domingo, 31 de julio de 2022
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Don Gutierre «el de los tucos»
05·04·11 | 03:00 | Actualizado a las 05:26
Don Gutierre «el de los tucos»
Don Gutierre «el de los tucos»
Los españoles no somos ni más buenos ni más malos que el resto de los europeos, pero en nuestro carácter hay algo que nos impide la neutralidad obligándonos a tomar partido en cualquier circunstancia que presente dos alternativas. Actualmente el fútbol canaliza este impulso y -salvo algún caso extremo- las disputas las soluciona aquel que exhibe mayor tono de voz ante el contrario; en la política también hay gresca, pero cada vez menos y sin embargo hasta no hace tanto ésta era una cuestión de sangre.
No se piensen que solo hemos vivido una guerra civil, si algo abunda en nuestra historia son las luchas entre hermanos y la historia de hoy se desarrolla en una de ellas que aunque tiene como escenario el lejano siglo XIV no creo que les resulte aburrida.
El conflicto se vivía en aquella ocasión entre Pedro I y Enrique II de Trastámara, cada uno con sus respectivos apoyos entre los linajes peninsulares. En Asturias los nobles dividieron sus querencias entre ambos y la casa más ilustre de la Montaña central, los Bernaldo de Quirós, apostó firmemente por el bando trastamarista.
La Casa de Quirós ya era fuerte con anterioridad y tenían varias encomiendas de la mitra ovetense, entre ellas la del concejo que les da nombre, pero también Teverga y Riosa, que se vieron reforzadas en 1325 cuando Gutierre González de Quirós se casó con María de Cifuentes y recibió del todopoderoso Rodrigo Álvarez de Las Asturias la villa de Villoria. Aunque fue su hijo Gonzalo, heredero de estos cargos y además la prestigiosa distinción de Caballero de la Banda, el que estuvo más cerca del rey Enrique realizando varias embajadas para él en Castilla y seguramente también en Inglaterra.
Su importancia fue tal que se ha escrito en algunas historias sobre esta familia que fue el fundador del linaje, olvidando a sus antepasados, pero eso ahora no nos interesa. El caso es que Gonzalo Bernaldo de Quirós Cifuentes fue nombrado conde de San Antolín de Sotiello por Enrique II, tomando este título del señorío lenense que ya poseía con anterioridad. Curiosamente, este título es uno de los más antiguos de España que aún están en uso, aunque el desconocimiento de su procedencia ha mudado el noble topónimo de Sotiello en Sotillo, ya ven?
Don Gonzalo, Caballero de la Banda, Ricohombre de Castilla, Señor de Villoria y Valdecarzana y I conde de Sotiello tiene su sepultura en Oviedo, donde varias generaciones han podido leer su epitafio expuesto en el museo arqueológico provincial: «Aquí yace el noble caballero Gonzalo Bernaldo de Quirós el Viejo?criado que fue del señor rey don Enrique y le sirvió en estos reinos y fuera de ellos todo el tiempo que anduvo ausente por temor al rey don Pedro su hermano?».
Y así llegamos a nuestro personaje de hoy, hijo primogénito de Gonzalo y por lo tanto II conde de San Antolín de Sotiello, llamado Gutierre como su abuelo y que pasó al panteón de los héroes asturianos como Gutierre González de Quirós «el de los tucos». Ahora sabrán por qué.
Al finalizar la tarde del 14 de agosto de 1385 se enfrentaron en la batalla de Aljubarrota las tropas portuguesas de Juan I de Portugal y el ejército castellano de su homónimo Juan I de Castilla. El castellano era el segundo monarca de la dinastía de Trastámara tras la muerte de Enrique II y seguía contando con la confianza de los Bernaldo de Quirós, hasta el punto de que concedió a don Gutierre el honor de portar el Pendón Real en el combate.
El conflicto entre las dos coronas venía porque el rey castellano estaba casado con la infanta Beatriz de Portugal y por lo tanto era yerno del rey portugués y como este no había tenido más hijos, reclamó la anexión del territorio vecino e intentó invadirlo ayudado por la caballería francesa. La reacción no se hizo esperar y el general Nuno Álvares Pereira, «el santo condestable», lo detuvo, acompañado en primera línea por aliados ingleses, mientras su rey permanecía en la retaguardia.
El estratega luso, conocedor de su terreno, esperó a los españoles en un lugar que le era propicio, la colina del campo de San Jorge, en las afueras de Aljubarrota, entre Leiria y Alcobaça y allí emplazó a sus tropas frente a la carretera por dónde se esperaba que llegasen los castellanos.
Y no se equivocó, a eso del mediodía aparecieron los 30.000 soldados del rey de Castilla, cansados por la marcha y agotados por el fuerte sol del mediodía, pero en cuanto los oficiales analizaron la situación decidieron demorar el encuentro hasta la caída de la tarde mientras algunas patrullas rodeaban la colina buscando la mejor posición por el ataque.
La hallaron justo en el lado opuesto, en la vertiente sur del altozano donde existía un desnivel más suave que permitía el ataque de la caballería y dirigieron sus tropas hacia allí, mientras los portugueses, que estaban viendo la maniobra desde arriba, hacían lo propio y se apresuraban a cavar una línea de trincheras para impedir el avance de las bestias.
Serían aproximadamente las seis de la tarde cuando comenzó la batalla. Los primeros en lanzarse al galope fueron los franceses que intentaron inútilmente acometer a la infantería portuguesa, puesto que no solo se dieron de cascos con las fosas que habían excavado sino que además recibieron una lluvia de flechas que les lanzaron los arqueros ingleses provocando la desbandada de la mayoría, mientras otros eran capturados ante la pasividad de los castellanos que no supieron reaccionar a tiempo.
Cuando lo hicieron ya era tarde, pero aún así miles de soldados españoles se lanzaron hacia el enemigo seguros de que su número iba a traerles la victoria, aunque fallaron en sus cálculos y quedaron atrapados en una tenaza formada por el avance de la retaguardia lusa hacia el frente, mientras Juan I de Portugal daba la orden de que todo aquel que pudiese sujetar una espada se desplazase hasta el frente. Todos obedecieron y la primera consecuencia fue que nadie podía quedar al cuidado de los presos, por lo que los prisioneros franceses -en una época en la que estas cosas no se tenían en cuenta- fueron ejecutados.
La lucha cuerpo a cuerpo fue terrible y las bajas enormes por ambos lados; se combatió durante horas y fue inevitable que el Pendón Real quedase al alcance del enemigo que intentaba tomarlo a toda costa, pero no contaban con la increíble resistencia de don Gutierre González de Quirós. Todos los que le rodeaban fueron cayendo uno tras otro mientras él se resistía a soltar el mástil; hasta que un tajo certero le arrancó una mano, pero siguió impasible; luego otro le dejó definitivamente sin brazos y ante el asombro de sus enemigos el Pendón siguió enhiesto sostenido por sus muñones?y hubo quien aseguró que hasta mordió el palo con furia para sujetarlo con sus dientes antes de dejárselo arrebatar.
Podemos imaginar la escena, pero debemos saber que fue inútil. Cuando cayó el sol, los castellanos se retiraron sin orden y muchos de los que no murieron en el campo de batalla cayeron a manos de los campesinos portugueses que los asaltaron para saquearlos.
La victoria de Juan I supuso el fin de la crisis portuguesa y el establecimiento de la Casa de Avis, mientras que para los castellanos fue una masacre que tardó en olvidarse. Contaron los cronistas que los cadáveres eran tantos que llegaron a desbordar los ríos que rodeaban el lugar de la batalla y allí, entre los cuerpos fueron rescatados soldados de a pie y muchos hidalgos, entre ellos don Gutierre, su hermano Lope y su primo García de Quirós. Luego, los restos de «el de los tucos» fueron traídos hasta Asturias para reposar para siempre en el panteón familiar, pero su valentía aún sigue impresionándonos.
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