lunes, 15 de abril de 2019

Nuestra Señora







LA GRAN SALA HACE hoy (1) trescientos cuarenta y ocho años, seis meses y diecinueve días que los parisinos se despertaron al ruido de todas las campanas repicando a todo repicar en el triple recinto de la Cité, de la Universidad y de la Ville. De aquel 6 de enero de 1482 la historia no ha guardado ningún recuerdo. Nada destacable en aquel acontecimiento que desde muy temprano hizo voltear las campanas y que puso en movimiento a los burgueses de París; no se trataba de ningún ataque de borgoñeses o picardos, ni de ninguna reliquia paseada en procesión; tampoco de una manifestación de estudiantes en la Viña de Laas ni de la repentina presencia de Nuestro muy temido y retpetado reñor, el Rey, ni siquiera de una atractiva ejecución publica, en el patíbulo, de un grupo de ladrones o ladronas por la justicia de París. No to motivaba tampoco la aparición, tan familiar en el París del siglo XV, de ninguna atractiva y exótica embajada, pues hacía apenas dos días que la última de estas cabalgatas, precisamente la de la embajada flamenca, había tenido lugar para concertar el matrimonio entre el Delfín y Margarita de Flandes, con gran enojo, por cierto, de monseñor el Cardenal de Borbón.que, para complacer al rey, hubo de fingir agrado ante todo el rústtco gentío de burgomaestres flamencos y hubo de obsequiarles en su palacio de Borbón con una atractiva representación y una entretenida farsa, mientras una fuerte lluvia inundaba y deterioraba las magníficas tapicerías colocadas a la entrada para la recepción de la embajada. 1. Nota de Víctor Hugo en la página del título de su manuscrito: «He escrito las tres o cuatro primeras páginas de Nuestra Señora de Parír el 25 de julio de 1830. La revolución de julio me interrumpió. Después vino al mundo mi querida pequeña Adela (¡bendita sea!) y continúo escribiendo Nuertra Señora de Parír el primero de septiembre; la obra se terminó el 15 de enero de 1831.» Adela nació el segundo día de la revolución. Lo que aquel 6 de enero animaba de tal forma al pueblo de París, como dice el cronista Jehan de Troyes, era la coincidencia de la doble celebración, ya de tiempos inmemoriales, del día de Reyes y la fiesta de los locos. Ese día había de encenderse una gran hoguera en la plaza de Grévez(2), plantar el mayo en el cementerio de la capilla de Braque y representar un misterio(3) en el palacio de justicia. La víspera, al son de trompetas y tambores, criados del preboste de París, ataviados de hermosas sobrevestas de camelote co. for violeta, y con grandes cruces blancas bordadas en el pecho, habían ya hecho el pregón por las plazas y calles de la villa y una gran muchedumbre de burgueses y de burguesas acudía de todas partes, desde horas bien tempranas, hacia alguno de estos tres lugares mencionados, escogiendo según sus gustos la fogata, el mayo o la representación del misterio. Conviene precisar, como elogio al tradicional buen juicio de los curiosos de París, que la mayoría de la gente tomaba partido por la hoguera, to que era muy propio dada la época del año o por el misterio que por ser representado en la gran sala del palacio, cubierta y bien cerrada, se encontraba al abrigo y que la mayor parte dejaba de lado al pobre «mayo» mal florido, temblando de frío y solito bajo el cielo de enero en el cementerio de la capilla de Braque. (2) Lo que hoy es la plaza del Hótel de ville (Ayuntamiento) se conocía como plaza de Grève hasta 1830. Bajaba suavemente hasta el río Sena. En la Edad Media era el punto de reunión de los obreros sin trabajo

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