José María Gil Robles
No fue posible la paz
El recuerdo de mi padre
Ariel
Los recuerdos que conservo de mi padre se limitan a esa última etapa de su vida, en la que, consagrado más que nunca a la familia, puso en mí sus grandes ilusiones de padre y de pedagogo.
Llevándome de peso por las orillas del Tormes, su palabra amena y cautivadora iba depositando en mi espíritu la semilla de las grandes ideas y de los nobles amores. Los episodios más gloriosos de nuestra historia, los más seductores recuerdos de la vieja ciudad dorada alternaban en sus labios con la árida enseñanza del latín, tan cara a sus entusiasmos de profundo humanista.. Vivíamos entonces en una casa de la calle de San Pablo, a la que nos habíamos trasladado desde aquella otra frontera a la Catedral, casi incrustada en la Universidad, , donde yo había nacido. Era una gran casa de sabor histórico, llamada de la Concordia, en la que, según la tradición, se firmó la tregua de los veintidós caballeros que puso fin a las sangrientas luchas de los bandos.. Aún recuerdo con emoción el rayo de alegría que brilló en los ojos de mi padre el día en que pude traducir, con labios vacilantes, la divisa esculpida por don Álvaro de Paz, en el arco de la entrada, cuyo significado habría de pesar mil voces en el curso de mi vida política, tan llena de dolores: “Ira odium generat, concordia nutrit amorem”.
Augusto Pérez
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