domingo, 20 de enero de 2019

La leyenda de Luna

LA LEYENDA DE LUNA

"El valle de Luna es bello, como su nombre. Y ahora, como la luna, triste".
Víctor de la Serna. 1953, en
LA RUTA DE LOS FORAMONTANOS
La pastora de Caldas
Es consolador comprender la lucha leonesa contra el feudalismo. Altivez fiera de nuestros antepasados, que se opusieron a las servidumbres defendiendo al pueblo y poniéndolo al amparo del poder real.
Pero a veces el rey buscó una ayuda extrajera que no gustó a los leoneses. Alfonso II el Casto, que recogía las manos tendidas del gabacho Carlomagno provocó la ira de los astures y leoneses, que acaudillados por Bernardo del Carpio armaron el trepe de Roncesvalles contra Roldán, según la leyenda.
Este Bernardo era un buen tipo leonés. Hijo, según cuentan los legendarios ecos, de una infantica muy bella, hermana del rey Casto, un poco ligerilla de sandalias, y un guapo conde palatino y palentino, de Saldaña. Y con el ímpetu de los amores mozos salió Bernardo arrogante, de los que daban un paso más si es que la espera era corta.
"Arrogante, ¡oh, moro, estás!
Toda la arrogancia es mía.
Ya te encontraré algún día.
En el Carpio me hallarás.
¡Ay de ti si al Carpio voy!
¡Ay de ti si al Carpio vas!"
Y allí está la roca, allí, donde el rey Casto se enfadó y mandó sacar los ojos al conde encerrándolo de por vida. El soberbio castillo de Luna.
Don Florentino Agustín Díez, recogió en romance esta leyenda de Luna, y cantó a la pastora de Caldas, a quien preguntaba Jimena la desgraciada:
"Por la braña andaba un día
–la mi brañina de Caldas–
careando para el chozo
con los mis perros las vacas
El sol fuyendo se diba
por la collada más alta
golvíase el aire quieto
y el atardecer se apagaba.
Vide venir sospirando
una princesa galana,
negra de vestir, la hermosa,
negra de vestir, la blanca
–Queréisme decir, la niña,
queréisme decir, zagala
endónde está ese que dicen?
de Luna soberbio alcázar,
en do aquel que me robaron
la vida toda penaba?.
–Es una roca, señora,
muy alta y atravesada,
ese Castillo de Luna
que llaman la torreada.
Es una roca, señora,
negra es y atravesada.
Quedarvos aquí, mi dueña,
hasta que vos guíe el alba
y entonces debéis golveros
a vuestra casa alhajada.
–Morirme habré, la mi niña,
si a Don Sancho no abrazaba,
ese que tiene por nombre
Conde Sancho de Saldaña,
padre honrado de Bemaldo
el fijo de la mi entraña,
mal apartado del rey
en la roca torreada
por la mor de unos villanos
que amén perdieran el alma.
Dime, pues, la niña, dime,
la mi senda aderechada
que he de subir a la roca
y llorar allí mis lágrimas.
–Señora, la mi señora,
cómo me partís el alma.
Quedarvos acá en los fuegos,
reposar en las mis lanas,
caluestros habre de darvos
de la novilla gallarda
con tortas de pan candial
y una grande freisolada,
y si a vos se vos antoja
leite fría y ennatada
y para la fin las migas
con manteiga esmigajadas.
Señora, señora mía,
mañana será mañana
y habréis de ver en la roca
a ese Sancho de Saldaña.
Fermoso estará, mi dueña,
ansí como os pide el alma,
alto lo veredes de oro
sobre las torres de plata..."
Sancho Díaz, San Díaz, conde de Saldaña, enamorado de Doña Jimena y espiado por el felón Nuño de Arlanza, que corrió al rey con los rumores y hace desmayarse a la infanta.
San Díaz mata a Nuño en un desafío, el rey medita y sentencia a la pareja amante: al Sancho Díaz le envía una carta sellada para el alcaide del castillo de Luna, Diego Melendo, gran amigo de San Díaz, que en cumplimiento de la orden del rey ha de deorbitar al conde y encerrarlo en la fortaleza.
En el camino le salió al conde un anciano que le avisa de que no continúe su camino, porque los presagios son siniestos, "la sangre en el rastrillo".
Doña Jimena es recluída en un convento ovetense, y la alegría huyó para siempre de la corte del rey Casto.
Por ello es evocador pisar estos riscos, que fueron un tiempo arca inexpugnable de los tesoros del reino.
Aún recuerdan las gentes mayores los vestigios que se conservaban antes de construirse la presa: el camino bien trazado que ascendía hasta las torres, el aljibe, la mazmorra, y que allí se demolió todo en aras del progreso.
El pueblo no suele ser amante de los castillos, y es explicable. El castillo siempre recuerda momentos de dureza social, látigo y castigo, pisoteo de derechos humanos.
No obstante, los bastiones de un castillo le dan cierto empaque a una aldea, turístico, histórico, atractivo, y que en mayor o menor medida también contribuyó el alumbramiento de la Historia. Una Historia pragmática, con algo que imitar o algo que desechar; que tanto se imita lo Sueño como se escarma en lo malo.
El cantar de gesta leonés
Y aquí, en este castillo de Luna nació uno de nuestros cantares de gesta, primeros esbozos de la literatura, el Cantar del héroe Bernardo del Carpio, que ha recogido don Ramón Menéndez Pidal en su "Flor Nueva de Romances Vieios".
"Cuando entré en este castillo,
apenas entré con barba,
y agora por mis pecados
la veo crecida y blanca.
¿Qué descuido es éste, hijo?
¿Cómo a voces no te llama
la sangre que tienes mía
a socorrer donde falta?
Todos los que aquí me tienen
me cuentan de tus hazañas;
si para tu padre no,
dime para quien las guardas".
"Bastardo me llaman, rey,
siendo hijo de tu hermana;
tú y los tuyos lo habéis dicho,
que otro ninguno no osara.
Metiste a mi padre en rehenes
y a mi madre en orden sacra,
y porque no herede yo,
quieres dar el trono a Francia;
morirán los españoles
antes de ver tal jornada.
Mi padre pido que sueltes,
pués me diste la palabra,
si no, en campo, como quiera,
te será bien demandada..."
Atemorizado Alfonso envió al conde Teobalte para que trajese del castillo de luna al conde de Saldaña Don Sancho Díaz. Pero cuando Teobalte llegó a León ya había muerto el conde Sancho hacía tres días.
El rey mandó metiesen el cuerpo en agua caliente para ablandarlo, y lo sentó en silla de marfil con ricas vestiduras, en el palacio de Zamora. Y cuando Bernardo fue a besar la mano de su padre la halló yerta, prorrumpiendo en lamentos.
Sacó a su madre del monasterio y la hizo casar públicamente, confirmando el matrimonio que antes había contraído en secreto, para que nadie pudiera llamarle hijo bastardo.
Luego armó a los leoneses y se fue a pelear contra Carlomagno en Roncesvalles.
Este castillo fue más tarde la mansión montañesa de los todopoderosos condes de Luna.

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