miércoles, 24 de octubre de 2018

Camagüey, otro hombre.

En Camagüey, primero se construyó el cementerio y, luego, las casas. Es decir, primero el Subciclo Latente, después el Subciclo Aparente. Así es como Camahuey entendió el Hiperciclo de la Vida, con Centro Director de Ondas de la Cultura primero. Su condición de ser Memoria de quienes, habiendo sido observados, contemplados a los ojos mientras se estrechaban la mano derecha como símbolo de lealtad mutua. 


Sus construcciones siempre contemplaron el patio interior, lugar de convivencia. Se dotaban de los tinajones venidos de la Metrópoli con aceite, retener el agua escasa del medio, principio de la vida que nace, que se manifiesta al hombre.

Recibe el nombre del cacique Camagüebax, quien ejercía su mando entre los ríos Tínima y Hatibonico. Los españoles la nombraron El Príncipe




Dolores Rondón, la leyenda de un amor trágico de Camagüey

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La antigua villa de Puerto Príncipe es asiento de numerosos mitos y leyendas. Entre ellos destaca la historia de Dolores Rondón, cuya lápida en el Cementerio General de Camagüey recuerda a los que por frente a ella pasan una leyenda de amor trágico y no correspondido.
Cuentan que Dolores Rondón era hija de Vicente Rams, un acaudalado comerciante catalán con una mulata de baja cuna. Mujer bellísima, Dolores recibió de su padre todo lo necesario para llevar una vida cómoda, todo menos sus apellido. Por eso llevó siempre el de su madre, Rondón.
Desde muy joven tuvo numerosos pretendientes. Uno de ellos era el humilde barbero Agustín de Moya, aficionado a la composición de décimas y poemas, quien inútilmente aspiró a su amor.
Dolores Rondón no correspondió a Moya en sus afanes porque deseaba un mejor matrimonio que la sacara de su humilde condición. Así se casó con un oficial del ejército español que se la llevó a vivir a uno de los mejores barrios de la ciudad. Sin embargo, poco después se vio obligada a dejar Puerto Príncipe para acompañar a su esposo a otro destino que le había asignado el mando.
Pasaron los años y no se supo más nada de la hermosa mulata. Un día de 1863, sin que nadie pudiera explicarse su origen apareció en el rincón más humilde del cementerio de Camagüey una lápida de cedro con una bella décima:
Aquí Dolores Rondón
finalizó su carrera.
Ven mortal y considera
las grandezas cuales son.
El orgullo y presunción,
la opulencia y el poder
todo llega a fenecer;
pues sólo se inmortaliza
el mal que se economiza
y el bien que se puede hacer.
El contenido aleccionador del mensaje llamó la atención de inmediato y el poema se popularizó; pero, lo que llamó poderosamente la atención de los camagüeyanos fue que a la sencilla tumba nunca le faltaron flores y que, cada vez que el paso del tiempo deterioraba la madera de la lápida, manos desconocidas la restauraban.

Sólo mucho después se pudo conocer la historia real tras la misteriosa tumba de Dolores Rondón.

Sucedió que en 1863, en una de las frecuentes epidemias de viruela que azotaban la ciudad de Puerto Príncipe se encontraba Agustín de Moya prestando sus servicios en el Hospital de Mujeres, cuando reconoció bajo el rostro desfigurado de una paciente a la que antaño fuera su gran amor, Dolores Rondón.
Ella no lo reconoció a él, pero el poeta se conmovió al verla deshecha y abandonada a la caridad pública. Reprimió las lágrimas como pudo y, a pesar de sus pocos recursos, se propuso ayudarla en todo lo que pudiera. Marchó a su casa en la noche y regresó temprano en la mañana con lo suficiente para aliviarla. Pero era demasiado tarde, Dolores Rondón había fallecido y su cadáver llevado al Cementerio General para inhumarlo en una fosa común.
Fue Agustín de Moya quien colocó sobre la tumba de su antiguo amor la lápida de cedro con el bello epitafio y no dejó nunca de acudir al cementerio para colocarle flores. También fu él quien, hasta el fin de sus días, reparó la lápida con sus propias manos cada vez que se deterioró.
Muchos años después de fallecer Agustín, en 1935, el alcalde de Camagüey Pedro García Agrenot mandó a construir un túmulo de piedra con los versos grabados para sustituir la antigua lápida de cedro. El monumento funerario se colocó en la parte más aristocrática del Cementerio General, lejos de la fosa común donde se inhumó a Dolores Rondón.
Todavía se encuentra allí, recordando a los que por frente a él pasan, que sólo se inmortaliza “(…) el mal que se economiza y el bien que se puede hacer”.

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