martes, 30 de mayo de 2017

Santuario vetón





Felipe II nunca se sentó en el altar de los vetones

La arqueóloga y epigrafista Alicia Canto halla una figura antropomórfica que confirma que la silla real del Escorial es un santuario prerromano




Silla de Felipe II, desde donde se contempla el monasterio de El Escorial. Ampliar foto
Silla de Felipe II, desde donde se contempla el monasterio de El Escorial. SANTI BURGOS

La conocida como silla de Felipe II, lugar desde el cual la tradición recuerda que el monarca seguía la construcción del monasterio del Escorial, no es sino un altar vetón modificado en los últimos siglos, según los estudios de la historiadora y epigrafista Alicia Canto. La catedrática y miembro de la Real Academia de la Historia, que ya avanzó esta teoría en 1999, la ha ratificado con nuevas y espectaculares pruebas: entre ellas el descubrimiento de una figura antropomorfa junto al monumento, así como diversos altares, más pequeños, próximos a la sillaimperial.
Según avanza esta miembro del Instituto Arqueológico de Berlín, “algo no cuadraba en la historia de la silla”. “Nunca me han gustado demasiado los axiomas, así que decidí investigar tras visitarla una tarde con mis hijas”, indica. De esta manera, la especialista descubrió que no existían referencias a la pétrea poltrona real en ningún escrito de los siglos XVI y XVII y, además, el lugar —situado a varios kilómetros de distancia del monasterio— no parecía el más adecuado para seguir las obras.

Sus pesquisas la llevaron así hasta 1925, momento en el cual comenzó a circular por España un billete de 100 pesetas que reproducía un cuadro de 1889, de Luis Álvarez Catalá, donde se representaba al rey en lugar. Nacía así la leyenda.
Canto puso entonces sobre la mesa diversos elementos del entorno escurialense que la llevaron directamente al periodo de vetones, pueblo céltico que ocupó el oeste de España y Portugal hasta la llegada de los romanos. El paisaje de la Herrería, donde se alza el solio granítico del monarca, es una zona de robledales (árbol sagrado céltico), con abundante agua (indispensable en esta cultura), área de setas alucinógenas (usadas para artes adivinatorias), poblado de alimañas y águilas (el abanto, nombre de uno de los montes próximos, es una rapaz) y con una fuerte atracción a los rayos (el símbolo de los dioses) a causa de la ferrita de sus tierras (la finca se llama, de hecho, La Herrería). Todos estos elementos llevaron a la epigrafista a pensar que ese enorme túmulo de piedra que estaba considerado la silla de Felipe II era algo muy distinto. Quizás, un altar de sacrificios de los vetones dedicado a un guerrero dios céltico, parecido al Marte de los romanos.




Figura antropomorfa hallada junto a la silla de Felipe II.ampliar foto
Figura antropomorfa hallada junto a la silla de Felipe II. 


El conjunto, que fue retocado durante la Segunda República y en los años sesenta del siglo pasado para dotarlo de escaleras y pasamanos, tiene forma abarquillada, lo que hace referencia a la barca solar de los pueblos célticos. Además, la profesora halló en 2015 una figura antropomorfa (un rostro de larga cabellera movida por el viento) que lo une con las sibilas, personaje de la mitología grecorromana que eran capaces de adivinar el futuro.
El conjunto granítico se completa con otros dos altares, a menos de un kilómetro colina abajo. Todo ello permite decir a la arqueóloga que “estamos ante todo un santuario vetón”. “Cualquier geólogo podría argumentar que la sibila, o el augur, o como queramos llamarlo, es solo una forma caprichosa del granito. Pero debemos verlo con los ojos de los antiguos. Son señales que les venían de la mano de los dioses”, incide.
La experta recuerda que cuando estos pueblos observaban determinados sucesos coincidentes no los relacionaban con el azar. “Muchas señales en un mismo lugar convertían el entorno en sagrado. Analizarlo con nuestra perspectiva hace que no veamos nada”.
Este santuario vetón, además, se situaba justo en el lugar donde este pueblo estableció su frontera con los carpetanos. Así, hoy en día, muchas localidades de la sierra madrileña siguen manteniendo en sus escudos referencias al Sexmo de Segovia, tierra, junto a Ávila y Salamanca, originaria de los vetones. “Está claro que esa división antigua de los pueblos se mantuvo de alguna manera durante la Edad Media, y de allí hasta nuestros días”.
Canto bromea al recordar que existe otro elemento más que hace “imposible” que el rey usase la conocida silla como butaca desde donde seguir la construcción de su amado monasterio. “Las ropas que llevaban entonces eran tan amplias que el trasero no le entraría. Si el rey hubiese querido seguir los trabajos desde allí, se habría hecho construir una donde por lo menos pudiese sentarse más a gusto”.
Canto hará públicos sus descubrimientos en una conferencia que impartirá el jueves a las 19.30 en la Casa de Cantabria.


lunes, 29 de mayo de 2017

Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre

simone de Beauvier

EL SEGUNDO SEXO I. (LE DEUXIÈME SEXE I) A JACQUES BOST.

Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer. PITÁGORAS. Todo cuanto sobre las mujeres han escrito los hombres debe tenerse por sospechoso, puesto que son juez y parte a la vez. POULAN DE LA BARRE. NOTA: Este libro ha sido escrito durante los años 1948-1949. Cuando empleo las palabras ahora, recientemente, etc., me refiero a ese período. Ello explica también que no cite ninguna obra publicada después de 1949. I

NTRODUCCIÓN.

DURANTE mucho tiempo dudé en escribir un libro sobre la mujer. El tema es irritante, sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha hecho correr bastante tinta; actualmente está punto menos que cerrada: no hablemos más de ello. Sin embargo, todavía se habla. Y no parece que las voluminosas estupideces vertidas en el curso de este último siglo hayan aclarado mucho el problema. Por otra parte, ¿es que existe un problema? ¿En qué consiste? ¿Hay siquiera mujeres? Cierto que la teoría del eterno femenino cuenta todavía con adeptos; estos adeptos cuchichean: «Incluso en Rusia, ellas siguen siendo mujeres.» Pero otras gentes bien informadas -incluso las mismas algunas veces- suspiran: «La mujer se pierde, la mujer está perdida.» Ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre, si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar. «¿Dónde están las mujeres?», preguntaba recientemente una revista no periódica (1). Pero, en primer lugar, ¿qué es una mujer? «Tota mulier in utero: es una matriz», dice uno [TOTA MULIER EST IN UTERO: «Toda la mujer consiste en el útero». Para indicar que la mujer está condicionada por su constitución biológica.] Sin embargo, hablando de ciertas mujeres, los conocedores decretan: «No son mujeres», pese a que tengan útero como las otras. Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente, de la Humanidad; y {15}, sin embargo, se nos dice que «la feminidad está en peligro»; se nos exhorta: «Sed mujeres, seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres.» Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad. Esta feminidad ¿la secretan los ovarios? ¿O está fijada en el fondo de un cielo platónico? ¿Basta el frou-frou de una falda para hacer que descienda a la Tierra? Aunque ciertas mujeres se esfuerzan celosamente por encarnarla, jamás se ha encontrado el modelo. Se la describe de buen grado en términos vagos y espejeantes que parecen tomados del vocabulario de los videntes. En tiempos de Santo Tomás, aparecía como una esencia tan firmemente definida como la virtud adormecedora de la adormidera. Pero el conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y sociales ya no creen en la existencia de entidades inmutablemente fijas que definirían caracteres determinados, tales como los de la mujer, el judío o el negro; consideran el carácter como una reacción secundaria ante una situación. Si ya no hay hoy feminidad, es que no la ha habido nunca. ¿Significa esto que la palabra «mujer» carece de todo contenido? Es lo que afirman enérgicamente los partidarios de la 2 2 filosofía de las luces, del racionalismo, del nominalismo: las mujeres serían solamente entre los seres humanos aquellos a los que arbitrariamente se designa con la palabra «mujer»; las americanas en particular piensan que la mujer, como tal, ya no tiene lugar; si alguna, con ideas anticuadas, se tiene todavía por mujer, sus amigas le aconsejan que consulte con un psicoanalista, para que se libre de semejante obsesión. A propósito de una obra, por lo demás irritante, titulada Modern Woman: a lost sex, Dorothy Parker ha escrito: «No puedo ser justa con los libros que tratan de la mujer en tanto que tal... Pienso que todos nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser considerados como seres humanos.» (1) Desaparecida hoy; se llamaba Franchise. 

domingo, 28 de mayo de 2017

La política económica del lgnorante bipolar

Trump y el ogro filantrópico

Sacan a bailar de nuevo a la acientífica 'curva de Laffer', que tanto fracasó con Reagan

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump  REUTERS
Los miembros del Gobierno de Trump tienen más dinero que una tercera parte de los ciudadanos de EE UU. Con ellos se podría practicar la evidencia de que la existencia determina la conciencia. Ese gabinete es el responsable de que se hayan presentado unos presupuestos con el esdrújulo título de “Nuevo fundamento de la Grandeza Americana”, y que son una demostración palmaria de redistribución al revés: por el lado de los gastos, más para defensa y seguridad nacional y menos para todo lo relacionado con asistencia social; por el de los ingresos, “la mayor rebaja de la historia” (Trump dixit), con la reducción del impuesto de sociedades, la eliminación del de sucesiones, una simplificación del de la renta y la supresión de un recargo que existía en el ahorro para pagar el Obamacare. Una suma muy favorable a los más ricos.
Sólo si hay un crecimiento económico muy superior al actual se evitará un aumento del déficit fiscal y de la deuda pública. Un panorama muy similar al que se dio en la década de los ochenta con Ronald Reagan, un presidente que llegó con la promesa de equilibrar las cuentas públicas y dejó un país multiendeudado para más de una generación. Muchos analistas hicieron desde el principio una analogía entre Reagan y Trump, aunque este segundo no sería sólo un epígono de Reagan sino una síntesis entre el neoliberalismo y el populismo autoritario, una mezcla de Reagan y Berlusconi.

Así ha renacido de sus cenizas la apolillada y acientífica curva de Laffer, que establece una relación inversa entre tipos impositivos e ingresos (cuanto mayores sean los tipos impositivos menos se recaudará). Recuérdese: en el año 1974, siendo Gerald Ford presidente de EE UU, se apostaba por subir el impuesto sobre la renta para hacer frente a la crisis fiscal del Estado. Alrededor de una mesa se juntaron Arthur Laffer, un catedrático casi desconocido de una business school de segunda fila, dos de los principales miembros del Gabinete Ford, Donald Rumsfeld y Dick Cheney (sí, ya estaban ahí), y el editorialista de The Wall Street Journal, Jude Wanninski. Mientras comentaban la propuesta de aumento de impuestos de Ford, Laffer agarró una servilleta y un bolígrafo y trazó sobre ella una curva para ilustrar esa relación invertida entre los tipos impositivos y los ingresos fiscales. Había nacido la “curva de Laffer”.
Con esta mítica servilleta (expuesta en el Museo Nacional de Historia de Washington) arrancó uno de los principios básicos de la revolución conservadora, que ahora ha tomado prestado Trump. Del conjunto de unos ingresos capitidisminuidos pero que hipotéticamente darán lugar a un mayor crecimiento, y unos gastos sociales guillotinados (en cobertura sanitaria para los pobres, cartillas alimentarias para 46 millones de personas, créditos a los estudiantes, ayudas a los discapacitados,…) surgirá un Estado poco parecido al ogro filántropico de Octavio Paz. Éste se refería a un Estado (el mexicano) que reprimía y era regresivo, pero que lo compensaba con clientelismos y compasión. La compasión no se lleva en los planes del actual gobierno de plutócratas de Washington.

Al vent

El último y estremecedor ‘Al vent’ de Raimon

El cantautor se despide definitivamente de los escenarios en un Palau de la Música lleno de emoción desbordada

Raimon, en su despedida esta noche en el Palau de la Música.
Raimon, en su despedida esta noche en el Palau de la Música. CARLES RIBAS
Se había anunciado con meses de antelación. Todo el mundo sabía que cuando pasasen algunos minutos de las diez de la noche, en la recta final de su concierto, Raimon entonaría ("Me da cosa...pero he de hacerlo: acabar como comencé") el último Al ventde su carrera. Saberlo, quedó claro, no significa prevenir emociones. En el Palau de la Música de Barcelona la emoción se ha podido cortar con una hoja de afeitar. Se ha contenido la respiración y se han apretado los párpados para evitar aquella lágrima furtiva (que tampoco hubiese desentonado). Si cada grito del estribillo de aquella primera canción había sido siempre un estremecimiento compartido, esta noche se ha convertido en un lacerante latigazo. La realidad dolía.
Raimon se estaba despidiendo definitivamente de los escenarios. Y en su boca, la palabra definitivamente suena a definitivamente, sin más acepciones. Y lo hacía en una forma física que ya quisieran muchos cantantes jóvenes: sus agudos siguen estando donde siempre habían estado, sin romperse (o rompiéndose cuando la ocasión lo exige) y sus medios-bajos todavía son convincentes, cercanos. Y eso añadía aún más dolor a la despedida.
La tanda de bises, sencillamente apabullante, concluyó con Jo vinc d'un silenci,puntuada con discretos gritos de "Independència" acallados rápidamente por los primeros acordes de un Diguem nocoreado al límite del estremecimiento.
El último concierto de Raimon, con la luz aún entrando por las ventanas, ha discurrido, no podía ser de otra manera, con ese sentimiento de emoción desbordada inundando un Palau abarrotado (como abarrotado estuvo en los once recitales de despedida que le precedieron). El cantautor de Xàtiva no había preparado nada especial para la ocasión, la discreción siempre ha sido uno de sus lemas y también lo fue para el adiós. Un adiós sin fuegos artificiales ni palabras vacuas.
Ha comenzado la velada con un aire de esperanza, de continuidad, con el coro infantil del Orfeó Català en negro y rojo derrochando entusiasmo.
Jo vinc d'un silenci y D'un temps, d'un país han sonado eufóricas en aquellas voces blancas. Todavía con el coro en el escenario la presidenta del Palau ha obsequiado al cantautor con un fragmento de una de las vidrieras del local en el que, incluyendo este último concierto, habrá actuado en 56 ocasiones. Raimon aplaudiendo al coro, aplaudiendo al público ha sido recibido por un Palau puesto en pie. "Estoy agradecido a todos los que han venido desde el primer día. Si llego a saber que vendría tanta gente no me voy", ha bromeado antes de iniciar la última velada con A l'estiu quan son les cinc.
Camisa roja, pantalón oscuro, la entrañable silla a un lado, la guitarra al otro, su cuarteto habitual. Durante dos horas Raimon fue viajando por última vez por los meandros de su historia personal, en realidad de la memoria colectiva de todo un pueblo.
Llegó hasta sus primeras composiciones, La nit o Som ("la compuse hace dos o tres siglos") y de ahí a I nosaltres amb ells, inédita en disco. Y volvieron a sonar muchas de esas canciones que, a partir de ahora, nos faltarán (por suerte siempre quedarán las grabaciones). Del desgarro de Indesinenter, acompañada por todo el público, Al meu país la puja o Quan jo vaig nàixer a la poesía de Veles e vents, He mirat aquesta terra o Petita cançó de la teva mort. Del cinismo de Elogi dels diners (cinismo de Anselm Turmeda pero "de rabiosa actualidad") a la caricia amorosa de su última composición Napolitana per a tu. De la guitarra rasgada con rabia de 18 de maig a la Villa al ritmo contagioso de Bella de vos so enamorós o el entrañable puño cerrado de Com un puny con el que acabó oficialmente el concierto. Se equivocó con el tempo de un tema de Ausiàs March y el público le tranquilizó con una calurosa ovación. Recordó con el mismo y profundo sentimiento tanto al País Vasco o a la clandestinidad como a Espriu, Miró o Víctor Jara. Y volvió a ser, una vez más, ese Raimon que destila sinceridad, poética, musical e interpretativa.
Acabó, como ya suele ser habitual, aplaudiendo a su público y una tanda de bises sencillamente apabullante que concluyó con Jo vinc d'un silenci, puntuada con discretos gritos de "Independència" acallados rápidamente por los primeros acordes de un Diguem no coreado al límite del estremecimiento.
Y estalló el último Al vent como un volcán de emociones encontradas.
"Hasta aquí he llegado. Estoy muy agradecido a todos los que lo habéis hecho posible".
Hasta siempre.