Humano, demasiado humano
Nietzsche
INTRODUCCION
1. Se me ha dicho repetidas veces, con profunda sorpresa
por mi parte, que en todas mis obras, desde El origen
de la tragedia hasta Preludios para una filosofía del provenir,
había algo de común; se me ha dicho en todas había
redes para atrapar pajarillos inocentes, y una especia
de provocación al derrumbamiento de todo lo que
habitualmente se estima. ¡Cómo! ¿Todo no es humano,
demasiado humano? Era la exclamación que, según dicen,
arrancaban mis obras, mezclada a cierto sentimiento
de horror y de desconfianza. Se ha dicho que mis libros
son escuela de desprecio y de valor temerario.
Efectivamente, no creo que nadie haya considerado el
mundo abrigando las sospechas que yo, no sólo como
abogado del diablo, sino también, empleando el lenguaje
teológico, como enemigo y partidario de Dios; y el
que sepa adivinar algo de las consecuencias que entraña
toda sospecha profunda, algo de la sensación de fiebre y
de miedo y de las angustias de soledad a que se condenan
todos los que están por encima de la diferencia de
miras, comprenderá también cuánto tengo que hacer
para descansar de mí mismo, casi para olvidarme de mi
propio yo, buscando refugio en cualquier sitio, llámese
hostilidad o ciencia, frivolidad o tontería; porque cuando
no encontré lo que necesitaba, me lo he procurado
con artificio o falsificación. ¿Han procedido de otro
mundo los poetas? ¿Ha sido distinta la manera de crear
el arte en el mundo? Pues bien; lo que yo necesitaba
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con mayor exigencia cada día para mi restablecimiento,
era adquirir la creencia de que no estaba solo en el existir
así, en ver desde ese prisma mágico un presentimiento
de afinidad y semejanza de percepción y de deseo, un
descanso en la amistad, una ceguera de dos, completa,
sin intermitencia alguna, un sentimiento de placer alcanzado
desde el primer momento en lo cercano, en lo
vecino, en todo aquello que tiene color, forma y apariencia.
Pudieran reprochárseme a este respecto no pocos
“artificios”, y algo también de falsa acuñación; por
ejemplo, que tengo con cabal conocimiento y plena voluntad
cerrados los ojos ante el ciego deseo que Schopenhauer
siente por la moral desde una época en que
ya tenía yo bastante clarividencia de ella; que me he engañado
a mí mismo respecto al incurable romanticismo
de Ricardo Wagner, como si fuera un principio, no un fin
(pasándome lo propio con relación a los griegos y a los
alemanes y su porvenir); hasta podría presentárseme
una larga lista de observaciones. Pero aun suponiendo
que todo esto fuera cierto, ¿qué sabéis, qué podréis saber
de lo que haya de astucia, de instinto de conservación,
de razonamiento y de precaución superior en semejante
autoengaño, y de lo que necesito para que
pueda permitirme siempre el lujo de mi verdad? Vivo
todavía, y la vida no es, después de toda invención de la
moral; quiere el engaño; vive del engaño. ¿Que no es
así? ¿Que vuelvo a comenzar ya y hago de viejo inmoralista,
cazador de pájaros, y que hablo de modo inmoral,
extramoral, “por encima del bien y del mal”?
2. Por estas razones, en cierta ocasión inventé para mi
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uso, cuando de ello tuve necesidad, los «espíritus libres»,
a los que he dedicado este libro de aliento y desaliento
a la vez, titulado HUMANO, DEMASIADO HUMANO;
«espíritus libres» de este género no los hay ni
los ha habido nunca; pero yo tenía entonces necesidad
de su compañía, para conservar el buen humor entre
mis malos humores (enfermedad, destierro, aislamiento,
acedía, inactividad), y los creé a la manera de compañeros
fantásticos con los cuales se bromea y se charla
y se ría cuando se quiere charlar y bromear y reír y se les
envía al cuerno cuando se hacen pesados. Que podrá
haber un día espíritus libres de este género; que nuestra
Europa tendrá entre sus hijos de mañana o de pasado
mañana ejemplares que se parezcan a mis alegres y
osados compañeros, corporales y visibles, y no como en
lo que a mí se refiere, a manera de esquemas y de sombras
que juegan para entretener a un anacoreta, sería el
último en dudarlo. Los veo venir lenta, muy lentamente:
¿y no hago esfuerzos por apresurar su llegada cuando
escribo de antemano los auspicios bajo los que les veo
nacer y los caminos por los que les veo venir?