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El regalo de Kipchoge
La marca de Kipchoge en Berlín tuvo la virtud de exceder el margen deportivo y alcanzar una difusión exhaustiva
Detrás del récord que logró el keniano Eliud Kipchoge en el maratón de Berlín se ha observado un efecto mediático inusual en el atletismo, sometido en los últimos años a un declive apenas remediado por la imponente figura de Usain Bolt. Durante los últimos nueve años (Juegos de Pekín 2008-Mundiales de Londres 2017), sólo el velocista jamaicano se estableció como una figura indiscutible fuera del universo atlético. No faltaban campeones excepcionales, pero ninguno convocaba al entusiasmo popular. El problema no estaba en los atletas: radicaba en los numerosos factores que achicaron el impacto del atletismo en el imaginario popular.
Al atletismo le ha erosionado, entre otros muchos factores, el descrédito del dopaje, la difícil adecuación de sus largas veladas a las exigencias de la programación televisiva, la pérdida de gancho para el aficionado medio al deporte y la pérdida casi absoluta de relevancia de los atletas europeos en el sprint, medio fondo y fondo. A Europa le ha tocado el papel de organizador con poco entusiasmo. En un mundo donde otros deportes, especialmente el fútbol y la rama NBA del baloncesto, se han convertido en gigantescos negocios globales, el margen del atletismo se ha reducido de tal manera que campeones como Eliud Kipchoge eran casi desconocidos para el gran público.
Algunos aspectos simbólicos subrayan esta pronunciada caída en el interés de la gente, no en la participación —jamás ha habido tanta gente corriendo en las calles—, sino en la repercusión externa. La escasa audiencia y la pobre respuesta publicitaria han comprometido en España la emisión de algunas ediciones del Mundial de atletismo. Sorprendió y decepcionó la decisión que tomó el Comité Olímpico Internacional con respecto a la ceremonia de inauguración de los Juegos de Río 2016, celebrada en Maracaná, un estadio de fútbol, en lugar de ubicarla en el estadio Olímpico, como toda la vida. Hasta los récords suelen pasar inadvertidos para el público en general. Son derrotas, más o menos pequeñas, que han señalado una tendencia preocupante.
La marca de Kipchoge en Berlín —su registro de 2h 1m 39s invita a pensar en la posibilidad de derribar algún día el monstruoso muro de las dos horas— tuvo la virtud de exceder el margen deportivo y alcanzar una difusión exhaustiva. Periódicos de todo el mundo llevaron la hazaña de Kipchoge a la portada. Televisiones y emisoras de radio dedicaron tiempo y espacio a la trascendencia del récord. En poco más de dos horas, Eliud Kipchoge, campeón olímpico, campeón del mundo, ganador de nueve de las 10 maratones que había disputado, vencedor de El Guerruj y Bekele en la mítica final de 5.000 metros en los Mundiales de París 2003, saltó de la fama que le distingue en el mundo del atletismo a su nueva condición de estrella universal del deporte. De paso, abre la posibilidad de arrastrar al atletismo a un territorio más optimista.
Lo que se anunciaba como un año sombrío, sin Mundiales ni Juegos Olímpicos, y sin Bolt como paraguas, ha generado noticias alentadoras, coronadas por el trallazo mediático del récord de Kipchoge. La temporada se ha beneficiado del impacto provocado por la aparición de la mejor hornada mundial de los últimos 30 años y el éxito de los Campeonatos de Europa, celebrados en Berlín, donde se logró un salto festivo del estadio a las calles, ayudado por los relevantes éxitos de un chaval de 17 años —el noruego Jakob Ingebritsen en los 1.500 metros— y otro de 18, el pertiguista sueco Mondo Duplantis. En términos de salud general, el atletismo termina la temporada con mejores noticias de lo previsto. A sus dirigentes, burocratizados y, en algunos casos, corruptos, les corresponde aprovechar este repentino viento a favor. Pocas veces dispondrán de un regalo como el de Kipchoge en Berlín.
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