CRÓNICA
Eduardo Vela, el doctor de los bebés congelados, se sienta en el banquillo
- Al ginecólogo Eduardo Vela lo acusan de haber participado, supuestamente, en la trama de bebés robados
- Iban a parejas sin hijos. A otros, tras fallecer, los congelaba para su estudio
- ESPECIAL: Niños robados
El doctor Eduardo Vela tendrá que sentarse en el banquillo de los acusados por la denuncia de una mujer que en realidad no sabe ni quién es. Ni siquiera sor María Gómez Valbuena llegó a ser juzgada. Y eso que eran decenas las denuncias contra la monja, que en la maternidad de Santa Cristina de Madrid organizó el robo de muchos recién nacidos y las adopciones irregulares de miles durante más de 20 años. Sor María se murió (22-1-2013) justo cuando el cerco de la justicia se estrechaba. Sólo unos días antes de su segunda citación en un juzgado de Plaza de Castilla. Se investigaba el presunto robo de unas niñas gemelas mientras la religiosa trabajaba en la maternidad como asistente social.
Pero el médico sí irá a juicio. Lo acaba de decidir la Audiencia Provincial de Madrid. Durante casi cuatro años el equipo jurídico de Vela ha intentado congelar el tiempo y recurrir hasta el final para evitar el trago de tener que ser juzgado a punto de cumplir 85 años. El hielo está en la carrera del ginecólogo desde hace muchos años.
El doctor Vela tenía 50 años cuando en 1982 Germán Gallego, un fotógrafo de la revista Interviú, realizó la instantánea de un bebé amoratado, medio escondido y congelado en la cámara frigorífica de una pequeña clínica madrileña. Años después, en 2010, en una entrevista conseguida por el periodista Paco Rego, el médico le explicó con toda naturalidad que la foto no reflejaba la realidad. "Un niño solo no, congelé muchos niños en San Ramón. Lo hacía cuando no sabía de qué habían fallecido. Los dejaba allí, en las cámaras, hasta que podía hacerles un estudio forense para averiguar la causa de la muerte". ¿Y cómo le explicaba a las madres que acababan de perder a sus bebés que se quedaba con los cadáveres para estudios posteriores?, ¿pedía permiso para hacerlo?, ¿se encargaba él mismo de inhumarlos cuando acababa con la investigación?
Era un médico experimentado que gozaba de un gran prestigio entre la clase alta de la capital.
Eduardo Vela, procedente de un pequeño pueblo de la provincia de Burgos, Pardilla, se casó con Adela Bermejo Rivas, tres años más joven. Siguiendo sus firmes creencias católicas formó una gran familia: siete hijos nacidos entre 1962 y 1977.
Además de algunos negocios con hombres poderosos afines al régimen franquista, y una amplia inversión en bienes inmuebles por todo Madrid, Vela prestaba sus servicios de ginecología y obstetricia en varios centros médicos madrileños. El principal, la clínica de San Ramón. Una pequeña maternidad privada del Paseo de la Habana con apenas 10 habitaciones, pero con un enorme trajín de mujeres que entraban y salían sin registrarse, sin dejar rastro.
El reportaje de Interviú en el que por primera vez se denunciaba el tráfico de recién nacidos en nuestro país, precedió a un movimiento estratégico en la economía de los Vela. Tras la publicación del artículo de la desaparecida María Antonia Iglesias, el matrimonio firmó la disolución del régimen de sus bienes, hasta entonces gananciales. En el Registro todas las propiedades del médico cambiaron de titularidad. Desde entonces no tiene nada a su nombre. Nada.
Años después el propio Vela quiso explicar que en San Ramón hacía beneficencia y que buena parte de su trabajo consistía en luchar a su manera contra los abortos. Por la puerta de atrás, entraba y salía también sin dejar rastro su gran amiga, la religiosa sor María, aunque su centro de trabajo estaba muy lejos de allí. Más de una vez, la monja le llamó con urgencia para que le ayudara a salir de un atolladero.
Como aquella vez que los Alfaya, después de meses esperando el hijo prometido, amenazaron con denunciarla. "Nos había dado largas varias veces, aunque habíamos cumplido con todos los requisitos -relata Lali Carrasco-. Mi marido estaba realmente furioso y nada dispuesto a irse sin una solución. Sor María nos pidió unas horas más. Pero aquella vez fue diferente, nos llamó enseguida. Había un bebé para nosotros. Nos citó en San Ramón, no en Santa Cristina, que era donde nosotros habíamos ido siempre".
"Cuando llegamos -prosigue Lali-, estaba con el doctor Vela y nos pusieron a mi hija en brazos. Yo no pensaba en otra cosa más que en el bebé. Pero después, viendo a mi hija crecer, me he preguntado muchas veces cómo de repente apareció una niña tan rápido. Si la madre pensaba dar a su hijo en adopción y estaba a punto de parir, ¿nadie lo sabía? Por eso ayudo a mi hija a buscar sus orígenes. ¿Es posible que se la robaran a alguien para taparnos la boca? Al final pagamos a la monja en Santa Cristina lo que nos pidió. Ella decía que eran los gastos de la residencia en la que había estado la madre durante el embarazo. Y cuando recogimos a la niña mi marido fue a pagar al doctor, no recuerdo la cifra exacta, pero más de 100.000 pesetas del año 80".
Vela cumplía con su amiga. Y como ella, tenía una larga lista de peticiones de adoptantes. Centenares de hombres y mujeres en busca de sus orígenes en las últimas décadas, se han encontrado al final del camino el muro de silencio levantado por el médico. En 2010, en un reportaje de EL MUNDO Televisión, Vela le contestaba a dos adoptados nacidos en San Ramón que buscaban a sus madres biológicas que no encontrarían nunca lo que buscaban. Él personalmente se había encargado de quemar los archivos de San Ramón en los que se recogían las historias clínicas de los partos y de las parturientas. Guardarlos habría sido "peligrosísimo para mí", afirmaba el ginecólogo.
¿De dónde salieron todos esos bebés?
Inés Madrigal, la mujer que ha conseguido llevarle a los tribunales, es una de esas recién nacidas cuyo origen es un misterio insondable. "El doctor llamó a mi madre el día 6 de junio de 1969. Le dijo que tenía un regalo para ella. Mi madre, que había estado ayudando a unas monjitas, compró a toda prisa todo lo necesario para la ocasión y cuando llegó a la clínica, Vela me puso en sus brazos. Le dijo que a partir de ese momento yo sería su hija a todos los efectos, como si me hubiera parido. Que nadie sabría nunca que no era su hija biológica. De hecho, mi partida de nacimiento está firmada por él como si él hubiera atendido el parto de mi madre el día 4, dos días antes. Pero yo ya no tenía el cordón umbilical. Pude haber nacido en San Ramón o en cualquier sitio de España. ¿Por qué voy a creer que nací el 4 en Madrid y no cualquier otro día en cualquier otra parte? ¿Tengo que creer ese dato cuando el resto de los detalles que tengo sobre mis primeras horas de vida son falsos? Jugaron a ser dioses con nosotros", medita Inés Madrigal, hoy convertida en madre de familia.
El doctor Vela no ha podido negar que sea su firma la que figura en la partida de nacimiento. En un careo que se produjo en la Plaza de Castilla en 2013, entre el médico y la falsa madre, Vela reconoció la rúbrica como suya y también que cuando la hizo, firmaba muchas cosas sin mirar.
Sin embargo, aseguró no recordar las circunstancias que rodearon el nacimiento de Inés. Pero solo un mes después reconoció que esa niña había sido un regalo y que nadie le pagó por ella. Se lo dijo él y también se lo dijo su mujer a dos periodistas francesas que consiguieron burlar su cortafuegos a la prensa solicitando cita en la consulta. Seguía recibiendo pacientes a pesar de la edad. Para hacer más hincapié en sus palabras agarró un pequeño crucifijo de plata que tiene en su escritorio y sosteniéndolo en la mano le puso de testigo de la veracidad de sus palabras.
Sin embargo, a pesar de haber dado sobradas muestras de su fe, ha intentado no tener que contar la verdad en un juzgado. Su último movimiento judicial fue un recurso en la Audiencia Provincial de Madrid cuando el instructor de Plaza de Castilla solicitó la apertura de juicio contra él a la vista de los muchos indicios de delito que surgían de la investigación: detención ilegal del menor, delito de suposición de parto, delito de falsedad en documento público y también delito de adopción ilegal.
"No me imagino el momento de verle entrar en la sala y sentarse en el banquillo delante del juez", dice Inés, mientras fija su mirada en el techo del salón de su casa donde recibe a Crónica. "No tengo sed de venganza, tengo sed de verdad. Llevo años viviendo con un síndrome de abandono terrible y con el corazón destrozado desde que sé que fui sólo un regalo. ¡Un regalo! como el que regala un cachorro", concluye.
Tiene motivos para pensar así. Cuando el matrimonio formado por Inés Pérez y Pablo Madrigal, de profesión ferroviario, salió de San Ramón con el bebé en brazos llevaba estrictas instrucciones de lo que se debía hacer. Con la documentación que les dio Vela fueron al Registro e inscribieron a la niña con el nombre de Inés y sus propios apellidos. No hizo falta adopción. Como les dijo el médico, la niña era su hija a todos los efectos. Nadie debía enterarse. Si se pone mala, insistió, "no avisen a ningún médico, me llaman a mí". Como era prematura les explicó que la mantuvieran entre botellas de agua caliente en un capazo. Y no les facilitó ningún dato sobre la identidad o el origen del bebé.
No fue necesario que la madre simulara un embarazo, tal y como el médico les había propuesto semanas atrás con toda clase de pormenores: tocarse repetidamente el vientre cuando estuviera en público, fingir náuseas y mareos en las tiendas e ir colocando cojines poco a poco para que nadie se extrañara de la llegada de un bebé cuando la oportunidad se presentase.
La resolución de la Audiencia califica de "revelador" el resultado del análisis del ADN entre la denunciante y su falsa madre: no son madre e hija, aunque lo diga el certificado de nacimiento.
"Espero que no le hagan testificar de nuevo y que sirvan sus declaraciones anteriores. Mi madre -señala Inés Madrigal refiriéndose a Inés Pérez-, ya no está para ir a ningún sitio. Ahora ya vive conmigo. Tiene 93 años, cardiomegalia e insuficiencia cardíaca entre otras dolencias importantes. Podría ser demasiado duro". La anciana ya no sale de casa si no es para visitar al médico. Su salud se ha deteriorado mucho. "Los años no pasan en balde" dice desde la silla de ruedas en la que pasa buena parte del día.
Mientras, a Inés Madrigal se le agotan las posibilidades de encontrar con vida a sus orígenes biológicos.
Todo se reduce a una lucha contra el tiempo. A ver quién aguanta más con vida. Como en una macabra partida de ruleta rusa, simplemente gana el que no muere.
Pero el médico sí irá a juicio. Lo acaba de decidir la Audiencia Provincial de Madrid. Durante casi cuatro años el equipo jurídico de Vela ha intentado congelar el tiempo y recurrir hasta el final para evitar el trago de tener que ser juzgado a punto de cumplir 85 años. El hielo está en la carrera del ginecólogo desde hace muchos años.
El doctor Vela tenía 50 años cuando en 1982 Germán Gallego, un fotógrafo de la revista Interviú, realizó la instantánea de un bebé amoratado, medio escondido y congelado en la cámara frigorífica de una pequeña clínica madrileña. Años después, en 2010, en una entrevista conseguida por el periodista Paco Rego, el médico le explicó con toda naturalidad que la foto no reflejaba la realidad. "Un niño solo no, congelé muchos niños en San Ramón. Lo hacía cuando no sabía de qué habían fallecido. Los dejaba allí, en las cámaras, hasta que podía hacerles un estudio forense para averiguar la causa de la muerte". ¿Y cómo le explicaba a las madres que acababan de perder a sus bebés que se quedaba con los cadáveres para estudios posteriores?, ¿pedía permiso para hacerlo?, ¿se encargaba él mismo de inhumarlos cuando acababa con la investigación?
Rico y con siete hijos
Era un médico experimentado que gozaba de un gran prestigio entre la clase alta de la capital.
Eduardo Vela, procedente de un pequeño pueblo de la provincia de Burgos, Pardilla, se casó con Adela Bermejo Rivas, tres años más joven. Siguiendo sus firmes creencias católicas formó una gran familia: siete hijos nacidos entre 1962 y 1977.
Además de algunos negocios con hombres poderosos afines al régimen franquista, y una amplia inversión en bienes inmuebles por todo Madrid, Vela prestaba sus servicios de ginecología y obstetricia en varios centros médicos madrileños. El principal, la clínica de San Ramón. Una pequeña maternidad privada del Paseo de la Habana con apenas 10 habitaciones, pero con un enorme trajín de mujeres que entraban y salían sin registrarse, sin dejar rastro.
El reportaje de Interviú en el que por primera vez se denunciaba el tráfico de recién nacidos en nuestro país, precedió a un movimiento estratégico en la economía de los Vela. Tras la publicación del artículo de la desaparecida María Antonia Iglesias, el matrimonio firmó la disolución del régimen de sus bienes, hasta entonces gananciales. En el Registro todas las propiedades del médico cambiaron de titularidad. Desde entonces no tiene nada a su nombre. Nada.
Años después el propio Vela quiso explicar que en San Ramón hacía beneficencia y que buena parte de su trabajo consistía en luchar a su manera contra los abortos. Por la puerta de atrás, entraba y salía también sin dejar rastro su gran amiga, la religiosa sor María, aunque su centro de trabajo estaba muy lejos de allí. Más de una vez, la monja le llamó con urgencia para que le ayudara a salir de un atolladero.
¿Nadie lo sabía?
Como aquella vez que los Alfaya, después de meses esperando el hijo prometido, amenazaron con denunciarla. "Nos había dado largas varias veces, aunque habíamos cumplido con todos los requisitos -relata Lali Carrasco-. Mi marido estaba realmente furioso y nada dispuesto a irse sin una solución. Sor María nos pidió unas horas más. Pero aquella vez fue diferente, nos llamó enseguida. Había un bebé para nosotros. Nos citó en San Ramón, no en Santa Cristina, que era donde nosotros habíamos ido siempre".
"Cuando llegamos -prosigue Lali-, estaba con el doctor Vela y nos pusieron a mi hija en brazos. Yo no pensaba en otra cosa más que en el bebé. Pero después, viendo a mi hija crecer, me he preguntado muchas veces cómo de repente apareció una niña tan rápido. Si la madre pensaba dar a su hijo en adopción y estaba a punto de parir, ¿nadie lo sabía? Por eso ayudo a mi hija a buscar sus orígenes. ¿Es posible que se la robaran a alguien para taparnos la boca? Al final pagamos a la monja en Santa Cristina lo que nos pidió. Ella decía que eran los gastos de la residencia en la que había estado la madre durante el embarazo. Y cuando recogimos a la niña mi marido fue a pagar al doctor, no recuerdo la cifra exacta, pero más de 100.000 pesetas del año 80".
Vela cumplía con su amiga. Y como ella, tenía una larga lista de peticiones de adoptantes. Centenares de hombres y mujeres en busca de sus orígenes en las últimas décadas, se han encontrado al final del camino el muro de silencio levantado por el médico. En 2010, en un reportaje de EL MUNDO Televisión, Vela le contestaba a dos adoptados nacidos en San Ramón que buscaban a sus madres biológicas que no encontrarían nunca lo que buscaban. Él personalmente se había encargado de quemar los archivos de San Ramón en los que se recogían las historias clínicas de los partos y de las parturientas. Guardarlos habría sido "peligrosísimo para mí", afirmaba el ginecólogo.
¿De dónde salieron todos esos bebés?
Inés Madrigal, la mujer que ha conseguido llevarle a los tribunales, es una de esas recién nacidas cuyo origen es un misterio insondable. "El doctor llamó a mi madre el día 6 de junio de 1969. Le dijo que tenía un regalo para ella. Mi madre, que había estado ayudando a unas monjitas, compró a toda prisa todo lo necesario para la ocasión y cuando llegó a la clínica, Vela me puso en sus brazos. Le dijo que a partir de ese momento yo sería su hija a todos los efectos, como si me hubiera parido. Que nadie sabría nunca que no era su hija biológica. De hecho, mi partida de nacimiento está firmada por él como si él hubiera atendido el parto de mi madre el día 4, dos días antes. Pero yo ya no tenía el cordón umbilical. Pude haber nacido en San Ramón o en cualquier sitio de España. ¿Por qué voy a creer que nací el 4 en Madrid y no cualquier otro día en cualquier otra parte? ¿Tengo que creer ese dato cuando el resto de los detalles que tengo sobre mis primeras horas de vida son falsos? Jugaron a ser dioses con nosotros", medita Inés Madrigal, hoy convertida en madre de familia.
El doctor Vela no ha podido negar que sea su firma la que figura en la partida de nacimiento. En un careo que se produjo en la Plaza de Castilla en 2013, entre el médico y la falsa madre, Vela reconoció la rúbrica como suya y también que cuando la hizo, firmaba muchas cosas sin mirar.
La niña era un "regalo"
Sin embargo, aseguró no recordar las circunstancias que rodearon el nacimiento de Inés. Pero solo un mes después reconoció que esa niña había sido un regalo y que nadie le pagó por ella. Se lo dijo él y también se lo dijo su mujer a dos periodistas francesas que consiguieron burlar su cortafuegos a la prensa solicitando cita en la consulta. Seguía recibiendo pacientes a pesar de la edad. Para hacer más hincapié en sus palabras agarró un pequeño crucifijo de plata que tiene en su escritorio y sosteniéndolo en la mano le puso de testigo de la veracidad de sus palabras.
Sin embargo, a pesar de haber dado sobradas muestras de su fe, ha intentado no tener que contar la verdad en un juzgado. Su último movimiento judicial fue un recurso en la Audiencia Provincial de Madrid cuando el instructor de Plaza de Castilla solicitó la apertura de juicio contra él a la vista de los muchos indicios de delito que surgían de la investigación: detención ilegal del menor, delito de suposición de parto, delito de falsedad en documento público y también delito de adopción ilegal.
"No me imagino el momento de verle entrar en la sala y sentarse en el banquillo delante del juez", dice Inés, mientras fija su mirada en el techo del salón de su casa donde recibe a Crónica. "No tengo sed de venganza, tengo sed de verdad. Llevo años viviendo con un síndrome de abandono terrible y con el corazón destrozado desde que sé que fui sólo un regalo. ¡Un regalo! como el que regala un cachorro", concluye.
Tiene motivos para pensar así. Cuando el matrimonio formado por Inés Pérez y Pablo Madrigal, de profesión ferroviario, salió de San Ramón con el bebé en brazos llevaba estrictas instrucciones de lo que se debía hacer. Con la documentación que les dio Vela fueron al Registro e inscribieron a la niña con el nombre de Inés y sus propios apellidos. No hizo falta adopción. Como les dijo el médico, la niña era su hija a todos los efectos. Nadie debía enterarse. Si se pone mala, insistió, "no avisen a ningún médico, me llaman a mí". Como era prematura les explicó que la mantuvieran entre botellas de agua caliente en un capazo. Y no les facilitó ningún dato sobre la identidad o el origen del bebé.
No fue necesario que la madre simulara un embarazo, tal y como el médico les había propuesto semanas atrás con toda clase de pormenores: tocarse repetidamente el vientre cuando estuviera en público, fingir náuseas y mareos en las tiendas e ir colocando cojines poco a poco para que nadie se extrañara de la llegada de un bebé cuando la oportunidad se presentase.
La resolución de la Audiencia califica de "revelador" el resultado del análisis del ADN entre la denunciante y su falsa madre: no son madre e hija, aunque lo diga el certificado de nacimiento.
"Espero que no le hagan testificar de nuevo y que sirvan sus declaraciones anteriores. Mi madre -señala Inés Madrigal refiriéndose a Inés Pérez-, ya no está para ir a ningún sitio. Ahora ya vive conmigo. Tiene 93 años, cardiomegalia e insuficiencia cardíaca entre otras dolencias importantes. Podría ser demasiado duro". La anciana ya no sale de casa si no es para visitar al médico. Su salud se ha deteriorado mucho. "Los años no pasan en balde" dice desde la silla de ruedas en la que pasa buena parte del día.
Mientras, a Inés Madrigal se le agotan las posibilidades de encontrar con vida a sus orígenes biológicos.
Todo se reduce a una lucha contra el tiempo. A ver quién aguanta más con vida. Como en una macabra partida de ruleta rusa, simplemente gana el que no muere.
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