lunes, 30 de mayo de 2016

¡España, lucha!




Me cuesta pensar que este teatro de denuncia de una realidad de pobreza física y psicológica en un erial social, iba a a ser motivo de nuevo de denuncia social, de despertamiento de una sociedad muerta. Un buen recuerdo mejor que olvidar.

¡España, despierta y lucha contra los sinvergüenzas que te roban y roban a vuestros hijos!

LA ESCALERA
Buero Vallejo

Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra su suegra y los enemigos del hombre son los de su casa.
(MIQUEAS, cap. VII, vers. 6).
personajes
Cobrador DE LA LUZ
Fernando
Fernando, hijo
DOÑA ASUNCIÓN
Carmina
Carmina, hija
Don Manuel
Urbano
Generosa
Paca
Elvira

HISTORIA DE UNA ESCALERA *Adaptación para E.S.O., Bachillerato y Ciclos Formativos de Grado Medio del original Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo.

Este guión es propiedad de Recursos Educativos, S.L. y está inscrito en el Registro de Propiedad Intelectual.


HISTORIA DE UNA ESCALERA
ACTO I
(Un tramo de escalera con dos rellanos, en una casa modesta de vecindad. Los escalones de bajada hacia los pisos inferiores se encuentran en el primer término izquierdo. La barandilla que los bordea es muy pobre, con el pasamanos de hierro, y tuerce para correr a lo largo de la escena limitando el primer rellano. Cerca del lateral derecho arranca un tramo completo de unos diez escalones. La barandilla lo separa a su izquierda del hueco de la escalera y a su derecha hay una pared que rompe en ángulo junto al primer peldaño, formando en el primer término derecho un entrante con una sucia ventana lateral. Al final del tramo la barandilla vuelve de nuevo y termina en el lateral izquierdo, limitando el segundo rellano. En el borde de éste, una polvorienta bombilla enrejada pende hacia el hueco de la escalera. En el segundo rellano hay dos puertas: dos laterales y dos centrales. Las distinguiremos, de derecha a izquierda, con los números I, II, III y IV).

(El espectador asiste, en este acto y en el siguiente, a la galvanización momentánea de tiempos que han pasado. Los vestidos tienen un vago aire retrospectivo).
(Nada más levantarse el telón vemos cruzar y subir fatigosamente al Cobrador de la luz, portando su grasienta cartera. Se detiene unos segundos para respirar y llama después con los nudillos en las
cuatro puertas).
Cobrador: (A Elvira, que abrió la puerta II) Buenos días. La luz. Seis sesenta y cinco.
(Elvira, una linda muchacha vestida de calle, recoge el recibo y se mete. El Cobrador aporrea otra vez el IV, que es abierto inmediatamente por Doña Asunción, señora de luto, delgada y consumida).
Cobrador: La luz. Tres veinte.
Doña Asunción: (Cogiendo el recibo) Sí, claro... Buenos días. Espere un momento, por favor. Voy adentro...
(Se mete. Elvira sale).
Elvira: Aquí tiene usted. (Contándole la moneda fraccionaria) Cuarenta..., cincuenta...,
sesenta... y cinco.
Cobrador: Está bien. (Se lleva un dedo a la gorra y se dirige al IV).
Elvira: (Hacia dentro) ¿No sales, papá?
(Espera en el quicio. Doña Asunción vuelve a salir, ensayando sonrisas).
Doña Asunción: ¡Cuánto lo siento! Me va a tener que perdonar. Como me ha cogido después de la compra y mi hijo no está...
(Don Manuel, padre de Elvira, sale vestido de calle. Los trajes de ambos denotan una posición económica más holgada que la de los demás vecinos).
Don Manuel: (A Doña Asunción) Buenos días. (A su hija) Vamos.
Doña Asunción: ¡Buenos días! ¡Buenos días, Elvirita! ¡No te había visto!
Elvira: Buenos días, doña Asunción.
Cobrador: Perdone, señora, pero tengo prisa.
Doña Asunción: Sí, sí... Le decía que ahora da la casualidad que no puedo... ¿No podría volver luego?
Cobrador: Mire, señora: no es la primera vez que pasa y...
Doña Asunción: ¿Qué dice?
Cobrador: Sí. Todos los meses es la misma historia. ¡Todos! Y yo no puedo venir a otra hora ni
pagarlo de mi bolsillo. Conque si no me abona tendré que cortarle el fluido.
Doña Asunción: ¡Pero si es una casualidad, se lo aseguro! Es que mi hijo no está, y...
Cobrador: ¡Basta de monsergas! Esto le pasa por querer gastar como una señora en vez de abonarse a tanto alzado. Tendré que cortarle.
(Elvira habla en voz baja con su padre).
Doña Asunción: (Casi perdida la compostura) ¡No lo haga, por Dios! Yo le prometo...
Cobrador: Pida a algún vecino...
Don Manuel: (Después de atender a lo que le susurra su hija). Perdone que intervenga, señora.
(Cogiéndole el recibo).
Doña Asunción: No, don Manuel. ¡No faltaba más!
Don Manuel: ¡Si no tiene importancia! Ya me lo devolverá cuando pueda.
Doña Asunción: Esta misma tarde; de verdad.
Don Manuel: Sin prisa, sin prisa. (Al Cobrador) Aquí tiene.
Cobrador: Está bien. (Se lleva la mano a la gorra). Buenos días.
es
(Se va).
Don Manuel: (Al Cobrador) Buenos días.
Doña Asunción: (Al Cobrador) Buenos días. Muchísimas gracias, don Manuel. Esta misma tarde...
Don Manuel: (Entregándole el recibo) ¿Para qué se va a molestar? No merece la pena. Y Fernando, ¿qué se hace?
(Elvira se acerca y le coge del brazo).
Doña Asunción: En su papelería. Pero no está contento. ¡El sueldo es tan pequeño! Y no es porque sea mi hijo, pero él vale mucho y merece otra cosa. ¡Tiene muchos proyectos! Quiere ser delineante, ingeniero, ¡qué sé yo! Y no hace más que leer y pensar. Siempre tumbado en la cama, pensando en sus proyectos. Y escribe cosas también, y poesías. ¡Más bonitas! Ya le diré que dedique alguna a Elvirita.
Elvira: (Turbada) Déjelo, señora.
Doña Asunción: Te lo mereces, hija. (A Don Manuel) No es porque esté delante, pero ¡qué preciosísima se ha puesto Elvirita! Es una clavellina. El hombre que se la lleve...
Don Manuel: Bueno, bueno. No siga, que me la va a malear. Lo dicho, doña Asunción. (Se quita el sombrero y le da la mano). Recuerdos a Fernandito. Buenos días.
Elvira: Buenos días.
(Inician la marcha).
Doña Asunción: Buenos días. Y un millón de gracias... Adiós.
(Cierra. Don Manuel y su hija empiezan a bajar. Elvira se para de pronto para besar y abrazar impulsivamente a su padre).
Don Manuel: ¡Déjame, locuela! ¡Me vas a tirar!
Elvira: ¡Te quiero tanto, papaíto! ¡Eres tan bueno!
Don Manuel: Deja los mimos, pícara. Tonto es lo que soy. Siempre te saldrás con la tuya.
Elvira: No llames tontería a una buena acción... Ya ves, los pobres nunca tienen un cuarto. ¡Me da una lástima doña Asunción!
Don Manuel: (Levantándole la barbilla) El tarambana de Fernandito es el que a ti te preocupa.
Elvira: Papá, no es un tarambana... Si vieras qué bien habla...
Don Manuel: Un tarambana. Eso sabrá hacer él..., hablar. Pero no tiene donde caerse muerto. Hazme caso, hija; tú te mereces otra cosa.
Elvira: (En el rellano ya, da pueriles pataditas) No quiero que hables así de él. Ya verás como llega muy lejos. ¡Qué importa que no tenga dinero! ¿Para qué quiere mi papaíto un yerno rico?
Don Manuel: ¡Hija!
Elvira: Escucha: te voy a pedir un favor muy grande.
Don Manuel: Hija mía, algunas veces no me respetas nada.
Elvira: Pero te quiero, que es mucho mejor. ¿Me harás ese favor?
Don Manuel: Depende...
Elvira: ¡Nada! Me lo harás.
Don Manuel: ¿De qué se trata?
Elvira: Es muy fácil, papá. Tú lo que necesitas no es un yerno rico, sino un muchacho emprendedor que lleve adelante el negocio. Pues sacas a Fernando de la papelería y le colocas, ¡con un buen sueldo!, en tu agencia. (Pausa). ¿Concedido?
Don Manuel: Pero, Elvira, ¿y si Fernando no quiere? Además...
Elvira: ¡Nada! (Tapándose los oídos) ¡Sorda!
Don Manuel: ¡Niña, que soy tu padre!
Elvira: ¡Sorda!
Don Manuel: (Quitándole las manos de los oídos) Ese Fernando os tiene sorbido el seso a todas porque es el chico más guapo de la casa. Pero no me fío de él. Suponte que no te hiciera caso...
Elvira: Haz tu parte, que de eso me encargo yo...
Don Manuel: ¡Niña!
(Bajan charlando unas vecinas. Carmina sale del I. Es una preciosa muchacha de aire sencillo pobremente vestida. Lleva un delantal y una lechera en la mano).
(Se abre el IV suavemente y aparece Fernando, que se apoya en la barandilla. Fernando es, en efecto, un muchacho muy guapo. Viste pantalón de luto y está en mangas de camisa. El IV vuelve a abrirse.
Doña Asunción espía a su hijo).
Doña Asunción: ¿Qué haces?
Fernando: (Desabrido) Ya lo ves.
Doña Asunción: (Sumisa) ¿Estás enfadado?
Fernando: No.
Doña Asunción: ¿Te ha pasado algo en la papelería?
Fernando: No.
Doña Asunción: ¿Por qué no has ido hoy?
Fernando: Porque no.
Doña Asunción: ¿Te he dicho que padre de Elvira nos ha pagado el recibo de la luz?
Fernando: (Volviéndose hacia su madre) ¡Sí! ¡Ya me lo has dicho! (Yendo hacia ella) ¡Déjame en paz!
Doña Asunción: ¡Hijo!
Fernando: ¡Pareces disfrutar recordándome nuestra pobreza!
Doña Asunción: ¡Pero, hijo!
Fernando: (Empujándola y cerrando de golpe) ¡Anda, anda para adentro!
(Con un suspiro de disgusto, vuelve a recostarse en el pasamanos. Pausa. Urbano llega al primer rellano. Viste traje azul mahón. Es un muchacho fuerte y moreno, de fisonomía ruda, pero expresiva:
un proletario. Fernando lo mira avanzar en silencio. Urbano comienza a subir la escalera y se detiene
al verle).
Urbano: ¡Hola! ¿Qué haces ahí?
Fernando: Hola, Urbano. Nada.
Urbano: Tienes cara de enfado.
Fernando: No es nada.
Urbano: Baja al «casinillo». (Señalando el hueco de la ventana) Te invito a un cigarro. (Pausa)
¡Baja, hombre! (Fernando empieza a bajar sin prisa) Algo te pasa. (Sacando la petaca) ¿No se puede saber?
Fernando: (Que ha llegado) Nada, lo de siempre... (Se recuestan en la pared del «casinillo».
Mientras hacen los pitillos) ¡Que estoy harto de todo esto!
Urbano: (Riendo) Eso es ya muy viejo. Creí que te ocurría algo.
Fernando: Puedes reírte. Pero te aseguro que no sé cómo aguanto. (Breve pausa) En fin, ¡para qué hablar! ¿Qué hay por tu fábrica?
Urbano: ¡Muchas cosas! Desde la última huelga de metalúrgicos la gente se sindica a toda prisa. A ver cuándo nos imitáis los dependientes.
Fernando: No me interesan esas cosas.
Urbano: Porque eres tonto. No sé de qué te sirve tanta lectura.
Fernando: ¿Me quieres decir lo que sacáis en limpio de esos líos?
Urbano: Fernando, eres un desgraciado. Y lo peor es que no lo sabes. Los pobres diablos como nosotros nunca lograremos mejorar de vida sin la ayuda mutua. Y eso es el sindicato. ¡Solidaridad! Esa es nuestra palabra. Y sería la tuya si te dieses cuenta de que no eres más que un triste hortera. ¡Pero como te crees un marqués!
Fernando: No me creo nada. Sólo quiero subir. ¿Comprendes? ¡Subir! Y dejar toda esta sordidez en que vivimos.
Urbano: Y a los demás que los parta un rayo.
Fernando: ¿Qué tengo yo que ver con los demás? Nadie hace nada por nadie. Y vosotros os metéis en el sindicato porque no tenéis arranque para subir solos. Pero ese no es camino para mí. Yo sé que puedo subir y subiré solo.
Urbano: ¿Se puede uno reír?
Fernando: Haz lo que te de la gana.
Urbano: (Sonriendo) Escucha, papanatas. Para subir solo, como dices, tendrías que trabajar todos los días diez horas en la papelería; no podrías faltar nunca, como has hecho hoy...
Fernando: ¿Cómo lo sabes?
Urbano: ¡Porque lo dice tu cara, simple! Y déjame continuar. No podrías tumbarte a hacer versitos ni a pensar en las musarañas; buscarías trabajos particulares para redondear el presupuesto y te acostarías a las tres de la mañana contento de ahorrar sueño y dinero. Porque tendrías que ahorrar, ahorrar como una urraca; quitándolo de la comida, del vestido, del tabaco... Y cuando llevases un montón de años haciendo eso, y ensayando negocios y buscando caminos, acabarías por verte solicitando cualquier miserable empleo para no morirte de hambre... No tienes tú madera para esa vida.
Fernando: Ya lo veremos. Desde mañana mismo…
Urbano: (Riendo) Siempre es desde mañana. ¿Por qué no lo has hecho desde ayer, o desde hace un mes? (Breve pausa) Porque no puedes. Porque eres un soñador. ¡Y un gandul! (Fernando le mira lívido, conteniéndose, y hace un movimiento para marcharse) ¡Espera, hombre! No te enfades. Todo esto te lo digo como un amigo.
(Pausa).
Fernando: (Más calmado y levemente despreciativo) ¿Sabes lo que te digo? Que el tiempo lo dirá todo. Y que te emplazo. (Urbano le mira) Sí, te emplazo para dentro de... diez años, por ejemplo. Veremos, para entonces, quién ha llegado más lejos; si tú con tu sindicato o yo con mis proyectos.
Urbano: Ya sé que yo no llegaré muy lejos; y tampoco tú llegarás. Si yo llego, llegaremos todos. Pero lo más fácil es que dentro de diez años sigamos subiendo esta escalera y fumando en este «casinillo».
Fernando: Yo, no. (Pausa) Aunque quizá no sean muchos diez años...
Urbano: (Riendo) ¡Vamos! Parece que no estás muy seguro.
Fernando: No es eso, Urbano. ¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años..., sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera, rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran de nosotros y de quienes murmuramos... Buscando mil recursos y soportando humillaciones para poder pagar la casa, la luz... y las patatas. (Pausa) Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos..., ¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador, aborreciendo el trabajo.., perdiendo día tras día... (Pausa) Por eso es preciso cortar por lo sano.
Urbano: ¿Y qué vas a hacer?
Fernando: No lo sé. Pero ya haré algo.
Urbano: ¿Y quieres hacerlo solo?
Fernando: Solo.
Urbano: ¿Completamente?
Fernando: Claro.
Urbano: Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siempre necesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
Fernando: ¿Me vas a volver a hablar del sindicato?
Urbano: No. Quiero decirte que, si verdaderamente vas a luchar, para evitar el desaliento necesitarás... (Se detiene).
Fernando: ¿Qué?
Urbano: Una mujer.
Fernando: Ese no es problema. Ya sabes que...
Urbano: Ya sé que eres un buen mozo con muchos éxitos. Y eso te perjudica; eres demasiado buen mozo. Lo que te hace falta es dejar todos esos noviazgos y enamorarte de verdad. (Pausa) Hace tiempo que no hablamos de estas cosas... Antes, si a ti o a mí nos gustaba Fulanita, nos lo decíamos en seguida. (Pausa) ¿No hay nada serio ahora?
Fernando: (Reservado) Pudiera ser.
Urbano: No se tratará de mi hermana, ¿verdad?
Fernando: ¿De tu hermana? ¿De cuál
Urbano: De Trini. UNA ESCALE
Fernando: No, no.
Urbano: Pues de Rosita, ni hablar.
Fernando: Ni hablar.
Urbano: Porque la hija de la señora Generosa no creo que te haya llamado la atención...
(Pausa. Le mira de reojo, con ansiedad) ¿O es ella? ¿Es Carmina?
Fernando: No.
Urbano: (Ríe y le palmotea la espalda) ¡Está bien, hombre! ¡No busco más! Ya me lo dirás cuando quieras. ¿Otro cigarrillo?
Fernando: No. (Pausa breve) Alguien sube.
(Miran hacia el hueco).
(Pepe sube sonriendo con suficiencia. Va a pasar de largo, pero Urbano le detiene por la manga).
Urbano: No tengas tanta prisa. Decirte nada más que si la tonta de mi hermana no te conoce, yo sí. Que si ella no quiere creer que has estado viviendo de la Luisa y de la Pili después de lanzarlas a la vida, yo sé que es cierto. ¡Y que como vuelva a verte con Rosa, te juro, por tu madre, que te tiro por el hueco de la escalera! (Lo suelta con violencia) Puedes largarte.
Fernando: No sé por qué te gusta tanto chillar y amenazar.
Urbano: (Seco) Eso va en gustos. Tampoco me agrada a mí que te muestres tan amable con un sinvergüenza como ese.
Fernando: Prefiero eso a lanzar amenazas que luego no se cumplen.
Urbano: ¿Que no se cumplen?
Fernando: ¡Qué van a cumplirse! Cualquier día tiras tú a nadie por el hueco de la escalera. ¿Todavía no te has dado cuenta de que eres un ser inofensivo?
Urbano: ¡No sé cómo nos las arreglamos tú y yo para discutir siempre! Me voy a comer. Abur.
Fernando: (Contento por su pequeña revancha) ¡Hasta luego, sindicalista!
(Urbano sube y llama al III. Paca abre).
Paca: Hola, hijo. ¿Traes hambre?
Urbano: ¡Más que un lobo!
(Entra y cierra. Fernando se recuesta en la barandilla y mira por el hueco. Generosa sube. Fernando
la saluda muy sonriente).
Fernando: Buenos días.
Generosa: Hola, hijo. ¿Quieres comer?
Fernando: Gracias, que aproveche. ¿Y el señor Gregorio?
Generosa: Muy disgustado, hijo. Como lo retiran por la edad... Y es lo que él dice: «¿De qué sirve que un hombre se deje los huesos conduciendo un tranvía durante cincuenta años, si luego le ponen en la calle?» Y si le dieran un buen retiro... Pero es una miseria, hijo; una miseria. ¡Y a mi Pepe no hay quien lo encarrile! (Pausa) ¡Qué vida!
No sé cómo vamos a salir adelante.
Fernando: Lleva usted razón. Menos mal que Carmina...
Generosa: Carmina es nuestra única alegría. Es buena, trabajadora, limpia... Si mi Pepe fuese como ella...
Fernando: No me haga mucho caso, pero creo que Carmina la buscaba antes.
Generosa: Sí. Es que se me había olvidado la cacharra de la leche. Ya la he visto. Ahora sube lla. Hasta luego, hijo.
Fernando: Hasta luego.
(Generosa sube, abre su puerta y entra. Pausa. Elvira sale sin hacer ruido al descansillo, dejando su
puerta entornada. Se apoya en la barandilla. Él finge no verla. Ella le llama por encima del hueco).
Elvira: Fernando.
Fernando: ¡Hola!
Elvira: ¿Podrías acompañarme hoy a comprar un libro? Tengo que hacer un regalo y he pensado que tú me ayudarías muy bien a escoger.
Fernando: No sé si podré.
Elvira: Procúralo, por favor. Sin ti no sabré hacerlo. Y tengo que darlo mañana.
Fernando: A pesar de eso no puedo prometerte nada. (Ella hace un gesto de contrariedad). Mejor dicho: casi seguro que no podrás contar conmigo.
(Sigue mirando por el hueco).
Elvira: (Molesta y sonriente) ¡Qué caro te cotizas! (Pausa) Mírame un poco, por lo menos. No creo que cueste mucho trabajo mirarme... (Pausa) ¿Eh?
Fernando: (Levantando la vista) ¿Qué?
Elvira: Pero ¿no me escuchabas? ¿O es que no quieres enterarte de lo que te digo?
Fernando: (Volviéndole la espalda) Déjame en paz.
Elvira: (Resentida) ¡Ah! ¡Qué poco te cuesta humillar a los demás! ¡Es muy fácil... y muy cruel humillar a los demás! Te aprovechas de que te estiman demasiado para devolverte la humillación..., pero podría hacerse...
Fernando: (Volviéndose furioso) ¡Explica eso!
Elvira: Es muy fácil presumir y despreciar a quien nos quiere, a quien está dispuesto a ayudarnos... A quien nos ayuda ya... Es muy fácil olvidar esas ayudas...
Fernando: (Iracundo) ¿Cómo te atreves a echarme en cara tu propia ordinariez? ¡No puedo sufrirte! ¡Vete!
Elvira: (Arrepentida) ¡Fernando, perdóname, por Dios! Es que...
Fernando: ¡Vete! ¡No puedo soportarte! No puedo resistir vuestros favores ni vuestra estupidez. ¡Vete! (Ella ha ido retrocediendo muy afectada. Se entra, llorosa y sin poder reprimir apenas sus nervios. Fernando, muy alterado también, saca un cigarrillo.
Al tiempo de tirar la cerilla) ¡Qué vergüenza!
(Repentinamente se endereza y espera, de cara al público. Carmina sube con la cacharra. Sus miradas se cruzan. Ella intenta pasar, con los ojos bajos. Fernando la detiene por un brazo).
Fernando: Carmina.
Carmina: Déjeme...
Fernando: No, Carmina. Me huyes constantemente y esta vez tienes que escucharme.es
Carmina: Por favor. Fernando... ¡Suélteme!
Fernando: Cuando éramos chicos nos tuteábamos... ¿Por qué no me tuteas ahora? (Pausa). ¿Ya no te acuerdas de aquel tiempo? Yo era tu novio y tú eras mi novia... Mi novia... Y nos sentábamos aquí (Señalando a los peldaños), en ese escalón, cansados de jugar..., a seguir jugando a los novios.
Carmina: Cállese.
Fernando: Entonces me tuteabas y... me querías.
Carmina: Era una niña... Ya no me acuerdo.
Fernando: Eras una mujercita preciosa. Y sigues siéndolo. Y no puedes haber olvidado. ¡Yo no he olvidado! Carmina, aquel tiempo es el único recuerdo maravilloso que conservo en medio de la sordidez en que vivimos. Y quería decirte... que siempre... has sido para mí lo que eras antes.
Carmina: ¡No te burles de mí!
Fernando: ¡Te lo juro!
Carmina: ¿Y todas... esas con quien has paseado y... que has besado?
Fernando: Tienes razón. Comprendo que no me creas. Pero un hombre... Es muy difícil de explicar. A ti, precisamente, no podía hablarte..., ni besarte... ¡Porque te quería, te quería y te quiero!
Carmina: No puedo creerte.
(Intenta marcharse).
Fernando: No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas. Ven.
(La lleva al primer peldaño) Como entonces.
(Con un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la pared y se sienta a su lado. Le quita la lechera y
la deja junto a él. Le coge una mano).
Carmina: ¡Si nos ven!
Fernando: ¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy desesperado.
Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles.s
Carmina: ¿Por qué no se lo pides a Elvira?
(Pausa. Él la mira, excitado y alegre).
Fernando: ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (Le levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente) ¡Carmina, mi Carmina! (Va a besarla, pero ella le detiene).
Carmina: ¿Y Elvira?
Fernando: ¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver!
Carmina: (Con una risita) ¡Yo tampoco! (Ríen, felices).
Fernando: Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano?
Carmina: ¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (Fernando se enfurruña) ¡Tonto!
Fernando: (Abrazándola por el talle) Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti. Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño servil, irracional...
Carmina: (Reprensiva) ¡Fernando!
Fernando: Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y
tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede que para entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...
Carmina: (Que le ha escuchado extasiada) ¡Qué felices seremos!
Fernando: ¡Carmina!
(Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se derrama estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran, asombrados, la gran mancha blanca en el suelo).

ACTO II
(Han transcurrido diez años que no se notan en nada: la escalera sigue sucia y pobre, las puertas sin timbre, los cristales de la ventana sin lavar).
(Al comenzar el acto se encuentran en escena Generosa y Carmina. El tiempo transcurrido se advierte en ellas: Generosa ha encanecido mucho. Carmina conserva todavía su belleza: una belleza que empieza a marchitarse. Todos siguen pobremente vestidos, aunque con trajes más modernos. Generosa y
Carmina están llorando; la hija rodea con un brazo la espalda de su madre. A poco, Generosa baja el
tramo y sigue mirando desde el primer rellano. Carmina la sigue después).
Carmina: Ande, madre... (Generosa la aparta, sin dejar de mirar a través de sus lágrimas)
Ande...
(Ella mira también. Sollozan de nuevo y se abrazan a medias, sin dejar de mirar).
Generosa: Ya llegan al portal... (Pausa) Casi no se le ve... (Abrazada a su hija) Solas, hija mía. ¡Solas!
(Pausa. De pronto se desase y sube lo más aprisa que puede la escalera. Carmina la sigue. Al tiempo
que suben).
Carmina: ¡Ea! No hay que llorar más. Ahora a vivir, a salir adelante.
Generosa: No tengo fuerzas...
Carmina: ¡Pues se inventan! No faltaba más.
Generosa: ¡Era tan bueno mi Gregorio!
Carmina: Todos nos tenemos que morir. Es ley de vida.
Generosa: Mi Gregorio...
Carmina: Hala. Ahora barremos entre las dos la casa. Y yo iré luego por la compra y haré la
comida.
Generosa: Yo me moriré pronto también.
Carmina: ¡Madre! ¿Quién piensa en morir?
Generosa: Sólo quisiera dejarte, hija... con un hombre de bien... antes de morirme.
Carmina: ¡Mejor sin morirse!
Generosa: ¡Para qué!...
Carmina: ¡Para tener nietos, madre! ¿No le gustaría tener nietos?
Generosa: ¡Mi Gregorio!...
Carmina: Bueno. Se acabó. Vamos adentro.
Generosa: (Antes de entrar) ¿Qué va a ser de nosotros, Dios mío? ¿Y de esta niña? ¿Qué va a ser de mi Carmina?
Carmina: No se apure, madre. Ya saldremos todos adelante.
(Se meten. La escalera queda sola).
(Urbano se encamina hacia el 1. Antes de llegar se encuentra con Carmina, que lleva un capacho en la mano. Cierra y se enfrentan, en silencio).
Carmina: ¿Terminó el...?
Urbano: Sí.
Carmina: (Enjugándose una lágrima) Muchas gracias, Urbano. Has sido muy bueno con nosotras.
Urbano: (Balbuciente) No tiene importancia. Ya sabes que yo..., que nosotros... estamos dispuestos...
Carmina: Gracias. Lo sé.
(Pausa. Baja la escalera con él a su lado).
Urbano: ¿Vas..., vas a la compra?
Carmina: Sí.
Urbano: Déjalo. Luego irá Trini. No os molestéis vosotras por nada.
Carmina: Iba a ir ella, pero se le habrá olvidado.
Urbano: (Parándose) Carmina...
Carmina: ¿Qué?
Urbano: ¿Puedo preguntarte... qué vais a hacer ahora?
Carmina: No lo sé... Coseremos.
Urbano: ¿Podréis salir adelante?
Carmina: No lo sé.
Urbano: La pensión de tu padre no era mucho, pero sin ella...
Carmina: Calla, por favor.
Urbano: Dispensa... He hecho mal en recordártelo.
Carmina: No es eso.
(Intenta seguir).
Urbano: (Interponiéndose) Carmina, yo...
Carmina: (Atajándole rápida) Tú eres muy bueno. Muy bueno. Has hecho todo lo posible por nosotras. Te lo agradezco mucho.
Urbano: Eso no es nada. Aún quisiera hacer mucho más.
Carmina: Ya habéis hecho bastante. Gracias de todos modos.
(Se dispone a seguir).
Urbano: ¡Espera, por favor! (Llevándola al «casinillo») Carmina, yo..., yo te quiero. (Ella sonríe tristemente) Te quiero hace muchos años, tú lo sabes. Perdona que te lo diga hoy: soy un bruto. Es que no quisiera verte pasar privaciones ni un solo día. Ni a ti ni a tu madre. Me harías muy feliz si..., si me dijeras... que puedo esperar. (Pausa.
Ella baja la vista) Ya sé que no me quieres. No me extraña, porque yo no valgo nada. Soy muy poco para ti. Pero yo procuraría hacerte dichosa. (Pausa) No me contestas...
Carmina: Yo... había pensado permanecer soltera.
Urbano: (Inclinando la cabeza) Quizá continúas queriendo a algún otro...

Carmina: (Con disgusto) ¡No, no!
Urbano: Entonces, es que... te desagrada mi persona.
Carmina: ¡Oh, no!
Urbano: Ya sé que no soy más que un obrero. No tengo cultura ni puedo aspirar a ser nada importante... Así es mejor. Así no tendré que sufrir ninguna decepción, como otros sufren.
Carmina: Urbano, te pido que...
Urbano: Más vale ser un triste obrero que un señorito inútil... Pero si tú me aceptas yo subiré. ¡Subiré, sí! ¡Porque cuando te tenga a mi lado me sentiré lleno de energías para trabajar! ¡Para trabajar por ti! Y me perfeccionaré en la mecánica y ganaré más. (Ella asiente tristemente, en silencio, traspasada por el recuerdo de un momento semejante) Viviríamos juntos: tu madre, tú y yo. Le daríamos a la vieja un poco de alegría en los años que le quedasen de vida. Y tú me harías feliz. (Pausa) Acéptame, te lo suplico.
Carmina: ¡Eres muy bueno!
Urbano: Carmina, te lo ruego. Consiente en ser mi novia. Déjame ayudarte con ese título.
Carmina: (Llora refugiándose en sus brazos) ¡Gracias, gracias!
Urbano: (Enajenado) Entonces... ¿Sí? (Ella asiente) ¡Gracias yo a ti! ¡No te merezco!
(Quedan un momento abrazados. Se separan con las manos cogidas. Ella le sonríe entre lágrimas. Paca sale de su casa. Echa una automática ojeada inquisitiva sobre el rellano y le parece ver algo en
el «casinillo». Se acerca al IV para ver mejor, asomándose a la barandilla, y los reconoce).
Paca: ¿Qué hacéis ahí?
Urbano: (Asomándose con Carmina) Le estaba explicando a Carmina... el entierro.
Paca: Bonita conversación. (A Carmina). ¿Dónde vas tú con el capacho?
Carmina: A la compra.
Paca: Quédate en casa, yo iré en tu lugar. (A Urbano, mientras empieza a bajar). Acompáñalas, anda. (Se detiene, fuerte). ¿No subís? (Ellos se apresuraran a hacerlo. Paca baja y se cruza con la pareja en la escalera. A Carmina, cogiéndole el capacho) Dame el capacho. (Sigue bajando. Se vuelve a mirarlos y ellos la miran también desde la puerta, confusos. Carmina abre con su llave, entran y
cierran. Paca, con gesto expresivo. Se va).
(Elvira y Fernando suben. Fernando lleva ahora al niño. Discuten).
Fernando: Ahora entramos un minuto y les damos el pésame.
Elvira: Ya te he dicho que no.
Fernando: Pues antes querías.
Elvira: Y tú no querías.
Fernando: Sin embargo, es lo mejor. Compréndelo, mujer.
Elvira: Prefiero no entrar.
Fernando: Entraré yo solo entonces.
Elvira: ¡Tampoco! Eso es lo que tú quieres: ver a Carmina y decirle cositas y tonterías.
Fernando: Elvira, no te alteres. Entre Carmina y yo terminó todo hace mucho tiempo.
Elvira: No te molestes en fingir. ¿Crees que no me doy cuenta de las miraditas que le echas encima, y de cómo procuras hacerte el encontradizo con ella?
Fernando: Fantasías.
Elvira: ¿Fantasías? La querías y la sigues queriendo.
Fernando: Elvira, sabes que yo te he...
Elvira: ¡A mí nunca me has querido! Te casaste por el dinero de papá.
Fernando: ¡Elvira!
Elvira: Y, sin embargo, valgo mucho más que ella.
Fernando: ¡Por favor! ¡Pueden escucharnos los vecinos!
Elvira: No me importa.
Fernando: Te juro que Carmina y yo no...
Elvira: (Dando pataditas en el suelo) ¡No me lo creo! ¡Y eso se tiene que acabar! (Se dirige a su casa, mas él se queda junto al I) ¡Abre!
Fernando: Vamos a dar el pésame; no seas terca.
Elvira: Que no, te digo.
Fernando: Toma a Fernandito.
(Se lo da y se dispone a abrir).
Elvira: (En voz baja y violenta) ¡Tú tampoco vas! ¿Me has oído? (Él abre la puerta sin contestar) ¿Me has oído?
Fernando: ¡Entra!
Elvira: ¡Tú antes! (Se abre el I y aparecen Carmina y Urbano. Están con las manos enlazadas, en una actitud clara. Ante la sorpresa de Fernando, Elvira vuelve a cerrar la puerta y se dirige a ellos, sonriente) ¡Qué casualidad, Carmina! Salíamos precisamente para ir a casa de ustedes.
Carmina: Muchas gracias.
(Ha intentado desprenderse, pero Urbano la retiene).
Elvira: (Con cara de circunstancias) Sí, hija... Ha sido muy lamentable... Muy sensible.
Fernando: (Reportado) Mi mujer y yo les acompañamos, sinceramente, en el sentimiento.
Carmina: (Sin mirarle) Gracias.
(La tensión aumenta, inconteniblemente, entre los cuatro).
Elvira: ¿Su madre está dentro?
Carmina: Sí; háganme el favor de pasar. Yo entro en seguida. (Con vivacidad). En cuanto me despida de Urbano.
Elvira: ¿Vamos, Fernando? (Ante el silencio de él). No te preocupes, hombre. (A Carmina). Está preocupado porque al nene le toca ahora la teta. (Con una tierna mirada para Fernando) Se desvive por su familia. (A Carmina). Le daré el pecho en su casa. No le importa, ¿verdad?
Carmina: Claro que no.
Elvira: Mire qué rico está mi Fernandito. (Carmina se acerca después de lograr desprenderse de Urbano) Dormidito. No tardará en chillar y pedir lo suyo.
Carmina: Es una monada.
Elvira: Tiene toda la cara de su padre. (A Fernando) Sí, sí; aunque te empeñes en que no.
(A Carmina) Él asegura que es igual a mí. Le agrada mucho que se parezca a mí. Es a él a quien se parece, ¿no cree?
Carmina: Pues... no sé. ¿Tú qué crees, Urbano?
Urbano: No entiendo mucho de eso. Yo creo que todos los niños pequeños se parecen.
Fernando: (A Urbano) Claro que sí. Elvira exagera. Lo mismo puede parecerse a ella, que... a
Carmina, por ejemplo.
Elvira: (Violenta) ¡Ahora dices eso! ¡Pues siempre estás afirmando que es mi vivo retrato!
Carmina: Por lo menos, tendrá el aire de familia. ¡Decir que se parece a mí! ¡Qué disparate!
Urbano: ¡Completo!
Carmina: (Al borde del llanto) Me va usted a hacer reír, Fernando, en un día como éste.
Urbano: Carmina, por favor, no te afectes. (A Fernando) ¡Es muy sensible!
(Fernando asiente).
Carmina: (Con falsa ternura) Gracias, Urbano.
Urbano: (Con intención) Repórtate. Piensa en cosas más alegres... Puedes hacerlo...
Fernando: (Con la insolencia de un antiguo novio) Carmina fue siempre muy sensible.
Elvira: Pero hoy tiene motivo para entristecerse. ¿Entramos, Fernando?
Fernando: (Tierno) Cuando quieras, nena.
Urbano: Déjalos pasar, nena.
(Y aparta a Carmina, con triunfal solicitud que brinda a Fernando, para dejar pasar al matrimonio).


ACTO III
(Pasaron velozmente veinte años más. Es ya nuestra época).
(Una viejecita consumida y arrugada, de obesidad malsana y cabellos completamente blancos, desemboca, fatigada, en el primer rellano. Es Paca. Camina lentamente, apoyándose en la barandilla,
y lleva en la otra mano un capacho lleno de bultos).
Paca: (Entrecortadamente) ¡Qué vieja estoy! (Acaricia la barandilla) ¡Tan vieja como tú! ¡Uf! (Pausa) ¡Y qué sola! Ya no soy nada para mis hijos ni para mi nieta. ¡Un estorbo! (Pausa) ¡Pues no me da la gana de serlo, demontre! (Pausa. Resollando) ¡Hoj! ¡Qué escalerita! Ya podía poner ascensor el ladrón del casero. Hueco no falta. Lo que falta son ganas de rascarse el bolsillo. (Pausa) En cambio, mi Juan la subía de dos en dos... hasta el día mismo de morirse. Y yo, que no puedo con ella..., no me muero ni con polvorones. (Pausa) Bueno, y ahora que no me oye nadie. ¿Yo quiero o no quiero morirme? (Pausa) Yo no quiero morirme. (Pausa) Lo que quiero (Ha llegado al segundo rellano y dedica una ojeada al I), es poder charlar con Generosa, y con Juan... (Pausa. Se encamina a su puerta) ¡Pobre Generosa! ¡Ni los huesos quedarán! (Pausa. Abre con su llave. Al entrar) ¡Y que me haga un poco más de caso mi nieta, demontre!
(Se abre el III y sale Carmina, hija de Carmina y de Urbano. Es una atolondrada chiquilla de unos dieciocho años. Paca la despide desde la puerta).
Carmina, hija: Hasta luego, abuela. (Avanza dando fuertes golpes en la barandilla, mientras tararea). La, ra, ra..., la, ra, ra...
Paca: ¡Niña!
Carmina, hija: (Volviéndose) ¿Qué?
Paca: No des así en la barandilla. ¡La vas a romper! ¿No ves que está muy vieja?
Carmina, hija: Que pongan otra.
Paca: Que pongan otra... Los jóvenes, en cuanto una cosa está vieja, sólo sabéis tirarla. ¡Pues las cosas viejas hay que conservarlas! ¿Te enteras?
Carmina, hija: A ti, como eres vieja, te gustan las vejeces.
Paca: Lo que quiero es que tengas más respeto para... la vejez.
Carmina, hija: (Que se vuelve rápidamente y la abruma a besos) ¡Boba! ¡Vieja guapa!
Paca: (Ganada, pretende desasirse) ¡Quita, quita, hipócrita! ¡Ahora vienes con cariñitos!
Carmina, hija: Anda para adentro.
Paca: ¡Qué falta de vergüenza! ¿Crees que vas a mandar en mí? (Forcejean). ¡Déjame!
Carmina, hija: Entra...
(La resistencia de Paca acaba en una débil risilla de anciana).
Paca: (Vencida) ¡No te olvides de comprar ajos!
(Carmina cierra la puerta en sus narices. Vuelve a bajar, rápida, sin dejar sus golpes al pasamanos ni
su tarareo. La puerta del II se abre por Fernando, hijo de Fernando y Elvira. Sale en mangas de camisa. Es arrogante y pueril. Tiene veintiún años).
Fernando, hijo: Carmina.
(Ella, en los primeros escalones aún, se inmoviliza y calla, temblorosa, sin volver la cabeza. Él baja enseguida a su altura).
Carmina, hija: ¡Déjame, Fernando! Aquí, no. Nos pueden ver.
Fernando, hijo: ¡Qué nos importa!
Carmina, hija: Déjame.
(Intenta seguir. Él la detiene con brusquedad).
Fernando, hijo: ¡Escúchame, te digo! ¡Te estoy hablando!
Carmina, hija: (Asustada) Por favor, Fernando.
Fernando, hijo: No. Tiene que ser ahora. Tienes que decirme en seguida por qué me has esquivado estos días. (Ella mira, angustiada, por el hueco de la escalera) ¡Vamos, contesta!
¿Por qué? (Ella mira a la puerta de su casa) ¡No mires más! No hay nadie.
Carmina, hija: Fernando, déjame ahora. Esta tarde podremos vernos donde el último día.
Fernando, hijo: De acuerdo. Pero ahora me vas a decir por qué no has venido estos días.
(Ella consigue bajar unos peldaños más. Él la retiene y la sujeta contra la barandilla).s
Carmina, hija: ¡Fernando!
Fernando, hijo: iDímelo! ¿Es que ya no me quieres? (Pausa) No me has querido nunca, ¿verdad? Ésa es la razón. ¡Has querido coquetear conmigo, divertirte conmigo!
Carmina, hija: No, no...
Fernando, hijo: Sí. Eso es. (Pausa) ¡Pues no te saldrás con la tuya!
Carmina, hija: Fernando, yo te quiero. ¡Pero déjame! ¡Lo nuestro no puede ser!
Fernando, hijo: ¿Por qué no puede ser?
Carmina, hija: Mis padres no quieren.
Fernando, hijo: ¿Y qué? Eso es un pretexto. ¡Un mal pretexto!
Carmina, hija: No, no..., de verdad. Te lo juro.
Fernando, hijo: Si me quisieras de verdad no te importaría.
Carmina, hija: (Sollozando) Es que... me han amenazado y... me han pegado...
Fernando, hijo: ¡Cómo!
Carmina, hija: Sí. Y hablan mal de ti... y de tus padres... ¡Déjame, Fernando! (Se desprende. Él está paralizado) Olvida lo nuestro. No puede ser... Tengo miedo...
(Se va rápidamente, llorosa. Fernando llega hasta el rellano y la mira bajar, abstraído).
Elvira: Pasa para dentro. ¿Estabas con ella?
Fernando, hijo: Sí.
Elvira: ¿Recuerdas que te hemos dicho muchas veces que no tontearas con ella?
Fernando, hijo: ¡No quiero! ¡Se acabó! ¡No quiero entrar! ¡Ya estoy harto de vuestras estúpidas prohibiciones! ¡No me importan los vecinos! ¡También estoy harto de esos miedos!
(Elvira sale a la puerta). ¿Por qué no puedo hablar con Carmina, vamos a ver? ¡Ya soy un hombre!
Elvira: (Que interviene con acritud). ¡No para Carmina!
Fernando, hijo: ¿Qué tengo yo que ver con vuestros rencores y vuestros viejos prejuicios? ¿Por quéno vamos a poder querernos Carmina y yo?
Elvira: ¡Nunca!
Fernando, hijo: Pero ¿por qué?
Elvira: Tú no lo entiendes. Pero entre esa familia y nosotros no puede haber noviazgos. ¡Ni hablar de la cosa! Los padres de ella tampoco lo consentirían. Puedes estar seguro. Entra, hijo.
Fernando, hijo: Pero, mamá... ¡Cada vez lo entiendo menos! Os empeñáis en no comprender que
yo..., ¡no puedo vivir sin Carmina! No os comprendo... No os comprendo...
(Suben Urbano, Carmina y su hija. El padre viene riñendo a la muchacha, que atiende tristemente sumisa. La madre se muestra jadeante y muy cansada).
Urbano: ¡Y no quiero que vuelvas a pensar en Fernando! Es como su padre: un inútil.
Carmina: ¡Eso!
Urbano: Más de un pitillo nos hemos fumado el padre y yo ahí mismo, (Señala al «casinillo»)
cuando éramos jóvenes. Me acuerdo muy bien. Tenía muchos pajaritos en la cabeza. Y su hijo es como él: un gandul. Así es que no quiero ni oírte su nombre. ¿Entendido?
(La madre se apoya, agotada, en el pasamanos).
Urbano: ¿Te cansas?
Carmina: Un poco.
Urbano: Un esfuerzo. Ya no queda nada. ¿Te duele el corazón?
Carmina: Un poquillo...
Urbano: ¡Dichoso corazón!
Carmina: No es nada. Ahora se pasará.
Urbano: ¿Por qué no quieres que vayamos a otro médico?
Carmina: (Seca) Porque no.
Urbano: ¡Una testarudez tuya! Puede que otro médico consiguiese...
Carmina: Nada. Esto no tiene arreglo; es de la edad... y de las desilusiones.
Urbano: ¡Tonterías! Podíamos probar...
Carmina: ¡Que no! ¡Y déjame en paz!
Urbano: ¿Cuándo estaremos de acuerdo tú y yo en algo?
Carmina: (Con amargura) Nunca.
Urbano: Cuando pienso lo que pudiste haber sido para mí... ¿Por qué te casaste conmigo si no me querías?
Carmina: (Seca) No te engañé. Tú te empeñaste.
Urbano: Sí. Supuse que podría hacerte olvidar otras cosas... Y esperaba más correspondencia, más...
Carmina: Más agradecimiento.
Urbano: No es eso. (Suspira) En fin, paciencia.
Carmina: Paciencia.
(Paca se asoma y los mira. Con voz débil, que contrasta con la fuerza de una pregunta igual hechaveinte años antes).
Paca: ¿No subís?
Urbano: Sí.
Carmina: Sí. Ahora mismo.
(Paca se mete).
Urbano: ¿Puedes ya?
Carmina: Sí.
(Urbano le da el brazo. Suben lentamente, silenciosos. De peldaño en peldaño se oye la dificultosa respiración de ella. Llegan finalmente y entran. A punto de cerrar, Urbano ve a Fernando, el padre, que sale del II y emboca la escalera. Vacila un poco y al fin se decide a llamarle cuando ya ha bajado unos peldaños).
Urbano: Fernando.
Fernando: (Volviéndose) Hola. ¿Qué quieres?
Urbano: Un momento. Haz el favor.
Fernando: Tengo prisa.
Urbano: Es sólo un minuto.
Fernando: ¿Qué quieres?
Urbano: Quiero hablarte de tu hijo.
Fernando: ¿De cuál de los dos?
Urbano: De Fernando.
Fernando: ¿Y qué tienes que decir de Fernando?
Urbano: Que harías bien impidiéndole que sonsacase a mi Carmina.
Fernando: ¿Acaso crees que me gusta la cosa? Ya le hemos dicho todo lo necesario. No podemos hacer más.
Urbano: ¿Luego lo sabías?
Fernando: Claro que lo sé. Haría falta estar ciego...
Urbano: Lo sabías y te alegrabas, ¿no?
Fernando: ¿Que me alegraba?
Urbano: ¡Sí! Te alegrabas. Te alegrabas de ver a tu hijo tan parecido a ti mismo... De encontrarle tan irresistible como lo eras tú hace treinta años.
Fernando: No quiero escucharte. Adiós. (Va a marcharse).
Urbano: ¡Espera! Antes hay que dejar terminada esta cuestión. Tu hijo...
Fernando: (Sube y se enfrenta con él) Mi hijo es una víctima, como lo fui yo. A mi hijo le gusta Carmina porque ella se le ha puesto delante. Ella es quien le saca de sus casillas. Con mucha mayor razón podría yo decirte que la vigilases.fes
Urbano: ¡Ah, en cuanto a ella puedes estar seguro! Antes la deslomo que permitir que se entienda con tu Fernandito. Es a él a quien tienes que sujetar y encarrilar. Porque es como tú eras: un tenorio y un vago.
Fernando: ¿Yo un vago?
Urbano: Sí. ¿Dónde han ido a parar tus proyectos de trabajo? No has sabido hacer más que mirar por encima del hombro a los demás. ¡Pero no te has emancipado, no te has libertado! (Pegando en el pasamanos) ¡Sigues amarrado a esta escalera, como yo, como todos!
Fernando: Sí; como tú. También tú ibas a llegar muy lejos con el sindicato y la solidaridad.
(Irónico) Ibais a arreglar las cosas para todos... Hasta para mí.
Urbano: ¡Sí! ¡Hasta para los zánganos y cobardes como tú!
(Carmina, la madre, sale al descansillo después de escuchar un segundo e interviene. El altercado crece en violencia hasta su final).
Carmina: ¡Eso! ¡Un cobarde! ¡Eso es lo que has sido siempre! ¡Un gandul y un cobarde!
Urbano: ¡Tú, cállate!
Carmina: ¡No quiero! Tenía que decírselo. (A Fernando) ¡Has sido un cobarde toda tu vida! Lo has sido para las cosas más insignificantes... y para las más importantes.
(Lacrimosa) ¡Te asustaste como una gallina cuando hacía falta ser un gallo con cresta y espolones!
Urbano: (Furioso) ¡Métete para adentro!
Carmina: ¡No quiero! (A Fernando) Y tu hijo es como tú: un cobarde, un vago y un embustero. Nunca se casará con mi hija, ¿entiendes?
(Se detiene, jadeante).
Fernando: Ya procuraré yo que no haga esa tontería.
Urbano: Para vosotros no sería una tontería, porque ella vale mil veces más que él.
Fernando: Es tu opinión de padre. Muy respetable. (Se abre el II y aparece Elvira, que escucha y los contempla) Pero Carmina es de la pasta de su familia. Es como Rosita...
Urbano: (Que se acerca a él rojo de rabia) Te voy a...
(Su mujer le sujeta).
Fernando: ¡Sí! ¡A tirar por el hueco de la escalera! Es tu amenaza favorita. Otra de las cosas que no has sido capaz de hacer con nadie.
Elvira: (Avanzando) ¿Por qué te avienes a discutir con semejante gentuza? Vete a lo tuyo.
Carmina: ¡Una gentuza a la que no tiene usted derecho a hablar!
Elvira: Y no la hablo.
Carmina: ¡Debería darle vergüenza! ¡Porque usted tiene la culpa de todo esto!
Elvira: ¿Yo?
Carmina: Sí, usted, que ha sido siempre una zalamera y una entrometida...
Elvira: ¿Y usted qué ha sido? ¡Una mosquita muerta! Pero le salió mal la combinación.
Fernando: (A su mujer) Estáis diciendo muchas tonterías...
Elvira: ¡Tú te callas! (A Carmina, por Fernando) ¿Cree usted que se lo quité? ¡Se lo regalaría de buena gana!
Fernando: ¡Elvira, cállate! ¡Es vergonzoso!
Urbano: (A su mujer) ¡Carmina, no discutas eso!
Elvira: (Sin atender a su marido) Fue usted, que nunca supo retener a nadie, que no ha sido capaz de conmover a nadie..., ni de conmoverse.
Carmina: ¡Usted, en cambio, se conmovió a tiempo! ¡Por eso se lo llevó!
Elvira: ¡Cállese! ¡No tiene derecho a hablar! Ni usted ni nadie de su familia puede rozarse con personas decentes. Paca ha sido toda su vida una murmuradora... y una consentidora. (A Urbano) ¡Como usted! Consentidores de los caprichos de Rosita...¡Una cualquiera!
(Se abalanza y la agarra del pelo. Todos vocean. Carmina pretende pegar a Elvira. Urbano trata de separarlas. Fernando sujeta a su mujer. Entre los dos consiguen separarlas a medias).
Fernando: ¡Basta! ¡Basta ya!
Urbano: (A Elvira) ¡Si mi hermana Rosa se juntó con Pepe y le salió mal, usted cazó a Fernando!s
Elvira: ¡Yo no he cazado a nadie!
Urbano: ¡A Fernando!
Carmina: ¡Sí! ¡A Fernando!
Urbano: Y le ha durado. Pero es tan chulo como Pepe.
Fernando: ¿Cómo?
Urbano: (Enfrentándose con él) ¡Claro que sí! Has sido un cazador de dotes. En el fondo, igual que Pepe. ¡Peor! ¡Porque tú has sabido nadar y guardar la ropa!
Fernando: ¡No te parto la cabeza porque...!
(Las mujeres los sujetan ahora).
Urbano: ¡Porque no puedes! ¡Porque no te atreves! ¡Pero a tu niño se la partiré yo como le vea rondar a Carmina! (Con grandes voces) ¡Y se acabó! ¡Vamos adentro!
(Los empuja rudamente).
Elvira: (Antes de entrar, a Carmina) ¡Pécora!
Carmina: (Lo mismo) ¡Enredadora!
Elvira: ¡Escandalosa! ¡Ordinaria!
(Urbano logra hacer entrar a los suyos y cierra con un tremendo portazo).
Fernando: (A Elvira) ¡Nosotros, para dentro también!
Elvira: (Después de considerarle un momento con desprecio) ¡Y tú a lo tuyo, que ni para
eso vales!
(Su marido la mira violento. Ella se mete y cierra también con un portazo. Fernando baja tembloroso la escalera, con la lentitud de un vencido. Su hijo, Fernando, le ve cruzar y desaparecer con una mirada de espanto. La escalera queda en silencio. Fernando, hijo, oculta la cabeza entre las manos. Pausa larga. Carmina, hija, sale con mucho sigilo de su casa y cierra la puerta sin ruido. Su cara no está menos descompuesta que la de Fernando).
Fernando, hijo: ¡Carmina! (Aunque esperaba su presencia, ella no puede reprimir un suspiro de susto. Se miran un momento y en seguida ella baja corriendo y se arroja en sus brazos) ¡Carmina!...
Carmina, hija: ¡Fernando! Ya ves... Ya ves que no puede ser.
Fernando, hijo: ¡Sí puede ser! No te dejes vencer por su sordidez. ¿Qué puede haber de común entre ellos y nosotros? ¡Nada! Ellos son viejos y torpes. No comprenden... Yo lucharé para vencer. Lucharé por ti y por mí. Pero tienes que ayudarme, Carmina. Tienes que confiar en mí y en nuestro cariño.
Carmina, hija: ¡No podré!
Fernando, hijo: Podrás. Podrás... porque yo te lo pido. Tenemos que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer por la vida. Han pasado treinta años subiendo y bajando esta escalera... Haciéndose cada día más mezquinos y más vulgares. Pero nosotros no nos dejaremos vencer por este ambiente. ¡No! Porque nos marcharemos de aquí. Nos apoyaremos el uno en el otro. Me ayudarás a subir, a dejar para siempre esta casa miserable, estas broncas constantes, estas estrecheces. Me ayudarás, ¿verdad? Dime que sí, por favor. ¡Dímelo!
Carmina, hija: ¡Te necesito, Fernando! ¡No me dejes!
Fernando, hijo: ¡Pequeña! (Quedan un momento abrazados. Después, él la lleva al primer escalón y la sienta junto a la pared, sentándose a su lado. Se cogen las manos y se miran arrobados) Carmina, voy a empezar en seguida a trabajar por ti. ¡Tengo muchos proyectos! Saldré de aquí. Dejaré a mis padres. No los quiero. Y te salvaré a ti. Vendrás conmigo. Abandonaremos este nido de rencores y de brutalidad.
Carmina, hija: ¡Fernando!
Fernando, hijo: Sí, Carmina. Aquí sólo hay brutalidad e incomprensión para nosotros. Escúchame. Si tu cariño no me falta, emprenderé muchas cosas. Primero me haré aparejador. ¡No es difícil! En unos años me haré un buen aparejador. Ganaré mucho dinero y me solicitarán todas las empresas constructoras. Para entonces ya estaremos casados...
Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos de aquí. Pero no dejaré de estudiar por eso. ¡No, no, Carmina! Entonces me haré ingeniero. Seré el mejor ingeniero del país y tú serás mi adorada mujercita...
Carmina, hija: ¡Fernando! ¡Qué felicidad!... ¡Qué felicidad!
Fernando, hijo: ¡Carmina!
(Se contemplan extasiados, próximos a besarse).
FIN
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