La pirámide de Djoser
Durante la tercera dinastía, el arquitecto Imhotep tuvo la genial idea de ampliar la mastaba del faraón Djoser para convertirla en la primera pirámide de la historia
La pirámide de Djoser
Construir una monumental escalera hacia el cielo: tal fue la intención del arquitecto Imhotep cuando concibió la célebre pirámide de Saqqara. Con sus 60 metros de altura, era la construcción más grandiosa que habían acometido los egipcios hasta la época; sólo superada casi cien años después por las grandes pirámides de Gizeh. Tales dimensiones se hallaban a la altura del propósito que perseguía su creador: permitir que su señor Djoser, una vez enterrado allí, ascendiese por los seis peldaños de la construcción para encontrarse con el dios Re, sin comparecer ante el tribunal de Osiris, el dios que juzgaba las almas de los difuntos. En realidad, no se puede decir que la de Saqqara sea una pirámide, y ni siquiera es del todo exacto hablar de «pirámide escalonada». De hecho, como demostró el arqueólogo y arquitecto francés Jean-Philippe Lauer, que pasó 75 años estudiando el lugar, el edificio no partió de un proyecto inicial completo, sino que fue el resultado de una serie de modificaciones sucesivas. En origen se trató de una mastaba, gran estructura de ladrillo de techo plano con la que se cubrían las tumbas faraónicas desde la primera dinastía; su destinatario es motivo de discusión, aunque se baraja el nombre de Sanajt, tal vez un hermano del faraón Djoser.
La mastaba de Saqqara tenía planta cuadrada, con 63 metros de lado, y alcanzaba una altura de 8 metros. Su núcleo, formado de piedras unidas con un mortero de arcilla, se revistió, hasta una altura de 2,60 metros, con bloques pulidos de la más fina caliza egipcia procedente de la vecina cantera de Tura, que daban al edificio un aspecto de inmaculada blancura. Cabría preguntarse por qué los constructores no cubrieron la totalidad de los lados o aumentaron incluso su elevación. Más allá de meras consideraciones técnicas, se trata de un ejemplo de la particular sensibilidad de los antiguos egipcios, de su sentido de lo eterno: el tramo superior sin revestir recordaría que, más abajo, la belleza de lo perfecto permanecía inalterable para siempre. La mastaba recibió un segundo revestimiento de bloques calizos, que aumentó los lados de su base hasta 71,50 metros, pero tampoco se incrementó su altura, ya que esta segunda envoltura se quedó a 65 centímetros de la alcanzada por la mastaba inicial.
El nacimiento de una pirámide
Durante el reinado de Djoser se llevó a cabo una nueva ampliación. La mastaba se alargó 8,36 metros hacia el este, con lo que quedaron tapadas las entradas de once pozos, de 33 metros de profundidad, frente a la cara oriental de la tumba. Cada pozo conducía a una galería de una treintena de metros de longitud, que discurría bajo el monumento. Las cinco primeras galerías, revestidas con tablones de madera, resultaron ser tumbas de familiares del rey, mientras que las seis restantes eran almacenes. La mastaba, de base rectangular, medía entonces 71,50 por 79,86 metros y mantenía su altura inicial de 8 metros.
A partir de la superposición de mastabas cada vez más pequeñas, había nacido la primera pirámide escalonada de la historia de la humanidad
Probablemente fue en ese momento cuando el arquitecto Imhotep decidió que la tumba de Djoser adoptase la forma de una gran escalera por la que el rey difunto ascendería a los cielos. Para ello amplió sus cuatro lados con bloques de piedra de hasta 2,90 metros de grosor. Sobre esta base se levantaron tres gigantescos escalones, en forma de mastabas, que elevaron la estructura a 42 metros de altura. De este modo, a partir de la superposición de mastabas cada vez más pequeñas, había nacido la primera pirámide escalonada de la historia de la humanidad. Pero Imhotep decidió engrandecer aún más su obra, de modo que fuera visible desde la lejanía del inmenso palmeral de Menfis. Fue así como se añadieron dos escalones más, ampliando los lados existentes hacia el norte y el oeste. La pirámide definitiva medía 109 por 121 metros en su base, con una altura cercana a los 60 metros.
Los secretos de la pirámide
Frente al singular edificio diseñado por Imhotep, la pirámide escalonada de Saqqara tenía también una infraestructura no menos compleja e impresionante. Un dédalo de galerías y cámaras perforaba el terreno para crear un auténtico palacio de eternidad, destino de la vida del rey Djoser en el Más Allá. Las paredes de todas estas dependencias estaban forradas de fayenza de un azul verdoso, evocando el frescor del verde paisaje del que el rey de Egipto debía disfrutar eternamente.
El centro neurálgico de la construcción lo constituía, claro está, la cámara funeraria del faraón. A ella se accedía por una calzada descubierta, que partía del templo situado junto a la cara norte de la pirámide. Un tramo descendente de escaleras da paso a un túnel de techo horizontal que se interna en el subsuelo de la pirámide y termina en otro largo tramo de escaleras. Finalmente, este tramo desemboca en un pozo cuadrado de 7 metros de lado y 28 de profundidad, en cuyo fondo se construyó una auténtica cámara acorazada de bloques de granito rosado para albergar la momia de Djoser. Un orificio de un metro de diámetro, practicado en la parte superior de esta caja colosal, permitió la entrada del ataúd de madera con la momia real. Después, un tapón de granito selló el mayor sarcófago construido hasta entonces en Egipto.
Al mismo nivel de esta cámara, y junto a los ángulos del pozo, se excavaron cuatro galerías. Los túneles se bifurcan, ramificándose y adoptando el aspecto de enormes peines. Tres de estos laberínticos pasillos albergaron el ajuar funerario, mientras que el que partía del lado este era el aposento más íntimo del ka de Djoser, su fuerza vital. Las cuatro cámaras excavadas en este último dédalo presentan paredes bellamente decoradas. Encastadas en la caliza, unas plaquitas vidriadas, con primorosos verdes azulados, imitan tapices vegetales.Los muros aparecen rematados por un arco con columnitas djedu, símbolo de estabilidad, de lo que no muere. En las jambas de entrada a las cámaras figura el serej, el nombre de Horus del rey; y, finamente esculpido en los dinteles, su nombre de entronización: Neteri Khet.
El inmortal Imhotep
Los intrusos penetraron en las galerías azules, pero su objetivo no era saquear el tesoro de la pirámide, sino copiar el arte perdido del Imperio Antiguo
La cámara situada al este es la más interesante por su elaboración artística. Junto a unas aspilleras verticales, a modo de diminutas ventanas, tres simulacros de puertas muestran en bajorrelieve al rey Djoser oficiando los ritos propios de su rango, como la visita al santuario de Horus Behedety (quizás el futuro templo de Edfú) o la carrera ritual del festival renovador Heb Sed.
En los relieves de las puertas está sobreimpresa una fina cuadrícula, trazada con pintura gris, como la que suelen usar los artistas para trazar el primer dibujo de la obra. A primera vista parece extraño que los cuadros de encaje persistan sobre un relieve ya terminado. Pero una inspección más precisa muestra que la cuadrícula no es obra del artista original, sino de otro que siglos más tarde acudió a copiar los magníficos bajorrelieves. Así quedó atestiguado al descubrirse una nueva galería, que los reyes saítas de la XXVI dinastía (siglos VII-VI a.C.) abrieron en el flanco sur de la pirámide. Este túnel, rectilíneo y asegurado por columnas, discurre bajo los cimientos de la pirámide hasta llegar al pozo central. Los intrusos, tras vaciar el relleno del pozo, penetraron en las galerías azules, pero su objetivo no era saquear el tesoro de la pirámide, sino copiar el arte perdido del Imperio Antiguo. Se comprueba, pues, cómo a casi dos milenios de distancia, los artesanos de Djoser inspiraron las nuevas formas del renacimiento artístico saíta. La admiración que se sentía entonces por la pirámide de Saqqara era tal que fue en esa época cuando Imhotep, el gran arquitecto, comenzó su ascensión divina, convirtiéndose en dios de la escritura, la arquitectura, la sabiduría y la medicina.
Para saber más
Historia de las pirámides de Egipto. J. M. Parra. Ed. Complutense, Madrid, 2009.
Todo sobre las pirámides. Mark Lehner. Destino, Barcelona, 2003.
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