Acuden a la llamada los quince guerreros armados con su lanzón entre las manos rindiéndole a la entrada de la talanquera. Se disponen a un paso de la talanquera dándole la espalda y apuntando al suelo sus lanzas manifestando sumisión a Lughoman que, en el centro, se dispone mirando al este donde Lugh observa a sus hijos.
Por detrás de Lughoman se disponen sus tres guerreros personales, disponiendo su lanza al sur y apuntando al suelo en señal de acatamiento.
Una vez los guerreros están rendidos al grito de ¡Lugh!, se agachan doblando la rodilla izquierda y posteriormente la derecha. Es tal el sonido rítmico oral y podal que es oído en toda la llanura que se extiende bajo los piés de Lughonia hasta La Corona situada en su sureste, haciendo temblar a los soldados de pecho brillante que a tantos pueblos iban poniendo a sus pies desde su lejana Roma; no sabían que pasarían diez largos años antes de conseguir doblegar aquel pueblo que habitaba los claros del bosque Santo en el cual convivían con su dios solar Lugh.
La formación de la centuria de Roma escuchaba el sonido de alarma de los lughones y el dado por los primeros pasos de la danza que no les dejará conciliar el sueño durante diez años.
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