sábado, 30 de junio de 2018

Humano, demasiado humano

Humano, demasiado humano
Nietzsche


INTRODUCCION 

1. Se me ha dicho repetidas veces, con profunda sorpresa por mi parte, que en todas mis obras, desde El origen de la tragedia hasta Preludios para una filosofía del provenir, había algo de común; se me ha dicho en todas había redes para atrapar pajarillos inocentes, y una especia de provocación al derrumbamiento de todo lo que habitualmente se estima. ¡Cómo! ¿Todo no es humano, demasiado humano? Era la exclamación que, según dicen, arrancaban mis obras, mezclada a cierto sentimiento de horror y de desconfianza. Se ha dicho que mis libros son escuela de desprecio y de valor temerario. Efectivamente, no creo que nadie haya considerado el mundo abrigando las sospechas que yo, no sólo como abogado del diablo, sino también, empleando el lenguaje teológico, como enemigo y partidario de Dios; y el que sepa adivinar algo de las consecuencias que entraña toda sospecha profunda, algo de la sensación de fiebre y de miedo y de las angustias de soledad a que se condenan todos los que están por encima de la diferencia de miras, comprenderá también cuánto tengo que hacer para descansar de mí mismo, casi para olvidarme de mi propio yo, buscando refugio en cualquier sitio, llámese hostilidad o ciencia, frivolidad o tontería; porque cuando no encontré lo que necesitaba, me lo he procurado con artificio o falsificación. ¿Han procedido de otro mundo los poetas? ¿Ha sido distinta la manera de crear el arte en el mundo? Pues bien; lo que yo necesitaba Nietzsche Humano, demasiado humano ~ 6 ~ con mayor exigencia cada día para mi restablecimiento, era adquirir la creencia de que no estaba solo en el existir así, en ver desde ese prisma mágico un presentimiento de afinidad y semejanza de percepción y de deseo, un descanso en la amistad, una ceguera de dos, completa, sin intermitencia alguna, un sentimiento de placer alcanzado desde el primer momento en lo cercano, en lo vecino, en todo aquello que tiene color, forma y apariencia. Pudieran reprochárseme a este respecto no pocos “artificios”, y algo también de falsa acuñación; por ejemplo, que tengo con cabal conocimiento y plena voluntad cerrados los ojos ante el ciego deseo que Schopenhauer siente por la moral desde una época en que ya tenía yo bastante clarividencia de ella; que me he engañado a mí mismo respecto al incurable romanticismo de Ricardo Wagner, como si fuera un principio, no un fin (pasándome lo propio con relación a los griegos y a los alemanes y su porvenir); hasta podría presentárseme una larga lista de observaciones. Pero aun suponiendo que todo esto fuera cierto, ¿qué sabéis, qué podréis saber de lo que haya de astucia, de instinto de conservación, de razonamiento y de precaución superior en semejante autoengaño, y de lo que necesito para que pueda permitirme siempre el lujo de mi verdad? Vivo todavía, y la vida no es, después de toda invención de la moral; quiere el engaño; vive del engaño. ¿Que no es así? ¿Que vuelvo a comenzar ya y hago de viejo inmoralista, cazador de pájaros, y que hablo de modo inmoral, extramoral, “por encima del bien y del mal”? 2. Por estas razones, en cierta ocasión inventé para mi Nietzsche Humano, demasiado humano ~ 7 ~ uso, cuando de ello tuve necesidad, los «espíritus libres», a los que he dedicado este libro de aliento y desaliento a la vez, titulado HUMANO, DEMASIADO HUMANO; «espíritus libres» de este género no los hay ni los ha habido nunca; pero yo tenía entonces necesidad de su compañía, para conservar el buen humor entre mis malos humores (enfermedad, destierro, aislamiento, acedía, inactividad), y los creé a la manera de compañeros fantásticos con los cuales se bromea y se charla y se ría cuando se quiere charlar y bromear y reír y se les envía al cuerno cuando se hacen pesados. Que podrá haber un día espíritus libres de este género; que nuestra Europa tendrá entre sus hijos de mañana o de pasado mañana ejemplares que se parezcan a mis alegres y osados compañeros, corporales y visibles, y no como en lo que a mí se refiere, a manera de esquemas y de sombras que juegan para entretener a un anacoreta, sería el último en dudarlo. Los veo venir lenta, muy lentamente: ¿y no hago esfuerzos por apresurar su llegada cuando escribo de antemano los auspicios bajo los que les veo nacer y los caminos por los que les veo venir? 

Cada una de nuestras células es un reloj biológico.

La vida es ritmo

Cada una de nuestras células es un reloj biológico. El pasado de la especie es fundamental para entenderlo

Tres jóvenes se lanzan al mar en Sandycove, en Dublín (Irlanda).
Tres jóvenes se lanzan al mar en Sandycove, en Dublín (Irlanda).  REUTERS
No es que tengamos relojes, es que lo somos: cada una de nuestras células funciona según un tic-tac que empezó a evolucionar en la infancia del planeta, cuando su rotación se estabilizó y generó el ritmo de los días y las noches, de la actividad y el reposo, más tarde de la vigilia y el sueño. La actividad metabólica, la función cerebral, la secreción de insulina por el páncreas, la respuesta a los medicamentos anticancerosos y mil cosas más siguen ese ritmo que no está marcado por un director de orquesta, sino por cada uno de sus músicos actuando de forma autónoma, aunque coordinado por la evolución y el uso. Lee en Materia una interesante entrevista con Michael Young, uno de los descubridores de los relojes circadianos (cuyo péndulo oscila con ritmos de circade un día), y aprende cómo la vida moderna, con su luz eléctrica que funciona a cualquier hora y sus horarios más impuestos por el estrés laboral que por la madre naturaleza, nos está metiendo en problemas bien importantes. Young recibió con dos colegas el último Nobel de Medicina por estos hallazgos.
No hemos aprendido las lecciones de la evolución. Seguimos practicando religiones extrañas, aunque no lo sepamos
La entrevista suscita dos reflexiones de índole más general. La primera es que el reloj biológico, que es universal en los animales, se descubrió en una humilde mosca, Drosophila melanogasterde cuyo estudio nació la genética y gran parte de nuestra comprensión de la biología humana. La importancia de este molesto insecto, que suele rondar por los puestos de fruta del mercado e invadir la botella de vinagre de la cocina de casa, es conocida entre los científicos desde hace un siglo, pero no ha sido aún asimilada por los ciudadanos. Los genetistas de drosophila –fly people, en la jerga— siguen dedicando la mitad de sus intervenciones públicas a justificar que su trabajo se concentre en ese organismo insignificante. Seguimos participando del prejuicio de nuestra excepcionalidad en la creación y, mientras tanto, la medicina sigue avanzando gracias a bacterias, levaduras, gusanos, moscas, peces y ratones. No hemos aprendido las lecciones de la evolución. Seguimos practicando religiones extrañas, aunque no lo sepamos.

La segunda reflexión se refiere al sueño, uno de los muchos misterios que le quedan por resolver a la biología. De nuevo, el sueño no es ninguna peculiaridad humana. Pese a lo absurdo que parece que, en un mundo lleno de predadores diurnos y nocturnos, las presas dediquen un tercio de su vida a perder la consciencia y sobar como un tronco, lo cierto es que el sueño es universal en los mamíferos, y hasta cierto punto también en los insectos y los demás animales. No entendemos aún cuál es la función del sueño –y no hablemos ya de los sueños—, pero es obvio que debe tener una importancia extraordinaria. Los universales biológicos siempre apuntan a lo esencial. Young y sus colegas han descubierto mutaciones en la mosca que reducen en un 30% o 40% el tiempo de sueño, y todas implican una notable reducción de la vida. Si algo nos enseña la biología es que debemos esperar que lo mismo pase en nuestra especie.
Estamos diseñados por el pasado de la especie, y a veces por su pasado más remoto. Mientras no entendamos eso, no entenderemos nada.

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¿Cuánto cuesta un plato de comida? Valor de las divisas aparte, al neoyorquino medio le cuesta un 0,6% de lo que gana al día. A un sursudanés, un 115%. Es decir, no le llega para comer. ¿Qué países sufrirán más con el cambio climático? Precisamente aquellos con más problemas para alimentarse. Y donde las mujeres tienen menos derechos a la hora de ser propietarias de las tierras. Agricultura, agua, cambio climático, comida... Todos ellos son una serie de desafíos que están interrelacionados y que se analizan en la colección El estado del planeta de EL PAÍS y la FAO. Estos gráficos, incluidos en los libros, ayudan a entenderlos un poco mejor. 

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