miércoles, 31 de octubre de 2018

El padre Juan - Rosario de Acuña y Villanueva

El padre Juan

Rosario de Acuña y Villanueva


PERSONAJES (Importantes)

ISABEL DE MORGOVEJO,   de 26 años.
DOÑA MARÍA DE NORIEGA,   de 46 años.
CONSUELO,   de 28 años.
DOÑA BRAULIA,   de 50 años.
RAMÓN DE MONFORTE,   de 28 años.
LUIS BRAVO,   de 25 años.
DIEGO,   de 27 años.
DON PEDRO DE MORGOVEJO,   de 60 años.
TÍA ROSA,   de 60 años.


PERSONAJES (Secundarios)

SUÁREZ,   arquitecto.
GUARDA.
JUANA,   aldeana joven.
DIONISIA,   aldeana joven.
PEPA,   aldeana joven.
MANUEL,   aldeano joven.
ROQUE,   aldeano joven.
JUSTO,   aldeano joven.
EL PADRE JUAN,   fraile de la Orden de San Francisco.1
Hombres.
Mujeres.
Chiquillos del pueblo.
Varias voces.
Dos caballos.
Dos terneras.
Un asno.

La acción pasa en Asturias en la época actual.
   
Atrezo y vestuario, lo más característico de las montañas de Asturias, comprendidas entre las Peñas de Europa y Covadonga.



ArribaAbajoDedicatoria


Padre mío: Llegó el momento en que, vencida la imponente ascensión, mis arterias golpeaban con ciento veinte pulsaciones por minuto. A nuestras plantas se extendía un océano de montañas, cuyas crestas, como olas petrificadas, se levantaban en escalas monstruosas a 1.000 y 1.500 metros sobre el nivel del mar. Al sur, las dilatadas estepas de Castilla, con sus desolados horizontes de desierto, iban perdiéndose en límites de sesenta leguas, entre un cielo caliginoso, henchido de limbos de oro y destellos de incendio. Al norte, un inmenso telón límpido, azul, como tapiz compacto tejido con amontonados zafiros, se destacaba, lleno de magnificencias, intentando con la grandeza de su extensión subir hasta las alturas: era el mar. A mi lado había un ser valeroso, cuya respetuosa amistad, llena de abnegaciones y de fidelidades, había querido compartir conmigo los peligros y vicisitudes de cinco meses de expedición a caballo y a pie por lo más abrupto del Pirineo Cantábrico. Estábamos sobre la misma cumbre, en el remate mismo de la crestería de piedra con que se yergue, como atleta no vencido, El Evangelista, uno de los colosos de la cordillera Las Peñas de Europa, coloso que levanta sus pedrizas enormes, sus abismos inmedibles, sus ventisqueros henchidos de cientos de toneladas de nieve a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Sentíamos la felicidad de aquella elevación espantable, y el arriesgado propósito que teníamos de pasar la noche sobre aquellas cumbres, prestaba a nuestros cerebros la prodigiosa actividad de las horas de inspiración. El sol lanzó su postrer destello: todo el ocaso se tiñó de púrpura, y un rielar de luces, impregnadas con los calientes tonos de la nácar, comenzó a descender sobre nosotros, que nos vimos, por breves instantes, envueltos en aureolas de resplandeciente fulgor. Jamás el alma se había sentido más soberana de sí misma: por un momento la tierra entera nos presentó sus contornos, su historia, su principio, su fin: la aurora y el ocaso de la humanidad se desenvolvieron, con todas sus grandezas, ante nuestro pensamiento. El Cosmos surgía allí, eterno, infinito, anonadando nuestra pequeñez de átomos con sus inmensidades de Dios... Mi compañero se descubrió respetuosamente: su espíritu, capaz de comprender la majestad de la Naturaleza, había sentido la emoción religiosa; por su rostro varonil, lleno de energías juveniles sin corromper con el veneno de las prostituciones, se deslizó una lágrima: mis rodillas se doblaron en tierra, y nuestros labios murmuraron una bendición, cuya cadencia de plegaria fue repercutiendo en lejanos ecos, como si cien generaciones la hubieran pronunciado. Después el pensamiento recorrió, con su rapidez inmedible, los estrechos horizontes de la patria. Los pobladores de Levante, achicados con la herencia númida, de imaginación tan llena de colores y de fantasías, como llena de perfidias y egoísmos el alma: el septentrión, sombreado por las hecatombes civiles, cuyo vaho de sangre, aún caliente, marca en la historia rasgos de ferocidad inconcebible... Alrededor, los pueblos todos de la patria, dormidos en noche de ignorancias, luchando cruelmente por felicidades baladíes, por bienes convencionales: el odio latiendo a impulsos de la envidia y acribillando la integridad de la conciencia racional con las garfiadas de la rutina, de la superstición y de la impiedad...Más cerca de nosotros, Asturias, ¡la sin par Asturias! donde el alma se embriaga de suavidades y la imaginación se impregna de ideales, aletargada en una quietud de momia, dejándose arrastrar por el progreso en vez de iniciar el avance con sus indomables energías godas y sus austeras virtudes patriarcales: Asturias mandando la flor de sus inteligencias al nuevo mundo, y recibiendo en cambio el torrente del lujo y la molicie, como si el oro de México y de Chile, al ser traído a la patria, no sirviera más que para arrojarla en el camino de las fastuosidades... Después, más cerca, hiriendo nuestra personalidad, esos tipos intermediarios entre el mono y el hombre: la aristócrata de pueblo, mezcla de beata y de bacante que se embriaga en las romerías vestida de raso y adornada de escapularios, cuya carne, amasada con herencias del carlismo y siseos de sacristía, se dora por fuera con los barnices de la erudición y la escolástica, quedando por dentro vacía de sentido común y dignidad; el plebeyo, enriquecido con el oro americano, de ínfulas de señor y hechos de rufián; los tenderos de baja estofa; los aldeanos gazmoños... lo canallesco, alto y bajo, que mientras nos servían lo pagado o nos obsequiaban para satisfacer sus curiosidades, se permitían nombrarnos herejes, diciendo que tuvieran a mengua el ser como nosotros... Y dominando este conjunto de pequeños detalles, el Estado, representado en sus autoridades, creyendo ver en la turista entusiasta de las agrestes soledades campestres a la conspiradora de mala raza, y mandándome detener por parecerle imposible, en su alta e ilustrada civilización, que la mujer pueda vivir en el estudio y la contemplación de la Naturaleza.2


La noche se extendió silenciosamente: el pasado y el porvenir se fundieron con el presente en un hondo suspiro que se escapó del alma. Las estrellas rielaban con luz deslumbradora en un espacio negro, intensamente negro; la nieve de los ventisqueros lanzaba una reverberación blanquecina de matices de aurora, que extendiéndose sobre aquellas montañas, llanuras y mares, hundidos en profundidades inmensas, los cambiaba de realidad tangible en imágenes de ensueño. Parecía que el planeta se estaba deshaciendo bajo nuestras plantas, y que, separada para siempre de su rugosa corteza, iba a encontrarme pronto en el espacio sin principio ni fin, donde los soles y los universos forman, con sus vidas centenarias de siglos los segundos de la eternidad... Sobre mí flotaba algo perenne; mi pensamiento no encontraba límites. ¡Más allá! iba diciendo a medida que se alejaba desprendido radicalmente de la tierra. Entonces, padre mío, mi corazón te buscó. ¡No comprendo sin ti la inmortalidad! Sobre todos los abismos, por encima de todas las elevaciones, cuando lo eterno se me aparece como el verdadero horario de nuestro espíritu, me siento desfallecer de horror si no te llevo a mi lado. Mis ojos buscaron tu sepulcro: en aquellos horizontes sin contorno que se extendían a mi alrededor, supe encontrar la losa de piedra que, insensible a mis lágrimas, me rechaza siempre con fría dureza cuando mis labios buscan tu noble y hermosísima frente. Desde aquellas cumbres, en donde tanto poder adquiere la imaginación, me pareció más fácil romper el muro que me separa de ti, y cuando anhelosa, bajando con el pensamiento por los intersticios del sarcófago, esperaba escuchar tu acento bendito, impregnado del profundo cariño paternal que me tenías, el espectro de tu cadáver, los despojos de tu ser, rechazándome con sus asperezas de polvo y sus rigideces de hueso, tornaron mi pensamiento al vacío... ¡Entonces el amor inmenso que te guardo hizo surgir en lo infinito tu imagen adorada, llena de bondades, de indulgencias; de aquella castísima y sin igual ternura, que fue, para los días de mi vida lo que es para el caminante del desierto el oasis poblado de seculares palmas y regado por límpida corriente! Sonreías sin cesar: tu alma, donde la generosidad se instaló como soberana, me decía sin palabras: ¡Espera! ¡Y la paz de tu conciencia inmaculada parecía derramarse sobre mi corazón, que iba sintiendo esa quietud inalterable de los que nada piden ya a la sociedad humana!... En aquellos supremos instantes surgió en mi cerebro la idea de este drama que te ofrezco a continuación: veintidós días después estaba terminado. Padre mío: Recibe mi obra con benevolencia, con amor: esto será mi gloria y mi dicha. Donde quiera que sea, eres. Fuera o dentro de mí, existes. Mientras yo aliente tú alentarás en mí; o por la fe que me des subsistiendo en otra vida, o porque tu ser en herencia reside en mi ser. ¡Toda yo soy tuya, padre mío! ¡Para ti mi drama! Donde vaya mi firma, deja un beso; después de sentirlo vibrar en el alma, ¿qué más puede querer tu hija?...

Rosario de Acuña





ArribaAbajoActo I


Plaza de una aldea asturiana, a la derecha del espectador la casa de DOÑA BRAULIA con el carácter de «caserío» de labor: balcón-galería de madera, donde se ven colgadas panojas (mazorcas) de maíz, cebollas en rastra, ropa, cuerdas y demás enseres propios del abandono y desorden de los caseríos de Asturias; emparrado sobre la puerta; debajo, heno amontonado e instrumentos de agricultura rústica. A la izquierda del espectador, casa-palacio antigua de piedra oscura: balcón con balaustrada de piedra y encima un gran escudo heráldico, aspecto general de casa solariega; sobre la balaustrada del balcón tiestos con flores; el balcón practicable; puerta debajo del balcón. -Enfrente del espectador paisaje montuoso, mezclado de rocas y arbustos; y hacia la izquierda, una casita muy humilde con una sola puerta y ventana; por encima de ella asoma el campanario de una ermita con campana y cruz; bien vistas por el espectador; entre la casita y la casa-palacio, siempre a la izquierda, una gran puerta como de establo o corralón para encerrar ganados (practicable). Por entre los peñascales una vereda practicable para el paso de una actriz, vereda que termina en escena, último término; bastidores de bosque por entre las casas. -Telón de fondo de altas montañas, algunas cubiertas de nieve en sus picos más altos; el cielo límpido. -A la puerta de la casa-palacio, un banco de piedra. -La decoración ha de «ceñirse estrictamente» al carácter de los usos y costumbres de Asturias; al levantarse el telón ha de representarse una aldea de aquellas montañas, dependiendo en parte el éxito de la obra de la propiedad escénica con que se presente, ofreciéndose al público en ésta y las demás decoraciones, un «lugar de acción peculiar», e inequivocable de la aldea asturiana, con sus paisajes dulces, agrestes, sus caseríos pintorescos, desordenados y envueltos en vegetación. -Es de día.3


Escena I

DOÑA BRAULIA (mujer fresca y ágil aún). ISABEL (ambas vestidas al uso moderno pero sin pretensiones, con las sayas cortas, y DOÑA BRAULIA con delantal asturiano, negro, largo y redondeado por las puntas).

BRAULIA.-   (Apilando el heno con un rastrillo.)  Es mucho esto, que yo lo tenga que hacer todo; ayer dije a Juana que metiese esta yerba en el establo, y sí, sí; al fin tengo que recogerla yo.

ISABEL.-   (Asomándose al balcón que hay en su casa, que es la casa palacio.) Buenos días, doña Braulia, qué afanosa anda y qué enfadada.

BRAULIA.-  Hola, ¿estás ahí burlándote ya de mí?

ISABEL.-  ¡Dios me libre de ello! pero créame, me apena verla siempre de mal humor.

BRAULIA.-   (Dejando de trabajar y volviéndose hacia el balcón.) ¿Malhumorada, eh? ¡Si no tuviera que hacer otra cosa que lo que a ti te afana!  (Durante estas palabras ISABEL se ha puesto unas rosas en el pecho, cortadas de los tiestos.) Si poco después de salir el sol, fueran mis trabajos engalanarme con rosas... ¡Amigo, tu buena vida es sólo para ricos!

ISABEL.-  Pues crea usted, doña Braulia, que aún no la llevo tal como mi padre quisiera, ni espero llevarla nunca mejor, aunque aumente fortuna.  (Aparte.)  No puedo menos de hacerla rabiar.

BRAULIA.-  Ahuécate con tu buena vida, y danos en cara con ella.

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