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El fracaso de la última reunión con Pedro Sánchez convenció a Pablo Iglesias de que Podemos debía ceder
La decisión final se tomó en la formación morada este mismo viernes, tras una reunión con su núcleo más duro
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La expectativa de Pablo Iglesias de ser ministro o vicepresidente duró dos meses. El tiempo transcurrido desde su primera reunión con Pedro Sánchez en Moncloa tras las elecciones generales (7 de mayo) a la última que celebraron en el Congreso (9 de julio). Fue tras este último encuentro cuando Pablo Iglesias celebró con su núcleo duro una reunión donde, por primera vez, de manera clara se vislumbró que la única salida al enrocamiento era que Podemos se moviera de su posición. Que la cesión clave debía venir de su lado -sin concretar qué tipo de cesión-, pues Moncloa, empujada por Iván Redondo, jefe de gabinete del presidente en funciones, permanecía obcecada en su posición de poner límites a un Ejecutivo de coalición.
Iglesias contempló cómo la mutación de Sánchez -que en la primera reunión en Moncloa, según fuentes de Podemos, apostó por la coalición, llegando a ofrecerles carteras como Juventud y Comercio y la Presidencia del Congreso- era inamovible. El líder de Podemos había fiado su futuro político personal y el de su formación a entrar en el Gobierno, por lo que, según explican fuentes de la formación, no podía cercenar ambas cosas.
El paso de los días y el señalamiento explícito que realizó Sánchez, calificando a Iglesias de "principal escollo", sumado a la erosión interna que provocaba la supuesta negociación, desembocaron en una nueva reunión del núcleo duro de Iglesias, el viernes en su despacho del Congreso, donde se consumó la cesión: el líder se echaba a un lado y renunciaba a entrar en el Gobierno.
Para muchos en Podemos el movimiento de Iglesias es un ejemplo, aunque para otros es un triunfo del PSOE y una muesca de la pérdida de pujanza de Podemos. "Lo de Iglesias sería impensable en aquel 2016, cuando Podemos trataba de tú a tú al PSOE".
EL RELEVO EN EL PARTIDO
En lo que hay consenso es que con este paso Iglesias pone la primera piedra para el relevo en el partido. Él quedará como líder político, con el altavoz mediático y la tribuna del Congreso, pero Irene Montero será, si el PSOE no pone vetos, ministra. Y afrontará la próxima Asamblea para elegir líder reforzada.
En clave interna, por tanto -un factor siempre importante en Podemos-, la entrada en el Gobierno concede oxígeno, recursos y relevancia a un partido político que ha constatado cómo perdía votos en las últimas citas electorales.
Además, también ha primado la prisa por cerrar el acuerdo en julio, pues aunque desde Podemos se lanzó el órdago de dejar caer a Sánchez porque hasta septiembre hay tiempo, y apostar por la "paciencia" porque "tarde o temprano" Sánchez acabaría cediendo, lo cierto es que en los despachos de Podemos siempre se fue consciente de que la sentencia del procés, prevista para otoño, hacía inviable el imprescindible apoyo, aunque fuera en forma de abstención, de las fuerzas independentistas. En el foco no ya sólo ERC y JxCat, sino incluso el PNV o Bildu.
Es por ello que en las últimas semanas dirigentes de Unidas Podemos han apremiado al PSOE a formar Gobierno, calificando de "irresponsabilidad" llegar sin acuerdo estable a la antesala de una "sentencia muy relevante para el país".
Precisamente, Cataluña ha sido otro factor de desgaste en estas semanas para Iglesias. El secretario general de Podemos prometió "lealtad" a Sánchez en temas de Estado y aparcó, como siempre ha defendido su formación, la exigencia de un referéndum pactado como solución al conflicto catalán. Eso generó fricción en los comunes, cuyos representantes lo acataron públicamente, pero siempre que han podido han verbalizado que no renuncian al derecho de autodeterminación como propuesta, insistiendo en que se abren a una mesa de diálogo, pero que para ellos la solución pasa por un referéndum de autodeterminación. La renuncia desubicó su posición en Cataluña.
El otro flanco con el que ha tenido que convivir Iglesias es, por un lado, las voces internas que rechazan formar una coalición con el PSOE -abanderadas por Andalucía-, estas más o menos controladas, y por otro la posición de IU, que siempre ha antepuesto el "acuerdo programático" a los sillones. De hecho, Alberto Garzón no ha puesto la coalición como prioridad. Prefiere un Ejecutivo, sea cual sea, pero que ejecute medidas progresistas. El máximo exponente de esta división es La Rioja, donde la diputada de IU pactó un programa de gobierno con el PSOE, pero la diputada de Podemos, y llave de gobierno, tumbó ese posible Ejecutivo socialista.
Con todos estos elementos en efervescencia, Sánchez e Iglesias se vieron durante hora y tres cuartos en el Congreso el 9 de julio. La sensación en la cúpula morada fue casi de indignación. Mucho enfado. "Constatamos que Pedro Sánchez no quiere negociar, sino que intenta imponer unilateralmente un Gobierno de partido único", dijeron. El poso que caló en el núcleo duro fue la constatación de que sólo quedaba que ellos movieran ficha. Por eso, hace unos días, cuando Sánchez señaló a Iglesias expresamente, desde el entorno del líder morado se llegó a abrir la puerta a discutir con el socialista el veto. Fuentes de Podemos explican que la decisión definitiva, el giro político, se consumó el viernes a mediodía.
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