Viaje al país de la nueva soledad
Las proyecciones demográficas obligan a España a anticiparse al desafío del envejecimiento. Cada vez habrá más personas mayores que vivan solas, muchas por elección
Madrid
Todos los días, a eso de las seis de la mañana, Carmen Velasco sale a la terraza con un café y se encuentra con Orión y Casiopea. “Luego veo salir el sol”. El ritual simboliza el gusto por vivir sola. Con 68 años, su pequeño dúplex en El Molar, a 40 kilómetros al norte de la ciudad de Madrid, constituye la base de operaciones para una agenda frenética.
Cármenes hay muchas. Mujeres en edad de jubilación que viven solas. Si cuatro de cada 10 hogares unipersonales están habitados por alguien de más de 65 años, la mayoría (71,9%) muestra un nombre femenino en el buzón, según datos del INE. En 2033, estas viviendas serán las que más habrán crecido (un 25%), según las últimas proyecciones. El tremendo envejecimiento y los récords mundiales que ostenta España en esperanza de vida abocan a un panorama de ciudadanos más viejos (87,68, ellas, y 82,92, ellos, de media) y más solos, al menos en sus casas.
Se está tomando nota. “El Gobierno, a través del Imserso, planea actuar ante este desafío demográfico y abordar urgentemente la soledad en los mayores”, aseguran fuentes del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social.
Cuando Carmen se decidió a jubilarse —“me costó mucho porque me encantaba ser profesora de Educación Especial”, asegura— recibió un sobre: “Un viaje a Verona con una entrada para la ópera, imagínate lo bien que me conocen mis compañeros”. Ama viajar, moverse y vivir sola tras huir de un matrimonio que le chupaba la mitad de la energía. Su día a día se escribe con muchas letras: pilates, clases de francés y de historia, el taller que imparte a dos compañeras del coro, militancia en Europa Laica, conciertos y senderismo en Tierra de Fuego o Dolomitas. “Me gusta tener obligaciones, si no, te vas relajando”.
Dentro de tres lustros, Carmen será octogenaria. “Sé que la vida me pondrá en mi sitio”, dice, “creo que hay que tener muchas aficiones y alternativas”. ¿Y qué necesitaría para seguir disfrutando de la forma de vivir que ha elegido?: “Todos y todas necesitamos servicios públicos de calidad y que nos dejen morirnos en paz con leyes que nos permitan decidir”. Eso y sentir que sus hijos y nietos se encuentren bien.
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La mayoría de las mujeres mayores que viven solas (76,9%) son viudas. Se explica por la mayor esperanza de vida femenina. Pero eso, según cuenta Antonio Abellán, director del grupo de Investigación sobre Envejecimiento del CSIC, cambiará algo. “Habrá una nueva soledad, la de quienes envejecen divorciados o solteros”. Como Carmen. Los varones serán más longevos. Al final también estarán más solos.
Frente al portal donde vive Rosa pasan en menos de un minuto un anciano empujando las muletas con gran dificultad, dos señoras del brazo que no cumplen los 70 y otra sola, encorvada sobre su carrito de la compra. Moratalaz es un distrito madrileño que nació en los años sesenta del pasado siglo y ya es presa del envejecimiento que nos aguarda dentro de tres lustros: un 25% de sus vecinos tienen más de 65 años. Cuatro pisos más arriba, centenares de películas y un gato contemplan a Rosa, nombre supuesto de otra jubilada de 71 años tocada con un poncho. “Si viera a alguien apareciendo por ahí” —señala la puerta de entrada a las dos habitaciones— “me sentiría rarísima. Los hombres solo buscan una chacha que les cuide”. Otras cosas que le definen: anárquica, alérgica a las obligaciones, gran lectora, divorciada, un hijo emparejado que vive a siete minutos, salidas con las amigas para ir al cine. Les ve con frecuencia. Como Carmen, tampoco se siente sola.
Rosa camina todos los días. Pero ha cogido muchos kilos al dejar de fumar. Carmen está muy volcada con el pilates y el senderismo. Algo que aprobaría José Antonio Serra, jefe de Geriatría del hospital Gregorio Marañón de Madrid. “El 75% de cómo envejeces son hábitos de vida. Si empiezas a los 40 años a hacer ejercicio y mantienes un peso adecuado, eso se notará a los 60, a los 70 y a los 80”. Si vivimos más y más solos, viene a decir, hay que reducir el tiempo de dependencia, que ahora se cifra en cinco años, hasta dejarlo en uno. Para morirnos lo más sanos posible y sin sufrimientos. “Y eso incluye comer bien. Mucha gente mayor sola, por ejemplo, no cena, por pereza. Y hay que tomar proteínas”, observa el especialista.
Tanto Carmen como Rosa habitan casas de su propiedad, con dormitorios de sobra, antes ocupados. Lo más común. Habrá que construir viviendas más pequeñas, adaptadas a un ocupante y, dado el alza del precio del alquiler, aumentar el parque de viviendas públicas para rentar, opina Jorge Arévalo, socio del estudio de arquitectura Paisaje Transversal. Además, “las casas no han sido pensadas para viejos, desde las rampas a los enchufes, colocados casi en el suelo”, dice Antonio Abellán. “Hay que rehabilitarlas para favorecer la accesibilidad y la mejora energética”, añade Arévalo, “así se facilita que los mayores salgan a la calle, y se ahorra en energía”.
La arquitecta Blanca Lleó, creadora del premiado proyecto de investigación Vivir 100 años, longevidad y ciudad futura, apuesta por casas activas: “Las viviendas no tienen que ser más cómodas, sino al contrario. Hay que fomentar el ejercicio y la atención en la rutina diaria. Subir y bajar escaleras, esforzarse para encender y apagar luces, ejercitar brazos para subir persianas, abrir y cerrar ventanas”. Pero puntualiza que hay que diseñar casas fácilmente transformables cuando se produzca la dependencia.
El barrio de Rosa tiene bastantes centros sociales, tiendas y áreas verdes. Lleó considera que habrá que “fomentar en los lugares públicos de la ciudad y en las dotaciones de barrio la sinergia entre generaciones creando espacios para la integración. Las distintas generaciones tienen intereses y horarios de vida complementarios, su integración permite un uso eficaz del mismo espacio de la ciudad, el barrio, la vivienda. Es integración, fomenta la ciudad compacta y socialmente sostenible”.
Rosa cree que acabará en una residencia, aunque le gustaría seguir viviendo sola. “Pero soy realista. Si los servicios sociales mejoran y les dedican más medios, sería lo perfecto”. De momento, 100 personas dependientes mueren cada día sin recibir los servicios reconocidos por la Administración. El demógrafo Antonio Abellán apunta a los países nórdicos, donde casi la mitad de los mayores viven solos, frente a un 25% en España. “La diferencia la marcan unos servicios sociales más desarrollados, que les permiten vivir en casa ayudados con más recursos”. ¿Cómo encarar esto, entonces? “Paguemos impuestos”, contesta.
LOS VECINOS Y EL 'GIMNASIO' DE LAS RELACIONES SOCIALES
Entrar en casa y no tener a alguien a quien saludar no significa sentirse solo. Pero los mayores lo acusan más. Las estadísticas varían mucho: desde un 59% (CIS-Imserso) a un 35% (encuesta social europea) lamentan la soledad. “Con la misma edad, las mujeres están mejor y poseen más recursos”, observa Javier Yanguas, director del programa de Mayores de la Fundación La Caixa y coautor del estudio El reto de la soledad en la vejez. Percibir aislamiento tiene graves consecuencias, psíquicas y físicas. Un sumatorio bastante bien estudiado que incluye depresión, riesgo cardiovascular, deterioro cognitivo y muerte prematura.
¿Qué hacer, entonces? “Si vamos al gimnasio y cuidamos la dieta para envejecer mejor, tenemos que planear seriamente y apostar por cultivar las relaciones sociales; eso genera broncas, pero también ilusiones”, dice Yanguas, quien también habla de empoderar, por ejemplo a través del programa Siempre acompañados, a esos ciudadanos que viven solos: “Para que aprendan a gestionar la soledad con recursos y habilidades”.
“Son los vecinos los que se ayudan en el bloque”, dice por su parte Rosa, la madrileña que vive sola en Moratalaz, el distrito envejecido, “sobre todo ellas están pendientes. Tienen la llave de mi casa. Los hombres siempre están sentados en la plaza”.
Algo así hace la Fundación Amigos de los Mayores con el programa Grandes Vecinos, que facilita el intercambio generacional en el mismo entorno. A través de la ONG, el joven que vive en el barrio y que no conocía a nadie le prepara la comida a la mujer mayor y ella toma algo con él.
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