sábado, 28 de abril de 2018

Dr. Nicolas Tulp

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La fascinante historia del egocéntrico doctor Tulp


¿Hasta dónde puede llevarnos una pintura? Depende de la pintura, naturalmente. Sin embargo, hay algunas de ellas que son algo así como ventanas que nos permiten explorar toda una época. Eso es lo que sucede con La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, un cuadro particularmente único en muchos aspectos.
Una ventana concebida por Rembrandt que nos permite contemplar los mejores años de Ámsterdam, los avances en medicina, lo que se sabía de anatomía, las manías del propio Rembrandt y otras tantas curiosidades que solo están a la vista de los que saben mirar o de tipos como Rain Man. Una ventana que también podría llamarse hipervínculo espacio-temporal, una palabra inventada por Doctor Who en el capítulo La chica en la chimenea porque le daba vergüenza decir puerta mágica.

Puerta mágica al tulipán

Lo primero que llama la atención de este cuadro de 1632 son sus hechuras. Si nos ponemos delante de él en la Galería Real de Pinturas Mauritshuis, en La Haya, descubriremos que esta pintura al óleo mide 169,5 centímetros de alto y 216,5 cm de ancho.
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Borremos esa mueca que ponen algunos ancianos cuando manipulan un smartphone y empecemos hablando del doctor Tulp. Y de la curiosidad. Porque, ante todo, esta pintura habla de la fascinación de la curiosidad, haciendo hincapié en las reacciones individuales de cada uno de los profesionales médicos y aprendices que asisten a la lección.
Apenas se presta atención a la anatomía del cadáver desollado que está siendo diseccionado, ni siquiera a la identidad del muerto (un ladrón de abrigos llamado Aris Kindt, ahorcado en 1632), cuyo rostro incluso está parcialmente sombreado.
El otro centro de atención de la pintura la representa el propio doctor Tulp. ¿Doctor Tulp? Si el nombre nos suena casi a personaje de cuento es porque sencillamente no es su nombre real, sino un seudónimo con gancho para borrar el anodino nombre de Claes Pieterszoom.
Claes había nacido en pleno Siglo de Oro neerlandés, en el seno de una familia de clase media. Tras pasar su infancia jugando en las calles de detrás de la plaza Dam, decidió estudiar la carrera de medicina para alcanzar el destino que se merecía.
Poco después, Claes ya era un tipo regordete de barba y bigotes largos que había abierto una consulta como médico clínico cerca de los canales nuevos, a poca distancia de las familias de la alta burguesía que se estaban mudando a la zona.
Claes no tardó en convertirse en un ciudadano distinguido, pero también en el epítome de la vanidad. No solo coleccionaba objetos refinados, sino que se esforzaba por cultivar su imagen pública. Por eso se obsesionó con los tulipanes.
Los tulipanes, en aquel entonces, eran un emblema distinguido, exótico y aristocrático: no en vano aquella flor procedía de Asia central y había llegado a Europa pasando primero por Turquía. Por ello, de la palabra dulband, que designaba en persa los turbantes que tanto se asemejaban a los tulipanes, había surgido el neelandés tulp.
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Aquel médico con aire de estrella o de influencer de Instagram decidió rediseñar el letrero de la puerta de su consulta dibujándole un bonito tulipán y, de paso, cambió su nombre a doctor Nicolaes Tulp. Incluso el carruaje que empezó a usar entonces para realizar sus rondas de visitas estaría decorado también con estampas de un vistoso tulipán. Tiempo después se arrepentiría de haber adoptado aquella flor como emblema de su persona, porque el bulbo acabó protagonizando la que quizá sea la primera gran burbuja económica de la historia.

Renovación de imagen

El doctor Tulp se vio obligado a retirar el letrero que colgaba sobre su puerta, si bien el mal ya estaba hecho: había cometido la temeridad de hacerse llamar igual que aquella flor que estaba arruinando económicamente a tantas familias. Fue como si en plena burbuja inmobiliaria, un doctor contemporáneo no solo usara como logotipo un edificio en construcción, sino que se hiciera llamar doctor Apartamento en Benidorm o doctor Hipoteca Fija.
Afortunadamente, fue designado como profesor de anatomía y pudo dejar a un lado su faceta de influencer, encargándose entonces de dirigir la disección pública de un cadáver humano que se organizaba todos los años en un edificio de la plaza del Mercado Nuevo.
Las disecciones públicas eran un rara avis de la época en la que se mezclaba ciencia y espectáculo, como abunda en ello Rusell Shorto en su libro Ámsterdam:
Al inicio, se alzaban ruegos por el alma de la persona cuyo cadáver se estaba por rebanar, y al final se organizaba un banquete en el que todos terminaban ebrios. Más de uno, pasado de copas, debe haber intentado llevarse alguna parte del cuerpo diseccionado, pues el gobierno había visto la necesidad de emitir un decreto que multaba con seis florines a todo el que robara pedazos de los cadáveres en las disecciones públicas.
En este nuevo contexto, sin embargo, la vanidad del doctor Tulp no tardaría en aflorar cual tulipán. En su vida de estrella mediática ya había encargado media docena de retratos de sí mismo, un busto de mármol y hasta un medallón de oro y plata con su efigie.
El siguiente paso natural era una gran pintura de una disección pública en la que él figurase en el centro de la misma, como líder de los médicos neerlandeses. Más que una pintura, quería que fuera una suerte de afiche cinematográfico o el letrero de un concierto de rock. La única persona capaz de pintar algo tan moderno y gráfico en aquella época era un artista pujante de veintiséis años que se caracterizaba por ser tan egocéntrico como el propio doctor Tulp.
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Rembrandt

Rembrandt, como el doctor Tulp, también solía mirarse demasiado su propio ombligo. Había pintado ya decenas de autorretratos con una intensa variedad de técnicas y estilos, y sabía sacarle lustre a los retratos de personas que no tenían nada de especial, exagerando la iluminación y otros efectos dramáticos, como ahora hacen los filtros de Instagram. Nadie como un instagramer como él para comprender las ínfulas del doctor Tulp.
Tulp le hizo el encargo, y aquel invierno (las disecciones se hacían lejos de la canícula para evitar los malos olores) fue plasmada La lección de anatomía del Dr. Tulp, una exhibición de egocentrismo en el que también se subrayó dramáticamente el compromiso de la ciencia y el vigor de la que por aquel entonces era la capital del mundo moderno: Ámsterdam. Una obra tan rica y sobreactuada que ha sido objeto de glosa por parte de exégetas de todo cuño en busca de significados ocultos, del mismo modo que se buscaban pistas en el asesinato de Kennedy, como remata Shorto:
Todos sus elementos han sido sujetos a alguna clase de análisis, desde la postura de los hombres retratados, los rasgos del cuerpo (con sus dedos curiosamente elegantes), el trozo de tendón que Tulp estira con los fórceps y la posición de su otra mano (con la que, según se especula, está mostrando al público el movimiento de los dedos producidos por ese mismo tendón) hasta las sombreas que rodean el perímetro de la escena, el brillo que emana de los rostros, sobre todo del cadáver, e incluso el libro que se ve abierto en un extremo.
Un fotograma de una escena de acción con mucho CGI del cine de Hollywood. Así podría definirse aquella pintura. Una puerta mágica, según el Doctor Who, que seguramente hubiera hecho muy buenas migas con el doctor Tulp.

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