domingo, 6 de mayo de 2018

Código de Hammurabi

Cuando Joël me invitó a participar en su tesis doctoral, llevaba dos años sabiendo de ella y de Martín por Marie, su madre.

Me dijo que iba a ser sobre una lectura crítica del código de Hammurabi, regalo que me envió desde el hospital donde estaba con "su" hijo: De Martín y Noël, era la dedicatoria replicada en cinco páginas. Yo les reenvié una forografía depositado en Alemania. Esto era en febrero de 1973. Lo recibí en el hospital. Dejé el hospital y me fuí a leerlo en el silencio del convento de Valdediós. Luego tomé un café, mirando al mar, en la cafetería Zurbarán de Gijón y anduve por Lughonia. 



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CÓDIGO DE HAMMURABI

Prólogo
 Cuando Anum, el Altísimo, Rey de los Anunnakus, (y) el divino Enlil, señor de cielos y tierra, que drescribe los destinos del País, otorgaron al divino Marduk, primogénito del dios Ea, la categoría de Enlil [soberano] de todo el pueblo, (y) lo magnificaron entre los Igigus; cuando impusieron a Babilonia su sublime nombre (y) la hicieron la más poderosa de los Cuatro Cuadrantes; (cuando) en su seno aseguraron a Marduk un reino eterno de cimientos tan sólidos como los de cielo y tierra, en aquellos días, Anum y el divino Enlil también a mí, Hammurabi, príncipe devoto (y) respetuoso de los dioses, para que yo mostrase la Equidad al País, para que yo destruyese al malvado y al inicuo, para que el prepotente no oprimiese al débil, para que yo, como el divino Shamash, apareciera sobre los «Cabezas Negras» e iluminara la tierra, para que promoviese el bienestar de la gente, me impusieron el nombre.

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