Nagasaki, 11.02 a.m.
9 de agosto de 1945
Tres días más tarde, el 9 de agosto a las 11.02 de la mañana, otro B-29, Bockscar, lanzaba otra bomba, esta vez de plutonio, contra Nagasaki. Esa ciudad no era el objetivo original: el ataque estaba planeado contra Kokura, donde las tropas japonesas guardaban un gran arsenal. Pero el cielo sobre esa localidad estaba nublado, y la tripulación del bombardero optó por la segunda de la lista.
Fat Man, como se denominó, generó una onda explosiva mucho mayor -equivalente a 22.000 toneladas de trilita, frente a las 15.000 de Little Boy-, pero la bomba no cayó en el centro de la ciudad, sino en un barrio periférico industrial; las montañas ofrecieron cierta protección frente al impacto. Con todo, perecieron 40.000 personas entonces, 30.000 más antes de que acabara el año. Otras 75.000 quedaron heridas, decenas de miles con secuelas que arrastran aún hoy. Una tercera parte de la ciudad quedó arrasada. “Esa bomba no solo se cobró vidas, diezmó familias y causó una cuantiosísima destrucción”, explica el actual alcalde de Nagasaki, Tomihisa Taue, en una charla con periodistas extranjeros. “También dejó profundas heridas en los cuerpos y las mentes de quienes sobrevivieron”.
La explosión de Nagasaki
Lanzamiento: 9 de agosto de 1945, 11.02 hora local
Nombre de la bomba: Fat man
Avión: Bockscar
Muertos al terminar 1945: 70.000
Destrucción absoluta
760 m
Radiación mortal
1,31 km
Bola de fuego
200 m de radio
Daño moderado
1,72 km
Estructuras
completamente
destruidas
Radiación térmica
2,21 km
Daño leve
4,59 km
2 km
Fuente: Universidad de Nagasaki, Nukemap, The Washington Post.
EL PAÍS
“Esa segunda demostración del poder de la bomba atómica aparentemente causó pánico en Tokio, puesto que la mañana siguiente trajo los primeros indicios de que el imperio japonés estaba dispuesto a rendirse”, escribiría el presidente estadounidense Harry Truman en sus memorias. El 15 de agosto, los japoneses escuchaban por primera vez en la radio la voz de su tenno, su emperador: Japón capitulaba. La rendición se firmaría el 2 de septiembre. La guerra había terminado.
El infierno
de la radiación
Pero el infierno no había acabado para las víctimas: la radiación se llevaría a decenas de miles de personas más antes de acabar el año, y dejaría con secuelas a decenas de miles. Un estudiante de Medicina -la única atención de que podían disponer- recomendó a los padres de Koko que se preparasen para perder a su hija, víctima de graves diarreas. “Afortunadamente, las superé”, se ríe ella ahora.
Su primer recuerdo: “Tendría dos o tres años. Mi padre era un reverendo protestante (su historia se narra en Hiroshima, del periodista John Hersey, que en 1946 contó al mundo las consecuencias de la bomba) y muchos huérfanos, niños de la calle, venían a la parroquia. Me trataban como su hermanita. A muchos no podía verles la cara, estaban desfigurados. Yo no tenía recuerdo de la bomba, sabía que había pasado algo terrible pero también que no debía preguntar. Un día, una de estas niñas me peinaba. Me volví a mirarla, quería ver cómo lo hacía. La chica tenía los dedos de las manos fundidos entre sí”.
Entonces era común no hablar de lo que había pasado. Muchos hibakusha no querían declararse como tales: durante décadas se enfrentaron a la discriminación de sus conciudadanos y el estigma de haber vivido la radiación. Les era difícil encontrar trabajo por sus secuelas y muchas familias rechazaban que sus hijos se casaran con supervivientes, por miedo a que sus descendientes nacieran con problemas congénitos. “Nosotros mismos teníamos este temor, pero no podíamos hablar de ello. Es una especie de trauma”, cuenta Ogura, que tuvo dos hijos.
Kondo cuenta que descubrió que todo se debía a la bomba por las conversaciones que oía de los huérfanos. “Siendo una niña, sentía un odio profundo por aquellos que la habían lanzado. Me prometía a mí misma que cuando fuera mayor buscaría a los culpables y les daría de golpes, les mordería y les escupiría”.
Cara a cara
entre el copiloto del ‘Enola Gay’ y sus víctimas
El 25 de mayo de 1955, cuando tenía 10 años, la manera de pensar de Koko dio un drástico vuelco: “No lo olvidaré nunca”, enfatiza. Hacía tres años que había terminado la ocupación estadounidense de Japón. Hiroshima y Nagasaki avanzaban en su reconstrucción. Su padre, célebre en Estados Unidos por su protagonismo en el libro de Hersey y por su campaña para conseguir tratamiento en ese país para niñas desfiguradas por la bomba, aparecía ese día en el programa televisivo This is Your Life (“Esta es su vida”). Toda la familia había viajado a los estudios para participar en esa grabación en directo, sin saber quiénes eran el resto de invitados.
“Conocía a la mayor parte de la gente en el plató, pero había un hombre a quien no había visto nunca. Le pregunté a mi madre quién era, y ella titubeó. No sabía cómo iba a reaccionar yo”, explica Kondo. “Finalmente me lo dijo. Era Robert Lewis, el copiloto del Enola Gay”. “Me quedé petrificada. Quería hacerle daño, pero sabía que en medio del rodaje no podía ir a por él. Y entonces le preguntaron qué sintió aquel día. Vi lágrimas en sus ojos cuando contó lo que había escrito en el diario de a bordo. Me sobresalté: me di cuenta de que este hombre no era el monstruo que yo había imaginado; era un ser humano”.
“Sin que nos vieran las cámaras, le toqué la mano: era mi manera de ofrecer perdón. Él me agarró la mía con mucha fuerza”, continúa. “En ese momento aprendí una cosa: si debo odiar algo, no debe ser a una persona en concreto. Debo odiar a la propia guerra”.
¿Adiós
a las armas?
Muchos hibakusha han dedicado su vida al activismo en favor de las víctimas y contra las armas nucleares. La guerra de Corea (1950-53) y las pruebas nucleares de Estados Unidos en el Pacífico les obligaron a reflexionar que su propio sufrimiento no había sido suficiente para convencer al mundo de la necesidad de abolir ese armamento, y que debían entonces divulgar sus vivencias para evitar cualquier tentación de usar la bomba en el futuro, explica Ogura. Ella misma ha fundado la ONG Intérpretes de Hiroshima por la Paz, que contribuye a difundir lo ocurrido en agosto de 1945 y el mensaje antinuclear a los turistas extranjeros que visitan Hiroshima.
En el caso de Kondo, que durante años no quiso identificarse como superviviente, un largo proceso de escuchar las vivencias de su padre la convenció finalmente para seguir los pasos del reverendo en sus campañas de ayuda; en la actualidad colabora con ICAN, la Campaña Internacional para la Abolición de las armas Nucleares que en 2017 ganó el Nobel de la Paz. Ambas cuentan a menudo su historia personal en el Parque de la Paz en memoria de las víctimas, en lo que fue el hipocentro de la explosión. Kondo, a veces, muestra la diminuta túnica que llevaba aquel día.
“No es fácil conseguir el cambio, pero poco a poco, transmitiendo el mensaje de persona a persona, algún día lo conseguiremos. Es lo que me decía mi padre, y mi esperanza sincera”, apunta Kondo. El alcalde de Nagasaki se muestra de acuerdo. “Si no se ha lanzado una tercera bomba nuclear en estos 75 años ha sido en muy buena medida por los esfuerzos de los hibakusha, su contribución al dar a conocer las historias de lo que ocurrió bajo la nube atómica”, opina.
Su ciudad propone la creación de una “zona libre de armas nucleares” en el noreste de Asia, que incluya a Corea del Norte, Corea del Sur y Japón (estos dos últimos países están protegidos en la actualidad por el paraguas nuclear estadounidense). “Sabemos que llevará tiempo, pero el objetivo merece la pena”, explica Taue.
El tiempo apremia. La edad media de los 130.000 hibakusha con vida, 75 años después de las bombas, es de 83 años. Una encuesta publicada por el periódico Asahi Shimbun encontró que, aunque el 86,9% de los mayores de 80 años aún recuerda claramente lo que pasó aquel 6 de agosto, esa proporción cae al 14,8% entre los supervivientes en la setentena. Entre los hibakusha de esa edad, el 44,8% confiesa no tener recuerdo alguno de la bomba.
Con independencia de su edad, la mayoría ve con preocupación los escasos progresos obtenidos para eliminar las armas nucleares. De la campaña lanzada para ello por el presidente de EE UU Barack Obama durante su mandato se ha pasado a que solo queden unos meses para que expire el tratado Nuevo START entre Estados Unidos y Rusia, en febrero de 2021. Un 62,1% de los hibakusha cree que en los últimos cinco años ha aumentado el riesgo de que vuelva a utilizarse una bomba nuclear en algún lugar del mundo.
El único acontecimiento positivo desde entonces ha sido la aprobación, en julio de 2017, del Tratado de la ONU para la Prohibición de las Armas Nucleares. Pero para su entrada en vigor es necesaria la firma de 50 países. Hasta el momento solo lo han suscrito 40; entre ellos no está siquiera Japón, dado que disfruta de la protección nuclear estadounidense. El Gobierno del primer ministro Shinzo Abe, que se ofrece como un puente entre los países nucleares y los que no, considera que aún es “prematura” una prohibición, para malestar de los supervivientes.
“Nos hacemos mayores y no sabemos cuándo nos llegará la hora, cuándo nos reuniremos con nuestros familiares en el más allá. Por eso queremos ver eliminadas las armas nucleares mientras tengamos vida”, explica Ogura. Con la voz temblorosa por la emoción, agrega: “Queremos poder decirles que lo logramos. Es algo que deseo y por lo que rezo cada día: eliminar las armas nucleares lo antes posible, para poder contárselo a quienes murieron en vano por culpa de la bomba”.
- Créditos
- Coordinación: Brenda Valverde
- Dirección de arte: Fernando Hernández
- Diseño: Amanda Espuela
- Maquetación: Nelly Natalí
- Infografía: Artur Galocha
- Edición de vídeo: José Pablo Díaz
- Edición de foto: Gabriel Bravo
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