¿Son los animales conscientes de su sufrimiento?
Humanos y ratones tienen circuitos neuronales homólogos que se activan al experimentar dolor
¿Son los animales conscientes de su sufrimiento? La pregunta es tan profunda que parece quedar fuera del alcance de la ciencia. Afecta de lleno a uno de los problemas más fundamentales en la singular jerarquía de los filósofos: los qualia,como el sentimiento de rojez que nos induce el rojo, o el dolor consciente que nos produce la crueldad. Pero las políticas para paliar el sufrimiento animal —o para no hacerlo— dependen por entero de la ciencia. ¿Sienten, sufren los animales, y por tanto son titulares de algún tipo de derecho? En líneas generales, la mejor ciencia disponible apoya esa idea, aunque sin unanimidad.
La cuestión va mucho más allá de la neurología. Desde un punto de vista técnico, saber si un animal tiene consciencia es el mismo problema que saber si la tiene un paciente en coma o en estado vegetativo. Ambas son cuestiones objetivas sobre la estructura y la actividad del cerebro. Todo lo que pasa en nuestra mente tiene un correlato en la actividad neural, y la consciencia no es una excepción. Los investigadores ya disponen incluso de un conscienciómetro, un aparato que asigna un número al grado de consciencia de un sujeto, por ejemplo mientras le anestesian, o si ha sufrido un daño cerebral. Con unos cuantos ajustes, podría aplicarse a cualquier animal, lo que nos daría una medida objetiva del grado en que un animal puede sentir y sufrir.
Definir la consciencia es muy difícil —como definir cualquier cosa sin saber en qué consiste—, pero a veces una parábola funciona mejor que una definición: consciencia es eso que pierdes al dormirte y recuperas al despertarte. Los pliegues del edredón que te cubre, el olor a café que llega de la cocina, el cuarteto dodecafónico de los cláxones que filtra la ventana. La sensación de estar vivo. También la capacidad de sufrir, el talento para sentir dolor, tus recuerdos y el oscuro augurio de tu futuro. “No sé definirla, pero la reconozco cuando la veo”, como dijo el juez Potter Stewart sobre la pornografía. En español, el problema se agrava por la confusión entre conciencia (conscience) y consciencia (consciousness), o entre lo moral y lo neurológico. El diccionario recoge esta diferencia, pero poca gente la utiliza con claridad.
LOS TOROS VISTOS DESDE CALIFORNIA
El redactor de la Declaración de Cambridge, el neurocientífico Philip Low, entra en autocombustión cuando se le mencionan las corridas de toros. “Los mamíferos tienen consciencia y capacidad de sufrir, y eso incluye a todos los toros masacrados salvajemente en nombre de la ‘tradición’ y el ‘entretenimiento’. La incapacidad de una cultura para reconocer la sofisticación de los otros y respetarles carece en sí misma de sofisticación y no merece respeto”.
Low prosigue su airada argumentación: “La pregunta no es si la neurociencia ha avanzado, sino más bien ¿por qué los españoles no han querido o no han podido aceptar la ciencia y calibrar su comportamiento en consecuencia, repudiando la práctica bárbara de las corridas de toros, que sigue siendo una mancha en la gran cultura española y en la riqueza de su historia?”.
Como buen estadounidense, Low no puede disociar la lidia del más célebre taurino que salió de su país: “Hemingway ha dado paso a la Declaración de Cambridge; las corridas ya no se consideran románticas, sino más bien innecesarias y crueles; no hay nada viril ni grandioso en atormentar y apuñalar a un ser inocente y sensible; más bien ocurre todo lo contrario. Hace mucho que los gladiadores desaparecieron de los circos romanos. Ya es hora de que los toros se retiren de los ruedos españoles, y de que las personas que obtienen un disfrute sádico con las corridas, un espectáculo de crueldad y sufrimiento en el nombre del arte, la historia y la cultura, reciban la atención médica que merecen”.
Bien, así se ven las cosas desde California.
Pese a los problemas filosóficos que planeta su definición, los neurocientíficos han dado en los últimos años pasos notables hacia la comprensión de la consciencia que afectan de lleno al debate sobre el sufrimiento animal. El documento de referencia sigue siendo la Declaración de Cambridge sobre la consciencia,acordada en 2012 por una élite neurocientífica en esa ciudad británica. Y las investigaciones recientes no han hecho sino reforzar sus argumentos.
Philip Low, fundador y director ejecutivo de la compañía de neurodiagnósnico NeuroVigil, en California; Christof Koch, del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro en Seattle; David Edelman, del Instituto de Neurociencias de La Jolla, California, y otros neurocientíficos de prestigio emitieron en la declaración de Cambridge un mensaje nítido. Tanto en humanos como en otros animales se han identificado circuitos homólogos cuya actividad coincide con la experiencia consciente. Más aún, los circuitos neuronales que se activan mientras una persona siente una emoción son esenciales para que un ratón experimente la misma emoción. Esto es llamativo, pues los humanos y los ratones llevamos 200 millones de años evolucionando por separado. Apunta a un origen común de los sistemas emocionales en las fases tempranas de la vida animal.
“Aunque ha habido muchas actualizaciones en la neurociencia, el campo llegó hace tiempo a la conclusión incorporada en la Declaración de Cambridge de que al menos muchos animales no humanos, incluidos todos los mamíferos, son conscientes y tienen capacidad de sufrir”, dice Low por correo electrónico. Consciente de estar hablando con un medio español, el neurocientífico se muestra muy crítico con las corridas de toros. “Otros países, entre ellos Brasil, Canadá, Colombia, Francia, India, Nueva Zelanda, Portugal y Suiza, se están moviendo hacia el futuro y han empezado a hacer cambios progresistas”, dice.
“Se necesita aún mucho progreso en la investigación farmacéutica, pues estas compañías solo pueden patentar moléculas artificiales que después prueban en animales”, prosigue Low. “Cada año se sacrifican unos 100 millones de vertebrados, se invierten más de 40.000 millones de dólares y el 94% de las moléculas fallan en animales; y el 98% de las que pasan acaban fallando en los ensayos con humanos. Esto es subóptimo y muy caro. Entender el papel que tiene en la salud nuestro estilo de vida, y en especial de nuestra dieta, será tan esencial como identificar marcadores precoces de la enfermedad. La gente debería prestar más atención a los estudios que implican a los lácteos y la carne roja en el párkinson y el cáncer, respectivamente”.
Juan Lerma, profesor de investigación del Instituto de Neurociencias de Alicante, también da por hecho que los animales tienen consciencia, sensibilidad y capacidad de sufrir, pero señala algunos matices. “Hay que huir de todo antropocentrismo”, dice, “las personas tendemos a aplicar a los animales nuestros propios sentimientos; no tiene sentido decir que un pez se deprime, pero se dice incluso en artículos técnicos. Los ratones del animalario, aquí debajo de mi laboratorio, no se están preguntando ahora mismo si tienen consciencia”.
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