viernes, 3 de agosto de 2018

El gatopardo

Cuando el calor aprieta y las fuerzas me flaquean, releo.



Giuseppi Tomasi di Lampedusa
El gato pardo

Capítulo primero


Mayo 1860
Nunc et in hora mortis nostrae. Amén.
Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario. Durante media hora la voz sosegada del príncipe recordó los misterios gloriosos y dolorosos; durante media hora otras voces, entremezcladas, tejieron un rumor ondulante en el cual se destacaron las flores de oro de palabras no habituales: amor, virginidad, muerte, y durante este rumor el salón rococó pareció haber cambiado de aspecto. Hasta los papagayos que desplegaban las irisadas alas sobre la seda de las tapicerías parecieron intimidados, incluso la Magdalena, entre las dos ventanas, volvía a ser una penitente y no una bella y opulenta rubia perdida en quién sabe qué sueños, como se la veía siempre.

Ahora, acalladas las voces, todo volvía al orden, al desorden, acostumbrado. Por la puerta, cruzada la cual habían salido los criados, el alano «Bendicò», entristecido por la exclusión que se había hecho de él, entró y meneó el rabo. Las mujeres se levantaban lentamente, y el oscilante retroceso de sus enaguas dejaba poco a poco descubiertas las desnudeces mitológicas que se dibujaban en el fondo lechoso de las baldosas. Quedó cubierta solamente una Andrómeda a quien el hábito del padre Pirrone, rezagado en sus oraciones suplementarias, impidió durante un buen rato que volviera a ver el plateado Perseo que sobrevolando las olas se apresuraba al socorro y al beso.

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