LNE, 2013, Elena FERNÁNDEZ-PELLO
Es difícil encontrar testigos del bombardeo del Hospital Provincial de Asturias, en Llamaquique, una de las grandes tragedias de la Guerra Civil española. La madrugada del 23 de febrero de 1937, un martes, era ejecutada la orden que el comandante jefe de la octava brigada del ejército republicano, Baldomero Ladreda, había emitido horas antes, dirigida a la Comandancia Militar de Oviedo: «El enemigo reconcentrado en el Hospital, hagan fuego de artillería». A las dos y media de la tarde comenzaron a llover los proyectiles, recuerda uno de los pocos que pueden dar testimonio de lo ocurrido aquel día en primera persona, Fermín Alonso Sádaba, hoy presidente de la Hermandad de Defensores de Oviedo y entonces un niño de 13 años, jefe de enlaces de Falange en la ciudad.
El bombardeo del Hospital Provincial de Oviedo fue un acto de extrema crueldad. La contienda civil ensangrentaba todo el país y uno y otro bando se repartían los crímenes de guerra. En Oviedo acababa de ser fusilado el rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas Argüelles. Aquello sucedió el 19 de febrero y el 21 comenzó la batalla de Oviedo.
Alonso Sádaba cuenta que, a pesar de que el Hospital Provincial estaba debidamente señalizado como un centro de uso sanitario y de que estaba repleto de enfermos y heridos, civiles y militares, «no hubo piedad». Relata cómo las monjas cubrían con colchones a los pacientes que no podían abandonar sus camas, para protegerles de la metralla, y asegura que en el quirófano, donde estaba realizándose una operación, explotó un proyectil que se llevó por delante a todos sus ocupantes.
El entonces enlace de Falange se encargó aquel día de hacer llegar un telegrama urgente al jefe del partido, transportándolo desde el cuartel hasta el frente, pasando por el hospital bombardeado. «Cuando regresaba a la Casa de España, el cuartel, al pasar por el hospital bombardeado, oí una voz que decía: "Chavalín, chavalín, ayúdame". Miré por todas partes y no vi persona alguna, pero las voces seguían, hasta que vi debajo de unos escombros un brazo que me hacía señas. Me acerqué y vi que era una señora anciana que me pedía ayuda», relata. Fermín Alonso Sádaba recuerda cómo cargó con ella hasta un centro médico improvisado en el Campo San Francisco y cómo después regresó al Hospital, arrasado por las bombas, para ayudar en la evacuación de los heridos. Aquel día, dice, a sus 13 años, llegó a casa cubierto de sangre ajena de pies a cabeza.
El Hospital Provincial de Asturias se había inaugurado en el verano de 1897, bajo la denominación de Hospital-Manicomio de Llamaquique. Los archivos regionales dejan constancia de que quedó «completamente destruido por los bombardeos registrados en Oviedo durante la Guerra Civil» y dan cuenta de que «para entonces los enfermos mentales, que compartían instalaciones con el resto de los enfermos en el Hospital de Llamaquique, ya habían sido trasladados al nuevo Hospital Psiquiátrico, que entró en funcionamiento en 1933 en la llamada finca de La Cadellada».
Tras su destrucción, según los documentos custodiados en el Archivo del Principado, los servicios del Hospital Provincial fueron trasladados a Covadonga y Fuensanta, en la zona republicana; en la zona sublevada se montaron «hospitalillos» en la iglesia de San Isidoro, Casino Mercantil, Residencia Provincial de Niños, Escuelas Miaja, Popular Cinema, Cuartel de Asalto, el Hospicio y el Orfanato Minero.
Al finalizar la Guerra Civil, con la nueva afección urbanística de Llamaquique y más adelante con la adopción de un nuevo sistema de atención sanitaria, la Diputación provincial optó por el traslado a una parcela de Buenavista. Las obras de construcción del Hospital General de Asturias comenzaron en la primavera de 1955 y sus puertas fueron abiertas el 1 de marzo de 1961.
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