El Curso, o Devenir, la historia es contínua. La discontinuidad es propia de la introspección: nadie puede identificarse "en espejo" con la imagen reflejada en su pecho. Cuando uno crece en sños, reduce la capacidad de flexión del cuello, por eso que los indivíduos que se esfuerzan en hacerlo se mean los zapatos. Su esfuerzo se manifiesta por apretar los labios, tanto que se evierte el inferior.
Trump, no se ha educado en construir su dis-curso poblacional.
Todos los mensajes de Trump apuntan en una misma dirección. Pese a su disparidad geográfica, asumen siempre las tesis más duras de los halcones republicanos. Es decir, rompen puentes, amenazan equilibrios de alta complejidad y pulverizan el legado diplomático de Barack Obama. Son el canto de poder de un presidente desmedido que en el caso de su desafío al tirano norcoreano –“mi botón nuclear es mucho más grande y poderoso que el suyo”– llega a la caricatura.
El primer disparo de la serie lo recibió Pakistán. Trump inauguró el año enviando un amargo e inesperado ataque que sitúa en su punto más alto la desconfianza que Washington siente hacia Islamabad. Una distancia que ya quedó registrada en 2011 cuando ni siquiera se les informó de la operación contra Osama Bin Laden, y que seis años después ha cristalizado en la congelación de 255 millones en ayuda militar. “Estados Unidos le ha proporcionado de forma estúpida a Pakistán más de 33.000 millones de dólares durante los últimos 15 años y ellos nos han dado solo mentiras y engaños, tomando a nuestros líderes por tontos”, tuiteó Trump.
Un castigo similar recayó sobre los palestinos. “[…] Pagamos a los palestinos cientos de millones de dólares al año y no obtenemos aprecio ni respeto. Ni siquiera quieren negociar un tratado de paz con Israel […] ¿por qué tenemos entonces que efectuar esos masivos pagos?”, señaló Trump en referencia a los 623 millones de dólares (568 millones de euros) que Washington destina por diferentes vías a los territorios palestinos.
La amenaza a Pakistán y los palestinos, presta a enturbiar aguas ya de por sí agitadas, vino acompañada con un viraje ante Irán. A diferencia de la elusiva actitud mantenida por Obama en las masivas revueltas de 2009, el actual presidente de EEUU se lanzó en apoyo de las protestas que estremecen desde hace una semana al país. En un escenario con decenas de muertos y una fuerte incertidumbre, Trump aprovechó para atacar con dureza al régimen de los ayatolás y poner en la picota el acuerdo nuclear. “El pueblo de Irán está finalmente actuando contra el brutal y corrupto régimen. Todo el dinero que el presidente Obama les dio de forma alocada ha ido al terrorismo y a sus bolsillos. La gente tiene poca comida, mucha inflación y carece de derechos humanos. ¡Estados Unidos está vigilando!”, tuiteó.
La maniobra le permite a Trump cumplir con una de sus constantes políticas: alejarse de todo aquello que huela a Obama. En 2009, cuando se desataron las protestas por un supuesto fraude electoral en la reelección de Mahmud Ahmadineyad, la Casa Blanca dio la espalda a los manifestantes. Este desapego ante un movimiento masivo y con fuertes anclajes en las élites moderadas iraníes desató las iras de los republicanos estadounidenses.
Ahora, el presidente ha decidido apostar por la revuelta. Es una jugada arriesgada. No sólo da argumentos al régimen para culpar al enemigo exterior sino que, como destacan los expertos, difícilmente logrará recabar simpatías en un país que ha sentido la inmensa humillación del veto migratorio. Pero tiene un sentido estratégico: ofrece a Trump una vía para acabar con el acuerdo nuclear de 2015. Un paso que no se atrevió a dar en octubre pasado y que, en este momento, es más posible que nunca. “Si el régimen sigue matando gente en las calles, es difícil pensar que Trump prorrogará el acuerdo”, ha señalado un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional. La amenaza es clara, y el juego, peligroso. Trump está desatado.
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