ELECCIONES ANDALUZAS | ANÁLISIS
España, primero
El sufragio a Vox reúne electores de la derecha clásica, pero también votos populares que apoyaban a la izquierda
CARLES CASTRO, BARCELONA
Un fantasma recorre el mundo y el domingo hizo una parada a orillas del Guadalquivir. Algunos lo llaman Donald Trump pero tiene homólogos en todas partes. Su estrategia de rompe y rasga ha demostrado hasta qué punto los conflictos horizontales pueden redibujar las fronteras del mapa electoral. Choques territoriales, identitarios, migratorios… Sus efectos combinados han dinamitado ya buena parte del paisaje político europeo. Y en un contexto de crisis de las expectativas socioeconómicas de mucha gente, se convierten en el motor del cambio y fabrican líderes inverosímiles, como el propio Trump. Si en Catalunya el proceso independentista ha acabado por aupar a la primera posición y ha multiplicado por diez el capital electoral de un partido que sumaba 100.000 votos hasta hace seis años, ¿qué podía esperarse que ocurriera en el resto de España?
Andalucía ha sido el primer campo de pruebas para medir el impacto electoral de ese conflicto existencial de España tras los sucesos de octubre del 2017, pero también del acelerado incremento de la inmigración ilegal a través del Estrecho a lo largo del año en curso. Y a caballo de las incertidumbres silenciosas que provocaban esos temas, el punto de mira del electorado ha girado 180 grados. Como en un ejercicio de amnesia tan colectivo como selectivo, el PP ya no era el partido de la Gürtel; Ciudadanos nunca fue socio preferente de un PSOE andaluz manchado por la malversación de los ERE, y Vox no es una marca cuyo líder ha vivido de los cuantiosos fondos que le ha proporcionado el Partido Popular. El evangelio trumpiano lo resumiría así: “Explotad esos temas y todos vuestros pecados os serán perdonados”.
Es más: como en la peor distopía trumpiana, el antifeminismo, la homofobia o la xenofobia declaradas de los dirigentes de Vox no sólo no les ha restado votos, sino que se los ha proporcionado en abundancia. Casi 400.000. Y según los sondeos, el 40% podrían ser mujeres. Pero Vox no ha hecho más que surfear sobre la espuma generada por la explotación estereofónica que han llevado a cabo el PP y Cs del impacto de la crisis catalana o de los flujos migratorios. Y el efecto ha sido triple: movilizar de forma intensiva a los votantes potenciales del centro a la derecha, captar voto de izquierda y centroizquierda sensible a esas inquietudes y desmovilizar al tradicional voto sociológico de izquierdas (desconectado de las ofertas de ese signo por una gestión y un liderazgo socialistas valorados negativamente por más del 43% según el CIS, pero también por un discurso desde la izquierda alternativa que no responde a sus desasosiegos).
Las cifras globales parecen confirmar este diagnóstico, con algún matiz. El PSOE ha perdido más de siete puntos de cuota electoral, pero Adelante Andalucía ha retrocedido casi seis con relación a la suma de Podemos e IU en el 2015. En total, más de 13 puntos. Una caída bastante homogénea si se observa por provincias, aunque algo más acentuada en demarcaciones como Huelva o Cádiz, donde el PSOE o Podemos obtuvieron buenos resultados en el 2015. Y por el flanco derecho, el crecimiento electoral de ese espacio se eleva justamente hasta 13 puntos.
Las cifras absolutas son aún más elocuentes. Las izquierdas han perdido casi 700.000 votos (400.000 el PSOE y 282.000 Adelante Andalucía). A su vez, la participación ha caído en algo más de 330.000 sufragios. Es decir, 350.000 electores de izquierdas podrían haber cambiado el signo de su papeleta. Pero para precisar esa cifra hay que ver qué ha ocurrido en el espacio del centro a la derecha. Ahí, el saldo es positivo frente al 2015 y supera los 200.000 votos agregados (pues Cs ha añadido casi 300.000 y Vox, 377.000, pero el PP ha perdido más de 300.000 papeletas, a las que hay que añadir en torno a 130.000 procedentes de otras formaciones de centro que prácticamente han desaparecido).
A partir de ahí, si se restan de los 350.000 votantes de izquierdas que teóricamente no se han sumergido en la abstención los más de 100.000 que suponen el alza del voto nulo (que se ha duplicado hasta rebasar las 80.000 papeletas) y el de otras formaciones minoritarias (como el Pacma), las cifras encajan mejor: Cs y Vox –las dos formaciones que más crecen– se habrían beneficiado de más de 200.000 votos procedentes de la izquierda. De ese modo, y a la luz de las encuestas preelectorales, los partidos de Rivera y Abascal se habrían nutrido de votos procedentes del PP y, en menor medida, de siglas ya desaparecidas. Y se habrían repartido, además, esos más de 200.000 sufragios de la izquierda.
En el caso de Vox, han convergido votantes de la derecha clásica, pero también sectores populares en contacto con la inmigración que hasta ahora votaban al PSOE o a Podemos (o que no votaban). Y esa hipótesis se apoya en el hecho de que los resultados de la izquierda en zonas con alta presencia migratoria suelen situarse por debajo de la media (y los de Vox, por encima). Y eso ha ocurrido incluso en históricos feudos socialistas o comunistas.
¿Por qué los sondeos no detectaron ese gigantesco maremoto? Seguramente porque gran parte de los sufragios de Vox son votos de la medianoche, que se deciden en los últimos compases de la campaña o el día de los comicios (igual que el dilema de votar). Pero estas cábalas encajan con otra hipótesis más desconcertante: la inversión electoral; es decir, electores que se quedan en casa y son relevados por otros que no suelen votar. La prueba: los votos del centro a la derecha en las andaluzas del 2018 suman la misma cifra que los del 2012, cuando la izquierda reunió medio millón más.
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