La
guerra de Siria toca a su fin. Lleva ventaja el eje oriental, la alianza entre Irán y Rusia que sostiene al régimen de
Bachar el Asad, con la que finalmente se ha confabulado Turquía, y tiene las de perder el occidental —Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel—, lastrado por la debilidad diplomática de Washington en el momento en que ya se explora la organización de la paz.
Todo lo que hacen ahora los contendientes se corresponde con lo que suele suceder en los compases finales de una guerra, cuando las fuerzas en presencia se esfuerzan por ampliar el territorio que controlan para situarse en posición de ventaja en la negociación que obligadamente tendrá que seguir a esta locura de siete años de destrucción y muerte. Este final supera en crueldad y cinismo todo lo que hemos visto hasta ahora y puede prolongarse tanto tiempo como necesiten los contendientes para sentirse conformes con las cartas que queden en sus manos a la hora de repartir los despojos.
Un nueva contienda se teje entre un incipiente eje oriental (Rusia, Turquía e Irán) y otro occidental (EE UU, Israel y Arabia Saudí)
Esta es una guerra especial, distinta a otras que hemos conocido, puesto que no hay dos bandos, sino una multiplicidad difícil de colocar en el mapa, y cada uno tiene al menos dos enemigos a los que combatir simultáneamente. Es a la vez civil e internacional, por el origen de los combatientes y por la intervención de las potencias regionales y de dos superpotencias como Rusia y Estados Unidos —lo más parecido a una guerra mundial a escala, en la que para postre se han producido varias reversiones de alianzas y cambios en la propia morfología de la contienda—.
Empezó como una revuelta popular contra el régimen, parte de la primavera árabe de 2011, se convirtió luego en una guerra civil, vio nacer una guerra dentro de la guerra con la ferocidad del Estado Islámico, dispuesto a utilizarla como base para su guerra global contra Occidente, y está terminando como una contienda estrictamente internacional, primero por fuerzas interpuestas (proxys) y luego incluso con botas sobre el terreno de Rusia y Estados Unidos, de las potencias regionales que son Turquía e Irán e incluso la intervención de Israel.
Sobre este terreno combaten una variedad de milicias y ejércitos que produce espanto. Están, ante todo, los iraníes, con gentes reclutadas en Afganistán, Irak y Líbano, y mandos de alta graduación de la Guardia Revolucionaria. Hay soldados rusos, algunos de compañías privadas contratistas, que acaban de sufrir severas pérdidas por fuego estadounidense. Los hay de Estados Unidos, cerca de 2.000, destinados a combatir al
Estado Islámico (ISIS), pero preparados para quedarse en tareas de contención de las tropas iraníes. También turcos, en tarea de conquista del enclave kurdo de Afrin. Y luego las brigadas internacionales del yihadismo, reclutadas en todo el mundo islámico y también en Europa, ya sea Al Qaeda, ya sea ISIS, muy disminuidas después de la derrota del Estado Islámico, pero todavía con presencia y control de pedazos del territorio.
En la escalada actual también han reaparecido las armas químicas, al menos en dos ataques del régimen contra las fuerzas rebeldes
El balance de la devastación es colosal, a la altura de la sufrida por los territorios europeos asolados por la Segunda Guerra Mundial. Ciudades enteras destruidas, patrimonio arqueológico arrasado, infraestructuras y plantas industriales trituradas y, sobre todo, el balance de muertos, casi medio millón, en su inmensa mayoría civiles sin implicación directa en los combates, además del capítulo de los desplazados, más de seis millones dentro de la propia Siria y cerca de cinco millones fuera, de una población anterior a la guerra de 21 millones.
Otra novedad ha sido la aparición de un efímero contendiente, el autodenominado Estado Islámico, proclamado en la ciudad iraquí de Mosul en junio de 2014, y primer grupo terrorista que consigue instalarse sobre un extenso territorio entre Irak y Siria con control de pozos petrolíferos, plantas industriales y grandes ciudades. El uso de las redes sociales y de los vídeos para difundir sus ejecuciones masivas y sus llamamientos terroristas ha sido un arma propagandística de primer orden para reclutar combatientes en todo el mundo y atemorizar y movilizar a la comunidad internacional.
Si atendemos a la propaganda bélica de los distintos contendientes, casi ninguno de ellos se escapa de la acusación de complicidad o incluso de protagonismo en la consolidación del Estado Islámico. Para el régimen de El Asad y sus aliados, es una creación directamente israelí, estadounidense y saudí, argumento al que han contribuido tanto el propio Trump con sus acusaciones a Obama y Clinton como la monarquía saudí, con sus contribuciones en armas y dinero a los rebeldes yihadistas que combaten a El Asad, tan próximos a la ideología wahabita oficial en Riad.
La acusación contra Ankara tiene su fundamento: durante mucho tiempo, los combatientes internacionales han entrado en Siria desde Turquía después de aterrizar en alguno de sus aeropuertos provenientes de todo el mundo. También muchos suministros para las tropas del ISIS llegaban de Turquía y allí eran tratados sus heridos. Erdogan se ha enfrentado en esta guerra a tres enemigos teóricos, en vez de dos como el resto de los contendientes: Bachar el Asad, los kurdos y el ISIS, al que en un principio prefirió dejar en segundo plano. Al final, ante la presión de Washington, que quiso utilizar la base aérea de Incirlik, no tuvo más remedio que atacarlo y obtuvo en respuesta los atentados de ISIS en territorio turco.
También El Asad ha sido acusado de complicidad con el califato terrorista, con el que ha tenido tratos comerciales en suministros de petróleo y servicios telefónicos según la revista Time. Cuando quiso transformar la revuelta civil en un levantamiento armado y luego llevar la guerra civil al interior de la oposición para debilitarla, el ISIS fue el instrumento de estas operaciones tan propias de los servicios secretos de la región, según esta teoría que ha sido defendida en el Congreso de EE UU.
La liquidación final del misterioso Estado Islámico ha sido cosa de las guerrillas kurdas del YPG (Unidades de Protección del Pueblo), armadas y apoyadas por Estados Unidos, para enorme disgusto de Erdogan, que ha reaccionado invadiendo el distrito sirio de Afrin con el objetivo de impedir que las tropas vinculadas al PKK consigan asentarse en el territorio fronterizo. Dos países de la OTAN, el socio mayor, que es Washington, y el segundo socio europeo en fuerza militar, que es Turquía, se encuentran ahora enfrentados en un desenlace de la guerra de Siria que tensiona más allá de lo razonable la Alianza Atlántica. También se ha producido por primera vez un contacto bélico entre Israel e Irán, con el derribo de un dron iraní, primero, luego de un caza F-16 israelí y, finalmente, una operación a gran escala del Ejército israelí contra bases sirias y de Hezbolá.
En la escalada actual también han reaparecido las armas químicas, al menos en dos ataques del régimen contra las fuerzas rebeldes. "Es el momento más peligroso de mis cuatro años como enviado especial", ha señalado el representante de Naciones Unidas, Staffan de Mistura. El mayor peligro es el desbordamiento territorial, de forma que la guerra, hasta ahora encapsulada en Siria, se extienda a Líbano, Jordania e Irak, en vez de terminar con una solución diplomática, todavía improbable, en la que es Moscú y no Washington quien lleva la batuta.