Son capaces, no solo de dejarlas sino de continuar haciendo que la Arquitectura tenga hijos degenerados
Es momento de abortarles y poner una red de ferralla forrada con hormigón para evitar la gestación de degenerados.
“¡El arquitecto está en el manicomio!”. La intensa historia de las Torres Colón, un icono de Madrid sin proteger que va a cambiar por completo
Carlos Lamela, hijo de su arquitecto, anuncia medidas legales contra el Ayuntamiento de Madrid para que culmine su proceso de protección. Entretanto nos preguntamos, ¿aguantarán las torres el nuevo peso? ¿Está en riesgo este emblema de la ciudad?
Cuando hace unos años el famoso arquitecto Rem Koolhaas visitó Madrid, no levantó la cabeza para admirar ningún edificio. Nada parecía digno de su atención hasta que llegó a la plaza de Colón. "¿De quién es este trabajo?", preguntó desde el taxi, señalando el famoso enchufe art-déco que corona las dos torres que gobiernan la plaza: un conjunto proyectado por Antonio Lamela, coautor de la T4 de Barajas, fallecido hace dos años y considerado uno de los arquitectos fundamentales del último siglo. Pero, ahora, el capuchón va a desaparecer. "El enchufe no nos gustaba a los madrileños", declaró el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, en la rueda de prensa en la que Mutua Madrileña, empresa propietaria del edificio, presentaba a los medios el proyecto para unas nuevas Torres Colón firmado por el arquitecto Luis Vidal.
Este cambio, más allá de preferencias estéticas, no es el más drástico que va a sufrir el edificio, cuya reforma es una de las más comentadas de los últimos años en los mentideros de la arquitectura porque enfrenta, en pleno 50 aniversario del inicio de su construcción, a dos colegiados de renombre: Vidal, autor entre otros de la Terminal 2 del aeropuerto londinense de Heathrow, y Carlos Lamela, hijo del creador de las torres y presidente de Estudio Lamela, responsable hasta ahora de todas las intervenciones en el conjunto de Colón (el último trabajo del estudio ha sido el de la también controvertida reforma del Centro Canalejas).
Mientras el primero defiende que su proyecto transformará un icono arquitectónico incuestionable del siglo XX en uno "para el siglo XXI", el segundo lo considera un "auténtico mazacote" que amenaza la obra de su padre: un edificio cuya singularidad reside en que, en lugar de apoyarse sobre pilares, las plantas cuelgan de la parte superior y que, según él, debería estar protegido, igual que otras construcciones coetáneas, como la vecina sede de Bankinter, de Moneo o Torres Blancas, de Sáenz de Oiza. Por ello, anuncia un recurso contencioso-administrativo contra el Ayuntamiento de Madrid para que culmine el proceso de protección que tiene pendiente desde hace dos años.
Un choque de trenes en el que están en juego millones de euros y la posibilidad de dejar un legado en el centro de Madrid, y en el que pocos se atreven a opinar.
La obra de la discordia: los cuatro puntos clave
La aseguradora, que es propietaria de la finca, y de un total de 200.000 metros cuadrados distribuidos en varios edificios en el Paseo de la Castellana, quiere invertir en torno a 65 millones de euros para "devolver a las torres el carácter innovador con el que nacieron", dice Vidal. Para ello, explica el arquitecto, "ha proyectado el primer edificio de emisiones casi cero (antes de que sea obligatorio en 2022), que generará además el 10% de la energía que consuma, y en el que el 20% del consumo total provendrá de fuentes de renovables". Para José María Ezquiaga, exdecano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), "en tiempos de crisis climática, es obligado que la transformación arquitectónica del edificio incluya una opción radical por el ahorro energético y el reciclaje futuro de todos los materiales que intervengan en su rehabilitación".
Aunque las novedades afectan también a su morfología. Eliminarán plantas de los bajos y las trasladarán a dos nuevos cuerpos de cuatro niveles en la parte superior. Además, quitarán el cristal anaranjado que las reviste y la escalera de incendios que se encuentra entre ellas (que pasará a ocupar el núcleo de las construcciones).
En su lugar, crearán un "tercer cuerpo" que servirá de unión entre las dos torres y que, además de contener los ascensores, que ahora se encuentran en el núcleo, aumentará la superficie de las plantas de 300 metros cuadrados en cada torre a una única planta de 800 metros. Todo esto, aseguran, "sin incrementar ni un metro la edificabilidad" —algo que no estaría permitido— y "sin crecer en altura", que se mantiene en 117 metros.
Con estos cambios, los responsables de la compañía defienden que se apreciará mejor aquello que hace que las torres sean tan singulares: su carácter de edificio colgante. Son los mismos cambios que, según la Asociación para la Protección de las Torres Colón, de la que Lamela es presidente, traicionan el espíritu del proyecto original por cuatro motivos.
El primero es que la nueva estructura superior no cuelga sino que apoya su carga sobre el núcleo, con lo que dejaría de ser un edificio completamente suspendido: la estructura colgante fue un éxito de la ingeniería de la época, ejecutado por Javier Manterola desde el estudio Fernández Casado. En lugar de apoyarse sobre unas vigas en el suelo —que habrían reducido la capacidad del parking subterráneo—, las plantas cuelgan de unas cabezas situadas en la parte superior de las torres, mediante unos tirantes de acero forrados de hormigón pretensado (las pequeñas columnas que recorren la fachada).
Segundo: con los cambios proyectados las torres quedan unidas, de modo que pasan a ser una sola construcción y pierden la silueta gemela que definió Lamela, esa "unidad de dos" que ofrece diferentes perfiles según desde dónde se observe. En tercer lugar, desaparece el hormigón, que es tan característico de una época (uno de los requisitos que se suelen valorar a la hora de proteger una obra es que refleje su tiempo).
Y por último: quizá las torres no crezcan en altura, pero sí en volumen.
Conservación versus inversión
"Esto es cargarse las torres", opina Enrique Azpilicueta, profesor del departamento de Construcción y del máster habilitante de la ETSAM. "Una cosa son las antenas que se pusieron [al añadir la escalera de incendios: el famoso enchufe] que ahora no son habitables", pero con esta reforma "se transfiere edificabilidad de los sótanos a las partes altas, lo que está prohibido en todas las ordenanzas de Madrid". Y lo explica: "Lo de que las torres no crecen en altura es una falacia. En el nuevo proyecto, esas cuatro plantas de un volumen macizo —de entre 12 y 15 metros— hacen que las torres crezcan casi un tercio. Todos los edificios tienen antena, lo suyo es medir la altura hasta donde está el techo del último forjado habitable".
Sobre su morfología, Azpilicueta considera que si bien "se desfiguraron bastante con el añadido de las escaleras —que era obligatorio—, todavía son identificables las dos torres exentas y la idea de Lamela de que una pareja es una unidad". Ahora, la obra del también autor del Estadio Santiago Bernabéu y de la T4 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas "se desfigura del todo".
De todas las cuitas que ha atravesado el edificio en sus 50 años de historia, probablemente la que más daño le ha hecho es la paradoja que enfrenta su caracter arquitectónico a su valor como bien inmobiliario. Como dice Ricardo Aroca, "cuando proteges un edificio decides como sociedad que se encuentra fuera del mercado económico". Pocas veces la explotación empresarial de una finca es compatible con su conservación como patrimonio artístico. Para Azpilicueta, este proyecto de Luis Vidal, es "una operación especulativa para ganar edificabilidad".
Mientras no tengan protección administrativa, las Torres Colón siguen siendo un bien inmobiliario del cual su propietaria puede disponer libremente. Pero entonces, señala Alberto Tellería, vocal técnico de Madrid Ciudadanía y Patrimonio, la propiedad debería "asumir que las torres no tienen valor patrimonial y hablar abiertamente de especulación inmobiliaria. Si desvirtúas la obra original no tiene interés, por más que digas que quieres resaltar su valor arquitectónico".
Un valor que destacaron en la presentación tanto Mutua Madrileña como el alcalde Martínez-Almeida, quien informó de que las Torres Colón se encuentran en proceso de protección, "como no puede ser de otro modo".
Protección sí, ¿pero cuál?
La pregunta entonces es: ¿qué se va a proteger? A finales de 2017, Paloma Sobrini, en aquel tiempo directora general de Patrimonio de la Comunidad de Madrid (ahora forma parte del equipo de Almeida), instó al Ayuntamiento a preservar la "estructura interna del inmueble".
¿Por qué no se blinda la parte exterior? Las reformas pasadas —el enchufe, o la fachada de cristal anaranjado, que Lamela defiende que fueron intervenciones temporales y reversibles— modificaron el aspecto original de las torres, hasta el punto de que su descripción en el catálogo del COAM reza: "Con una interesante estructura colgante, han sido muy alteradas en una reforma de los años noventa que ha enmascarado toda su silueta". Para Concha Esteban, secretaria de la Asociación para la Protección de las Torres Colón, que persigue que las construcciones se conserven en su estado original, "la estructura interna es la estructura total: es un sistema".
Más allá del valor patrimonial por su interés arquitectónico, varios arquitectos señalan su valor urbano y paisajístico, es decir, su contribución a la caracterización de la ciudad. José María Ezquiaga cuenta que "la audaz solución estructural, merecedora de protección singular, y el impacto visual en un punto estratégico de la ciudad, las convirtieron muy pronto en uno de los iconos de Madrid. Las Torres Colón (como el Edificio España y muchas otras arquitecturas controvertidas), a pesar de la transformación de la cubierta y fachadas que alteró su imagen original, son ya parte del paisaje y de la memoria colectiva de Madrid". Por eso, apunta, "cualquier transformación deberá tomar en consideración esta percepción ciudadana, tal y como sugiere la UNESCO". Según Azpilicueta, "cuando se añada este invento [las cuatro plantas superiores] se perderá la proporción en la silueta de la ciudad".
"El arquitecto está en el manicomio"
Opiniones aparte, quienes deberán resolver estas preguntas son los integrantes de la Comisión para la Protección del Patrimonio Histórico-Artístico y Natural del Ayuntamiento de Madrid (CIPHAN). "Confío en los técnicos municipales y aceptaremos su dictamen", asegura Lamela, pero espera que no se demore más pues podría suceder que su resolución llegue una vez que la reforma no tenga vuelta atrás.
El parecer de estos técnicos, como resalta Emilio Colomina, director de Mutua Inmobiliaria, es que el proyecto es a priori "compatible con la protección solicitada por la Comunidad de Madrid". De momento, porque se da la circunstancia de que tanto estas obras, que proponen un significativo cambio de piel para la pieza de Lamela, como el trámite de protección de las torres por el Ayuntamiento, se iniciaron casi al mismo tiempo el pasado mes de mayo.
La de las Torres Colón es la historia de un edificio al que nunca le han dejado de pasar cosas. Desde el primer plano que proyectó Antonio Lamela en los años sesenta.
El arquitecto logró convencer al Ayuntamiento para hacer dos edificios en lugar de uno. Pero en plena construcción, en 1970, el alcalde franquista Carlos Arias Navarro ordenó su demolición por "sobrepasar en nueve metros la altura permitida por las ordenanzas municipales", y la obra quedó parada, con la mitad de la casa construida por el tejado, durante los dos años que duró el litigio en los juzgados.
Cuenta Amador Lamela, codirector de la obra y hermano de Antonio Lamela, que una noche, volviendo del estudio en taxi a casa, preguntó al conductor si sabía qué había pasado con aquello. "Quite, quite", respondió el taxista, "que es que por lo visto el arquitecto se ha vuelto loco, lo han encerrado en un manicomio, y no saben cómo terminarlo".
El Estudio Lamela ganó el juicio y la obra se terminó. Después, en 1992, la normativa de seguridad contra incendios obligó a instalar una escalera de evacuación. Dado que Herón, entonces propietaria del inmueble, pidió que se hiciera sin interrumpir la actividad de las oficinas, la escalera se colocó fuera, entre las torres, lo que supuso el añadido de la carcasa naranja de la fachada y del ínclito enchufe, obra del propio Estudio Lamela.
"Aquello fue muy desafortunado", opina Alberto Tellería, "aunque al menos aún tenía cierto aspecto brutalista del momento". Otro episodio crítico fue el del proyecto —"consulta, en realidad", matiza Concha Esteban— del propio Carlos Lamela para dar cabida a un hotel de la cadena Mandarin en las torres. Aquella propuesta planteaba, al igual que hoy la de Vidal, una ampliación hacia arriba. "Me arrepiento de haber presentado aquello", reconoce el arquitecto a ICON Design en una entrevista en el Hotel Fénix, a la sombra de las torres.
"A mi juicio, el de Carlos Lamela era más continuista", explica José María Echarte, exvocal del Colegio de Arquitectos de Almería y profesor de Proyectos y Teoría y Crítica en la Universidad Rey Juan Carlos. "En la de Vidal, la estructura superior se diferencia del resto más que en la de Lamela (desaparecen, por ejemplo, los elementos de cuelgue de la fachada), pero no lo suficiente como para ser un elemento peculiar, como es el caso del enchufe".
¿Aguanta la estructura cuatro plantas más?
Javier Manterola, ingeniero de la obra, recuerda en el documental Torres Colón: la arquitectura suspendida de Antonio Lamela cuando visitaron a unos arquitectos en Londres que habían ejecutado un edificio suspendido, aunque menos arriesgado. Cuando vieron el proyecto español, "se echaron las manos a la cabeza. '¡Eso no se puede hacer!', decían". Este edificio, contextualiza, "es la antítesis de lo que debe ser un edificio colgado", que se espera que sea bajo y ancho.
Para conseguir su objetivo, Lamela y Manterola levantaron primero los núcleos de hormigón, que son unas ménsulas huecas por las que suben y bajan los ascensores; luego colocaron las cabezas y de ahí fueron colgando una a una las 20 plantas, enganchándolas de los tirantes de hormigón. Hubo varios problemas: el hormigón se congelaba por el efecto del frío y el viento en altura y no lo podían fraguar, de modo que optaron por calentarlo en unos hornos que situaron en el sótano.
El que afectaba directamente a Manterola fue el de hacer los cálculos para asegurarse de que el núcleo y las uniones de los travesaños verticales y horizontales soportarían la carga del edificio cuando el viento ejerciera toda su fuerza. Se trata de cálculos delicados, como se puede ver en el ejemplo del rascacielos de Nueva York que pudo destruir medio Manhattan de no ser por una estudiante.
Esta es una de las razones que motivan que Manterola señale el riesgo de aumentar la altura de las torres. "No me fío ni pío", dice en el documental. "La reforma de 1992 ya supuso una sobrecarga de cerca del 8%", responde Emilio Colomina, "y no estuvo supervisada por Manterola". Esto, añade, "ha tenido consecuencias en el comportamiento de la estructura, porque lleva 27 años con esa sobrecarga no prevista en el proyecto inicial. Además, hemos constatado que, con el paso del tiempo, y debido también a la existencia de corrientes de agua subterráneas, ha habido una degradación en el hormigón de la cimentación.
¿Cómo se han asegurado de que van a aguantar? Lo explica Colomina: "Nuestro proyecto de reforma contempla el refuerzo de la cimentación, los núcleos y los tirantes para resolver, por una parte, las consecuencias de las sobrecargas, y por otra, el problema de degradación del hormigón. Todo el elemento superior del edificio se coloca directamente en el centro del núcleo que está preparado para recibir la carga y no afecta para nada ni a las cabezas ni a los tirantes, que son los característicos de la estructura suspendida".
Puede que el enchufe enfrentara en gustos a los madrileños, pero queda claro que es solo la cabeza visible de un proyecto que desde su origen se comenzó a construir por el tejado, y del que aún quedan algunos cimientos por colocar.
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