jueves, 2 de agosto de 2018

Paracelso y la plaga del pecado



Paracelso y la plaga del pecado

En la noche de San Juan de 1527, Paracelso arrojó a las llamas una copia del canon de medicina de Avicena. Con esto, lo que estaba haciendo Paracelso era completar un acto simbólico, anunciador del nuevo pulso que iba a tomar Europa años después




Retrato de Paracelso en 1538, por Augustin Hirschvogel.
Retrato de Paracelso en 1538, por Augustin Hirschvogel. WIKIMEDIA COMMONS.

Con la aparición de la sífilis, las prácticas sexuales se convirtieron en el camino más corto entre la vida y la muerte. Llagas, pústulas, ronchones, fiebre oscura y úlceras sangrantes, son algunos de los síntomas clínicos de un mal que elevaría los índices de castidad durante una época donde la lujuria y Venus reinaban con imperio. Algo parecido decía Paracelso, el médico y alquimista que aconsejó tratar la enfermedad con vapores de Mercurio.
En realidad, la sífilis es una enfermedad infecciosa de la que nadie conoce su origen, por lo cual surgen diferentes hipótesis al respecto. Las hay para todos los gustos y algunas de ellas servirían para dar argumentos a la xenofobia. Por ejemplo, en Inglaterra, a la sífilis se le denominó “mal francés” y en Francia se hizo llamar “mal napolitano, en Turquía “enfermedad cristiana” y en Portugal “enfermedad española”. Sumado a esto, cronistas de Indias como Gónzalo Férnandez de Oviedo o Francisco López de Gómara, sostenían que el origen de la enfermedad residía en el Nuevo Mundo, desde donde fue llevada a Europa por los marineros de Colón. Llegados aquí, podemos admitir que el azote de la sífilis, por acción de sus hipótesis, globalizó el periodo de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna.
Con todo, las prácticas de Paracelso van a ser muy importantes, no sólo para la sífilis, sino para el desarrollo de la medicina. Porque desde los presupuestos alquímicos, Paracelso simbolizaría la ruptura con el método galénico, fundando las bases de la química y de la medicina moderna. Hay que recordar que hasta entonces, las fórmulas empleadas para tratar las enfermedades provenían de las plantas o de los animales y que, con la llegada de Paracelso, el conocimiento secreto de la alquimia abrirá nuevas posibilidades de curación, convirtiendo el uso de los tres principios alquímicos (mercurio, azufre y sal) en receta médica.
Por decirlo a la manera gramsciana, mientras el mundo antiguo se extinguía y un mundo nuevo se dejaba ver en el horizonte, mientras tanto, en el tiempo intermedio surgirán las llamas de un fuego que reducirá a cenizas el antiguo canon médico de Avicena, arrojado a la hoguera que la tradición estudiantil había prendido en las afueras de la Universidad de Basilea. El canon de Avicena que hasta entonces había representado la autoridad de la medicina, era condenado al fuego por Paracelso, el alquimista que avivaba las llamas de una fogata universitaria que vino a iluminar la nueva época.


Podemos admitir que el azote de la sífilis globalizó el periodo de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna

En nuestro tiempo, la teoría alquímica de la Naturaleza nos suena al misterio indescifrable de un alfabeto demoníaco, más cercano a la brujería y a la magia tribal que a la medicina. Pero no podemos enjuiciar el pasado desde nuestro presente. Por lo mismo, en un futuro, cuando se estudien algunos de los procedimientos médicos de nuestra época, habrá quien descubra teorías y prácticas que rayan en la fábula. Hay que hacer el esfuerzo y reconocer el tiempo como imagen móvil de la realidad para regresar a la época y situarse en el momento de cambio que estaba surgiendo en Europa.
Cuando en la noche de San Juan de 1527, el incendiario Paracelso arrojaba a las llamas una copia del canon de medicina de Avicena, lo que estaba haciendo era completar un acto simbólico, anunciador del nuevo pulso que iba a tomar Europa años después. Porque en el año 1543, la imprenta dará tres libros que cambiarían las estructuras psíquicas reinantes en la sociedad, transformando el pensamiento científico para siempre. Los dibujos anatómicos de Vesalio, fue uno de esos libros, la traducción del griego de los trabajos de Arquímedes, otro y, por último, un tercer libro, tal vez el más importante de todos y que llevaría por título: Sobre las revoluciones de las esferas celestes; su autor: Nicolás Copérnico.
Pero mientras la Revolución Científica se ponía en marcha, una enfermedad venérea convertía el acto sexual en un asunto del demonio al que había que practicar el exorcismo con imaginación. El mal de Venus no podía aliviarse de otro modo y Paracelso, que identificaba imaginación con operación alquímica, aconsejó tratar la sífilis inhalando vapores de Mercurio.
Si atendemos al dicho que se popularizó en la época y que advertía que pasar una noche con Venus era igual a pasar toda una vida con Mercurio, se puede asegurar que el remedio funcionaba. 
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento


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