El hiperciclo de la vida es el resultado de la intersección de dos subciclos: aparente, o vivir y, latente, o morir.
El subciclo aparente, o vivir, del ser humano es concebido por los no materialistas como el resultado de la intersección de dos subciclos: aparente, o cuerpo y, latente, o mente.
El subciclo latente, o morir, del ser humano, es concebido por los no materialistas como la mente. Incluso el artificio de hacer la mente con el papel del cuerpo y el alma con el de la mente. La absurda concepción del alma como un cuerpo no corpóreo.
En otras ocasiones he anotado y anotaré.
Los psicólogos y psiquiatras de principios del siglo XX, persisten en esta concepción a pesar de los revolcones. El esfuerzo de dotar su currículo de la psicobiología.
¿Hay causas nacimiento de la mente? ¿Hay causas de muerte de la mente? ¿Hay causas de nacimiento del cuerpo? ¿Hay causas de muerte del cuerpo? ¿La salud nace? ¿La salud vive? ¿La salud muere? ¿La salud muere? ¿La salud nace a la vida? ¿La salud nace a la muerte? ¿La enfermedad nace? ¿La enfermedad vive? ¿La enfermedad muere? ¿La enfermedad nace a la vida? ¿La enfermedad nace a la muerte?
Heces resecadas por el paso de más de 8.000 años muestran cómo era la vida de los primeros agricultores. La presencia de determinados parásitos intestinales en estas muestras orgánicas casi fosilizadas ilustran la transición que protagonizaron aquellos humanos, que abandonaron el nomadismo de los cazadores recolectores por los asentamientos urbanos sostenidos por el cultivo de la tierra. Con el cambio de estilo de vida cambiaron también sus parásitos.
Los humanos deben de ser la especie que más parásitos alimenta. Otras especies con un nicho ecológico más reducido o un rango geográfico determinado sufren una o unas pocas clases de ectoparásitos (piojos, pulgas, ácaros...) y endoparásitos (lombrices, tenias, duelas...). Pero con su expansión global, a todo tipo de climas y ambientes, el cosmopolitismo humano nos ha expuesto a un enorme abanico de seres aprovechados. Estudiarlos a ellos es una forma de estudiarnos a nosotros.
Es lo que lleva años haciendo el antropólogo y paleopatólogo de la Universidad de Cambridge Piers Mitchell. Desde las posadas de la Ruta de la Seda hasta las letrinas del imperio romano, Mitchell ha escudriñado las heces humanas buscando en ellas el rastro de parásitos intestinales. Su presencia (o ausencia), cantidad y variedad ayudan a estudiar el pasado. Esta vez se ha ido mucho más atrás en el tiempo, hasta uno de los asentamientos neolíticos más completos y antiguos encontrados: el yacimiento de Çatalhöyük, en la meseta anatólica de Konya (actual Turquía). Se trata de un pueblo de primeros agricultores de hace más de 9.000 años. Allí localizaron varios coprolitos (heces fosilizadas) y en dos de ellos aún había huevos de un parásito intestinal.
"Se han encontrado coprolitos mucho más antiguos, de dinosaurios u homininos como los neandertales", aclara Mitchell. "Que contuvieran huevos de parásitos solo se habían hallado de una época similar a la de los de Çatalhöyük en Sudáfrica y América. Así que podemos decir que lo que hallamos allí está entre los parásitos humanos procedentes de coprolitos más antiguos del mundo", añade.
El paleopatólogo de la Universidad de Cambridge Piers Mitchell escudriña los excrementos humanos para conocer el pasado
Pero los excrementos de Sudáfrica o América eran del Paleolítico, mientras que los de Çatalhöyük anuncian la nueva era del Neolítico. Aquellos, como los encontrados en lo que hoy es el Estado de Utah (EE UU), de 10.000 años de antigüedad, salieron de humanos que aún eran cazadores-recolectores. Los coprolitos anatólicos fueron evacuados por personas que ya vivían en un pueblo que llegó a tener casi 4.000 habitantes y ocupar hasta 13 hectáreas, toda una gran urbe para entonces. Descubierto en los años sesenta, este yacimiento lleva décadas ayudando a la ciencia y la historia a conocer cómo fue la primera gran transición humana. En muchas de las casas excavadas se han encontrado restos de los primeros cereales y legumbres cultivados por los humanos y de los primeros animales domesticados para alimentarse, como cabras y ovejas.
Ya desde el mismo lugar donde fueron encontrados, los coprolitos van contando la historia de aquellos primeros ciudadanos. Mientras los nómadas hacían sus necesidades en cualquier lugar, en Çatalhöyük había un sitio específico para los desechos. Se desconoce si evacuaban en casa y llevaban la caca hasta el muladar o lo usaban como retrete público. Las letrinas más parecidas a lo que hoy se entiende por un váter no aparecerían hasta la época de las grandes ciudades mesopotámicas, 3.000 años mas tarde.
Mitchell y sus colegas hallaron cuatro coprolitos en uno de los muladares de Çatalhöyük expulsados entre 6410 y 6150 antes de esta era. Del análisis de un gramo de esos excrementos por distintos medios concluyeron, como cuentan en la revista especializada Antiquity, que eran restos humanos y no de algún animal. Además, pudieron determinar que procedían de una dieta omnívora, rica ya en componentes vegetales. Pero encontraron algo más.
En dos de ellos hallaron varios huevos de Trichuris trichiura o tricocéfalo, un nematodo con forma de látigo. [El resto del párrafo se lo pueden saltar los más sensibles]. Los gusanos adultos miden entre 30 y 50 milímetros. Viven adheridos a la mucosa del ciego, en el intestino grueso, hasta unos cinco años. La hembra puede poner más de 5.000 huevos al día. Estos huevos salen del cuerpo con las deposiciones y maduran en ellas entre una y dos semanas hasta llegar a su fase infectiva. Si en esos momentos otro humano se los traga, eclosionarán en sus intestinos iniciando un nuevo ciclo. Las vías de contagio más comunes son la ingesta de agua o comida contaminadas, por ejemplo, manipulada por unas manos mal lavadas o comer de cultivos abonados con estiércol humano. Si hay pocos tricocéfalos, la salud del portador no se ve afectada, pero en gran número pueden provocar, sobre todo en niños, diarrea crónica, malnutrición, anorexia, anemia, retraso en el crecimiento y afectar al desarrollo intelectual.
Los investigadores no han podido determinar ni la carga parasitaria (contaron cuatro huevos en un coprolito y ocho en el otro, pero otros miles se han podido perder en este tiempo) ni si procedía de una o dos personas diferentes que fueron al vertedero. Pero este lugar bien pudo ser un foco de infecciones. "Se podría esperar que este pudiera exponer a los habitantes a enfermedades propagadas por las heces humanas y explicaría porqué eran vulnerables a contraer el tricocéfalo", dice en una nota la coautora del estudio, también de Cambridge, Marissa Ledger.
A pesar de ser pocas muestras, los autores creen que reflejan un gran cambio respecto de otros tiempos y comunidades humanas. Aquí no hay rastro de zoonosis parasitarias, de origen animal, como la tenia de los peces (Diphyllobothrium latum) o parásitos del género Echinococcus, propios de lobos, perros o caballos, o acantocéfalos, presentes sobre todo en invertebrados, anfibios y aves. Es decir, los parásitos encontrados en los coprolitos tienen al humano como hospedador y se han contagiado de humano a humano por vía oral-fecal. En otros yacimientos estos están ausentes y mandan los parásitos que, en alguna de sus fases, tienen a un animal, generalmente silvestre, como hospedador.
En la transición al Neolítico, los grupos humanos cambiaron también de parásitos
La paleoparasitóloga de la Universidad de Borgoña Franco-Condado (Francia) Celine Maicher considera que aún es muy difícil "saber qué parásitos estaban ya presentes durante la transición neolítica y de qué forma se producía la transmisión". Maicher, que ha estudiado los parásitos de asentamientos humanos del Neolítico en Suiza, Francia, Alemania o España, opina, sin embargo, "que las poblaciones anteriores parece que estaban mucho más infestadas de parásitos animales".
"Çatalhöyük es un sitio clave para comprender la transición parasitológica desde la caza y la recolección hasta la agricultura", opina el arqueoparasitólogo de la Universidad de Lincoln (EE UU) Karl Jan Reinhard, que lleva estudiando los parásitos de la Antigüedad desde los años ochenta del siglo pasado. En el paso del Paleolítico al Neolítico, cuando distintos pueblos humanos se asentaron y cultivaron la tierra dejando de nomadear, muchas de las enfermedades de aquel estilo de vida remitieron, pero otras tantas emergieron. Es lo que se conoce como la primera transición epidemiológica. Reinhard, no relacionado con esta investigación, recuerda que varios estudios habían destacado anteriormente la pésima salud de muchos de los habitantes de Çatalhöyük. Es probable que buena parte de la culpa la tuvieran los nuevos parásitos.
La investigadora de la Universidad de Copenhague Amaia Arranz-Otaegui, no relacionada con este último trabajo, conoce bien los antiguos asentamientos del cercano y medio Oriente. "Çatalhöyük es un yacimiento que data del período en el que se desarrolla plenamente la agricultura, es decir, el ser humano ya basa su dieta y economía en la explotación de plantas domésticas", recuerda. Pero cree aventurado obtener conclusiones de solo dos coprolitos. "Habrá que ver qué dicen nuevos estudios en un futuro", añade.
Nota de reconocimiento al empresario Augusto Diaz-Ordóñez González, de encomiable comportamiento como empresario emprendedor e innovador tecnológico.
El empresario, de emprendedor, es el depredador líder que tiene como presa al capital.
El capital es una presa escurridiza que utiliza el mimetismo con su medio.
El empresario, de emprendedor, es el depredador que espera pacientemente un movimiento del capital que le haga diferenciarse del medio y se manifieste como presa.
El empresario, de emprendedor, es el que hace posible transformar el capital pasivo, en riqueza.
El empresario -término que viene de emprendedor- se caracteriza por no moverse y estar al acecho del capital. El que primero que se canse, el primero que se mueve, hace vivir al otro.
El capital guardado en el "monte de piedad" se "arruina". El capital tiene que ser usado -de uso- por el empresario.
En Asturias el capital no tiene destino empresarial, se arruina en el monte de piedad.
Los empresarios nacen y se educan. En Asturias pertenecen a la ANCA. La salud del empresario se valora por los tiempos de alimentación y de rumia del capital que no debe darse tiempo al ensilado. En la Edad Media los empresarios, de emprendedores, eran los reyes que tenían su gregario al que se le nombraba como Alférez Real, el leal hombre, al leal gregario, capaz de dar su vida por él, antes de abandonar la empresa "emprendida" Empresa emprendida por el empréstito del capital de los judíos burgueses en depósito de sus montes de piedad. No hay que olvidar la presa emprendida por los Reyes Católicos y la usura del capital que tuvo como respuesta expulsión judía. ¿Qué ha sido de Gonzalo Bernaldo de Quirós, el bastardo?, del cual ya he anotado como Pérez me delata.
La Luna tapó el Sol en la isla africana de Príncipe. Arthur Eddington llevaba meses preparándose para el momento. Corría el 29 de mayo de 1919 —hoy hace cien años— y durante casi siete minutos, el astrónomo británico pudo fotografiar un cúmulo de estrellas en la constelación de Tauro, visible en torno al eclipse. Los datos que se recogieron ese día permitieron comprobar que la luz de astros lejanos se dobla al pasar junto al Sol, tal y como predijo cuatro años antes Albert Einstein, un físico alemán conocido solo en círculos expertos. Ese año, recién acabada la Gran Guerra, la teoría de la relatividad general se impuso triunfante sobre la gravedad de Isaac Newton y el mundo conoció a Einstein. La ciencia ya nunca sería igual.
“La guerra había devastado la ciencia internacional”, explica el historiador de la Universidad de Nueva York Matthew Stanley. Durante el conflicto, Alemania estaba aislada, y cuando Einstein presentó su relatividad general a finales de 1915, pasó desapercibida fuera de Berlín. “En 1918, Einstein dio unas charlas sobre relatividad en Suiza que se tuvieron que cancelar porque solo aparecieron dos asistentes”, cuenta Stanley. Una persona que sí supo de la revolucionaria teoría, gracias a la correspondencia con otro científico holandés, fue Eddington, entonces secretario de la Royal Astronomical Society en Inglaterra. Él reunía dos cualidades que determinaron el curso de la historia.
Primero, Eddington era una de las pocas personas en el mundo que entendió la relatividad general. Cuando otro científico le preguntó, años más tarde, si se consideraba uno de los tres únicos hombres que comprendía las ecuaciones de Einstein —el interlocutor se incluía a sí mismo en el cálculo—, él respondió, bromeando: “¡Me preguntaba quién podría ser el tercero!”. Pero, además, Eddington pertenecía a la Sociedad Religiosa de los Amigos, y como cuáquero y pacifista, no participó en la guerra. “Era un internacionalista entregado”, explica Stanley, quien acaba de publicar un libro sobre la historia de la relatividad. “No solo le interesaban los resultados técnicos, sino las implicaciones para la ciencia internacional. Estaba dispuesto a investigar una teoría desarrollada por un físico alemán”.
Esto fue determinante porque las naciones seguían enfrentadas cuando Eddington y el Astrónomo Real de Reino Unido, Frank Dyson, plantearon la posibilidad de organizar dos expediciones simultáneas para observar el eclipse total de 1919. Afortunadamente, la Primera Guerra Mundial terminó antes. Eddington y un acompañante, el relojero Edwin Cottingham, fueron a la isla de Príncipe (actualmente en la República Democrática de Santo Tomé y Príncipe), mientras que otros dos compañeros viajaron para observar el eclipse desde Sobral, en el norte de Brasil.
De las 19 placas astrográficas que tomó Eddington, enfrentándose a nubarrones y mosquitos, solo dos resultaron bien enfocadas. Sus compañeros en Brasil tuvieron mejor suerte y regresaron con ocho placas de mayor calidad para el análisis. El objetivo era comprobar si se producía la distorsión gravitatoria de la luz que predecía la teoría de Einstein. Según la relatividad general, el espacio y el tiempo forman un tapiz de cuatro dimensiones que se deforma ante la presencia de un objeto masivo, como nuestro Sol. La luz, igual que la materia, viaja por este tejido del universo, y su trayectoria parece desviarse allá donde esté deformado.
Fue Dyson quien reconoció la oportunidad que presentaba el eclipse de 1919 para poner a prueba la teoría: el Sol se interpondría entre la Tierra y un cúmulo de estrellas cercano al Sistema Solar, las Híades, y estas serían visibles porque la Luna, a su vez, pasaría delante del Sol y bloquearía sus deslumbrantes rayos. En las fotografías, las estrellas que rodean el eclipse aparecen más separadas unas de otras en el cielo que de costumbre, por un fenómeno que ahora se conoce como efecto de lente gravitacional.
Curiosamente, las leyes de Newton que gobernaban la física desde 1687 ya predecían la atracción gravitatoria de la luz, pero en menor medida. Existía un gran interés en las nuevas teorías científicas del siglo XX porque la gravedad newtoniana no explicaba anomalías recién detectadas en la órbita de Mercurio. La Relatividad General sí, al plantear la atracción gravitatoria no como un fenómeno instantáneo, sino como una consecuencia de la deformación espacial, que se propaga solo a la velocidad de la luz. Eddington calculó que, si la Relatividad General era correcta, durante el eclipse se observaría exactamente el doble de distorsión lumínica que siguiendo la gravedad newtoniana. Y así fue.
“En los días antes de la expedición, Eddington y Dyson montaron una campaña de relaciones públicas”, dice Stanley. “Presentaron el experimento como un duelo entre Newton y Einstein”. En noviembre de 1919, convocaron a la prensa para exponer sus resultados en una reunión especial de la Royal Society y la Royal Astronomical Society, en Londres. “Revolución en la ciencia. Nueva teoría del Universo. Ideas newtonianas derrocadas”, proclamó el periódico The Times la mañana siguiente en un titular de tres renglones. “Luces torcidas en el cielo [...] La teoría de Einstein triunfa”, decía el New York Times un día más tarde, cuando la noticia ya había cruzado el Atlántico por telégrafo.
Las observaciones del eclipse solar habían confirmado la Relatividad General, o así lo vio el público de la época. El filósofo austriaco Karl Popper sostenía que las teorías científicas no se pueden confirmar, simplemente se exponen a la refutación con sus predicciones. Si es así, la relatividad general fue osada: por su cantidad de predicciones totalmente nuevas, se ha expuesto a la refutación una y otra vez en los últimos cien años. Einstein ya habló de las ondas gravitatorias —perturbaciones del espacio-tiempo que viajan a la velocidad de la luz, detectadas por primera vez en 2015—, pero asumió que nunca existiría la tecnología necesaria para observarlas. También su teoría predijo con exactitud la forma que debía tener el horizonte de sucesos de un agujero negro, algo nunca visto hasta el mes pasado.
En cierto modo, la robustez de la relatividad general es frustrante. La teoría explica el comportamiento del universo a gran escala, pero es irreconciliable con la mecánica cuántica, que gobierna el mundo de las partículas subatómicas. Dice Stanley que entre los físicos, “existe la esperanza de que haya un fallo en la Relatividad General” porque “eso podría ser la pista hacia una teoría unificada”. Pero desde el eclipse de 1919 hasta la imagen de un agujero negro de 2019, Einstein sigue acumulando aciertos.