domingo, 23 de abril de 2017

Ahora monto talleres mecánicos.

Esperando a mr. Bojanbles
Olivier Bourdeaut
2017

Hay gente que nunca pierde la cabeza.
Qué horrible debe de ser su vida... 
Charles Bukowski


Cap. 1
Mi padre me había contado que, antes de que yo naciera, se dedicaba a cazar moscas con un arpón. Me enseñó el arpón y una mosca aplastada. —Lo dejé porque era muy difícil y estaba muy mal pagado —me explicó mientras volvía a guardar su antiguo material en una caja lacada—. Ahora monto talleres mecánicos. Trabajas mucho, pero te ganas muy bien la vida. Al comienzo del curso escolar, durante las presentaciones que se hacen en las primeras clases, yo hablé, no sin orgullo, de los oficios de mi padre, pero sólo conseguí que me regañaran cariñosamente y se rieran un montón de mí. «La verdad está mal considerada —pensé decepcionado—. Para una vez que era tan divertida como una mentira...» En realidad, mi padre era un hombre de leyes. —¡La ley nos da de comer! —decía, partiéndose de risa, mientras llenaba su pipa. 14 No era juez, ni diputado, ni notario, ni abogado ni nada por el estilo. Ejercía su actividad gracias a un amigo senador. Con información sobre las nuevas disposiciones legales obtenida en la propia fuente, se había lanzado a ejercer una nueva profesión creada de la nada por el senador. Nuevas normas, nuevo oficio. Así fue como se convirtió en «abridor de talleres». Para conseguir un parque automovilístico en condiciones y seguro, el senador había decidido imponer una inspección técnica a todo el mundo. En consecuencia, los propietarios de utilitarios, limusinas y toda clase de cacharros debían someter su vehículo a una revisión médica para evitar accidentes. Ricos o pobres, todos tenían que pasar por el aro. Y lógicamente, al ser obligatorio, mi padre facturaba mucho, muchísimo. Facturaba la ida y la vuelta, la visita y la contravisita, y, a juzgar por sus carcajadas, le iba la mar de bien. —¡Salvo vidas, salvo vidas! —exclamaba riendo con la nariz metida en los extractos bancarios. En aquella época, salvar vidas generaba mucho dinero. Después de abrir una cantidad enorme de talleres, se los vendió a un competidor, para alivio de mamá, a la que no le gustaba demasiado que salvara vidas, pues lo obligaba a trabajar mucho y no lo veíamos casi nunca. —Trabajo hasta tarde para poder dejarlo pronto —era la respuesta de mi padre, que a mí me costaba entender. A papá me costaba entenderlo a menudo. Con los años, fui comprendiéndolo un poco más, pero nunca del todo. Ni falta que hacía. 

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