domingo, 21 de febrero de 2016

El cambio está en el pacto



EL ESTADO DE ÁNIMO (VI)

El cambio está en el pacto

El objetivo de la negociación política, a diferencia del debate de tertulianos, es conseguir acuerdos para confeccionar un programa de mínimos, no de máximos




NICOLÁS AZNÁREZ

La decisión de Pedro Sánchez de aceptar el encargo del Rey de intentar formar gobierno ha devuelto el protagonismo a la política. Durante el mes largo que ha seguido a las elecciones generales, el espectáculo de la no negociación ha sido lamentable, lo más alejado de la regeneración democrática que todos los partidos llevaban en sus programas. Si Sánchez cumple lo dicho y es cierto que “va en serio”, quizá no consiga ser investido, pero por lo menos liderará un intento de pacto y hará que los distintos partidos se retraten y demuestren si de verdad les mueve el beneficio colectivo y no el interés partidista. Una vez realizadas las elecciones, acaba la hora de los electores y empieza la de los electos. Ellos, los nuevos parlamentarios, son los que deben tomar la iniciativa, hablar y buscar afinidades, en lugar de perderse en querellas partidarias internas. No es con los barones ni con las asambleas de militantes con quienes hay que negociar lo que se puede hacer. Nuestros representantes son los nuevos diputados y el escenario de los debates y de las comparecencias debe ser el Parlamento recién constituido. Lo que no da buena cuenta de lo que debiera ser una democracia representativa es que los líderes se comuniquen entre ellos a través de ruedas de prensa y de declaraciones provocativas. Ya no se trata de evitar vetos o líneas rojas, que son la peor forma de buscar un mutuo entendimiento. Se trata de algo tan obvio y de sentido común como empezar a negociar sobre un programa concreto.

Ni siquiera entre los candidatos más alejados entre sí hay insalvables incompatibilidades

Si Sánchez acierta a cumplir con las expectativas creadas al dar el primer paso, conseguirá por lo menos algo muy importante: ejemplificar lo que debe ser la democracia representativa. Desde el grito de los indignados porque “no nos representan”, los movimientos que se han producido no siempre han dado muestras claras de que su propósito era regenerar la representación democrática. Da la impresión de que tanto los partidos tradicionales como los que están escenificando la nueva política, están más preocupados por dar explicaciones a los suyos, que por ponerse a discutir con quienes finalmente tendrán que pactar si quieren que la legislatura prospere. Ciudadanos es el partido que ha mostrado mejor la búsqueda de interlocución con los otros y la voluntad de ejercer una función moderadora. La democracia representativa, la única que puede ser eficaz en nuestro mundo, no debe ser sustituida por unas formas de participación multitudinarias que, como se vió en Cataluña con las asambleas de la CUP, no resuelven nada. Son los políticos electos los que asumen la responsabilidad de representar a quienes les han elegido, con todas las consultas que quieran hacer a los expertos o a quienes tengan a bien consultar, pero finalmente son ellos y no sus fieles o sus detractores los responsables de tomar decisiones con vistas a formar gobierno. Para eso se les elige.
Una segunda cuestión es la actitud con que los representantes electos acuden a las mesas de negociación para propiciar un pacto y un gobierno estable. El objetivo de la negociación política, a diferencia del debate de tertulianos, es conseguir acuerdos. No tiene que ser imposible encontrar el denominador común de unos programas que, en todos los casos, se articulan en torno a grandes objetivos comunes repetidos hasta la saciedad: crear empleo, combatir la corrupción, sostener el estado de bienestar, medidas de protección para los más desfavorecidos, atajar la corrupción, responder con sensatez al movimiento secesionista de Cataluña. En el cómo de cada uno de estos fines, también en determinar qué se considera prioritario, están las discrepancias entre unos y otros. Para que los “cómo” y las prioridades converjan, no hay otra opción que la de la renuncia a las propuestas más radicales, al sí o el no sin matices. Significa confeccionar un programa de mínimos, no de máximos. En una legislatura que, si llega a materializarse, seguramente será corta, no es razonable comprometerse con una reforma constitucional que necesita más apoyo que el que puede dar la composición actual del Congreso y el Senado. Pero sí se puede iniciar el cambio hacia una España más federal, con un modelo de financiación más equitativo y con un reconocimiento más explícito de las diferencias culturales. El referendum en Cataluña tiene aún poco consenso entre los partidos más dispuestos al pacto, por lo que lo prudente no es encallarse en él, sino posponerlo hasta que el tema madure. Lo mismo cabe decir con respecto a las propuestas sociales: hay que determinar qué es más urgente, no qué es más espectacular. Las grandes mejoras –decía Popper- se consiguen tentativamente, paso a paso. Por lo que hace a la corrupción, más allá de lo que se pueda acordar para controlarla mejor, la voluntad de acabar con ella se demuestra en la práctica, consiguiendo que ser corrupto sea muy caro económica y políticamente.

La nueva política no tiene que ser partidista ni barrer para el interior de cada formación

No hay incompatibilidades insalvables, ni siquiera entre los candidatos más alejados entre sí. No las hay si realmente lo que todos están buscando es lo que dicen que buscan: el bien común, un concepto que han empezado a manejar con sorprendente soltura los grupos de izquierdas. El bien común ahora mismo consiste en pactar para evitar nuevas elecciones y procurar un gobierno estable. Lo fundamental no es quién pactará con quién, sino qué se puede llegar a pactar para que haya estabilidad y para que las expectativas de los ciudadanos no se frustren demasiado. Se frustrarán si se deja de ser realista y se proponen reformas inalcanzables debido a la composición actual del Parlamento.
Esa es, a mi modo de ver, la auténtica nueva política, el cambio que la ciudadanía espera dado el resultado de las elecciones y la dificultad de obtener mayorías estables. A nadie le entusiasma volver a votar, a excepción de los que esperan sacar rendimiento particular de una nueva ronda. Pero habíamos quedado en que la nueva política no tenía que ser partidista ni barrer para el interior de cada formación. Eso, mostrar que se quiere hacer de verdad una política nueva, es la oportunidad que tiene Sánchez y quienes decidan apoyarle. En la Grecia clásica, los filósofos decían que el buen político es el que sabe aprovechar el kairós, la oportunidad cuando se presenta. Rajoy la dejó pasar. Sánchez tiene ahora la iniciativa y la está aprovechando. No queríamos mayorías absolutas. Lo que tenemos es más complicado, pero más democrático.
Victoria Camps es filósofa.


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