No me he atrevido a ser docente, por lo que, en su momento, decidí cambiar mis estudios universitarios. Por este motivo, este, mi diario, no tiene como trabajo la docencia sino como autocrítica.
Siempre he dado mi opinión como instrumento crítico y no como réplica.
No es fácil tener intención de demanda y demandar. Sin embargo, aunque no me resulta cómodo sí que es mi deseo tomar la iniciativa y, siempre la tomo por saberme que como hombre con la espada corta, por ser rota en batallas de adalid de causas nunca dadas por perdidas, siempre tengo que dar un paso más que los demás.
Nunca he respondido a provocaciones de aspas de molino movidas por el viento de la ocurrencia. Nunca he apreciado que las aspas de molino, por muy fantasmagóricas que se me antepongan, fueran enemigas. Mi oposición no está en las aspas sino en el viento que las agita.
No es osadía el desenvainar sino el hacerlo motivado por envidia de los fantasmas que no dejan dormir. He dormido pocas horas pero no he tenido causas que me provocaran a mantener despierta mi razón, salvo aquellas de mi no saber comprender que causas hacen mover las aspas por mi.
En febrero de 1962 mi abuelo me visitó: "Augusto, es muy probable que no te vuelva a ver. Me voy a Madrid y temo por mi vida, pues he ganado pleitos que tú tendrás en herencia. Toma este sobre y procura estudiar para comprender a la familia, no lo hagas por envidia de ser o de tener; estudia para entender el porqué de nuestra familia.
El sobre lo abrí muchos años después, terminados los estudios. Lo hice al llamarme mi padre por teléfono que había muerto el asesino del abuelo en noviembre de 1962 y de la abuela en septiembre de 1936. Corría el año 1980 y el asesino había muerto en Madrid.
El asesino se murió sin saber que su intención vivía: mi padre y yo.
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