Nicolás Franco Salgado-Araújo, el renglón torcido y alcoholizado de la familia del dictador
El padre abandonó a su primera mujer para casarse de forma no religiosa con otra más joven, algo que nunca le perdonó Francisco Franco, tan parecido en su carácter a su madre
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No es casualidad que se sepa tan poco del padre del dictador. Suele ser un hueco sin rellenar o mal disimulado en sus biografías más oficialistas. Nicolás, un hombre alcoholizado y poco apreciado por sus hijos, abandonó a su primera mujer para casarse de forma no religiosa con otra más joven. Su figura ha quedado desdibujada, desterrada de la familiay limitada a un par de anécdotas difundidas por los detractores de su hijo. Un ilustre desconocido.
El 24 de mayo 1890 el contador de navío Nicolás Franco Salgado-Araújo se casó en la iglesia militar y familiar de San Francisco, de El Ferrol, con una mujer española diez años más joven que él, doña Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade. Los perfiles sobre la madre, que ejerció una influencia crucial en su hijo, son muy elogiosos: mujer de carácter dulce, melancólica y a la vez firme. De aquel matrimonio brotaron cinco hijos, Nicolás, secretario general de la Jefatura del Estado español; Francisco, Jefe del Estado; Pilar, testigo silencioso y correcto de toda la historia; Ramón, héroe del «Plus Ultra»; y Pacita, que murió a los cinco años. Hasta aquí el parte notarial y rutinario de una familia que, en verdad, tenía poco de rutinaria. Y es que el padre resultaba una anomalía por su carácter inestable y autoritario dentro del hogar y disoluto y liberal fuera de él.
Carrera como intendente
Nicolás Franco nació el 22 de noviembre 1855 y se encaminó directo a una vida en la rama administrativa de la Armada. En 1877 ingresó en la Academia Naval, donde demostró «singular aplicación, clara inteligencia y notable amor al cuerpo, obteniendo siempre los más honrosos testimonios de estimación y aprecio por parte del jefe de estudios y profesor que suscriben». Su vida militar ascendió burocrática y formal hasta que Cuba se alzó en el horizonte. Una de las últimas colonias españolas estaba dominada –diría Ramón y Cajal– por «el tabaco, la ginebra, el juego y Venus». Nicolás dio sobrada cuenta de los cuatro vicios durante su destino allí, empezando por las mujeres.
De la corrupta Cuba saltó a Filipinas en 1886. Allí combatió con el resto de militares españoles una insurrección generalizada de los moros de Mindanao. De esas fechas, además, se le achaca un hijo bastardo llamado Eugenio que tuvo con una mujer de buena familia, hija de otro militar, y con la que descartó casarse. Cosas de la soltería, dirían los rumores de la época para excusarle. En España fue destinado a El Ferrol, ciudad con casino y burdeles; es decir, lo bastante entretenida para un soltero mujeriego con un temperamento inconformista como era el padre de Franco.
Con todo, Nicolás se casó en aquellas fechas con la hija de un intendente, quien se propuso hacer de su marido un hombre serie e inerte, al menos en lo que a las aventuras amorosas se refiere. Un liberal despreocupado, simpatizante de la masonería y crítico con la Iglesia católica casado con una mujer muy conservadora, católica y austera; un choque fracasado del que surgieron cinco hijos. En casa Nicolás era un hombre autoritario y malhumorado, que perdía con facilidad la paciencia si le llevaban la contraria sus hijos. Hombre furioso y a veces hasta violento.
No en vano, la hija mayor, Pilar, diría que nunca pegó a sus hijos más de lo normal en aquella época, tal vez porque ni siquiera estaba en casa tanto tiempo. Determinar cuánto era «más de lo normal» no es sencillo. Concretamente se dice que el padre, de humor variable y dado al alcohol, fue severo con Nicolás, su hijo mayor. Con Francisco aún fue menos comprensivo, porque además era quien más le recordaba a su mujer. Mientras que con Ramón, travieso e inconformista, resultó más indulgente. No así con sus hijas, con las que mantuvo las distancias.
El segundo matrimonio con una joven
Tras 15 años de matrimonio, Nicolás retornó su vida de libertino consumido por un sentimiento de nostalgia hacia su juventud y a un imperio militar del que, pasado el desastre del 98, ya ni siquiera quedan las ruinas. Así volvió a frecuentar y alcoholizarse en tascas y cafés. En 1907, el traslado del militar a Madrid, previo paso por Cádiz, y las reservas de su mujer a abandonar su querido Ferrol llevaron al límite el matrimonio.
En esa disputa estaban cuando apareció en su vida una joven llamada Agustina con la que se casó en una ceremonia informal, no religiosa, y con la que vivió en la calle Fuencarral hasta su muerte. La familia llamaría a esta joven, con el título de Magisterio, «ama de llaves» de forma despectiva. Con ellos vivió una niña a la que Nicolás adoraba y que se rumoreaba que era una hija ilegítima de Agustina, si bien ella la hizo pasar por una sobrina.
Marginado de su familia, el patriarca observó con escepticismo la aventura africana de sus dos hijos militares, Francisco y Ramón, puesto que estaba en contra de la postura española en las guerras de Marruecos. Cuando su hijo fue herido gravemente en Biutz, Nicolás y su mujer se reunieron de nuevo, en 1916, ocasión en la que se lanzarían una batería de reproches acumulados.
Para Nicolás resultó una sorpresa que su hijo Francisco, de voz aguda y carácter tímido, se revelara un héroe militar y un ejemplo de valor durante las guerras africanas. El día de su boda con María del Carmen Polo Martínez, convertido en un acontecimiento de Estada dada la popularidad de Franco y de que el padrino fue el mismísimo Alfonso XIII, el padre no asistió. Lo que hiciera aquel hijo le daba un poco igual, no así los otros dos, Nicolás, su favorito; y Ramón, que despertó el interés de su padre cuando dejó las tropas moras y se hizo aviador. Le alegró reencontrarse con su hijo más aventurero y descubrir que compartía con él aquel carácter indomable. Ambos siguieron viéndose incluso cuando Ramón se convirtió en otro marginado de su familia por sus afinidades republicanas.
Salvo con Ramón, su relación familiar fue deteriorándose como revela que, en 1934, a la muerte de Pilar, la esquela de ABC ignorase el nombre de Nicolás Franco y Salgado-Araujo. Únicamente cita «su viudo», pero sin dar su nombre. Asimismo, explica Paul Preston en su biografía «Caudillo de España» que la familia se reunió para la lectura del testamento de doña Pilar, incluido Ramón Serrano Suñer en calidad de abogado y cuñado de Francisco. Nicolás llegó tarde, con aspecto desaliñado y protestando por todo. «¿Abogado? ¡Picapleitos será!», afirmó cuando le presentaron a Serrano Suñer.
«Mi otro hijo»
Aquel desprecio hacia Serrano Suñer separó aún más a padre e hijo, si bien el resto de vástagos mantuvieron las visitas al patriarca de Páscuas a Ramos. No obstante, la correspondencia entre Francisco y Nicolás publicada este jueves por ABC demuestra que la comunicación por carta siguió viva, aunque tensa, incluso durante el conflicto español. La Guerra Civil sorprendió a Nicolás en Galicia, donde había ido a pasar el verano. Si ya le había asombrado que su hijo fuera un militar tan destacado en tiempos de la Segunda República; el ascenso meteórico de Francisco Franco hasta la cima del Estado le haría frotarse los ojos con insistencia.
Recuerda Preston en su biografía que «cuando le preguntaba la prensa por su hijo, perversamente hablaba de Nicolás, o a veces de Ramón. Solo cuando le presionaban, don Nicolás hablaba de la persona que llamaba “mi otro hijo”». Su opinión de Francisco era pésima y nunca escatimó sus críticas hacia el ambiente que se vivió en la posguerra, aunque también lo hizo hacia la «infección comunista». Murió en 1942 convencido de que su hijo no estaba cualificado para gobernar en España.
A su muerte, el dictador se encargó de alejar a Agustina del sepelio y de montar una capilla ardiente en El Pardo, desde donde partió el entierro con Nicolás vestido de intendente general (grado superior en la rama administrativa de la Armada).
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