La ermita de Encinillas se encuentra en medio de un pinar entre Cillaperlata y Trespaderne. En el lugar se celebra una romería cada tercer sábado del mes de septiembre, aunque originalmente era el 8 de septiembre. Esta humilde ermita es protagonista de una curiosa leyenda sobre los inicios de la Reconquista.
La leyenda cuenta que, en el lugar en el que se levanta esta ermita, se libró, en el siglo VIII, la conocida como Batalla del Negro Día. El benedictino Gregorio de Argáiz describía así este lugar en el siglo XVII:
«… se ve a la otra parte del Hebro, al Oriente, el Campo de Negrodia con más de quinientas sepulturas amojonadas a los pies, y cabecera, cada una con dos losas, y en medio una Hermita de Nuestra Señora de Encinillas, que muestra todo el auer tenido aqui algun sucesso funesto…».
Y sigue contando que en este lugar
«La nación de los godos y españoles contra los Árabes de que no teníamos escritas las noticias como lo merecían demostraciones tan grandes, aunque ya se sabe por diligencias de Hauberto, que dice fue aquí una grande batalla y victoria que hubo de los árabes el Infante Don Pelayo, el año de setecientos y veinte y seis, a nueve de Agosto.»

La tradición local ha adornado este suceso, ya de por sí seguramente fabuloso, con el milagro protagonizado por la Virgen de Encinillas. Y es que los cristianos suplicaron a la Virgen que alargara el día unas horas más para poder finalizar el combate contra los musulmanes y, de este modo, derrotarlos completamente.
Se llegaron a contar más de 7.000 u 8.000 bajas enemigas. Por eso, la segunda advocación de esta imagen es la de la  Virgen del Negro Día, en referencia  a las muertes ocurridas. Actualmente la talla de la Virgen se encuentra en cercana iglesia de Nuestra Señora de Covadonga de Cillaperlata. Es una imagen posiblemente de estilo románico, restaurada en los años 50 del siglo XX.
La misma tradición popular asegura también que aquí está enterrado el duque Pedro de Cantabria, quien se habría unido en este lugar con sus tropas a las de Pelayo.

Virgen del Negro Día.
Virgen del Negro Día.
 
Aunque no pueda servir para justificar esta leyenda, en la zona se han encontrado numerosos sepulcros, que han sido utilizados por los vecinos en diversas construcciones. Por ejemplo, en el año 2009, como consecuencia de un fuerte temporal, el viento derribó un pino y junto a sus raíces se descubrió un sepulcro.

La narración de la leyenda de la Batalla del Negro Día

Esta es la narración de esta batalla legendaria acaecida el 9 de agosto del 726 según ha sido trasmitida por Gregorio de Argáiz¹.
Don Pelayo le quitó la ciudad de León al alcaide Mahomet Itriz, que la tenía por Mahomet Avenrahamin, primer rey de Toledo; dice más, que después de tomada León, dejó en su tenencia y guarda al capitán Hormiso, y que empeñado con esta tan grande victoria en proseguir la libertad cristiana y defensa de la patria, atravesó con su milicia en busca de los moros por Liébana, y que no hallando con quién pelear, llegó hasta donde se junta el río Ebro y el río Nela, donde hoy se ve el lugar que llaman Trespaderne.
 
Aquí le aguardaba el ejército enemigo, teniendo tan cubiertas las espaldas con las altas peñas de Tedeja, por donde empieza a salir el caudaloso río Ebro a los llanos de Tobalina, para aprovecharse de la caballería que tenía. Este sitio está a dos leguas de la villa de Oña y en él acometieron los ejércitos, y se dieron batalla de poder a poder; pero continuando sus favores el Cielo, le concedió al rey don Pelayo una de las más memorables victorias que consiguió España en aquel siglo, porque murieron más de siete u ocho mil moros, y quedó en el campo toda la riqueza que traían. Y a más de ello, se ahogaron muchos en los dos caudalosos ríos Ebro y Nela, lo cual sucedió a los nueves días del mes de agosto, víspera del gloriosísimo mártir San Lorenzo. Y parece que fue en el año de setecientos y veinte y seis.
 
Para memoria de esta victoria quedaron tres cosas notables. Una el nombre de Peña Rubia o Bermeja, que señalan allí cerca los labradores, y el Campo de Negro Día, que por la misma sangre que se derramó entonces de moros y cristianos le dieron y conserva hasta hoy. Otra, la ermita de Nuestra Señora de Encinillas, de la otra parte del Ebro, al lado oriental, donde el rey don Pelayo mandó enterrar los cuerpos de los cristianos que murieron, y en la cual se ven hoy en día más de cuatrocientas sepulturas de ellos, señaladas con losas, en la circunferencia de dicha ermita. La tercera es la ermita de Nuestra Señora de los Godos, que está a la entrada de las peñas y caminos que hizo por allí la naturaleza para Oña y para que saliera el Ebro a Tobalina.
 
Esta ermita se erigió entonces para sepultura de los más nobles capitanes que murieron en esta batalla. El vulgo dice que se enterraron allí algunos reyes godos y el archivo de Oña lo favorece en algunas de sus escrituras llamándola Nuestra Señora de Regodos. Pero es lo cierto que fue para capitanes de los más ilustres y defensores de la sangre real de los godos, porque se depositaron en la bóveda primera, que toda es de piedra toba, cuatro o seis cuerpos en las tumbas o arcas de piedra blanca y una o dos tienen sus molduras y coronación, que representan mucha grandeza.
 
Habiendo sido siete mil u ocho mil los moros muertos (que no se puede afirmar con certeza los que fueron) es sin duda que su ejército fue muy numeroso porque, ordinariamente, son muchos más los que huyen que los que mueren en viendo desbaratados sus escuadrones. No sé si pasó adelante don Pelayo, pero me consta suficientemente que entonces se edificaron tres castillos fuertes en las gargantas y entradas de aquellos montes, que parece lo puso por frontera y guarnición de lo que había ganado. El primero donde se dio la batalla, en la misma boca del Ebro, llamado castillo de la Guarda, dicho en latín, Castrum Tutella, y por corrupción, Tetelia y hoy Tedeja. El segundo estuvo una legua más adelante, donde se junta el río Vesga con el Ebro, en el puerto de la Peña Horadada, y por estar sobre una peña que tiene debajo de sí una cueva, le dijeron el castillo de Cuebarana. El tercero en Valdeveso, en un monte llamado Tesla y después Montes Alegres. Y de estos tres tan fortísimos e incontrastables castillos se hacía mucha memoria en el archivo del monasterio de Oña, que es muy antiguo.
 

 
 
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