domingo, 17 de julio de 2016

Sergio por haber aprobado tu ingreso en la Universidad.

Ayer he pretendido provocar al irascible que lleva un tiempo queriendo robarme las pantuflas. A estas horas ha dado signos de desprecio hacia mi; mintió para que los demás aprecien en él las propiedades que él anhela de mi.


El perro amarillo, o canelo del así llamado caso de inspector Maigret, le cambié unos términos y lo puse en primera persona. Por este motivo, lector, no te ocupes de leer al dictado, no soy el envidiado personaje. Tú sabes que soy un noble campesino de Llanera, rico en bienes que no pueden ser utilizados más que por mi, por lo que si los robas podrás hablar de ellos como hace Cantinflas y Nico, pero no podrás utilizarlos como bien de mercado.


Es la primera historia clínica que hice, es el primer juicio; de aquella emití diagnóstico y dispuse tratamiento que controlé. Como juez definí el delito, dispuse la condena y, ahora, tras cumplirse la pena, estoy en proceso de auditoría con el fin de emitir la resolución por la que queda el reo, y paciente, redimido del delito y capacitado para reintegrarse socialmente.

Cuando, con ocho años, en la casería buena, o villabona, el abuelo me dijo léetelo y me dices quienes son los actores y los motivos de su conducta, y les condenes, me lo cuentas. En la merienda, se lo conté. Me dió un sorbo de vino: eres fuerte, acabarás con esta familia. No se lo digas a tu padre esto que te he dicho ahora.

Por este motivo no dije a mis padres que estaba estudiando en Madrid.

Por este motivo, confundí mi identidad a lo largo de años. No te publican con un nombre español, por lo que he utilizado muchos Pichinski, hasta que Don Ramón me dijo: "este artículo es tuyo". Sí, de Pichinski; "todo fluye" y no soy zoquete para que otros se aten a mi.


Otro poquito del perro amarillo.
Con todo cariño te lo regalo  Sergio por haber aprobado tu ingreso en la Universidad.


Capítulo 2

El doctor en zapatillas

El inspector Leroy, que sólo tenía veinticinco años, se parecía más a lo que llaman un joven bien educado que a un inspector de policía. Acababa de salir de la escuela. Era su primer asunto y desde hacía unos momentos observaba a Maigret con aire desolado. Trataba de atraer discretamente su atención. Acabó por murmurar enrojeciendo: —Excúseme, comisario. Pero, las huellas… Debía pensar que su jefe pertenecía a la vieja escuela e ignoraba el valor de las investigaciones científicas. Maigret, mientras daba una chupada a su pipa, dijo: —Si quiere… No volvieron a ver al inspector Leroy, que llevó con precaución la botella y los vasos a su habitación y se pasó la tarde preparando un paquete modelo, cuyo esquema tenía en el bolsillo, estudiado para hacer viajar los objetos sin borrar las huellas. Maigret se sentó en un rincón del café. El dueño, con bata blanca y un gorro de cocinero, miró a su casa como si hubiese sido devastada por un ciclón. El farmacéutico había hablado. Fuera, se oía a gente que cuchicheaba. Jean Servières fue el primero que se puso el sombrero. —¡Esto no es lo único! Yo estoy casado y la señora Servières me espera. ¿Tú te quedas, Michoux? El doctor contestó sólo encogiéndose de hombros. El farmacéutico intentaba representar un papel de primer plano. Maigret le oyó decir al dueño: —… y que es necesario, nat



No hay comentarios:

Publicar un comentario