José Antonio Marina
El filósofo y pedagogo José Antonio Marina ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas una corriente de pensamiento que resume en su propuesta de “Pacto Educativo”. Propone una movilización de la sociedad civil, como compromiso que reúna a familias y escuelas a favor del alumnado, para reclamar a la clase política que cumpla con sus compromisos respecto a la juventud. Inclusión educativa, autonomía pedagógica, creatividad, motivación, talento y convivencia son algunos de los aspectos que desarrolla en libros como ‘Despertad al Diplodocus’, ‘El bosque pedagógico’, ‘Objetivo: generar talento’ o ‘La inteligencia que aprende’. José Antonio Marina, fundador de la Universidad de Padres, es también autor del ‘Libro Blanco de la Profesión Docente’, por encargo del Ministerio de Educación, donde abre el debate sobre las nuevas corrientes de innovación pedagógica. “España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la Industrialización. Si España pierde el tren del aprendizaje, nos convertimos en el bar de copas de Europa. Y yo, para mis alumnos, no lo quiero. De manera que hay que empezar a decirle a la sociedad: «Eh, que esto va en serio», y que podemos tener un problema de paro juvenil crónico gravísimo porque no estamos poniendo las medidas necesarias para atajarlo, y es un asunto de una gran injusticia social”, concluye Marina.
Creando Oportunidades
TRANSCRIPCIÓN
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Pájaro y José Antonio Marina. “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor.
Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador.
Y todo es igual. Nada es mejor…
Lo mismo un burro que un gran profesor”.
José Antonio Marina. Ahí está, ahí nos quedamos.
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José Antonio Marina. Aparentemente, vamos a hablar de educación. Pero, en realidad, de lo que me gustaría hablar es de magia. ¿Por qué? Porque a mí me gustaría, después de que ya hemos hablado tanto de los problemas, de las preocupaciones, de las angustias, de las dificultades de la educación, que hayamos venido todos llorados y estemos en condiciones de recuperar lo que hay en el fondo de la educación, que son cosas, literalmente, prodigiosas. Ver cómo un niño en seis o siete años aprende, por ejemplo, el lenguaje, que ha costado dos millones de años inventarlo, es absolutamente prodigioso. Ver cómo va aprendiendo a regular sus emociones, entre ellas la de fastidiar a las madres y a los hermanos, el de tantear hasta dónde puede llegar. Ver cómo puede aprender dos idiomas o tres idiomas sin que se confunda, sabiendo cuándo debe hacerlo, cuándo debe utilizar uno, cuándo debe utilizar otro, es, literalmente, prodigioso. Y, además, porque la magia es la manera de hacer posibles cosas que parecían imposibles. Y en eso, también, la educación se parece mucho. La palabra «posibilidad» es una palabra esencial. Lo que intentamos hacer con la educación es realizar posibilidades, descubrir posibilidades. A mí me gustaba decir a mis alumnos más pequeñitos, que acababan, por ejemplo, de aprender lo que era el petróleo: «Vamos a ver, decidme las propiedades del petróleo». Entonces, como se lo sabían muy bien, pues es un líquido oleaginoso, de procedencia orgánica que combustiona. Y, entonces, les preguntaba: «¿Y volar es una propiedad del petróleo?». Ante una pregunta extraña todo alumno desconfía, piensa: «Aquí hay gato encerrado». De manera que las respuestas eran un poco dudosas, pero, por fin, tenían que decir: «No, el petróleo es muy denso y no vuela». Y yo les decía, entonces: «Pero, acabo de viajar en un avión en que, no solamente volaba el petróleo, sino que me estaba haciendo volar a mí. ¿Y eso qué es?». Bueno, eso no son propiedades del petróleo, son posibilidades del petróleo. Las posibilidades son aquello que sucede cuando las propiedades de las cosas las integramos dentro de proyectos de la inteligencia. Y entonces empiezan a hacer cosas muy raras, cosas muy notables, cosas muy prodigiosas.
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Claro, nosotros tenemos propiedades, digamos, muy estables: mi carácter, por ejemplo. Bueno, lo que me interesa saber… Ya sé que eres así, lo que me interesa saber es: ¿y qué posibilidades tienes? Eso es lo que me interesa. Porque si integramos lo que eres dentro de proyectos lo suficientemente poderosos, lo suficientemente entusiastas, lo suficientemente inteligentes, a lo mejor van a aparecer en ti muchas cosas muy extrañas, muy buenas, muy imprevistas y que, por lo tanto, vamos a ver si conseguimos descubrir esas posibilidades. A mí me gustaba decirles que la educación a lo que más se parece es al juego de cartas. No sé, cuando esta idea llegara a sus padres, lo que pensarían, si pensarían que estaba, no sé, corrompiendo a sus hijos por querer convertirles en tahúres o algo así. No, lo que yo quería decirles es que la vida y el juego se parecen porque en los dos casos se nos reparten unas cartas que no hemos podido elegir. En la vida, pues la situación familiar, la genética, la situación económica, la nación dónde se vive… Y en el juego los naipes. Segundo, que en ambas cosas hay cartas buenas y cartas malas. Tercero, que en las dos es mejor tener cartas buenas que cartas malas. Pero ahora viene la pregunta interesante: ¿Gana siempre quien tiene las mejores cartas? ¿Quién gana? Quien juega mejor.
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Bueno, pues nosotros, en la educación, lo que intentamos hacer es enseñar a que todo el mundo juegue de la mejor manera posible con las cartas que tiene, y eso da mucho de sí. Esa era la historia que contaba. Ahora he tenido que cambiar el final por una sorpresa que nos ha dado la ciencia. Porque el final del siglo XX fue el siglo de la genética, una ciencia triste porque nos dice que los dados están ya lanzados. Pero el siglo XXI está siendo el siglo de la epigenética. Bueno, están lanzados de cierta manera. ¿Por qué? Porque es verdad que cada uno de nosotros venimos con nuestro genoma, pero no todos los genes se activan. Se activan unos sí y otros no. ¿Y qué es lo que hace que se activen? El entorno y dentro del entorno está, también, la educación. Con lo cual, resulta que los que nos dedicamos a la educación, que somos todos, más o menos profesionalmente, pues tenemos que darnos cuenta de que lo que hagamos está teniendo repercusión incluso genética, ¿por qué? Porque está activando genes que si no, estarían dormidos. Entonces, la historia que yo contaba a mis alumnos de que tenían que aprender a jugar bien, he tenido que prolongarla de una manera muy extraña. Diciendo: «Bueno, gana el que juega mejor, sí. Pero, además, si juega lo suficientemente bien, va a poder cambiar las cartas que ha recibido». Y eso, realmente, es fantástico. Nunca pensamos que teníamos esas posibilidades. Por eso os digo que cuando hablamos educación, a mí me gustaría que fuera dentro de un ambiente mágico, dentro de un ambiente prodigioso. Hacemos y nos pasan cosas fantásticas y presenciamos cosas fantásticas al lado de las cuales pasamos sin darnos cuenta. Tenemos una especie de ceguera, tenemos una especie de mirada apisonadora. Apisona todo lo que hay, y entonces claro, después resulta que nada hay muy interesante, porque previamente las hemos apisonado.
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Mis alumnos se enfadan mucho cuando les digo: «Mirad, no es que las cosas sean aburridas, es que como estáis aburridos, las cosas son aburridas. De manera que a ver si empezáis un poco a cambiar la actitud». Hay una anécdota que a mí me gusta contar un poco porque me suele divertir ver la cara un poco de paso, que es cuando digo que yo soy filósofo pero que yo estudié filosofía por una razón muy peculiar. Cuando terminé el bachillerato lo único que realmente me interesaba era el baile, y entonces yo quería hacer algo que tuviera que ver con el baile, que era o bailar o ser coreógrafo o ser director de ballet, algo así. Pero en España en aquel momento, ya sabéis, hubo primero el Paleolítico, luego el Neolítico y luego ya cuando nací yo, o sea que ya está en la tercera edad de la prehistoria. Entonces no había compañías de ballet en España, no había escuela de ballet… Entonces, mientras esperaba a ver cómo arreglaba mi futuro, pensé: «Bueno, para esto que tiene que ver con el baile que es un arte, voy a estudiar algo que tenga que ver con el arte». Lo que me interesaba del baile era la capacidad que tiene el bailarín de transfigurar el esfuerzo en gracia. Es decir, cuándo veis a un bailarín haciendo barra, es un espectáculo penoso que no os recomiendo. Están sudando, están llenos de tiritas, les duelen los pies… Ah, amigo, pero lo importante es que lo que están haciendo ahí les permite que, cuando salen a bailar, parezca que no tienen cuerpo, es decir, o cuerpo transfigurado por la música, que decía Llitch. Y entonces, especie de soltura, esa especie de ligereza, esa especie… que no se nota el esfuerzo. Esa es una experiencia que no solo se da en el baile, sino que se puede dar en muchas cosas. Se puede dar en el pensamiento, que no se nota el esfuerzo. Claro que has tenido que trabajártelo. Es algo que puede hacerse en la relación amorosa. Claro que toda relación amorosa exige esfuerzo, pero que no se note, que no se note. Hay una especie como de altanería, como de gracia, que es la belleza en movimiento. Lo estoy haciendo de una manera en la que parece que tu cuerpo no pesa, que pensar no cuesta, que me he entrenado mucho, y entonces las cosas se hacen con ligereza. Hay una agilidad física y hay una agilidad mental y hay una agilidad espiritual. Fijaros que, cuando los teólogos de la Edad Media eran personas un poco raras, porque vamos se preocupan de cosas, realmente, muy lejanas, que es: una vez que el cuerpo hubiera resucitado, ¿cómo sería? Y una de las cosas que decían del cuerpo resucitado es que era ágil. Muy bien, completamente de acuerdo. Está bien, completamente de acuerdo. Se acabaron las confidencias y empieza el interrogatorio, de manera que ahora os toca a vosotros decir qué va a ser de mi vida.
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Laura. José Antonio, recuerdo, en uno de tus libros, que hablas de “despertar al Diplodocus”. Dices que hay que poner en marcha una conspiración. ¿Cómo debería ser esa conspiración para mejorar la educación?
José Antonio Marina. En el título me refería a que el sistema educativo español es muy poderoso, es muy grande, es un Diplodocus pero está dormido, y despertar a un Diplodocus debe ser complicado. Es decir, se tarda mucho en movilizarlo. Y lo que a mí me parecía es que teníamos que hacer una conspiración entre todos para despertar al Diplodocus. Es decir, para hacer que el sistema educativo que tenemos adquiera su plena eficacia. Y ahí, además, me ponía una meta, digamos, lanzaba una propuesta de meta a la sociedad española, que es que nosotros podemos tener en cinco años, dedicando el cinco por ciento del PIB a la educación, que ya lo hemos dedicado, Laura, que no es decir: «Qué fantástico estaría que tuviéramos el siete, el ocho…», no lo hemos tenido y, posiblemente, no lo vamos a tener. Pero el cinco por ciento lo hemos tenido ya. En cinco años, con el cinco por ciento y teniendo claros los objetivos y la movilización de todos los que tienen que intervenir, podemos tener una escuela de alto rendimiento. Es decir, al nivel de lo que, digamos, ya un poco típicamente decimos, Finlandia. Sí, podemos tener una escuela a la finlandesa. Esto lo hice hace tres años, a la vista está que no lo vamos a tener. Pero no lo vamos a tener porque no hemos empezado a hacerlo. Entonces, yo creo que la conspiración tenía que ser, bueno, ¿y si nos confabulamos para movilizar a quien tiene que movilizarse? Y quien tiene que movilizarse primero es la sociedad, porque a nadie le interesa la educación. Ya sé que interesa mucho a los padres, que están asustados, y ya sé que la sociedad se acuerda de la educación como de Santa Bárbara, cuando truena. Si hay un resultado PISA malo: «¿Pero qué hace la escuela?». Que hay violencia en las aulas: «¿Pero qué hace la escuela?». Que tenemos niños muy gordos: «¿Pero qué hace la escuela?». Accidentes de tráfico: «¿Pero qué hace la escuela?». Toma drogas: «¿Pero qué hace la escuela?». Se pelean los padres: «¿Pero qué hace la escuela?». Hay machismo: «¿Pero qué hace la escuela?». Bueno, hay que acordarse de la escuela en los momentos de bonanza, que es cuando se prepara todo esto. No es que exagere al decir que la sociedad española no se interesa por la escuela. En las encuestas mensuales del CIS, ¿habéis visto alguna vez que aparezca la educación entre las preocupaciones de los españoles? No. Pues ahí está el asunto. De manera que si nos confabulamos para hacer que durante tres meses aparezca en el primer puesto de las preocupaciones de los españoles la educación, te aseguro, Laura, que cambia la educación a bastante velocidad. De manera que eso podía ser una de las formulaciones de la conspiración.
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Almudena. Hola, José Antonio. Mi nombre es Almudena, y yo te quería preguntar quiénes han sido tus maestros, esos que te han influido y han cambiado tu vida.
José Antonio Marina. Bueno, hay que advertir que las personas de mi generación que nos dedicamos a la educación, tropezamos con un problema, que es que quien nos educaron a nosotros hicieron todo lo contrario de lo que estamos nosotros diciendo que hay que hacer. Y, sin embargo, nuestra generación salió bastante bien educada. Fuimos los que hicimos la transición. Bueno, resultamos bastante bien. Y, sin embargo, recibimos, en teoría, una educación desastrosa. Yo estudié inmediatamente después de la guerra, mi familia había quedado en muy mala situación y, entonces, en Toledo, había un colegio que era gratis total, eso significa, total. De manera que no solo fueran gratis las matrículas, eran los libros, el material escolar, eran los uniformes, eran las botas, era absolutamente todo. Y era un colegio parcialmente militarizado, con una disciplina fortísima y con un sistema que yo después lo he estudiado y sigo estudiándolo por ver si convendría introducirlo. Era un sistema muy parecido al carné de puntos del carné de conducir. Al empezar el curso se nos daban diez puntos y se nos iban quitando puntos según trastadas que hacíamos o según desastres… Con una cosa que ya nos parecería muy cruel: si un alumno se quedaba sin puntos`, el día uno de mayo se iba a la calle. No terminaba el curso. Faltaban quince días, no terminaba el curso. De manera que esa es, digamos, la parte dura. Pero tenía una parte para compensarlo, que es que, igual que se perdían puntos por hacer desastres, se podían ganar puntos si se hacían cosas muy inventivas. Una de las cosas inventivas era hacer unos paneles con dibujos muy historiados, eso aumentaba la reserva de puntos. Con lo cual, consiguieron que saliéramos de allí muy buenos dibujantes, pero especializados en dibujar el Guerrero del Antifaz. Por una razón, porque los murales que se hacían sobre la Reconquista puntuaban mucho. Entonces, copiábamos el Guerrero del Antifaz metido en matanzas sarracenas con una soltura absolutamente despampanante. De manera que tenía ese aspecto bueno o malo. Y el director de ese colegio, que se llamaba Matías Martín Sanabria, era un genio pedagógico. Ese, yo lo vi, que era, realmente, un genio pedagógico. Consiguió que de allí saliera gente muy buena, consiguió que los que eran, realmente, que tenían dificultades, salieran adelante. De manera que esa persona que dirigía ese colegio y que organizó el plan de ese colegio, pues yo creo que sí me influyó mucho. Y después ya en la parte más filosófica, creo que todos los de mi generación tenemos una deuda de gratitud con Ortega. Ortega, a nosotros nos influyó mucho. Y, luego ya, en el aspecto más internacional, el que me parece el gran filósofo alemán del siglo XX, que es Edmund Husserl.
18:12
Y yo de quien he aprendido más pedagogía es de un caballo. Y no es que tuviera ningún caballo en la facultad de profesor, sino porque en 1910 aparece en Berlín un tal profesor Von Osten diciendo que ha enseñado las operaciones aritméticas a su caballo, que se llamaba Hans, y que ha pasado a la historia de la psicología como «Hans el listo». Y que, entonces, pedía a la sociedad de científicos de Berlín que viniera a estudiar el caso. Eso los alemanes se lo tomaron muy en serio y, entonces, mandaron una comisión de científicos a que viera qué hacía el caballo. El caballo lo que hacía es que se le enseñaba un papel con una operación aritmética y, entonces, se le iban enseñando papeles con distintas soluciones, una verdadera y las demás falsas. Y, cuando llegaba la solución verdadera, el caballo pegaba con la pata en el suelo. Daba igual que estuviera su adiestrador, el caballo acertaba con las buenas soluciones. Entonces, esta comisión hizo un informe, que se notaba que lo estaban haciendo molestos, diciendo: «Pues no creemos que sepa multiplicar o dividir, pero actúa como si supiera multiplicar o dividir», y ahí lo dejaron. Pero había un profesor, el profesor Pfungst, que debió estar demasiado molesto y se quedó investigando, y, por casualidad, descubrió que, cuando él no sabía si el papel que le estaba enseñando tenía la buena o la mala solución, el caballo no acertaba. Y entonces dijo: «Bueno, pues lo que ha aprendido el caballo es a descubrir algún gesto o algún olor o algo que hace el experimentador cuando sabe que le está enseñando la buena solución. ¿Por qué a mí me enseñó mucho? Porque, salvando la comparación, a nuestros alumnos les pasa lo mismo: siempre están aprendiendo algo, pero no sabemos qué. Y, entonces, cuando te encuentras con un alumno muchos años después y le haces, en mi caso, la pregunta de: «Oye, ¿y tú qué te acuerdas de la asignatura?», suelen decir: «Bueno, pues de filosofía poco. De lo que me acuerdo es de cuando nos hablaba de la alcachofa». Claro, el pensar que de todo el curso de filosofía se acordaban de una cosa que les contaba de la alcachofa, tenía, en un sentido una gran decepción, y en otro lado, bueno, una cierta alegría porque a la alcachofa yo le daba mucha importancia.
21:05
A todos mis alumnos de todas las edades y en todas las circunstancias, de manera que ahora, durante este minuto, vais a ser alumnos, siempre les leía un poema, y el poema era siempre el mismo, que es la oda a la alcachofa de Pablo Neruda, que es una oda que dice: «La alcachofa/ ese tierno vegetal de dulce corazón/ se vistió de guerrero». Entonces, la metáfora del vestirse de guerrero está bastante clara. Bueno, yo la primera vez que se la leí a mis alumnos, no entendieron la metáfora. Luego comprendí que solo habían visto alcachofas de lata y con la alcachofa de lata no se ve la dureza de la coraza. Entonces, a partir de ese momento, si hubiera sabido que me iban a hacer esta pregunta, hubiera venido debidamente pertrechado. Cuando les iba a leer… Este poema iba, por lo visto, de una alcachofa real. Bueno, con lo cual, acabaron por llamarme el profesor de la alcachofa, cosa que no me importaba nada. ¿Y por qué les leía este poema? Bueno, este poema se lo leía porque lo que yo quería despertar en ellos, porque me parecía que era un favor que les hacía, es despertar en ellos la capacidad de ver poéticamente las cosas. De ver en las cosas lo que tienen de sorprendentes, lo que tienen de novedoso, lo que tienen de peculiar, lo que tienen de brillante, lo que tienen de bello. Y, claro, si eso lo relacionaba con que esa experiencia solo se podía tener en primavera, en el crepúsculo, en la orilla del mar, enamorado y con violines, pues a lo mejor no lo iban a tener nunca. Pero, si yo consideraba que podían tener una experiencia parecida viendo algo tan trivial como una alcachofa, les estaba, realmente, descubriendo una clave importante para centrar su vida, para darle más intensidad, para darles más posibilidades. Porque el ver una alcachofa políticamente, es descubrir en la alcachofa y en todo lo demás una posibilidad poética, una nueva posibilidad, una nueva manera de ver las cosas. De manera que ese es el secreto de la alcachofa.
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José Ángel. Hola, José Antonio. Mi nombre es José Ángel. Como maestro me gustaría preguntarle por el papel de los profesores en los últimos años. ¿Cree que con la llegada de las tecnologías y la inteligencia artificial quedaremos excluidos a estar en peligro de extinción?
José Antonio Marina. No, no yo creo que no. Yo creo que no, pero lo que creo es que va a cambiar mucho nuestras posibilidades, y eso es bueno. Pero que tendremos que aprender a aprovecharlas. ¿En qué sentido? Mira, nosotros, los docentes, lo que en realidad somos es estrategas, en el siguiente sentido. Ya sabéis que hay, aunque viene del lenguaje bélico, pero es aprovechable, que se distingue entre estrategia, que es quien diseña un poco todo el panorama, y tácticas o técnicas, que es justo lo que se aplica en el detalle. Bueno, nosotros debemos ser estrategas, conocer muchas técnicas y saber, en cada momento y con cada alumno, qué técnicas van a ser las más eficaces. Y eso es lo que, realmente, debemos saber. Cada alumno aprende de una manera distinta, aprende a una velocidad distinta, viene con unos conocimientos distintos, y, entonces, tenemos que decir: «¿Y con este crío, con esta cría, qué es lo que hago, qué es lo que sería más útil?». Por eso quien da una receta única, se equivoca. No hay ninguna receta que valga igual para todas las personas. Entonces, lo que nos trae de inteligencia artificial, que es el punto fuerte. Ahora estamos utilizando tecnologías que son muy avanzadas ya, el teléfono móvil es una tecnología avanzadísima. Su aplicación en el aula no está teniendo la eficacia que creíamos porque no estamos sabiendo utilizarlo, y cuando venga la inteligencia artificial, se va a producir un cambio, pero no solamente en el aula, se va a producir un cambio en muchos de los dominios de la sociedad. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Vamos a tener otra herramienta más poderosa, otra técnica más poderosa que vamos a tener que aprender a manejar para ver qué es lo que nos conviene en cada momento. Y en unos momentos nos convendrá, y en otros momentos no nos convendrá, y en unos momentos tendremos que seguir teniendo una relación de ternura con el alumno, y otras veces dejaremos que mucho trabajo lo haga la máquina.
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Te voy a poner un ejemplo: todos nosotros tenemos como ideal la personalización de la educación, ¿Por qué? Porque sabemos que cada alumno es distinto. Sin embargo, en un aula con veinte, con veinticinco o treinta alumnos, lo de pretender individualizar la enseñanza es completamente disparatado. Pero tú imagínate que nosotros, en cada aula, tuviéramos, para cada lección, cinco procesos informatizados de aprendizaje. Uno que, por ejemplo, repasara lo anterior e, incluso, lo anterior del curso pasado. Otro, en cambio, que fuera tan avanzado que estuviera diciendo lo del curso próximo, y otros que se fueran adaptando o, primero, a distintas velocidades de aprendizaje y, en segundo lugar, a distintos estilos de aprendizaje. Una de las estrategias del profesor es, a cada uno de los alumnos, decirle en cuál de esas cinco variables del programa, con cuál debía trabajar. ¿Por qué? Porque era la que se estaba acomodando más a sus condiciones, y, entonces, eso nos descarga de una tarea que nos deja tiempo libre para hacer otras cosas. Pero que, sin embargo, tenemos que conocerla bien.
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Desde hace tiempo, con gente de mi equipo, estamos trabajando en un proyecto que yo creo que es, realmente, muy novedoso, es decir, creo que vamos muy avanzados. Por desgracia, no tenemos financiación suficiente y siempre vamos con la lengua fuera y sacando fuerzas, no de flaqueza, pero sí fuerzas de pobreza, que es otra manera de resolver el asunto. El proyecto se llama Proyecto Centauro. El centauro, si os acordáis, era un animal que tenía cabeza de hombre y cuerpo de caballo. Yo escogí este nombre por un comentario que hizo Kaspárov. Era campeón mundial de ajedrez y perdió con un programa de IBM. De manera que, en este momento, el campeón mundial de ajedrez es un programa de IBM. Entonces, le preguntaron: «Bueno, ¿y cómo será el ajedrecista del siglo XXI?». Y dijo: «Pues, yo creo que será un jugador centauro, es decir, que será una persona, pero que jugará con su ordenador, acompañado de su ordenador». Ahora en los campeonatos, aunque se entrena con ordenadores, pero no pueden llevar a la partida el ordenador. Y, entonces, dijo: «No, no. Cada uno llevará el ordenador que ha diseñado él, que ha preparado él, dónde tiene… No conectarse a la nube, que eso no tiene ninguna diferencia especial, sino como él ha ido configurando su ordenador». Y, entonces, inventó el ajedrez avanzado, que se juega con ordenador.
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Esto lo podemos aplicar al futuro mundo de la educación. Mirad, cuando estamos hablando de educación; y esto en España hay que repetirlo mucho, porque hay una equivocación absolutamente colosal respecto de lo que es la memoria; toda educación es construcción de la propia memoria. No hay una frase más estúpida que decir: «No te aprendas esto de memoria». Vamos a ver, si no me lo aprendo con la memoria, que es el órgano del aprendizaje, ¿con qué lo aprendo? ¿Con el pie, con la nariz? La memoria es el órgano del aprendizaje. Todo lo que aprendemos lo aprendemos gracias a la memoria, y educar es construir la memoria. Lo que pasa es que la gran equivocación es pensar que lo que hace la memoria es repetir. No, no, la memoria… Guardar y repetir. No, la memoria guarda y repite, inventa, combina, mezcla, inventa cosas nuevas… De manera que la memoria es de una actividad tan sumamente grande que, en este momento, el concepto más importante que en los últimos quince años se ha inventado la neurociencia es working memory (guórkin mémori), la memoria en acción. La memoria hace un montón de cosas, entonces, educar es construir la memoria. A partir del desembarco de Lassange de sistemas de inteligencia artificial, antes se decía que sería alrededor del año 2040 y ahora parece que se va a adelantar al 2030, en el que se habla ya de que va a aparecer la singularidad, que es una conexión diferente entre el cerebro humano y las máquinas de inteligencia artificial. Una conexión mucho más rápida, mucho más barata, mucho más fácil, mucho más, entre comillas, natural. Entonces, el problema que se nos plantea, digamos, de avanzada a la escuela es: ¿qué hacemos en la educación con esto? Bueno, el proyecto en el que yo estoy es: cuando hablamos de que educar es construir la propia memoria del alumno, la memoria del alumno va a estar en dos formatos. Una parte en formato natural, en su cerebro, y otra parte de formato electrónico, en su ordenador. Entonces, lo que tenemos que estar decidiendo es, de todos los conocimientos, de todos los procedimientos, de todos los procesos, cuál tiene que estar en el cerebro del niño, y cuál puede estar en el ordenador. De manera que eso significa que lección por lección, noción por noción, podemos decir: «No, esto te lo tienes que aprender, esto tiene que estar en tu cabecita, porque si no, no vas a comprender lo que tienes en formato electrónico.
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Yo llevo trabajando en inteligencia artificial casi desde que apareció, de manera que soy un forofo de esto. Pero digo una frase que creo que es verdad, aunque a los recién llegados les ofende, que es: «Un burro conectado a Internet sigue siendo un burro. Pero si a Internet está conectado una persona que tiene mucho bagaje intelectual, Internet es absolutamente maravilloso». El Proyecto Centauro es que vamos a ver qué cosas tenemos que decir: «Esto en tu cabecita. Esto no importa». La lista de los reyes godos, que es ya el disparate. Siempre sale el problema de la memoria… «¿La lista de los reyes godos?», «No, no, hijo. Eso a tu ordenador». Pero que hay reyes, que hubo reyes godos en España, eso tendrás que aprenderlo tú, porque no lo vas a entender si no. Y luego, la lista la buscas en el ordenador. Entonces, todas esas cosas nos van a exigir, en muy poco tiempo, tener que rediseñar los currículos, tener que diseñar nuestro sistema de enseñanza y tener que rediseñar la formación de los docentes. Y eso es una tarea muy complicada, y que, por lo tanto, cuanto antes empezáramos, mejor.
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