A Elizabeth Craig
Notre vie est un voyage
Dans l’hiver et dans la Nuit,
Nous cherchons notre passage
Dans le Ciel où rien ne luit.
Chanson des Gardes Suisses 1793
Louis-Ferdinando Celine
Viaje al final de la noche
Traduction de Carlos Manzano
Titulo original: Voyage au bout de la nuit
Disefio e ilustracion de la cubierta: Julio Vivas
Primera edicion en rústica: mayo de 1994
© de la traduccion, Carlos Manzano, 1993
Primera reimpresion: abril de 1995
© Editions Gallimard, 1952
ISBN: 84-350-0842-8
©Edhasa, 1994
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Tel. 439 51 05
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Impreso en España
* Elisabeth Craig era la bailarina americana, nacida en 1902, que Celine habia
Printed Spain
A Elisabeth Craig*
París de 1927 a 1933, en una relación muy libre, interrumpida por las estancias de
conocido en Ginebra, a finales de 1926 o comienzos de 1927, y con la que vivio en
cobalto [...]. Naricilla fina... Una boca rectangular y sensual [...]. Largos cabellos
Elisabeth en los Estados Unidos. Henri Mahe la describe asi: «Grandes
ojos verdes
En una de las primeras entrevistas después de la publicación de Viaje al fin de la
dorados tirando a rojizos en bucles hasta los hombros» (La Brinquebale avec Celine.)
me ha enseñado todo lo relativo al ritmo, la música y el movimiento» (entrevista con M.
noche, Celine la cita como uno de sus tres maestros: «[...] una bailarina americana que
Bromberger, Cahiers Celine, I, pags. 31-32).
verano de 1934 para ir a Los Angeles a intentar convencerla de que volviera a Francia.
En junio de 1933, Elisabeth se marcho a los Estados Unidos, temporalmente, pensaba
Celine, pero aquella vez no regreso y el aprovecho su viaje a los Estados Unidos en el
que Elisabeth fue la mujer a la que se sintio mas unido y que desempeno, mas que
Pero Elisabeth habia decidido romper. Celine siempre recordo aquel ultimo encuentro,
sobre el que carecemos de informacion segura, como una pesadilla. No cabe duda de
novela, una simple historia ficticia. Lo dice Littre,
ninguna otra, un papel en su vida.
Viajar es muy útil, hace trabajar la
imaginacion. El resto no son sino decepciones y
fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A
eso debe su fuerza.
ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una
Va de la vida a la muerte. Hombres, animales,
encontramos en la Place Clichy. Después de comer. Queria hablarme. Lo escuche. «jNo
que nunca se equivoca.
Y, ademas, que todo el mundo puede hacer
igual. Basta con cerrar los ojos.
Esta del otro lado de la vida.
La cosa empezó así. Yo nunca habia dicho nada. Nada. Fue Arthur Ganate quien me
hizo hablar. Arthur, un companero, estudiante de medicina como yo. Resulta que nos
frio, tampoco; no ves a nadie en las calles; pero, si fue el mismo, ahora que recuerdo,
nos quedemos fuera! -me dijo-. Vamos adentro!» Y fui y entre con el. «jEsta terraza
esta como para freir huevos! jVen por aqui!», comenzo. Entonces advertimos tambien
tomando cafes con leche o cafias de cerveza. jYa ves! jEl siglo de la velocidad!, dicen.
que no habia nadie en las calles, por el calor; ni un coche, nada. Cuando hace mucho
quien me dijo, hablando de eso: «La gente de Paris parece estar siempre ocupada, pero,
en realidad, se pasean de la mafiana a la noche; la prueba es que, cuando no hace bueno
para pasear, demasiado frio o demasiado calor, desaparecen. Estan todos dentro,
Pero, ^donde? iTodo cambia, que es una barbaridad!, segun cuentan. ^Como asi? Nada
Despues salio a relucir en la conversacion el presidente Poincare, que, justo aquella
ha cambiado, la verdad. Siguen admirandose y se acabo. Y tampoco eso es nuevo.
iAlgunas palabras, no muchas, han cambiado! Dos o tres aqui y alia, insignificantes...»
Conque, muy orgullosos de haber senalado verdades tan oportunas, nos quedamos alii
mafiana, iba a inaugurar una exposicion canina, y, despues, burla burlando, salio tam-
sentados, mirando, arrobados, a las damas del cafe.
la mas noble del mundo. \Y el que lo niegue es un cabrito!» Y me puso de vuelta y
bien Le Temps, donde lo habiamos leido. «jHombre, Le Temps jEse es un sefior
periodico! -dijo Arthur Ganate para pincharme-. jNo tiene igual para defender a la raza
francesa!»
devolverle la pelota y demostrar que estaba documentado.
«jY bien que lo necesita la raza francesa, puesto que no existe!», fui y le dije, para
media. Ahora, que yo me mantuve en mis trece.
«jQue si! jClaro que existe! jY bien noble que es! -insistia el-. Y hasta te diria que es
«jTienes razon, Arthur! jEn eso tienes razon! Rencorosos y dociles, violados,
«jNo es verdad! La raza, lo que tu llamas raza, es ese hatajo de pobres diablos como
yo, leganosos, piojosos, ateridos, que vinieron a parar aqui perseguidos por el hambre,
la peste, los tumores y el frio, que llegaron vencidos de los cuatro confines del mundo.
El mar les impedia seguir adelante. Eso es Francia y los franceses tambien.»
nosotros. jNo hables mal de ellos!...»
«Bardamu -me dijo entonces, muy serio y un poco triste-, nuestros padres eran como
si queremos comer... Por una cosita de nada, te estrangula... Eso no es vida...»
robados, destripados, y gilipollas siempre. jComo nosotros eran! jNi que lo digas! jNo
cambiamos! Ni de calcetines, ni de amos, ni de opiniones, o tan tarde, que no vale la
héroes para todo el mundo, monosabios, palabras dolientes, somos los favoritos del Rey
pena. Hemos nacido fieles, jya es que reventamos de fidelidad! Soldados sin paga,
Miseria. ¡Nos tiene en sus manos! Cuando nos portamos mal, aprieta... Tenemos sus
grunon como un marrano. Un marrano con alas de oro y que se tira por todos lados,
dedos en torno al cuello, siempre, cosa que molesta para hablar; hemos de estar atentos,
«jNos queda el amor, Bardamu!»
«Arthur, el amor es el infinito puesto al alcance de los caniches, jy yo tengo
dignidad!», le respond!.
Siempre un listillo, como veis, y el no va mas en opiniones avanzadas.
«Puestos a hablar de ti, tu es que eres un anarquista y se acabo!»
especie de oracion vengadora y social. jA ver que te parece! Se llama Las alas de
«Tu lo has dicho, chico, janarquista! Y la prueba mejor es que he compuesto una
oro...» Y entonces se la recite:
«Es verdad, tienes razon a fin de cuentas -convine, conciliador-, pero, en fin, estamos
Un Dios que cuenta los minutos y los centimos, un Dios desesperado, sensual y
panza arriba, en busca de caricias. Ese es, nuestro señor. ¡Abracémonos!
«Tu obrita no se sostiene ante la vida. Yo estoy por el orden establecido y no me
gusta la politica. Y, ademas, el dia en que la patria me pida derramar mi sangre por ella,
me encontrara, desde luego, listo para entregarsela y al instante.» Asi me respondio.
ya mi cabeza resistia poco. Aquella discusion breve, pero animada, me habia fatigado.
Precisamente la guerra se nos acercaba a los dos, sin que lo hubieramos advertido, y
Y, ademas, estaba afectado porque el camarero me habia llamado tacafio por la propina.
ponen sus chisteras y nos echan un discurso, a berridos, asi: "Hatajo de granujas, jes la
En fin, al final Arthur y yo nos reconciliamos, por completo. Eramos de la misma
opinion sobre casi todo.
todos sentados en una gran galera, remamos todos, con todas nuestras fuerzas... jno me
iras a decir que no!... j Sentados sobre clavos incluso y dando el callo! ^Y que sacamos?
jNada! Estacazos solo, miserias, patranas y cabronadas encima. jQue trabajamos!,
las bodegas, echando el bofe, con una peste y los cataplines chorreando sudor, jya ves!
dicen. Eso es aun mas chungo que todo lo demas, el dichoso trabajo. Estamos abajo, en
rosadas y bafiadas de perfume, en las rodillas. Nos hacen subir al puente. Entonces se
Arriba, en el puente, al fresco, estan los amos, tan campantes, con bellas mujeres,
«jVoy a ver si es asi!», fui y le grite a Arthur, y ya me iba a alistarme y a la carrera
guerra! -nos dicen-. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria n.° 2, jy les vamos
a reventar la sesera! jVenga! jVenga! jA bordo hay todo lo necesario! jTodos a coro!
Pero antes quiero veros gritar bien: 'jViva la patria n.° IV jQue se os oiga de lejos! El
que grite mas fuerte, jrecibira la medalla y la peladilla del Nino Jesus! jHostias! Y los
que no quieran difiarla en el mar, pueden ir a palmar en tierra, jdonde se tarda aun
Pero, mira por donde, justo por delante del cafe donde estabamos sentados, fue a
menos que aqui!"»
«jExacto! j SI, senor!», aprobo Arthur, ahora mas dispuesto a dejarse convencer.
pasar un regimiento, con el coronel montado a la cabeza y todo, imuy apuesto, por
haber menos... Empezo a Hover y cada vez habia menos y luego nadie nos animaba, ni
cierto, y de lo mas gallardo, el coronel! Di un brinco de entusiasmo al instante.
incluso.
«jNo seas gilipollas, Ferdinand! », me grito, a su vez, Arthur, molesto, seguro, por el
efecto que habia causado mi heroismo en la gente que nos miraba.
marcando el paso. «jAqui estoy y aqui me quedo!», me dije.
Me ofendio un poco que se lo tomara asi, pero no me hizo desistir. Ya iba yo
esquina con el regimiento, tras el coronel y su musica. Asi fue exactamente.
«Ya veremos, ^eh, pardillo?», me dio incluso tiempo a gritarle antes de doblar la
civiles y sus mujeres que nos animaban y lanzaban flores, desde las terrazas, delante de
Despues marchamos mucho rato. Calles y mas calles, que nunca acababan, llenas de
en medio de la carretera, y yo sostenia el registro en que el escribia sus ordenes.
las estaciones, desde las iglesias atestadas. j Habia una de patriotas! Y despues empezo a
uno, por el camino.
Entonces, £ya solo quedabamos nosotros? ^Unos tras otros? Ceso la musica. «En
resumen -me dije entonces, cuando vi que la cosa se ponia fea-, jesto ya no tiene gracia!
jHay que volver a empezar!» Iba a marcharme. jDemasiado tarde! Habian cerrado la
puerta a la chita callando, los civiles, tras nosotros. Estabamos atrapados, como ratas.
dos meses, ir a pie otra vez. Tal vez porque costaba muy caro. En fin, una mafiana, el
Una vez dentro, hasta el cuello. Nos hicieron montar a caballo y despues, al cabo de
coronel buscaba su montura, su ordenanza se había marchado con ella, no se sabia tirábamos con ballesta y pistola, que incluso nos comprábamos por cuatro marcos.
adonde, a algún lugar, seguro, por donde las balas pasaran con menor facilidad que en medio de la carretera. Pues en ella habíamos acabado situándonos, el coronel y yo, justo
A lo lejos, en la carretera, apenas visibles, había dos puntos negros, en medio, como
nosotros, pero eran dos alemanes que llevaban mas de un cuarto de hora disparando.
alemanes lo supiesen tambien, pero yo, la verdad, no. Por mas que me refrescaba la me-
El, nuestro coronel, tal vez supiera por que disparaban aquellos dos; quiza los
moria, no recordaba haberles hecho nada a los alemanes. Siempre había sido muy
colegio con ellos, de pequeño, cerca de Hannover. Había hablado su lengua. Entonces
amable y educado con ellos. Me los conocía un poco, a los alemanes; hasta habia ido al
eran una masa de cretinitos chillones, de ojos pálidos y furtivos, como de lobos; íbamos
En resumen, no había quien entendiera la guerra. Aquello no podía continuar.
juntos, después del colegio, a tocar a las chicas en los bosques cercanos, y también
Bebíamos cerveza azucarada. Pero de eso a que nos dispararan ahora a la barriga, sin
venir siquiera a hablarnos primero, y justo en medio de la carretera, había un trecho y un abismo incluso. Demasiada diferencia.
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