Ramón J. Sender
...
- ¿Para que quieres ese revólver, Augusto? ¿A quién quieres matar?
- A nadie.
Añadió que lo llevaba para evitar que la usaran otros chicos peores qye él. Este subterfugio asombró al cura.
Moisén Millán se interesaba por Augusto pensando que sus padres eran poco religiosos. Creía el sacerdote que atrayendo al hijo, atraería tal vez al resto de la familia. Tenía Augusto siete años cuando llegó el obispo, y confirmó a los chicos de la aldea. La figura del prelado, que era un anciano de cabello blanco y alta estatura, impresionó a Augusto. Con su mitra, su capa pluvial y el báculo dorado, daba al niño la idea aproximada de lo que debía ser Dios en los cielos. Después de ls confirmación habló el obispo con Augusto en la sacristía. El obispo le llamaba galopin. Nunca había oído Augusto aquella palabra. El diálogo fué así:
-¿Quién este galopín?
-Augusto, para servir a Dios y a su ilustrísima.
El chico había sido aleccionado. El obispo, muy afable, seguía preguntándole:
¿Qué quieres ser tú en la vida? ¿Cura?
- No señor.
- ¿General?
- No señor, tampoco. Quiero ser labrador, como mi padre.
El obidpo reía.Viendo Augusto que tenía éxito, siguió hblando:
- Y tener tres pares de mulas, y salir con ellas por la calle mayor diciendo: ¡Tordillaaa, Capitanaaa, oxiqué me ca...!
Mosén Millán se asustó, y le hizo con la mano un gesto indicando que debía callarse....
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